UN AMIGO ZOOFILICO
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por zoohot.
Les conté en otros relatos que hace algún tiempo resolví volver a experimentar la zoofilia con perro macho, para lo cual adquirí un bóxer que entrené para que me diera placer.
Como saben, la práctica de la zoofilia es solitaria, ya que es difícil tomar contacto con otras personas que compartan la misma pasión. Perseguidos por el peligro del reproche social, todos somos muy reservados.
Sin embargo, hace un tiempo atrás conocí a través de un chat a otro hombre que a través de las conversaciones por internet me confesó que también gustaba de las prácticas zoofílicas. Ambos vivimos en Buenos Aires, Argentina, y seguimos en contacto vía chat y vía email.
Luego de un tiempo de dialogar así, este amigo virtual (que llamaré JUAN) me contó que tiene 29 años, que fue paseador de perros y que se vinculó a un criadero y escuela canina donde aprendió el oficio de criador y entrenador de perros. Así fue descubriendo su atracción sexual por estos animales y un día se decidió a experimentarlo.
Ya en confianza, nos pusimos de acuerdo para encontrarnos en un bar, conocernos personalmente y conversar de nuestras inquietudes. Lo hicimos. Me encontré con Juan, un joven de estatura media, muy bien parecido, fornido, con perfil de deportista. Pese a que yo soy mucho mayor que él (52), mi buena presencia y personalidad algo señorial pero cordial generó entre nosotros una corriente de cómoda confianza como para hablar libremente.
Le relaté a Juan mis experiencias (tanto actuales como en mi adolescencia) siempre con perro macho, le dije que mi placer pasa por entrenar al perro para ser penetrado por mí. Mi nuevo amigo, en cambio, me dijo que lo suyo pasaba por poseer a una perra hembra.
Juan me relató que optó por adquirir una hembra de raza braco, de buen porte. La compró de cachorra y, aprovechando sus conocimientos ganados en el criadero y escuela canina, la fue entrenando poco a poco. Sabía bien cuáles son los tiempos de desarrollo de la perra, sus épocas de celo, y como dirigir su apareamiento, así como también los cuidados que debía tener para evitar el rechazo del animal.
Aplicando esos conocimientos, y soportando la ansiedad, Juan fue entrenando a la hembra hasta que llegó su primer celo, y como la perra se mostró receptiva con él, allí la desfloró con éxito.
Me contaba mi amigo que el inconveniente respecto de tener sexo con una perra, es que hay que respetar sus períodos de celo y el hecho de que ella se muestre receptiva. Por eso, como no quería forzarla, solamente podía gozar del sexo con ella en los períodos oportunos. Allí si, aprovechaba los días que duraba el celo para copularla todas las veces que podía. Ya hacía dos años que se la cojía intensamente, pero sólo en las épocas en cuestión.
Así las cosas, me invitó a que cuando su animal entre en celo y esté receptiva, vaya yo a su casa (por suerte Juan vivía solo) y pueda contemplar los actos sexuales, aunque me aclaró que no permitiría que yo también la coja. Con ese panorama, acepté la invitación pero le dije “¿ni siquiera podré penetrarla con preservativo?”; él me contestó “Veremos. Quien sabe si ella estará receptiva contigo”. Acordamos así y nos despedimos.
Tiempo más adelante, Juan me llamó por teléfono y me dijo “La perra está en celo, en los próximos días va a estar receptiva. Vení a casa pasado mañana”.
Cuando fui, conocí a su mascota. Es una perra braco color gris claro, de buen porte físico, hermosa. El animal me recibió muy bien, juguetona y cariñosa conmigo, con el típico buen carácter de esa raza. Noté que el animal tenía la vulva grande e hinchada, confirmación de su celo. Pero también observé que estaba dilatada, a lo que Juan me explicó que estaba en el tercer día de su período receptivo, y hacía dos días que se la copulaba diariamente, de allí la dilatación de la vulva.
Estuvimos unas horas conversando y bebiendo, para que el animal se acostumbrara a mí y se encariñara conmigo. Ya más tarde, Juan me indicó que empezaríamos con la actividad sexual.
Llevó a la perra a uno de los cuartos, donde me invitó a pasar. Allí tenía una cama y también una tarima de madera, que luego comprobé que servía para que –estando la perra sobre la misma- sus partes quedaran a la altura del sexo de Juan, estando él de pié.
A esa tarima subió mi amigo a la perra, luego que él se desnudara por completo. Pude comprobar el hermoso cuerpo que poseía Juan, bien marcado, con piernas fuertes, un sexo bien desarrollado, con bolas grandes y una verga si no muy gruesa, sí con un glande de buen tamaño. Por la excitación, mi amigo ya lucía una gran erección.
Acarició un rato al animal para serenarla, con su mano frotaba sus ubres y su vulva, que se empezó a mostrar húmeda. Cuando Juan tomó a la hembra por la cadera, ella levantó su cola y su rabo, demostrando que estaba receptiva. Fue entonces que mi amigo se arrodilló detrás de ella y puso toda la vulva dentro de su boca, comenzando a lamer y a succionar.
En un momento cambió de posición, se puso delante de la perra y acercó su verga al hocico. Como la pija de Juan ya soltaba muchísimo líquido pre seminal, la hembra comenzó a olerla y lamerla con entusiasmo, mientras mi amigo gemía de placer. Luego de esta actividad, volvió dentrás de la hembra para chuparle la vulva, esta vez con más intensidad y desesperación. Con sus dedos abría los labios del órgano femenino e introducía su lengua, salivando el conducto. La perra cada vez soltaba más líquido de su concha, y Juan se lo tomaba con sus lamidas y chupadas.
En un punto, mi amigo tomó un recipiente con gel íntimo, y con sus dedos fue colocándolo dentro de la concha de la perra, introduciendo primero un dedo, luego dos, luego tres, llevándolos hasta lo más profundo del conducto y haciendo movimientos circulares como revolviendo. Ví que la perra empujaba hacia atrás, para facilitar la entrada de los dedos, como gustándole.
Así las cosas, cuando la vulva se observaba bien abierta y suficientemente lubricada, Juan cubrió su verga (roja e hinchadísima) con el gel íntimo, apoyó su glande en la abertura de la concha, y con rápidos movimientos circulares fue abriendo los labios de la vulva y metiendo la cabeza de su pija, empujando lentamente pero sin parar, hasta que se observó un tercio del miembro adentro.
Allí fue que Juan tomó a la hembra con sus manos de la cadera, y haciendo movimientos de bombeo clavó su pija bien hasta el fondo de la concha, que se veía estirada y tirante con tremendo miembro dentro de ella. Me arrodillé al costado para observar bien la penetración. Mi amigo levantaba de la cadera a la hembra para bombearla con más facilidad, mientras gemía y se le marcaban los músculos. La perra se mostraba complacida, acostumbrada como estaba a que ése, su macho, la sirviera.
Mientras bombeaba, Juan gemía y me decía que la perra había apretado el esfínter interno de su concha para retenerle la pija, que eso lo ponía loco de placer. Así le dió y le dió unos quince minutos, hasta que lazó un gemido fuerte al eyacular dentro de la hembra.
Después de haberla servido, se quedó clavado esperando que el animal cediera el apretón del esfínter interno y él pudiera retirar su pija sin violencia. Cuando la sacó, la verga estaba roja, brillaba mojada por el semen y los jugos de la hembra.
Juan hizo que la perra lamiera su verga para limpiarla, y la dejó descansar mientras él se higienizaba en el cuarto de baño.
Luego, le pregunté si yo podría gozar a la perra como le había dicho –con preservativo-, pero Juan -muy terminante- me dijo que lo disculpara, pero que no, que era su hembra y solamente él era su macho, que no le agradaría verla penetrada por otro. Comprendí y acepté la decisión, y todo quedó bien y en amistad. Muy bueno había sido permitiéndome contemplar esa escena sexual tan intensa.
Como se comprenderá, me retiré muy excitado pero no contrariado: en mi casa estaba mi bóxer, quien con su cuerpo musculoso me daría el placer y el desahogo que necesitaba.
Que buena historia che
Aca de bs as amante de la zoo