Plantón En El Polígono
Mateo ha quedado con un tio dotado en un polígono abandonado para que le rompa el culo, pero luego de esperar por largo rato, el jovencito se fija en otro candidato, más peludo y más salvaje..
«¿Dónde diablos estás, tío?» gruñó Mateo, revisando su reloj por enésima vez. Las manecillas se arrastraban con la lentitud de un caracol por el rostro gris del reloj, y las nubes amenazantes se acercaban al cielo cada minuto que pasaba.
A su alrededor, el polígono industrial abandonado vio las 4 de la tarde, y los ruidos de la vida se desvanecieron en el silencio. Un vago olor a metal oxidado y basura podrida flotaba en el aire y no se veía ni un alma en los alrededores.
Mateo era un chaval de 13 años que, a pesar de su edad, ya sabía manejarse en las calles y encima de los cipotes de los machos deseosos de un culo caliente. Había aceptado la cita con un tio llamado Juanjo que le prometió una buena polla para su culo y, claro, no iba a dejar pasar la oportunidad. Pero los minutos pasaban y no había rastro de su ligue casual. Se sentó en el capot de un viejo coche destrozado, sus pensamientos divagando entre la excitación y la frustración.
«Joder, en donde estará éste cabronazo,» se quejó Mateo, dando un puntapié al suelo enojado. El sonido resonó en el vacío del polígono, y a su alrededor, el silencio se sentía ensordecedor por la ausencia del macho que necesitaba.
Allí se quedó sentado, viendo a cada pocos segundos la pantalla del móvil sin recibir respuesta alguna. Diez minutos, veinte minutos, treinta minutos… se estaba impacientando y Mateo no era de los que se lo tomaba a la ligera un desplante como ese, nadie jugaba con sus ganas de ser follado. El calor del día se acumulaba en el ambiente y la transpiración empezaba a mojarle la camiseta, su frustración crecía con cada gota de sudor.
Al volver a comprobar la hora, no pudo siquiera evitar un leve gruñido de fastidio, una hora había pasado desde que llegó al lugar. El calor sofocante y la desolada escena del polígono le hacían sentir aún más cabreado. «Joderos, yo me piro de aquí,» murmuró el jovencito, ya no podía aguantar un segundo más.
De repente, luego de bajarse de encima del coche escuchó unos débiles pasos cerca de él, como pezuñas en el asfalto. Mirando a su espalda vio a un perro blanco con manchas negras que se acercaba lentamente, su pelaje sucio y desaliñado. El perro callejero no era nada fuera de lo ordinario y Mateo resopló con desdén. Aún pensaba en una aparición de último minuto de Juanjo.
El animal se acercó al adolescente a paso tranquilo y éste le dio la bienvenida, acariciando su lomo. «Qué hacéis por aquí, eh,» dijo, sonriendo tontamente al perro. Estaba flaco y descuidado, aunque no tenía nada que darle para saciar su hambre, en ese sentido ambos estaban iguales, ya que él tampoco podría saciar la suya.
Mateo se arrodilló frente a su hocico, el cual masajeó con sus manos. «Al menos tú no tienes que preocuparte de quedar alborotado y cachondo, que te puedes follar lo que se te ponga enfrente,» se rió, bajando la guardia. El perro respondió con una discreta lamida a una de sus manos. La calma que transmitía el animal le ayudó a calmar sus ánimos. Pero de pronto se le iluminó el rostro, una idea le atravesó la mente.
«¿Sabes qué? Creo que es tu día de suerte,» le dijo Mateo al perro, su sonrisa se ensanchó de oreja a oreja. «Tú me vas a dar lo que vine a buscar.»
Continuó pasando su mano por su lomo y cuello, haciendo que el perro entrase en confianza y se relajase, seguía jadeando con la punta de la lengua enorme afuera, mientras su nuevo amigo tocaba sus costados, acercándose a su miembro.
El perro dejó de resoplar cuando el jovencito logró tocar su prepucio y comenzó a masturbarlo con cuidado. Su cola se movía lentamente, volviendo a jadear con la lengua afuera. Mateo se sentía extraño, era la primera vez que pajeaba a un perro, sin embargo, la excitación era como un volcán a punto de estallar.
Su otra mano estaba posada en el lomo del animal, su polla fue emergiendo del saco lentamente, dura y caliente al tacto. El chico se la tomó con cuidado y la acarició suavemente, la sensación era extraña, distinta a la de una polla humana, más áspera y caliente. El perro se agitó un poco, pero no se movió, respirando ruidosamente, dejando que su acompañante continuara con su tarea.
A medida que la sangre del perro se acumulaba en la verga, Mateo se sentía cada vez más emocionado. El animal parecía disfrutar, su cola se movía de un lado a otro, su aliento se volvía cada vez más agitado. Tenía una punta fina que se ensanchaba en la mitad, del ancho de su índice y dedo medio, que se hacía un poco más delgada hacia la base, el olor de macho canino, olor salvaje; le excitaba aun más.
Con la polla del perro en la palma de su mano, se la acercó a su cara y la olió, era la polla de un macho en celo, su olor era potente, la respiración del animal se aceleró, era obvio que le gustaba lo que sentía. Éste buscó alzar la pata, instintivamente, moviendo sus caderas y follando la mano del chico con dos embestidas torpes, Mateo logró contener los ánimos del perro.
«Ey, tranquilo, no seas impaciente,» murmuró Mateo, al sentir el impulso del perro. Se puso de pie y silbando y chasqueando los dedos, guió al can dentro de un almacén en ruinas. El perro se veía ansioso, moviéndose de un lado a otro, su miembro erecto chocando contra sus patas y la lengua seca sobresaliendo de sus fauces.
El adolescente estaba igual o más excitado que su desconocido ligue de cuatro patas, con rapidez su ropa fue cayendo en el suelo polvoriento, mostrando su culo desnudo al perro. Se dio varios cachetes en el culo, buscando atraer la atención del callejero, el animal olfateó y despacio se fue acercando.
«Ven, chúpame el culo,» suspiraba Mateo, ansiando la acción. El perro se acercó, hocico húmedo y curioso, olisqueando suavemente el culo del joven. Su gruesa y áspera lengua recorrió las nalgas y el pliegue de su esfínter, Mateo no pudo contener un jadeo al sentir la calidez del animal en su intimidad.
Lamió sin parar, saboreando el ojete sudoroso y excitado de Mateo. El chico no pudo evitar mover las caderas de placer, suavemente, para que la experiencia fuese aun mas intensa, la nariz húmeda del perro apoyada en su espalda baja en tanto la lengua ejercía presión en su agujero, que palpitaba de placer. «Ay, si, si,» gimoteó. «Así, cómeme el culo, hunde toda tu lengua.»
Su propia excitación era palpable en cada movimiento, cada jadeo, cada latido de su corazón que se aceleraba en su pecho. El perro, lejos de ser tímido, respondió a la urgencia del adolescente, dando buenos lametones en su agujero, ensalivando cada centímetro de la piel que rodeaba su entrada, catando el nuevo sabor que llenaba sus sentidos.
Mateo ya quería que el perro pasara a la acción, la excitación le hacía temblar las piernas, su culo se movía involuntariamente con cada lametón. «Eso es,» murmuró. «Ahora móntame, dame todo lo que tienes.»
Pero el perro seguía en su faena, lamiendo y olisqueando, sin mostrar signos de querer empezar a follar. «¿No tienes huevos?» bromeó Mateo, jadeando. «¿O es que no puedes?»
Se dio media vuelta, buscando coger la pinga del perro y masturbarlo otra vez, para que se pusiese a tono y follara ya, sin contemplación. La erección tomó pocos segundos y el perro se puso intranquilo, colocando las patas delanteras encima de sus hombros, embistiendo contra su espalda, aún Mateo no se volvía a poner en cuatro.
«Espera, joder, que no me vas a poder follar de pie,» le dijo alegremente a su inusual amante, y se giró dándole la espalda y levantando el culo. El perro, ansioso, se elevó por encima de sus piernas, apoyando las patas delanteras en su espalda, sus caderas moviéndose y su polla hinchada embistiendo en el aire.
El can se fue acomodando, su cipote venoso acercándose y punteando erráticamente buscando la entrada de Mateo. Primero le dio un empellón seco en el perineo, y el animal dio varias estocadas antes de bajarse y volver a lamerle el culo a Mateo, a quien la espera le hacía sentir aún más deseo, y el olor que detectaba el perro lo ponía loco.
Volvió a treparse y sujetar al chico con las patas delanteras, moviendo sus caderas y su polla buscando el agujero que ansiosamente deseaba. «Tranquilo,» le decía Mateo, «tranquilo, ya te ayudo yo.» Y con eso, separó bien las piernas y logró con la mano libre guiar la polla canina un poco más arriba, la punta ya encontrando la entrada a su ansioso ojete.
El callejero se desbocó al sentir que la entrada a su deseada presa se le facilitaba, se aferró con fuerza a la espalda del chaval, su aliento jadeando en su oído, moviéndose con desesperación para encajar su polla, la punta de la verga del perro traspasando la poca resistencia que le ofrecía el anillo de carne de su culo.
Con dos fuertes empujones, el perro primero logró meter la mitad de su polla, con el segundo ya estaba entero. Mateo gritó sin pudor, la dureza del miembro animal en su interior, llenando cada rincón, era indescriptible.
Comenzó a follarlo con un ritmo acelerado, la punta de su miembro llegando bien profundo, cada embestida acompañada de un gruñido gutural que resonaba en el silencio del almacén. El calor del animal, la sensación de su pelaje en su espalda desnuda, todo le excitaba a Mateo.
«Uffff… si… si… así,» jadeó Mateo, su interior se llenó del calor del animal, cada movimiento del can lo hacía sentir más perra. La sensación de ser follado por un ser vivo irracional y salvaje era inigualable.
La polla del perro se movía sin parar, entrando y saliendo a gran velocidad, el ojete del adolescente se estiraba al límite con cada embestida, el animal follaba con vigor, sin duda alguna debía llevar largo tiempo sin saciar sus deseos.
Mateo no pudo evitar gemir y excitarse aún más con cada embestida del perro. El animal se movía con la naturalidad de alguien que no sabía de la existencia de la inhibición, que solo respondía a su instinto de procrear. Y allí, en aquel almacén en ruinas, Mateo se sentía la hembra que el destino le había destinado ser.
El perro gruñía, el sudor del chaval se mezclaba con el olor canino, los empellones eran veloces y duros. La sensación de ser penetrado por una polla tan distinta a la humana era intensa, le hacía sentir sucio, salvaje y deseado. Algunas veces las patas traseras perdían su estabilidad pero el callejero se sujetaba bien fuerte con las delanteras, se acomodaba y seguía enculando a su generoso humano.
Tal vez no era tan grande como el dichoso Juanjo pero aquel animal era un semental sin descanso, su polla no paraba de penetrarle el culo con un ritmo frenético. La base de su miembro lentamente se ensanchaba, preparándose para la eyaculación, el perro olfateando el aire, su instinto le decía que su culo humano iba a darle placer.
El can se movía cada vez mas descontrolado, su miembro palpitando y su aliento caliente en la nuca, embestida a embestida, la polla del animal se hinchaba un poco más dentro de él, hacía que el jovencito se estremeciera con cada penetración. La piel del perro se pegaba a la de Mateo, un cruce de olores que envolvía la escena.
«Mierda, que rico,» gimió Mateo, con cada embestida del perro, su propia polla se balanceaba excitada. El animal se movía cada vez con más deseo, sus ojos enrojecidos, su nudo de mayor tamaño y chocando sin cesar contra la retaguardia del muchacho. Mateo lo sintió, el famoso nudo perruno estaba a la entrada de su culo, lo que le provocó un cosquilleo extraño y agradable, un anticipo de la descarga de semen que pronto recibiría.
Unos pocos segundos después, notó que su amante peludo comenzó a temblar, su polla se agrandó en su interior, y un gruñido profundo resonó en la desolada atmósfera del almacén. El nudo presionaba en su entrada pidiendo paso. «Joder, ya te vienes,» murmuró Mateo, ansiando la sensación que le haría el animal.
Separó las piernas un poco más, acomodando la polla del perro en su interior y permitiéndole que su nudo entrara con facilidad. Con cada movimiento, el perro se hundía cada vez más en su culo, rellenando su interior y dando rienda suelta a su eyaculación. Mateo sentía la presión del nudo contra su próstata, la sensación era indescriptible.
Al jovencito la vista se le nubló y con espasmos, su polla soltó varios chorros de semen en el polvo, sus ojos se cerraron, su boca abierta en un grito de placer que se ahogó en el vacío del polígono. El perro sintió la contracción del culo del adolescente y gimió, probablemente de placer, seguramente de alivio, su semen calentando el interior del chaval, llenando cada centímetro del conducto anal.
«Se siente increíble,» jadeó Mateo, su mano a tientas acariciando el costado del animal que aun no se retiraba de su interior. El perro aulló y se bajó de su espalda, con Mateo tomándole de una pata para que no le arrastrase con el nudo.
El perro seguía jadeando con las fauces abiertas, abotonado en el ojete de Mateo, su miembro aun palpitando con la eyaculación. El chico gemía de gozo, cada espasmo de la polla animal que llenaba su agujero lo volvía loco, cada gota de semen que se deslizaba por sus intestinos lo llenaba de calor y de satisfacción.
Con cuidado, Mateo se incorporó, la polla del perro saliendo de su interior lentamente, un chorro de semen se escapó de su ojete, resbalando por sus piernas y cayendo al suelo sucio. El animal se recostó a su costado, cansado de la intensa follada, su miembro se retrajo y su nudo desapareció, el chaval probó la lefa canina que aún se encontraba en su culo.
Viendo al can lamer su polla aún erecta, Mateo se acercó y reemplazó su lengua con su boca, chupando cuidadosamente el rabo del callejero, que simplemente se relajó y dejó que el chaval se divirtiera. Chupó y lamió hasta que el pene del perro se fue poniendo flácido y ocultando en la funda, el animal parecía que se sentía satisfecho.
Se tumbó en suelo polvoriento, jadeando con la boca abierta, la respiración pesada y el corazón latiendo alocado. El perro se quedó allí echado y recuperando el aliento, Mateo lo miraba de reojo, complacido y satisfecho. Su culo aun latía, el semen se escurría fuera de su ano dilatado y caía en la tierra, caliente y espeso. Su cuerpo olía a perro callejero, un macho alfa que acababa de saciar sus deseos.
«Menudo polvo me has puesto,» dijo Mateo con una sonrisa lasciva, mirando al perro que seguía tranquilo y jadeando a su lado. Se levantó del suelo, las piernas temblorosas por la intensa follada que acaba de recibir.
«Mañana te traeré comida, y tú me darás un polvazo,» le prometió Mateo al perro, que siguió sin inmutarse, aún con la respiración acelerada. Se vistió despacio, y se fue caminando, con la sensación de su culo aun repleto del animal, la lefa se escurría entre sus piernas y se le pegaba a la piel, definitivamente quería volver a sentir más del callejero del polígono.
Wow. Que rico 🥵😘👍
Uff 🥵 Esto si estuvo rico. Eres muy bueno para estos relatos de perro y nino putito y tengo la sensacion que tienes mas historias de este tipo que contar. Espero otro relato sucio zoo..