RINO MI PERRO AMANTE
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por zoohot.
Tenìa yo entonces 20 años, y desde el comienzo de la adolescencia había practicado zoo con el perro macho que tenìamos en mi familia. Pero a la edad que comento, ya no tenìamos esa mascota y tuve que olvidar mi pasión, que en realidad nunca se olvida porque el recuerdo de tanto placer queda latente y siempre se desea repetir.
Asì las cosas, mis abuelos habían criado un cachorro golden retrieve de pelo corto color dorado, que pasados sus 18 meses de edad, se había convertido en un gran macho. Como yo visitaba con frecuencia a mis abuelos, desde un principio RINO –que asì se llamaba- se acostumbrò mucho a mi y me reconocía muy especialmente. Me ocupaba de verlo seguido, sacarlo a pasear, bañarlo y jugar con èl. Y allì renació mi atracción zoo del pasado.
Rino ya alcanzaba unos 60 cm de altura, cabeza grande y bien formada, cuerpo fuerte. Con muy buen desarrollo genital, lucìa sus dos testículos bien asentados, grandes y pendulantes, en conjunto con un gran prepucio que cubrìa su prominente pene, sumamente grueso.
Como dije, desde pequeño acostumbrè a Rino a jugar conmigo, lo habituè a permitir que le tocara y frotara tanto sus bolas y pene como su ano, de manera que tales maniobras no resultaran extrañas al animal. Una vez que se desarrollò, jugando con èl lo acostumbrè a distintas maniobras: asì, a veces me ponìa en cuatro patas a su lado y con mi brazo y parte de mi torso lo cubrìa, en señal de dominación. Incluso lo habituè a ser tomado por mì de sus caderas y apoyar mi bulto en sus partes traseras, y hasta a acostarlo panza arriba y cubrirlo con mi cuerpo (obviamente, todo ello cuando no era observado por mis abuelos).
Ya desarrollado Rino genitalmente, en cuanto pude comencé a masturbarlo hasta hacerlo eyacular, tanto estando èl de piè como colocándolo panza arriba y estimular sus partes con mis manos. Todo le daba al perro un gran placer, dada su complacencia. Durante todo el tiempo de mi “entrenamiento” del animal, procurè que notara mi posición dominante de macho alfa, y Rino se sometìa pasivamente y me reconocía como tal. Aclaro que el animal no había tenido apareamiento alguno con perra todavía.
Como es de imaginar, dada mi atracción por el zoo, todas esas maniobras me excitaban fuertemente, y terminaba con una gran erección que apenas podía disimular. Hoy me doy cuenta que –como en el principio de mi adolescencia- el desarrollo sexual del animal desafiaba mi propia machumbre, y por eso deseaba dominarlo, y demostrarle que era yo el macho alfa. Pero pese a todo ello, nunca había tenido oportunidad de llegar a màs con Rino, por la constante presencia de mis abuelos. Mi excitación y deseo llegaba al paroxismo.
Ese verano, sucedió que mis abuelos debieron hacer un viaje, de aproximadamente dos semanas. Como también yo estaba de vacaciones, me pidieron que me quedara en su casa para cuidarla y ocuparme de las necesidades de Rino. La oportunidad que se presentaba me sobre excitò, y me comprometì a ello (¡Rino y yo estaríamos solos y libres).
Para evitar confusiones muy comunes, debo aclarar que yo era un joven normal, bien parecido, atlético, con suficientes relaciones sexuales y afectivas tanto con chicas como con chicos. Mi atracción zoo es complementaria a todo ello, màs propia de un concepto amplio y libre del placer sexual, sin ànimo ninguno de dañar al animal. Lo comprendo màs bien como algo instintivo.
El mismo dìa de la partida de mis abuelos, fui a instalarme en su casa para despedirlos y hacerme cargo de todo. Ese primer dìa a solas con Rino, primero jugué con èl y luego lo bañè detenidamente, disfrutando de lavar su paquete y su ano con mis manos. Lo dejè dentro de la casa para que se secara sin ensuciarse nuevamente en el jardín. Me sentía sumamente excitado y ansioso, con una firme erección, incluso jadeando por momentos dado el deseo.
Fui al cuarto siempre tenía destinado allì, cubrì la cama con una manta vieja en desuso e incluso llevè dos grandes espejos que había en la casa, ubicándolos estratégicamente para que se reflejaran en ellos todas las situaciones que planeaba vivir con Rino, para mayor estimulación mìa. Colocados los espejos, y ya agitado y jadeante por el deseo, me quitè toda la ropa. Me vì reflejado en uno de los espejos, observè mi impresionante erección (mi verga se movìa por su latido), comencé a marcar mis músculos para ratificar mi machumbre.
Traje a Rino al cuarto, que entrò serenamente, mientras lo acariciaba. Me sentè en el borde de la cama y lo atraje a mì para que oliera y lamiera mis huevos y mi verga –de la que ya se desprendìa abundante lìquido preseminal-. Rino olfateò y lamiò golosamente mis partes, mientras le acariciaba la cabeza. Seguimos asì un rato, disfrutando yo el paso de su lengua húmeda y caliente por mi verga y bolas, a tal punto que me hacìa gemir y decir cosas calientes (¡iba a ser mìo, nada ni nadie podía molestarnos!).
Como ya el perro había experimentado conmigo, comencé a tocar sus bolas, su prepucio y su ano, a frotarlo estimulándolo; èl se sometìa con las orejas gachas, en señal de sumisión. Lo hice subir a la cama y acostarse panza arriba, yo me recostè a su lado y continuè sobándolo con mi mano y estimulando la base de su pene hasta que dejó salir la verga, que momento a momento iba creciendo de tamaño, roja y gruesa, lanzando pequeños chorros de precum, mientras yo le decía “soy tu macho, vas a ver…”. Comencè a pasar mi verga por la suya y por sus huevos, empapándolos con mi propio precum, frotando las puntas de ambos para intercambiar líquidos. Por momentos acercaba mi pija erecta a su hocico para que la lamiera.
Avancè màs, y repetí una maniobra que ya la había practicado con èl: apoyè mi verga y bolas en las suyas, haciendo un frotis primero suave y luego màs intenso, cuando ya lo había cubierto completamente con mi cuerpo, aprisionándolo levemente. Prolonguè ese disfrute un rato, siempre tratando de no eyacular.
Luego hice bajar a Rino de la cama para que permaneciera parado. Allì comencé a frotar su ano con la llema de mis dedos, en forma circular. Èl aceptaba pasivamente lo que le hacìa, lo cual me excitaba màs aùn.
En un momento, acerquè un pomo con gel que me había procurado y suavemente comencé a pasarlo por la parte exterior de su ano. Probè introducir un dedo, Rino se estremeció un poco pero a una voz de mando mìo se sometìo, sin duda me reconocía como su macho alfa. Continuè penetrándolo con mi dedo muy despacio, tratando al mismo tiempo de colocar gel en su recto; al mismo tiempo, con la otra mano estimulaba su pene y frotaba sus bolas. Asì, y siempre con mucha lubricación, lleguè a colocar un dedo entero, y luego dos lo màs profundo que pude, hasta comprobar que hubiera quedado suficientemente lubricado.
Rino permaneció parado, me coloquè agachado detrás de èl y puse mi verga –gruesa y erecta como un tronco- debajo de sus bolas; con mis piernas apretè un poco las suyas y comencé un movimiento de balanceo, haciendo un frotis de sus partes con mi pene. Subì a Rino con sus partes delanteras sobre la cama, quedando con las patas traseras en el suelo. Lubriquè mi verga con abundante gel y coloquè el glande en su ano, frotándolo con movimientos circulares, mientras que con mi otro brazo sostenía al animal. En un momento empujè levemente y logrè que la cabeza de mi verga abriera el ano. Rino se estremeció y soltò un quejido, dando vuelta su cabeza para mirar hacia atrás. Con varias voces de mando lo contuve, y lo aferrè con un poco màs de fuerza. Continuè empujando y logrando que mi pija comenzara a entrar en el recto, lentamente pero sin pausa, mientras que mi pasivo arqueaba el lomo y gemìa. ¡Ya lo había desvirgado!. Mientras aferrè su cuerpo con màs firmeza, continuè empujando hasta que la penetración fue completa, hasta que mis pendejos rozaban su rabo.
¡Toda la escena se reproducía en los espejos!, veìa mi cuerpo jadeante, mis músculos marcados, mi sudor, y al mismo tiempo el cuerpo de Rino, sometido pasivamente a su macho alfa. Mi verga, hinchada y enorme, estaba toda dentro y, cubriendo màs con mi cuerpo al perro y sosteniéndolo con màs fuerza, quedè unos minutos disfrutando la sensación, sintiendo el recto caliente del animal haciendo firmes contracciones, como amasando mi miembro viril. Rino aceptaba esa dominación, su instinto le marcaba que era su macho alfa y que asì debía hacerlo. Me recostè màs sobre èl, abrazàndolo y marcando mis músculos para que sintiera mi fuerza, mi superioridad y mi dominación.
Ya en el éxtasis del placer, comencé a mover mi cadera bombeando sin violencia, como entrando y sacando, todo fácilmente por la abundante lubricación, y siempre cuidando de no dañar a Rino. Cuando ya no pude controlarme màs, hundì mi pija hasta lo màs profundo y eyaculè abundante y potentemente dentro del perro, que al sentir el latido de mi miembro lanzò algunos gemidos al sentirse servido y dominado por su alfa.
Luego de la eyaculación, permanecì asì abotonado a Rino, abrazàndolo y disfrutando las últimas contracciones de su recto caliente. Lentamente y con mucho cuidado, fui retirando mi verga que al salir quedó unida al ano del perro por un grueso hilo traslùcido de gel y licor seminal.
Rino ya era mìo, lo había desvirgado, era su macho alfa. Durante el tiempo que permanecì allì fuimos amantes, lo copulè numerosas veces, en distintas formas, siempre cuidándolo y gratificándolo. Y desde entonces, nos unió una gran pasión.
Hermoso