VOYEUR ZOO
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por zoohot.
Para esa época, sucedió que mis tíos debían hacer un viaje por más de una semana y como no querían dejar su casa sola, me pidieron si podía instalarme allí para cuidarla. Acepté, la oferta me convenía ya que estaba estudiando para un examen importante en la universidad y tendría en casa de mis tíos un lugar tranquilo para dedicarme a mis estudios sin los movimientos y perturbaciones propias de mi hogar familiar, donde eramos varios integrantes. Ese no fue el único atractivo, mis tíos tenían un perro macho, mestizo, de gran tamaño, que era muy manso y amigable; ellos me pidieron que al tiempo de cuidar la casa atendiera también a su mascota. Mi inclinación zoo se puso en alerta, estando solo en la casa todos esos días podría intentar algún goce sexual con él.
Ya instalado en casa de mis tíos y solo, fui disfrutando de esos días de tranquilidad y estudio. Pero resultó que el perro, si bien muy apegado a mí, no me excitaba lo suficiente como para desear copularlo. Para los lectores que no hayan practicado zoo es necesario que aclare que –por lo menos en mi caso- el deseo se despierta si el animal me resulta atractivo, como sucede también entre personas. Para la práctica zoo siempre preferí sodomizar perro macho, pero es necesario que me guste el tipo físico del animal. Prefiero los perros corpulentos y musculosos, con un buen pendón sexual (es decir, bolas grandes y apreciable tamaño de verga), ya que tengo mucho placer en someter su machumbre y prevalecer yo como macho alfa dominante.
La mascota de mis tíos era un perro corpulento pero algo excedido de peso, demasiado manso y sumiso. No me excitaba lo suficiente y por lo tanto desistí de todo proyecto de ayuntarme con él. Pero el destino tuvo una variable insospechada.
En efecto, en la casa vecina a la de mis tíos vivía un matrimonio con un hijo adolescente, de unos 15 años. Era gente muy amiga de mis familiares. Los padres trabajaban, de manera que cuando el adolescente (que llamaré Tito) a la media tarde volvía de la escuela secundaria, permanecía solo en su casa hasta avanzada la tarde, cuando los padres regresaban de sus actividades. Desde que me instalé, varias veces conversé con ellos, notando que el joven Tito buscaba mi amistad. Como por su personalidad tomaba demasiada confianza, preferí no darle mucho espacio para que no invada mi tranquilidad. Incluso noté que el perro tenía mucha confianza con el joven, le jugaba alegremente. Sólo les comenté a ellos que mientras cuidaba la casa y la mascota, estudiaba y preparaba mi examen y que generalmente por la tarde iba a la universidad. Esto último lo dije para que el adolescente no viniera a llamar a mi puerta para distraerme, quebrando así mi tranquilidad y rutina. Tito era un joven delgado, de mediana estatura y bien parecido, de una personalidad muy confianzuda y atrevida.
La casa de mis tíos tenía, en sus fondos, un amplio jardín al que desde la casa de accedía por una galería o porche que en su frente cerraba la vista al jardín con una gran enredadera. A esa galería daban, por un lado la ventana de la ante cocina y comedor diario, por el otro la ventana de un dormitorio que yo ocupaba y donde estaba el escritorio en el cual estudiaba. Para que la luminosidad del día no me distraiga en mis estudios, prefería mantener la persiana de la ventana semi cerrada.
La pared medianera entre el jardín y la casa de mis vecinos no era muy alta, y nos separaba del jardín de esa otra propiedad. Una tarde, mientras estudiaba en el mencionado cuarto del fondo, sentí algunos ruidos y observé que Tito pasaba por sobre la pared medianera y bajó a nuestro jardín furtivamente. Nuestro perro fue a su encuentro y le hizo algunas fiestas, mientras el adolescente lo llevó silenciosamente hasta la galería, donde noté que le manoseaba las bolas y el ano al animal. Pero Tito no llegó a mayores ni permaneció mucho ante el temor de que yo estuviera en la casa, volvió a trepar la pared medianera y se retiró.
Mi experiencia zoo y la situación que ví me hizo sospechar que el adolescente intentaba algún goce sexual con el perro, que tal vez lo hacía cuando mis tíos se ausentaban de la casa. Se me ocurrió experimentar algo nuevo, no menos excitante que ayuntarme con el perro que –al fin y al cabo- no me atraía.
Conocedor de la hora en que Tito volvía de la escuela, busqué encontrarme con él en la calle. Nos saludamos, a sus preguntas le dije que había estado toda la mañana estudiando y que luego de almorzar me iría a la universidad. Le comenté que dejaría al perro atado en la galería para que al sentirse solo no haga destrozos en el jardín y le pedí al adolescente que, si podía, estuviera atento a la casa por si ocurría algo. Así, el lazo quedó preparado.
En efecto, al mediodía até al perro con una correa en la galería y corrí la cortina de la ventana del cuarto, entornando las persianas (pese a lo cual, desde adentro podía verse al exterior). Abrí y cerré fuertemente la puerta del frente de la casa como simulando que me había retirado a la calle, pero permanecí adentro, acechando detrás de la ventana del cuarto.
A media tarde sentí que Tito bajó a nuestro jardín y se dirigió sigilosamente a la galería Hacía calor, vestía solamente un pantalón corto y zapatillas, y estaba con el torso desnudo. Yo permanecí quieto y en silencio detrás de la cortina; él se acercó cuidadosamente a la ventana y observó como pudo. Al no ver nada ni sentir movimientos, creyó que me había ido.
Convencido que estaba solo en la casa, encendido por la lujuria, se dirigió al perro, lo acarició y juguó un poco con él. Pero no tardó en empezar a manosearle las bolas, el capullo de la verga y sobre todo el ano, mientras en voz muy baja le decía cosas calientes. Había traído lo que parecía un paño o toalla pequeña con la que tenía envuelto un frasco con lo creí era una sustancia lubricante (aceite, vaselina…). Desplegó esas cosas y las dejó preparadas en un costado.
Desde mi escondite sentí como Tito jadeaba lujurioso. En un solo movimiento se quitó su pantalón corto y quedó desnudo, luciendo las bolas bien desarrolladas para su edad y una enorme verga erecta y dura, rematada por el glande completamente descubierto y rojo. Al tiempo que manoseaba las partes del perro, por momentos sacaba pecho y marcaba sus incipientes músculos adolescentes, como demostrando su machumbre al animal.
Pronto sacó el lubricante que había traído, embadurnó sus dedos y comenzó a metérselos en el culo al perro, que se sometía con las orejas bajas. Así estuvo un breve tiempo, colocando un dedo, luego dos, luego tres, entrando y sacando, revolviendo en el ano. Hizo que el perro oliera y lamiera su verga erecta y sus bolas, retorciéndose de placer y diciendo cosas calientes. Enceguecido, Tito cubrió de lubricante su verga, se agachó detrás del perro, levantó su cola y comenzó a frotar la cabeza de su pija en el ano del animal. En un momento empujó y lo clavó, arrancando al perro un ligero grito y gemido. Con sus manos comó la cadera y el cuerpo del perro y completó la penetración con movimientos firmes y rápidos. Ya penetrado el animal, Tito empezó a mover frenéticamente su cadera, copulando fieramente al perro mientras gemía e insultaba: “Aaaagggh, mm, tomá putito, tomaá, comete esta pijaa”.
En mi escondite, mientras veía esa cópula ardiente y observaba como el machito adolescente apretaba sus nalgas al coger, como se le tensaban los músculos de su cuerpo por el placer, como pendulaban sus bolas con el movimiento del acto sexual, mientras veía el cuerpo del animal encorvarse y tensarse por la cojida, mi excitación llegó al máximo e hizo que me masturbara intensamente, disfrutando de esa contemplación.
Un poco después, Tito gimió fuertemente al eyacular dentro del recto del perro. Al retirar su verga, todavía hinchada y roja, vi que un hilo de semen unía la cabeza de su verga con el ano del perro, que se veía abierto como una flor. Yo también había eyaculado sobre mi vientre y mi pecho, por el disfrute de contemplar esa cópula salvaje.
Permanecí en silencio. Tito, convencido de que nadie lo veía y encendido por la lujuria, copuló al perro dos veces más. Luego volvió a vestir su pantalón y se retiró sigilosamente, trepando otra vez la pared medianera. El perro permaneció en su lugar, lamiéndose el ano.
Fue tan intenso el disfrute de este voyeur zoo que, con distintas excusas, lo provoqué los días subsiguientes dándole a Tito información de que por las tardes me iría a la universidad. El deseo enceguecía al adolescentes quien, una y otra tarde, volvía a montarse al perro y darme –sin saberlo- el infinito placer de la contemplación.
Mil ideas se me ocurrían en esos días: decirle al adolescente que lo vi y como condición para callar todo, que lo hagamos entre los dos, que juntos sometamos y sodomicemos al perro; incluso, en momentos de excitación así, hasta hubiera podido montar a Tito y copulármelo tanto a él como al animal. En otras circunstancias lo hubiera hecho, pero estando mis tíos de por medio no me animé a atravesar esos límites. Total, el placer voyeur, así como se estaba dando, era suficiente.
Una noche hice entrar al perro a la casa. Esa tarde había sido cogido por Tito. Le revisé el ano, lo tenía muy dilatado y húmedo. El animal no me atraía físicamente, pero haber contemplado las cogidas y saber que tenía el recto servido por el esperma de Tito me excitó mucho. Me desnudé, lubriqué el ano del perro con abundante vaselina líquida, me lubriqué mi verga y lo penetré. El animal se sometió pasivamente. Comprendí allí la lujuria de Tito: el recto del animal hacía contracciones fuertísimas y estaba muy caliente, era muy placentero ayuntarlo. Le dí duramente y eyaculé dentro de él, mezclando mis epermas con los de Tito. Lo seguí cogiendo toda la noche. Y al día siguiente, por la tarde, dejé que el adolescente vecino lo montara otra vez.
Nunca había pensado que el voyeurismo zoo podría suministrarme tanto placer. Nunca lo olvidé y quisiera volver a vivir similar experiencia, que la recomiendo.
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