Un pequeño chihuahua, una gran verga
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por pelosenlaspiernas.
Llevaba varias semanas sin hacer el amor con mi esposa, por lo que últimamente andaba muy caliente.
Los domingos, cuando me quedo sólo, suelo andar por la casa en bóxers y playera, o incluso sólo en bóxers, como esa tarde.
Ya había logrado avanzar gran parte de mis pendientes del trabajo y durante el transcurso del día tuve varias erecciones, así que sentí ganas de jalármela.
Fui hasta el sofá de la sala para buscar el canal de porno.
Del otro extremo, el perro chihuahua de mi esposa dormía.
Me senté tratando de no hacer ruido ni mover el sofá para no despertarlo.
Tan caliente estaba que la sola idea de pensar en masturbarme me puso la verga muy dura.
Comencé a sobármela primero muy despacio sobre la tela del bóxer mientras buscaba la película.
Noté que el precum comenzaba a mojar la tela de mi ropa interior así que me la saqué de inmediato mientras la estrujaba entre mis manos, muy fuerte a ratos, alternando la presión con un suave movimiento de mi pulgar sobre mi glande.
Dejé el televisor en el primer canal porno que encontré y con la verga más hinchada a todo lo que daba, me despojé por completo de mis calzoncillos y comencé a jalármela mientras cerraba los ojos sin pensar en nadie en específico, sólo excitado por los gemidos de la pantalla.
Cuál fue mi sorpresa cuando de repente sentí una textura caliente y húmeda lamiendo la cabeza de mi palo.
Uff! Qué sensación! Se repitió una y otra vez, abrí los ojos y era el chihuahua que ya había despertado e imagino que atraído por el olor de mi chorizo, se lanzó sobre él.
Mi primer pensamiento fue apartarlo de inmediato, pero el placer que me proporcionaba su lengua era tan irresistible que no me pude resistir.
El animal comenzó a lamer el surco entre el glande y el tronco, subía de nuevo por toda la cabeza hasta mi uretra, hipnotizado por el sabor de mi precum, mientras yo me retorcía de placer.
Lo coloqué sobre mi abdomen y el perrillo parecía más entusiasmado conforme más se congestionaba mi verga.
La sostuve de la base con una mano para que él pudiera lamerla con firmeza.
¡Qué sensación! Cada vez que deslizaba su lengua era como si un toque eléctrico me recorriera de pies a cabeza.
Comencé a menear suavemente mi miembro, subiendo y bajando lentamente, apretando, deshaciéndome de placer, gimiendo como un animal, tendido en el sofá a merced del pequeño can.
De pronto mis gemidos se convirtieron en gruñidos, perdí la noción del tiempo pero el perro no parecía cansarse, comenzó a lamer mis huevos y mi periné, lamía como si de ello dependiera su vida, parecía fascinado por el sabor de mi trozo y sus líquidos.
Entretenido en mi tronco, de pronto el precum goteó hasta la base y el perro se esmeró aún más en procurarme placer.
Yo sentía que mi verga iba a explotar, la sentía más caliente que nunca, más grande, más dura y más sensible.
Abrí los ojos que había mantenido cerrados y vi la cabeza roja, el perro lamiendo con avidez, me dio la impresión de que jamás podría despegarse de mi tronco.
Me gustó ver la manera en que lamía con desesperación.
De pronto comencé a sentir una contracción de mis músculos pélvicos, sabía que el orgasmo estaba cerca, la cabeza se hinchó más, ya estaba de un color violáceo, palpitaba en mis manos; yo me estiraba, me retorcía, apretaba la cabeza, el tronco, a veces cruzándome con la húmeda lengua del perro, que presuroso lamía mis dedos impregnados del olor del chorizo.
También me gustó la sensación de su lengua sobre mis dedos, comencé a frotar rápidamente mis manos contra mi verga, el perro no se detenía, yo comencé a gritar, a contorsionarme de placer, hasta que poderosos chorros de semen brotaron de mi verga, esparciéndose sobre mi abdomen, sobre mi mano, sobre la cara del perro, un poco más sobre la alfombra y sobre el sofá.
El chihuahua, que por un momento pareció asustado en parte por mi expresión y gritos de éxtasis y en parte por la potencia de mi eyaculación, se aturdió unos segundos, pausando su actividad, mientras yo terminaba de gemir como un loco.
Unos segundos después, comenzó a lamer el semen directamente de mi glande, que estaba extra sensible pero no lo retiré, soporté que lo lamiera con aspereza, mientras yo gruñía y me sujetaba al sofá, limpió la cabeza en un dos por tres, y luego continuó con todo lo demás: el dorso de mi mano, mi abdomen, mis huevos por donde también había chorreado, cada lamida me procuraba una sensación indescriptiblemente agradable.
Lamió hasta dejarme seco, hasta casi irritarme la piel, era evidente que le encantó.
En cuanto me calmé y me vi liberado de las secreciones, lo aparté en seco y me fui a dar una ducha.
Era tarde, mi esposa e hijo no tardarían en llegar, así que me di prisa pues tenía que limpiar la alfombra cuanto antes.
Por suerte, el chihuahua ya había ayudado en gran parte al lamer el excedente tanto del sofá como de la alfombra, ahora sólo quedaba trabajar para quitar las manchas potenciales.
El perro, sin embargo, me observaba y se movía a mi alrededor como pidiendo más, y claro que se lo dí, no en ese momento sino otro día, y a partir de entonces he vuelto a experimentar esta faceta con los perros, lo cual les estaré contando por aquí próximamente.
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