A mi me sucedió así.
Junté mis piernas y me quedé dormida desnuda, sonrojada y mancillada por dentro y por fuera.
Soy una chica muy reposada y tranquila. Trato de llevar una vida ordenada, me gusta organizar todo, soy del signo de virgo, así que soy loca por la perfección. Dejé mi pequeño pueblo y me mudé a la capital; quería estudiar en algún instituto de renombre. Me gusta la publicidad y las artes gráficas, por lo tanto, busqué una institución donde estudiar lo que más me gusta. Para eso busqué un empleo a tiempo parcial en una cadena de renombrados supermercados.
No era un mal trabajo, pero ganaba apenas lo suficiente para el alquiler y la comida. Afortunadamente, papá me enviaba todos los meses una suma generosa que me permitía darme algunos lujos. Todo estaba bien, pero me sentía sola. A la única que conocía relativamente, era a mi casera. Ella era una mujer madura divorciada y me había alquilado un par de piezas en su patio trasero. No era un gran qué, pero era lo único que podía permitirme. Nuestros comienzos no fueron de los mejores, antes de acceder a arrendarme la habitación, me preguntó.
—No eres una de esas putas descaradas que me llenará la casa de hombres, ¿verdad? …
Parpadeé perpleja y me ruboricé, ¿cómo alguien puede ser tan grosero?, pensé, luego respondí.
—¡Uhm, no! … No, señora … Yo … ¡Ehm! … Yo nunca …
Me miró de arriba abajo, luego me giró entorno observándome, después refunfuñó.
—¡Ugh! … ¡Ehm! …
Pensé que debería haberme vestido de una forma diferente y no con mi top rosado que dejaba ver mi ombligo, pero con el sol león de este ardiente verano, pensé que era natural vestirse en forma más ligera. Nunca pensé que alguien me iba a confundir con una chica indecente y promiscua. Tampoco era culpa mía de tener unos senos prominentes y grandes. Continuaba a contemplarme dubitativamente; ella era el tipo de anciana que consideraba que una chica linda y Formosa era sinónimo de problemas; entonces se me ocurrió decir.
—Soy virgen … Y ni siquiera tengo un novio …
Me sonrojé aún más, porque algo así era solo privado y de mi propia incumbencia.
—¿Qué le sucedió a tu novio? …
Me preguntó ella frunciendo el ceño y mirándome a los ojos fríamente.
—Se enroló en la marina de guerra … En nuestro pueblo no hay fabricas ni muchas oportunidades …
Respondí sinceramente.
—Pero a mí me pareces una desvergonzada … No me sorprende que el pobre chico haya escapado de ti …
Noté que ella observaba mis grandes tetas firmes y duras, me recriminé mentalmente por no haber usado un sostén. Apesadumbrada hice como para girarme.
—¡Ehm! … Lo siento señora … Gracias por atenderme … Creo que me iré …
Improvisamente ella levantó una mano y dijo.
—Espera un momento, jovencita … Creo que tendremos un trato …
Me volvió el alma al cuerpo, tal vez ella se dio cuenta de que yo no era más que una provinciana recién llegada a la capital.
—¡Oh, gracias! … Señora …
—Rossi … Filomena Rossi …
Firmamos un sencillo contrato de alquiler y le di casi todo el dinero que traía a la Señora Rossi. Volví a casa y me traje todo lo que podía para instalarme en mi nuevo lugar de residencia. Estaba bastante nerviosa, pero aliviada de contar con un lugar propio. Me encontré a la señora Rossi a recibirme, me advirtió.
—Te estaré vigilando, jovencita … Ten cuidado con los chicos que rondan por aquí … Y será mejor que te cubras un poco …
Me dijo notando mi escotada blusa que hacía resaltar mis exuberantes pechos y mi minifalda que mostraba la mitad de mis muslos.
—Sí, señora …
Dije adoptando un aire serio y recatado.
No quiero fingir una falsa modestia porque estoy consciente de como estoy hecha, sé la impresión que causo en la mayoría de los hombres, pero aprendí a tratar con chicos e incluso con hombres adultos. Mi antiguo novio, ese que se fue a la marina, se esforzó mucho y a menudo quería meterse en mis bragas, pero lo mantuve a raya. Siempre que nos besábamos sus manos giraban por todo mi cuerpo hasta aferrar mis senos, pero ese era mí límite, no podíamos ir más allá. Mi libido no era un gran qué y no puedo presumir de ella, a diferencia de algunas chicas del colegio. No me interesaba ir más allá de los besos y caricias. Aun cuando mi novio casi me convence antes de irse a la marina.
Esa tarde me pasó a buscar en el coche del papá. Nos cambiamos al asiento trasero donde terminé haciéndole una paja. Esa fue la primera vez que veía una erección y tocaba una polla. No sé si hice bien o hice mal, pero él no se había lamentado. No dimos muchos besos y le dejé jugar con mis tetas a través de mi suéter. Cuando se corrió me sorprendió, porque no sabía que esperar y me pareció algo repugnante toda esa cosa pegajosa y densa que me embadurnó la mano; rápidamente me limpié la mano para alejar de mi esa cosa asquerosa.
Eso es lo que venía pensando un día viernes mientras regresaba a casa. Repentinamente me detuve cuando una oscura figura sombría cruzó de la acera de enfrente. Me di cuenta de que era un perro, un perro negro bastante grande, no pude distinguir su raza, más parecía un mestizo. Nunca había tenido un perro, pero conocía a muchas personas que si los tenían. No les tenía miedo, al menos no a los bonitos y este parecía agradable. Él me ignoraba en gran medida. Se cruzó frente a mí olfateando algo en el suelo, luego se detuvo frente a un peumo y levantó su extremidad trasera para dejar su marca territorial, igual como lo hacen todos los perros.
Me detuve un momento para permitirle desocupar su vejiga y luego proseguí caminando. Había visto a varios perros por el barrio en las dos semanas que llevaba en casa de la señora Rossi, pero no recordaba haber visto a este particularmente. No es que debería haberlo notado, era solo un perro más. Mientras no fuera agresivo, me sentí contenta y acompañada por este canino desconocido.
—¡Buen perrito! …
Dije, sintiéndome improvisamente nerviosa cuando se acercó más a mí.
—Buen chico … ¡Ugh! … Vete a casa … Ya vete …
Él levantó su cabeza y me siguió detrás al sonido de mis tacos. Estaba vestida con mi uniforme de trabajo, una modesta falda verde larga sobre la rodilla, un chaquetilla a juego y una blusa blanca. Todo sumado me veía bastante bien. Completaba mi atuendo un par de pantimedias trasparentes y debajo no llevaba nada más. Como era a principios del otoño, la noche estaba despejada y fresca.
Me detuve de nuevo porque me pareció recordar que no se debía huir de un perro. Lo vi en un documental, pero ahora no recuerdo si eran los perros o los osos o los pumas. De cualquier modo, decidí esperar paciente y tranquilamente. Me quedé quietecita y cuando se acercó lo suficiente, extendí mi mano izquierda lentamente, demostrándole de no estar atemorizada. Él era un perro grande, sus hombros llegaban a mis caderas y si alzaba su cabeza de seguro sobrepasaba mi cintura. Sus cuartos traseros eran fuertes y musculosos, su pecho amplio y fortachón bajo su pelaje negro azabache y ojos lucientes.
—Lindo perrito …
Dije mientras acercaba su fría nariz hacia mis dedos, olfateándolos e incluso lamiendo mi mano con cautela. Tragué saliva impresionada al ver sus dientes blancos, con largos y afilados colmillos. Su lengua áspera y húmeda se deslizó entre mis dedos.
Sentí un golpe adrenalínico y una inyección de genuino miedo cuando él presionó su nariz contra mi pierna izquierda, justo debajo de la rodilla. Me olfateó ahí, luego levantó su cabeza y arrastró mi falda hacia arriba por mi muslo.
—¡Detente! …
Dije, pero no con la fuerza suficiente. Me aclaré la garganta sintiendo como su hocico pasaba por debajo de mi falda, levantándola ligeramente, mientras el animal continuaba a oler y explorar mi pierna.
—¡No! …
Dije dando un paso atrás y luego otro.
—¡Vete a casa! …
Me ignoró completamente, pero lentamente me rodeó y olfateó la parte trasera de mis muslos, debajo de mi falda, con su hocico casi alcanzando mi trasero. Lo golpeé nerviosamente y comencé a alejarme de él sintiéndome observaba. Noté que el miraba a su alrededor, pero no había nada que llamara su atención, entonces procedió a seguirme a una decena de metros detrás.
Llegué a mi departamento bastante nerviosa. Un perro grande y desconocido me seguía y yo no sabía por qué. Nunca había tenido una mascota, excepto mi gata Milly que se había quedado en casa. Esta era una experiencia nueva, ser seguida por un perro. Estaba entre asustada y nerviosa, pero ver un perro abandonado tocaba una fibra sensible en mí. Quiero decir, existe una afinidad ancestral y natural entre humanos y perros. Sospeché que se sentía solo, probablemente también tenía hambre y tal vez también estaba perdido. Un perro grande como ese debe pertenecer a alguien, incluso si no tiene un collar que lo acredite. Parecía bastante limpio y saludable, no olía mal. No puedo decir que se había comportado en modo agresivo, pero tal vez un poco demasiado amigable.
Entonces hice lo que cualquier ser humano haría. Subí las escaleras hacia mi apartamento, abrí la puerta, miré al pie de las escaleras y lo vi sentado sobre la vereda pavimentada mirándome pacientemente. Puedo jurar que movió la cola cuando nuestras miradas se cruzaron, tuve que sonreír ante eso. Era imposible que él me devolviera la sonrisa, pero volvió a menear su cola. Quizás fue mi propia soledad viviendo en una nueva y extraña ciudad, lo que me hizo decir.
—Está bien … Ven … ¿Quieres comer algo? …
Parecía que eso era todo lo que él esperaba y subió cautelosamente los peldaños de las escaleras lentamente, moviendo su cabeza de lado a lado, como así también su cola. Me pareció que estaba bastante en forma, bien entrenado y educado. ¿Tendrán modales los perros? Me pregunté; al parecer él sí los tenía. Subió las escaleras sin hacer ruido ni ladrar. Me preocupé por eso porque no sabía si mi contrato de arrendamiento me permitía tener una mascota. Pero iba a tratarse solo por una noche de abrigo, por la mañana intentaré de encontrar a su dueño y devolverlo a donde pertenecía.
—Debes comportarte y ser un buen perro, ¿Ok? …
Le dije y cerré la puerta, una vez que entró a mi espacio privado, olió el aire y giró un poco alrededor. Mi espacio era reducido. Después de la puerta de ingreso estaba la sala de estar que era también mi comedor y dormitorio, todo en un solo ambiente. El apartamento venía amueblado con muebles viejos, pero prácticos y cómodos. Mi cama era un sofá cama, solo que me molestaba sacar la cama todos los días para luego volver a colocarla en su lugar, así que la mayor parte del tiempo dormía en el sofá y no sacaba la cama que había dentro. Tenía un par de mesitas con lámparas, una de ellas la usaba como mesa de café y comedor, mientras la otra era mi escritorio y toda mi tarea estaba sobre ella. Adosado al muro había un pequeño televisor con soporte y una estantería con libros de bolsillo y viejas revistas de más de veinte años.
Sorprendentemente, había un pequeño y completo baño con una bañera de verdad que me alegró mucho tenerla, ya que siempre me ha gustado más bañarme que ducharme. La cocina estaba equipada de una estufa de dos quemadores y un pequeño refrigerador. Yo había agregado un pequeño horno microondas regalo de mi familia.
—No tienes collar, ¿eh? … Pero probablemente tienes hambre, ¿no? …
Dije al perro mientras me quitaba mis zapatos.
—Bien … Veamos que tenemos para cenar …
Creo que esta fue una pregunta retórica, total los perros siempre tienen hambre, ¿verdad? Yo también tenía un poco de hambre y en el refrigerador no había mucha comida, pero en el congelador tenía unas empanadas de queso-camarón. Pensé que esas podían gustarle. Son buenas y baratas, encendí el horno para precalentarlas y eso tomaría algunos minutos.
—¡Hey! … ¡Hey! … ¡Hey! …
Dije cuando me hizo dar un respingo empujando su fría nariz en la parte posterior de mis piernas. Me lamió la pierna por sobre las medias y me sorprendió con un suave gruñido. Me di la vuelta para mirarlo. Realmente era grande y su presencia hacía parecer el espacio mucho más pequeño de lo que era. Mi corazón dio un vuelco y se aceleró, respiré afanosamente sintiendo la nariz del perro que se deslizaba por mis muslos hacia arriba, por debajo de mi falda.
—¡Detente! … ¡Aprende a comportarte! … Debes ser un buen perrito, ¿recuerdas? …
Le dije regañándolo y empujando su grueso y fornido cuello con mi mano. No hizo ningún intento de morderme, me dejó empujarlo y alejarlo de mis piernas, pero me sorprendió porque me miró de una extraña manera, al tiempo que daba un lengüetazo a la zona de sus genitales y se quedó allí mientras yo me preguntaba que iba a hacer con este enorme perro que era tan o más grande que yo. De seguro pesaba más de los cincuenta y dos kilos que pesaba yo y, si se paraba en dos patas, fácilmente me superaba en altura.
Me sentí un poco intimidada y en desventaja delante al poderío y prestancia del animal, muy musculoso y atlético. Podía apreciar su musculatura debajo de su pelaje corto, negro y brillante. Imaginé que este era un perro de caza acostumbrado a correr y retozar por los campos, no parecía una mascota de sala de estar. Todo su cuerpo irradiaba una energía absoluta y dominante, seguro de su potencia. Él no me tenía miedo, tuve la impresión de que me observaba como si estuviera tratando de averiguar que hacer conmigo.
Descarté inmediatamente mis pensamientos y raudamente pasé por su lado para salir de la cocina. Necesitaba ponerme más cómoda y cambiarme ropa. Mi sujetador me apretaba y me dolían los pies, también necesitaba bañarme, así que me dirigí hacia el baño para relajarme en la bañera; luego podríamos comer y ver un poco de televisión antes de irnos a dormir.
—¿Cuál será tu nombre, chico? …
Dije en voz alta mirando al perro que se había echado sobre la alfombra y me miraba mientras de quitaba mi chaquetilla.
—Tengo que llamarte de algún modo, ¿no? …
Él simplemente me miraba y movía su cola golpeando el suelo. Parecía que le gustaba que yo le hablara y le prestara atención.
—Eres negro … Creo que “Blacky” podría ser un nombre apropiado, ¿te parece? …
Pareció no importarle mi monologo, así que coloqué mi chaqueta sobre el sofá y comencé a desabrocharme la blusa.
—Creo que no te importa, ¿eh? … Mañana te llevaremos a casa …
El día siguiente era sábado. Los fines de semana no tengo escuela ni trabajo, así que pensé que eso era lo más práctico que hacer y averiguar quien era el propietario del perro. Mientras me quitaba la blusa le dije.
—Y no me mires de ese modo …
Por alguna extraña razón me sentía cohibida ante la mirada atenta que él me daba mientras estaba parada allí solo con mi sujetador y mi falda. Claro que también tenía mis pantimedias y no llevaba ropa interior, pero de la cintura para arriba, solo me cubría mi fino y delgado sostén blanco, solo que el perro me miraba con ojos curiosos y expectantes. Ojos inteligentes; sin razón alguna los comparé a los ojos de los hombres que me miraban mientras yo andaba por la calle. Ese tipo de atención me incomodaba, me disgustaba. Era una mirada lasciva que me hacía sentir mal y vulnerable.
Intenté reírme de ello. Él era solo un animal y tal vez quería solo algo de comer y un rasqueteo entre sus orejas y un lugar cálido donde dormir. Él era solo un perro y me sentí tonta al tratarlo de antropomorfizar y compararlo con los hombres. Metí mis manos en mi espalda y desabroché mi sujetador, los tirantes se deslizaron por mis hombros y mis senos quedaron cubiertos solo por las copas del sostén. Me fijé que el perro movió la cola y se dio un largo lengüetazo a sus afilados dientes. Había una especie de curiosidad en su rostro y me di cuenta de que ya no miraba mis ojos, sino que miraba a la altura de mis pechos parcialmente expuestos. Con mi complexión física pequeña parecen aún más grandes de lo que realmente son. Mis senos son protuberantes, firmes y duros, con pequeñas areolas rosadas y oscuros pezones que a veces me cuesta mucho disimular con mis ajustados tops. La mirada del perro era similar a la que me daban algunos compañeros en la escuela y en el trabajo. Creo que me estoy poniendo un tanto paranoica, un perro es un perro y no puede estar regocijándose, mirando mis tetas.
Quizás fue solo el movimiento de mi sujetador que le llamó la atención, pero aún así su mirada me causó una extraña sensación. Sin pensarlo le di la espalda, ningún hombre hasta ahora ha visto mis pechos desnudos. Pero él no es un hombre, es un perro, me volví a repetir. De todos modos, su mirada me causo una cierta intranquilidad y me fui al baño para terminar de desvestirme allí.
Probablemente es mi estado de ánimo, me debe llegar la regla en estos días y me siento un poco sensible. No tengo ninguna razón para sentirme intimidada o avergonzada. El perro me estaba mirando, ¿y qué? Me sentí un poco estúpida, ¿era una especie de fobia? ¿Odio a los hombres? ¿Ese odio se extiende a los perros machos? ¡Qué cosa más ridícula!, pensé. Por supuesto que no temo a los hombres, claro que no he tenido ninguna experiencia mayor con ellos, excepto mi novio que acarició mis senos por sobre mi ropa antes de irse a la marina. Suspiré mientras me sacaba finalmente mi sujetador a solas en el baño.
“Eres la chica más linda de la escuela, no sé que pasa contigo”, había dicho mi madre. “¿Por qué no tienes un novio?”, me había preguntado mi padre; aún cuando yo sabía que él no quería que tuviera un novio. Cosas inexplicables que me había sucedido con mis queridos padres. Papá había estado feliz de que yo no tuviera ninguna cita, pero con el paso del tiempo, eso también comenzó a preocuparle. ¿Cómo una niña tan linda no tenía un novio? Me vi en la necesidad de hacerme de un novio para así dar termine a habladurías y comentarios malignos. Era un chico agradable y muy educado, siempre lo mantuve a raya. Él me había hablado de matrimonio, pero yo sacudí la cabeza negativamente. Sí, tal vez algún día iba a tener marido e hijos, pero no todavía. Ni siquiera sabía quien era yo. Tenía que descubrirlo, por eso había dejado mi casa y me había venido a la ciudad para hacerme una profesional y encontrar mi propio espacio y lugar. Todavía pensaba en que llegaría ese momento en que sería iluminada y encontraría el sendero para seguir con mi vida. Claro que eso no estaba resultando para nada fácil, pensé un poco frustrada mientras buscaba el broche de mi falda.
Qué tonta que soy, pensé. Bajé la cremallera de mi falda, me la quité y doblé cuidadosamente para volver a usarla el lunes. Tenía un solo uniforme y por el momento no podía permitirme de comprar otro.
—¡Guau! …
Escuché ladrar al perro por primera vez, miré por encima del hombro y pregunté.
—¿Qué te sucede? …
Lo miré de pie y vestida solo con mi pantimedias. Él simplemente movió su cola desde su lugar en el piso. Mis medias eran esas del tipo económico, para nada lujosas. La cinturilla era bastante ajustada y a veces me producía prurito, pero por lo demás eran bastante cómodas y lo suficientemente trasparentes para dejar ver mis bronceadas piernas. Me encanta vestir pantaloncitos cortos durante el verano y el bronceado de mis piernas alcanza justo adonde comienza mi trasero. También mi pecho, mi espalda y mis hombros están bronceados, excepto la piel que cubre el sujetador de mi bikini.
Las medias tenían un acolchado de algodón en la parte frontal y no era necesario usar bragas con ellas, por lo que mi trasero estaba completamente expuesto a través del fino nailon traslucido, con solo una larga y oscura costura que corría a lo largo del centro de mi trasero, subiendo por el surco de mis glúteos hasta mi cintura. Entonces me sentí un poco incomoda mostrándole mi trasero al perro de esa manera impúdica y licenciosa. Su boca estaba abierta y la mitad de su lengua flotaba sobre sus dientes blancos y feroces mientras me miraba con sumo interés.
—¡Guau! …
Confundida lo escuché ladrar. No sabía que significaba ese ladrido. ¿Acaso le gusta lo que ve? Me sonreí ante esa idea maniática, pero fue ese pensamiento que cruzó por mi mente, no sé por qué. Me pareció muy extraño y en realidad no sabía que pensar de ello. A un perro no le podría importar mi trasero, tampoco mis pechos ni nada de mi cuerpo. Estaba segura de que solo quería un poco de atención y estaba esperando desde hace un buen rato que le diera algo de comer. Sin pensarlo me di la vuelta y lo ignoré. Él solo quiere comer y estaba impaciente esperando su comida, eso debe ser todo.
—¡Vamos a la cocina! … Veamos a que punto están las empanadas …
Dije pasando por su lado mientras metía mi pulgar en la cinturilla de mis pantimedias para acomodarlas y rascarme un poco, porque ese dobladillo me picaba como inevitablemente pican esas cosas estrechas. Pero por ningún motivo me iba a desnudar delante del perro. Puede sonar tonto, pero para mí estaba bien así.
El horno ya se había apagado, él venía detrás de mí. Era fácil y cómodo usar el microondas, me incliné un poco para sacar la bandeja del interior, cuando de repente sentí algo que golpeaba mi trasero fuertemente.
—¡Oye! … ¡Hey! … ¡Para ya! …
Volví a meter la bandeja en el horno rápidamente antes de darme vuelta para enfrentarlo.
—¡Detente! … ¡No seas estúpido! …
El perro había presionado su nariz entre mis nalgas, contra el forro algodonado que cubría mi sexo. Me di la vuelta y él volvió a meter su hocico entre mis muslos, olfateando mi entrepierna.
—¡Perro malo! … ¡Odioso! … No hagas eso …
Lo regañé tratando de eludirlo y empujar su enorme cabeza y su grueso cuello.
Rápidamente salí de la cocina en dirección del baño, él me seguía de cerca. Volvió a tratar de olfatear mi trasero y le di un palmetazo no muy fuerte, pero lo detuve por un instante. Entré al baño y cerré la puerta casi aplastando su hocico. Respiré profundamente. No estaba asustada, eso creo, pero si muy molesta. Nuevamente pensé que él tenía hambre y yo que había sudado después de un largo día de escuela y de trabajo, probablemente estaba despidiendo un olor que a él le interesaba. No pensé que estaba oliendo mal, pero ellos tienen narices super sensibles y seguramente podía oler la sal y el sudor de mi piel, eso de seguro le llamaba la atención.
—¡Arf! … ¡Woof! …
Me percate que ladraba en un modo diferente al anterior.
—¡Arf! … ¡Arf! … ¡Woof! …
Sus garras arañaron la puerta y esto me hizo preocupar.
—¡Sssshhhh! … ¡Detente! … ¡Cállate! …
Le dije a través de la puerta cerrada.
—¡Arf! … ¡Arf! … ¡Arf! …
Respondió, pensé que no iba a detenerse y continuaba a arañar la puerta insistentemente.
—¡Genial! … Me echarán y me tocará pagar una puerta nueva …
Sus ladridos parecían más fuertes y esto podía despertar a la señora Rossi. Imaginé que no iba a estar feliz si descubriera que tenía un perro enorme en mi departamento y que le había dejado destruir una puerta. No podía permitirme de comprar una nueva. Tuve que resignarme y dejarlo entrar, tan pronto como entró dejo de ladrar.
—¿Qué quieres perro estúpido? … Ve a acostarte y espera tu comida … Quiero tomar un baño …
En vez de obedecer, el perro volvió a olfatear mi entrepierna. Empujó su hocico contra el acolchado de mis pantimedias con tanta fuerza que me hizo retroceder. Intenté desviarlo con mis muslos y manos.
—¡Gggrrrrr! …
Su gruñido me paralizó. Parpadeé estupefacta.
—¡Ya basta! … ¡Fuera! … ¡Vete! …
Dije preocupada de que él me mordiera, cosa que me daba miedo.
—¡Oh, no! … ¡No hagas eso! …
Dije aterrorizada cuando él me mordió, pero no me mordió a mí directamente, sino que mordió mis pantimedias, igual pude sentir la fuerza de sus dientes afilados. Se me apretó el estómago al sentirlo gruñir y con mordidas extremadamente suaves, enganchó el nailon de mis pantis y las rajó. Supuse que no quería causarme daño, pero por alguna razón mis pantis no le gustaban. Volvió a morder mis pantis, me sacó fuera del baño y me arrastró a la sala de estar. Yo trataba de mantenerme en equilibrio jalando hacia atrás, diciéndole una y otra vez.
—¡Para! … ¡No! … ¡Detente! …
Mi voz sonaba enérgica y temblorosa a la vez, pero él no me hizo caso y seguía tirándome. El nailon desgarrado era lo suficientemente fuerte y no se cortó. Él me arrastró por mis caderas hasta la sala de estar.
Decir que estaba desesperada y nerviosa era quedarse corto. Mí corazón parecía querer escapar de mi pecho y apenas podía respirar. Tuve la idea de luchar contra él de alguna manera, pero incluso si hubiera sido lo bastante valiente para hacerlo, él tenía todas las de ganar. Una vez que estuvimos en la sala de estar, donde había un poco más de espacio que el que había en el baño. El perro le dio unos buenos tirones a mis pantimedias.
—¡Oh, Jesús! …
Exclamé mientras perdía el equilibrio por completo y caía pesadamente sobre mi trasero. Él siguió tirando del nailon hasta que lo sacó de mis caderas, deslizándolo hasta la mitad de mis muslos. En ese momento preciso comencé a patearlo, más por instinto que por valentía. Había tenido suerte de no golpear mi cabeza con algo. Ahora estaba boca arriba pateando inútilmente al aire y tratando de empujarme hacia atrás y hacia arriba con los brazos. El perro ni siquiera sintió mis protestas y mis golpes, sacudió violentamente su cabeza y destrozó completamente mis pantis. En cuestión de segundos el perro había expuesto mi coño por completo, con el nailon y el acolchado enredados en mis rodillas.
—¡No! … ¡Por Dios! … ¡Detente! …
Dije a alta voz, corriendo hacia atrás como un cangrejo aterrado, pero él no tenía ninguna intención de dejarme ir fácilmente.
El perro puso todo su peso entre mis piernas mientras intentaba cerrarlas. Su hocico se dirigió a mi monte de venus y logré juntar un poco mis muslos en un esfuerzo extremo por impedirle de llegar a mis partes más íntimas y privadas. Todo lo que podía imaginar eran sus afilados dientes devorando y destrozando mi coño.
—¡Gggrrrrrr! …
Gruñó mientras apretaba su enorme cabeza entre mis piernas y ese sonido salvaje me aterrorizó. Sentí sus duros dientes en mi piel suave, pero no me mordía en modo salvaje. Me mordía como para decirme de estar quieta y que me relajara, que me dejara ir, que me dejara hacerlo. Aterrorizada como estaba me resulto un poco difícil calmarme. Tenía miedo de sus dientes y poco a poco me calmé.
—¡Ummm! … Te ruego no me hagas daño …
Dije extendiendo mis muslos y quedando a merced de él. No sabía que esperar. No sabía si me iba a morder con sus afilados dientes, o simplemente iba a oler mi sexo crudo y desnudo para satisfacer su curiosidad. Cualquier cosa él quisiera hacerme, sabía que no podía detenerlo. Me sentí impotente e indefensa. Todo había sucedido tan rápido que me sentí realmente abrumada por los acontecimientos. Todo, desde abrir la puerta del baño para el perro hasta finalmente rendirme cuando abrí las piernas para él, no me parecía más que un recuerdo borroso. Tal vez fueron solo pocos segundos, quizás medio minuto que le tomó a él dominarme completamente.
No había ningún modo de razonar con él. No había apelación; no podía preguntar nada ni pedirle de tener compasión conmigo. No había misericordia que pudiera salvarme. Tampoco él podía explicarme que es lo que quería y porque lo hacía. Todo era una fuerza de la naturaleza, puro instinto animal, algo físico y hasta mis emociones eran un poco salvajes. El miedo estaba en mi sangre y mi mente. Mi cuerpo temblaba y me afané por absorber el máximo de aire con cada respiración que agitaba mis pechos desnudos. Mis fosas nasales estaban dilatadas, podía oler el olor almizclado del perro. Era un aroma que no había sentido antes, pero que ahora parecía llenar mi nariz y mi boca. Saqué mi lengua en un intento por saborear el aire y remojar mis labios, entonces vi la lengua del perro deslizarse en sus fauces dentadas.
—¡Uhhhh! … ¡Ahhhh! …
Temblé cuando su lengua se estrelló contra mi diminuto sexo cerrado. Lamiéndome desde mi culo hasta mi clítoris en la cima de mi rajita virgen. Instintivamente traté de alejarme.
—¡Gggrrrrr! … ¡Arf! …
Gruñó y ladró, ligeramente diferente a antes. Este ladrido también tenía un significado diferente y me quedé paralizada, pestañeando incontrolablemente ante la mirada fija del animal.
—¡Oh, bueno! … Está bien …
Susurré, entendiendo que acababa de advertirme que no me moviera. Un sonido dulce, pero a la vez perentorio como una orden de obediencia. Después de unos segundos bajé la mirada en modo sumiso. Tenía miedo de mirar sus ojos inteligentes y controladores. No quería desafiar su autoridad sobre mí. Es un instinto natural de sobrevivencia, todos nos rendimos en algún determinado momento. No podía luchar contra él, así que me entregué y controlé mi instinto de huir, tarde o temprano esto iba a terminar. No tenía armas ni habilidades para irme en contra de él; me haría daño si lo intentaba.
Me quedé allí acostada, controlando mi miedo, esperando que el fuera amable conmigo. Exploraría mi cuerpo o lo que sea que quisiera hacerme y luego me dejaría en paz, una vez que hubiera satisfecho su curiosidad. ¿Qué otra cosa podría querer de mí? Yo era una humana, una chica y él era un animal. No había nada que el pudiera desear de mí, excepto comida y refugio, y estaba más que dispuesta a dárselos. Tenía unas empanadas en el horno y lo había invitado a mí apartamento. Ojalá el comprendiera eso. Ojalá pudiera explicarme por qué quería explorar mi cuerpo desnudo.
—¡Ohhhh! … ¡Uhhhmmm! …
Gemí y cerré los ojos cuando su lengua volvió a pasar entre los labios de mi sexo.
Por alguna ignota razón parecía disfrutarlo. No tenía ningún otro pensamiento plausible que mi mente confundida pudiera explicar. A él le gustaba lamerme, yo no sabía por qué. Mi coño estaba seco. Solo la sudoración de mi piel podía atraerlo y ahora él eliminaba toda traza de ese perfume con su lengua rasposa y larga. De todos modos, él me lamió el coño repetidas veces. Podía sentirlo separar mis labios regordetes e hinchados, empujando su gruesa lengua en mi grieta y pasando a lamer la parte superior de mi hendedura, rozando suavemente mi clítoris.
¿Qué demonios me estaba haciendo? Intenté ignorar mis emociones, esa sensación de su lengua moviéndose sobre mi delicada piel. Era una experiencia totalmente nueva para mí, nunca había dejado a nadie que me tocara mis partes privadas. Ni siquiera yo misma, excepto para lavarme. Sí, sabía que se sentía agradable, pero no tenía ningún deseo de averiguar más sobre ello. Pero esto era diferente, no dependía de mí, era el perro que me tocaba y a pesar de mi miedo, encontré que algo se calentaba en el interior de mis entrañas.
—¡Huuuuuuy! …
Gemí suavemente mientras mi coño parecía cobrar una vida nueva, despertándose lenta e inexorablemente a la estimulación interminable que me procuraba el animal.
Parecía incansable, paciente y totalmente ajeno a mis sensaciones. Me pareció que él lamía mi sexo a un ritmo controlado y mesurado, fruto de una intención calculada y deliberada. Su lengua se deslizó fácilmente entre mi labia mientras su saliva cubría mi tierna carne rosada. Los labios de mi coño estaban hinchados y de un rojizo oscuro. Miré atentamente como si viera mi sexo por primera vez. Mis labios brillantes parecían querer aferrarse a la lengua del perro mientras su lengua tocaba mi himen intacto.
Mi vientre estaba hundido y mi barriga apretada, pero por una razón totalmente diferente. Me dolían los pechos, también de un modo diverso, como cuando me llegó mi primer periodo. Me di cuenta de que mis pezones se habían vuelto extremadamente duros y me ardían como con un fuego frío. Temblé y abrí un poco más mis piernas sin que él me forzara. Mi clítoris también se había vuelto túrgido y asomaba en medio a mis pliegues. Cada toque que me daba la lengua del perro parecía una deliciosa tortura y sentía golpecitos eléctricos en mi piel y sacudidas en mi botoncito, haciéndolo palpitar de vida.
No sé que me estaba pasando, ¡Yo no quería esto! Me sentí confundida, casi mareada por la incredulidad. Mi cuerpo reaccionaba y me traicionaba. No podía ser posible que estuviera disfrutando lo que me hacía un animal. Eso no estaba bien. No era natural excitarse con un perro y temblar de un arrollador placer bajo sus sonoras lengüeteadas. De seguro que él podía oler mi excitación, su perfume se había vuelto lo suficientemente fuerte que hasta yo con mis pobres sentidos olfativos de humana podía olerlos, toda la habitación olía a sexo. Él me lamía sin ningún propósito, solo por el hecho de ser un perro imponente y mucho más fuerte que yo.
Pero ¿cuál podía ser mi excusa? Gemí y me encontré aplastando mis pechos con mis manos. No tenía elección. Desesperada apreté mis tetas y restregué mi duros pezones hinchados contra mis palmas. Me odié por eso, por sentir la rica sensación en mi cuerpo y disfrutar descaradamente con ello. ¡Este es un perro! Él estaba lamiendo mi sexo virgen, haciéndome sentir cachonda, tensa y casi desesperada en tantas maneras nuevas que nunca imaginé posibles. Era repugnante ser excitada por un animal sucio y desconocido. ¿Qué clase de mujer podría permitir algo así? ¿Por qué no estaba peleando con él? ¿Por qué no me alejaba de la bestia?
—¡Oh, Dios santísimo! … ¡Hmmmmm! …
Jadeé fuertemente arqueando mi espalda mientras mis muslos se abrían y se cerraban en continuación. No podía ser. Algo me estaba pasando que era más fuerte que yo. No comprendía que podía ser. Me sacudí sin control, gruñí más fuerte que el mismo perro. Mis caderas enloquecieron y empujé mi coño contra el hocico del perro, jadeando, chillando y sollozando.
—¡Ahhhhh! … ¡Ahhhhh! … ¡Ahhhhh! … ¡Umpf! … ¡Uhhhh! … ¡Hmmmm! … ¡Ahhhhh! …
Era el primer orgasmo de mi vida. Mi vientre explotó profundamente con una placer desconocido e insoportable. Me llegó repentinamente sin ningún aviso. O yo no super entender lo que me estaba pasando. No entendí las señales que me enviaba mi cuerpo inexperto. Mi orgasmo simplemente ocurrió, como si un rayo hubiera estado lanzando del cielo por el mismísimo Dios. Toqué el paraíso con mis manos. Mi trasero se había despegado de la alfombra. Mientras mis muslos apretaban la cabeza del perro y mis manos empujaban su hocico más adentro de mi panocha que disparaba fluidos en el pelaje hirsuto de él.
Las paredes de mi conchita parecían tener espasmos con enardecidas contracciones, agudas y rápidas. Nunca antes había sido consciente del gran vacío que había en mi coño, pero esa sensación de tener mi cavidad desierta como un barranco fue extraña para mí. Jamás había tenido nada dentro de mi vagina y todo al momento parecía querer estar llena. Necesitaba un complemento para llenar esa concavidad vacante en lo más profundo de mi vientre. Sentía la necesidad de tener algo largo y grueso dentro de mí, algo a lo que mi panocha hambrienta pudiera aferrarse mientras el placer de mi corrida todavía me consumía con temblores y convulsiones espasmódicas.
Me pellizqué los pezones con fuerzas, sin prestar atención al dolor porque todo se sentía maravilloso. Necesitaba aplastarlos, torcerlos y tirar de ellos para contrarrestar las olas de placer que me abrumaban. Parecía como si mi cuerpo ardiera en llamas por todos lados. Mi piel estaba caliente y sudada. No tenía ningún modo de saber cuanto duró mi orgasmo; tal vez segundos o minutos o quizás horas; ya todo me daba igual. Una breve eternidad apabullada en el éxtasis de mi orgasmo depravado.
—¡Ooohhhh! … ¡Ahhhh! … ¡Ja-ja-ja! … ¡Umpf! … ¡Ja-ja-ja! … ¡Umpf! … ¡Umpf! …
Parpadeé antes las lagrimas en mis ojos, luego me reí estúpidamente. Estaba mareada, borracha de placer. Extendí mis piernas y relajé mis muslos para dejar ir al perro. Él había estado gruñendo suavemente durante todo mi orgasmo salvaje. No me hizo nada más; de alguna manera entendió que me estaba corriendo y me dejó libre de hacerlo. Él me miraba mientras yo yacía jadeando sobre la alfombra, le acaricie su mofletudo hocico mojado con mis fluidos. No pude mantener mi vista en su mirada; a medida que mi orgasmo disminuía, sentí algo como una especie de culpa.
Acababa de tener un orgasmo estupendo, pero con un animal. Un perro había hecho que me corriera. Eso no era sexo real, debe haber algún nombre para este tipo de sexo. Por ahora yo no lo sabía. Esto me hizo sonrojar. Aunque sí estábamos solos él y yo en mi apartamento, me sentí humillada, mancillada y avergonzada. ¡Un perro me lamió el coño e hizo que me corriera! ¡Esto no estaba para nada bien! ¡Nadie podría saberlo jamás! Fue una decisión importante y repentina. Nunca hablaría de ello con nadie. Ni siquiera iba a pensar en ello. Tenía que olvidar lo que había sucedido y, … bueno, ahora necesitaba urgentemente un baño.
Debía borrar de mi piel la saliva del perro. Su boca había estado sobre mi sexo. ¡Oh, Dios! De repente me sentí una mujerzuela sucia. El peor tipo de suciedad estaba en mi piel, quizás si algún día podré sacar de mi cuerpo esa suciedad inmoral. Esto estuvo mal y sentí que iba a vomitar, me sacudió una ola de nauseas y sentí la amarga bilis en mi garganta. Tosí y me di la vuelta poniéndome de rodillas con el deseo de vomitar sobre la alfombra, necesitaba ir al baño. Tenía que limpiarme en algún modo. No podía creer que realmente me había corrido y que todas esas agradables sensaciones y buenos sentimientos hubieran desaparecido de un solo golpe, como si solo los hubiera soñado. Me sentí disgustada conmigo misma y recé para que nadie viera mi descarado rostro y que de alguna manera adivinara que yo había tenido relaciones con un perro que me había hecho acabar.
—¡Urgh! … ¡Ay! … ¡Argh! … ¡Uhm! … ¡Qué demonios! …
Jadeé y gemí protestando a alta voz mientras el endemoniado perro me saltaba encima y me montaba. Abrí mis rodillas para no perder el equilibrio, no sabía si iba a vomitar o no, pero ahora otra cosa ocupó mi mente. El perro se había levantado y envolvió sus poderosas zampas alrededor de mi cinturita. Algo caliente duro y mojado comenzó a estrellarse en mis glúteos y muslos y de tanto en tanto rozando mi panocha. En un segundo entendí lo que era. Desesperada traté de escapar. Gemí y comencé a gatear sobre la alfombra, torciendo mis caderas y levantando mis hombros para tratar de esquivarlo y botarlo de mi espalda. Su peso era demasiado para mi frágil cuerpo y él me aferraba con una fuerza titánica.
—¡Bájate, perro de mierda! … ¡Quítate de encima de mí! … ¡Oh, no! … ¡No! … ¡Nooo! …
Todo fue inútil. El perro pesaba más que yo y estando así de rodillas era incluso mucho más grande que yo. Sus garras delanteras eran fuertes, demasiado fuertes para mí. Me estrechó enérgicamente y me tiró hacia atrás mientras sus uñas desgarraban la piel de mis muslos, caderas y la parte baja de mi vientre. Su fornido pecho descansaba sobre mi espalda y su pelaje negro era suave y cálido. Su hocico presionaba sobre mi hombro muy cerquita de mi oreja. Podía oler su aliento y sentir su baba en mi mejilla.
Él gruño suavemente y yo sollocé inconsolablemente porque sabía lo que él pretendía hacerme. Luché, lo juro que luché, pero no podía hacer absolutamente nada, no tenía escapatoria posible. Era demasiado grande y me dominaba completamente. Al menos todavía podía gatear un poco, bueno no muy bien y no muy de prisa. Grité cuando su pene empujó separando los labios gorditos de mi coño resbaladizo y mojado en saliva. Al parecer él también lo sintió, porque me dio un tirón con sus poderosas zampas y lanzó sus cuartos traseros hacia adelante y hacia arriba. Su polla encontró mi himen y no fue ningún obstáculo, rompió mi delgada membrana que protegía mi canal virgen y metió su polla profundamente en mí. Un dolor lacerante, agudo y ardiente pareció incendiar mi vulva, pero fue nada más que un solo segundo. ¡De verdad! Confieso que quería que me hubiera dolido más, pero fue como pincharme un dedo con una aguja. Luego sentí la abrumadora sensación de mi coño llenándose por primera vez y estirándose para hacer espacio a su enorme polla.
—¡No! … ¡No! … ¡Oh, no! … ¡No! …
Lloré una y otra vez, repitiéndolo como un mantra mientras el perro me violaba con golpes certeros, potentes y rápidos.
No hubo nada amable ni agradable en la experiencia; tampoco duró mucho. Siempre imaginé que el sexo entre un hombre y una mujer tomaría mucho tiempo, probablemente así sea. Pero un perro no es un hombre, me folló violentamente y rápido por casi un minuto o quizás menos que eso. Me di cuenta de sentir una cierta incomodidad. Tenía algo de dolor. Mi coño estaba siendo estirado desmesuradamente por la enorme polla del perro que la empujaba profundamente en mí y obligaba a mis carnes a abrirse a dimensiones jamás probadas, el perro llenaba completamente mi inocente coño.
Sentí la punta de su pene que penetraba mi conchita con rapidísimos golpes, como si fuera un martillo neumático. Me taladraba hasta el fondo de mi sexo hasta que pude tomarlo por completo. De alguna manera él ensancho mis dimensiones con su brutal y enorme polla; pero algo más estaba por venir. Todo mi frágil cuerpo se sacudía con los violentos embistes del perro. Mis senos rebotaban temblorosos, me parecían calientes y pesados. Me apoyé con los brazos estirados y los codos tensos, empujándome hacia atrás, para evitar que el perro me arrastrara por el suelo hacia la pared a un metro delante de mí.
De repente sentí más dolor en mi coño porque algo de mayores dimensiones entró en mi cuerpo y un segundo después fue tirado fuera. Me dio un espasmo de placer que se me erizaron hasta los vellos de mi cuello, ¡No puedo permitirme eso! Pensé. ¡Este perro de mierda no puede estar haciéndome gozar otra vez! Pero no podía hacer nada contra ello, estaba siendo violada por un perro. Me estaba follando una polla larga y gruesa. Mi coño la estaba recibiendo, quizás no fácilmente, pero en algún modo, voluntariamente.
Mi orgasmo anterior se había encargado de que mi cuerpo volviera a traicionarme y facilitara los esfuerzos del animal por mancillar mi sexo con su gigantesca polla. Mi clítoris palpitó y vibró en alarma cuando esa bola foránea volvió a introducirse en mi coño, esta vez un poco más forzado. En ese momento no podía imaginar de que se trataba, nunca había visto el pene de un perro. No sabía que otra cosa me estaba introduciendo, ¿sus cojones? Pero esta era una sola cosa bulbosa que a segundos parecía hincharse cada vez más. Un bulbo musculoso a la base de su pene estiraba ulteriormente mi coño y, lo sacaba y lo volvía a meter.
Lo hizo cinco o seis veces, luego esa cosa había crecido tanto que se quedó dentro de mí. Esa cosa redonda y voluminosa ya no era capaz de salir de mi coño, estaba atorada en mí, además, ¡continuaba a crecer! Escuché en mi oreja un quejido del perro. Ahora con esa cosa atorada, tironeaba mi entera panocha. Me dio un lengüetazo en la oreja y continuó follándome, pero menos intensamente. Jamás se me pasó por la cabeza que quisiera hacerme daño, pero estaba intrigada por toda la absurda situación.
Tampoco me estaba preocupando mucho, porque estaba ocupada en correrme. Esa cosa gorda que entraba y salía de mi coño me hizo vibrar y estremecerme de pies a cabeza. Mi cuerpo se había rendido por completo. Ya no sentía dolor mi incomodidad; me estaba derritiendo de caliente sumergida por una ola de placer y orgasmos. Todo mi cuerpo convulsionaba y mi mente estaba perdida en este océano de lujuria y goce. Mis brazos se derrumbaron y caí apoyada en mis codos sobre la alfombra, con mi culo bien en alto y la cabeza gacha; mis tetas rozando la felpuda alfombra. No hacía más que gemir y chillar enloquecida de placer. Los orgasmos iban y venían con fuertes contracciones de mi coño. Esta vez se sentía mucho mejor que antes, ahora mi coño estaba pleno con la gorda polla del perro. Las paredes de mi vagina se apretaron para aferrar esa bendita carne caliente que se restregaba dentro de mí. Cualquiera cosa que el perro hacía, yo me sentía maravillosa. Mi coño parecía flotar, ondear y temblar de placer, olas infinitas de éxtasis recorrían una y otra vez toda mi humanidad empalada en esa inmensa polla de perro.
Él me había violado deliciosamente y estábamos atados con su pene hinchado, plantado firmemente dentro de mi estrecha intimidad. No se como él se dio vuelta, quedamos amarrados culo con culo y yo apenas me di cuenta. Un orgasmo tras otro. No había forma de detenerlos y me abandoné perdida en este delicioso coito. Todo mi vientre palpitaba y sentía como si tuviera una bola de billar dentro de mí, pero no había ningún dolor, todas eran luces, estrellas y fuegos artificiales que explotaban en mi cerebro. La piel me picaba por todas partes y todos los vellos de mi cuerpo estaban erizados. Me parecía que hasta las mechas en mi cabeza estaban entiesadas y erizadas. Mis manos y mis piececitos estaban crispados.
Fue una locura, de verdad había enloquecido de placer con la polla de perro. Un animal me había quitado mi virginidad, la misma que había cuidado con tanto esmero para compartirla en mi noche de bodas con mi esposo. Ahora mi enardecido coño estaba repleto de semen de perro. Podía sentirlo como sus chorros calientes se había descargado profundamente en mi panocha, lo sentía que quemaba todo mi vientre. Él se corría y me llenaba con su esperma haciendo que todo dentro de mí se inflara. Estábamos fuertemente unidos y su bola obstruía la entrada de mi vagina, todo su esperma estaba dentro de mí y sin via de salida. Y yo como una boba, estaba electrizada temblando y gozando, demasiado caliente para disgustarme por cualquier cosa. Demasiado alegre por los múltiples orgasmos que continuaban a estremecerme. Mi mente estaba vacía y había espacio solo para el goce que estaba sintiendo. No había nada más que pudiera importarme.
—¡Ay! … ¡Ouch! … ¡Hmmmm! … ¡Nyuh! … ¡No! … ¡Ouch! … ¡Ay! … ¡Ay! …
Jadeé y chille con una mueca de placer, mezcla de dolor. Cerré los ojos con fuerza mientras la enorme polla del perro resbalaba fuera de mí liberándolo de mi panocha. Hubo un poco de dolor porque la verga de él era demasiado grande para mi pequeñito coño, pero nada de preocupante, solo que volví a sentirme vacía. Él había logrado arrastrarme por uno o dos metros antes de liberarse con un sonoro chasquido, seguido de un torrente de esperma canino y fluidos de mi concha que escurrieron por mis muslos hasta la alfombra. Su olor llenó la habitación, un perfume de almizcle y jugos de niña. Moví mi cabeza y oteé el aire con mi nariz y el aroma me pareció exquisito. Mí coño vacío me incomodaba, había un ligero escozor mientras mis músculos vaginales regresaban a su forma normal y natural dentro de mi estirada vagina. Lo ignoré lo mejor que pude y simplemente me desplomé sobre la alfombra con los ojos cerrados sin todavía entender a cabalidad lo que me había sucedido.
Creo que estuve ausente por una quincena de minutos. Me recordé de las empanaditas. Todo había sucedido tan repentinamente. El perro me había lamido hasta el orgasmo y luego me metió su polla y rompió mi himen y yo ahora estaba solo preocupada de las empanaditas. Había algo malo en eso y me reí como si me hubiera vuelto loca, tal vez sí había enloquecido. Me levanté vacilante con mis piernas endebles y gomosas y fui a la cocina a preparar de comer para él y para mí.
De mis pantis solo quedaban andrajos colgando de mi cintura y restos envolviendo mis pantorrillas. Me los quité para estar más cómoda, estaba completamente desnuda delante del perro y esto ya no me molestaba para nada. Eché unas empanadas en un plato y en una bandeja de cartón un par para el perro. Lo miré, él me sostuvo la mirada sin la menor timidez, vergüenza o culpa por lo que había hecho. Lo reté frunciéndole el ceño mientras le ponía la bandeja con las empanadas.
—¡Descarado, sinvergüenza! …
Le dije como amonestación. Él se zampó las empanadas e un abrir y cerrar de ojos, luego volvió a poner sus ojos fijos en mí. Él me había follado. Me violó. Su semen todavía escurría por mis piernas. Toqué suavemente mi vulva y la sentí hinchada y magullada. Pensé que podía haberme causado algún daño, pero solo había unas pequeñas salpicaduras de sangre, probablemente de mi himen roto. El resto parecía todo bien y en orden, pero tuve miedo de meter un dedo dentro de mi sexo para asegurarme.
—Me voy a bañar …
Dije un poco despreocupadamente y el perro me miró fijamente.
—¿Está bien? …
Sé que no había ninguna necesidad de preguntar, pero pregunté. Quizás estoy realmente loca. Era una bobería más y no podía entender lo que estaba diciendo. Me moví lentamente a sabiendas de que él estaba siguiéndome. Hice amago de cerrar la puerta y él me gruño. Quería que dejara la puerta abierta y eso hice. Eché a correr el agua de la bañera y miré mi reflejo en el espejo del lavamanos. Así es como luce una chica después de haber perdido su virginidad, pensé. Miré mis claros ojos celestes enrojecidos por las lágrimas. Esa es la imagen de una niña que ha sido violada. Una muchachita que ha sido follada por un perro y tuvo un orgasmo con su enorme polla. Bueno, muchos orgasmos, porque estoy consciente de que había sido más de uno. Sin embargo, no podría precisar cuántos.
Me daba una angustia contemplarme, así que abrí el botiquín buscando una crema de Tylenol para aliviar el dolor de mis magulladuras musculares. Me senté en la bañera antes de que se llenara, haciendo que el agua cayera sobre mis pies. El perro me observaba sentado cerca mientras me mojaba; de vez en cuando le daba una mirada. Me lavé lentamente, primero mi cuerpo y finalmente me atreví a rozar mi sexo. Lo hice sin mirar, explorando mi vagina bajo el agua calmante y descubriendo lo suave y resbaladiza que estaba por dentro todavía rebosando semen del perro. Parecían salir globitos pálidos que flotaban sin hundirse.
Cuando el agua comenzó a enfriarse, me levanté y salí buscando una toalla. Sin embargo, antes de que pudiera envolverme en ella y secarme, el perro hundió su cara contra mi coño. Esta vez no hice nada, simplemente lo deje que me oliera. Me sentí muy humillada y no sé por qué. Él era un animal. Me había follado. Me había metido su polla y me había llenado con su semen. Me había quitado mi virginidad y yo todavía le tenía miedo. Hasta ahora no me había hecho un daño mayor, pero me dominaba. Me ponía nerviosa y yo no quería enojarlo.
Me dio unas cuantas lamidas y luego volvió a sentarse y fijarme con sus ojos marrones mientras me secaba. Cuando comencé a envolver mi cuerpo con la toalla a la altura de mis senos, el perro ladró bruscamente. La quité lentamente de nuevo y su cola golpeo el piso animosamente. Él no quería que me cubriera el cuerpo, así que salí desnuda del baño, con él pisándome los talones.
Pensé que me dejaría usar otra cosa y abrí el armario, saqué un par de bragas y una remera holgada; me miró ladeando la cabeza, pero tan pronto como intenté poner un pie en las bragas, ladró bruscamente. Está bien, me quería sin bragas. Entonces hice el intento de colocarme la camiseta, volvió a ladrar y a gruñir. Me quería desnuda y tuve que quedarme así. Se alejó de mí y se fue hacia la cocina.
—¡Guau! …
Ladró suavemente desde el vano de la cocina, entendí que eso significaba que tenía hambre.
—Está bien … Está bien … Te daré algo de comer …
Dije dirigiéndome a la cocina.
—¡Guau! … ¡Arf! …
Ladró cortándome el paso hacia la cocina. No tenía hambre. Tragué saliva confundida.
—¿Qué? … ¿Qué es lo que quieres? …
—¡Woof! …
Ladró de nuevo. Miré todo a mi alrededor y me fijé en la puerta de salida. Pensé que quizás quiera salir y me emocioné. Lo dejaría salir y una vez fuera no lo volvería dejar entrar, ¡Fantástico! Pensé. Rápidamente fui a la puerta y la abrí, pero no hizo ningún movimiento de querer salir, decepcionada tuve que cerrar la puerta. Me moví hacia él, pero él también se movió y olisqueó mi entrepierna, luego me giró alrededor y se alzó en dos patas detrás de mí, envolviendo mi cintura con sus poderosas zampas con la intención de botarme sobre la alfombra.
—¡Oh, no! … ¡Te ruego! … ¡Otra vez no! …
Le rogué mientras caía sobre la alfombra arrodillada, él no me escuchaba, estaba ocupado solo en montarme rápidamente y asegurarme con sus patas que lastimaban mi piel.
—¡Woof! …
Eso significaba follar. Gemí debajo de él, constreñida a sostener el peso del animal que lanzaba estocadas ciegas a mi sexo. Esta vez rápidamente lo encontró y la aguzada punta de su pene se enfiló en la ranura suave y deslizable de mi panocha hundiéndose profundamente. Mi respiración se agitó en agudos jadeos y mi tierno sexo se inflamó en una hoguera inmensa sintiendo esa cónica polla gorda inflando mis paredes de la vagina. Todavía no había visto su pene totalmente desenvainado, pero sabía que debía ser monstruosamente grande, sobre todo para mi pequeña conchita. Sentí cuando la puntita se encanaló en mi agujero y luego su pene se adentró violentamente en mi coño apretado. Emití un chillido sobrehumano y arqueé mi espalda soportando el goce que me procuraba. Intente escapar, pero él me tiró fuertemente y terminó de empalarme en su verga canina.
—¡Gggrrrrr! …
Gruño como advertencia y apretó su agarre alrededor de mi cintura. Cuando vio que yo no me detenía, sus fauces se cerraron sobre mi hombro y sus dientes magullaron mi piel.
Sollocé desesperada y aterrada. Esa mordida fue una orden perentoria, “No te muevas”, él me iba a follar, me guste o no, si presentaba oposición me iba a hacer daño. Agaché hombros y cabeza mostrándole sumisión y él me dio un lengüetazo a mi mejilla en recompensa, luego aferró mis cabellos con sus filudos dientes.
Su polla entró y salió varias veces velozmente. Me sorprendió lo rápido que mi coño se mojó con la fricción de su carne caliente. Seguramente también él derramó su pre-semen para lubricarme mientras me follaba, haciendo que su pene se deslizara con facilidad dentro de mi hendedura, pero ¡mi coño era un charco!. Mi piel se comenzó a calentar y comencé a sentirme eufórica. Mi miedo, odio y disgusto se fueron desvaneciendo y mi cuerpo comenzó a reaccionar y a participar en el singular coito, sin importar lo que pensara o sintiera mi corazón. Mi coño hambriento respondía con contracciones múltiples; mi entera vagina tenía espasmos flexibles acariciando la polla que me estiraba por entero.
En uno o dos minutos ya no sentía dolor alguno, mi cuerpo se rendía ante la excepcional polla que ensanchaba todo dentro de mí. La presión y la sensación de lujuria se extendía por todo mi cuerpo y era imposible liberarme de esas locas ganas de que él me lo metiera más fuerte y más profundamente. La adrenalina y endorfinas contaminaban mi sangre y se apoderaban de mi mente y razón, haciéndome sentir una necesidad por esa polla gigantesca que pulsaba dentro de mi panocha caliente. Sí, debo confesar que esta vez era yo a follarlo, mis manos estaban crispadas en la alfombra, mi espalda ligeramente arqueada con mi culo bien paradito hacia arriba empujando hacia atrás con mis caderas para hacer que su pene rígido y candente se enterrase en lo más profundo de mi vagina.
El nudo estaba allí en la embocadura de mi coño. Igual que antes, esa cosa entró y salió varias veces causándome mi primer orgasmo, luego el musculoso y bulboso nudo creció tanto que se atoró en mí. Todo mi cuerpo estaba envolviendo esa cosa, aprisionándola para no dejarla salir jamás. Mi coño hinchado y pulsante lo amarraba fuertemente. Él parecía demasiado grande para mi complexión física, pero mi panocha era capaz de tomarlo todo. Su entero pene grueso y largo estaba dentro de mi vientre y hacía que me corriera. Ya no sabía si lloraba de humillación y vergüenza, o por el sublime goce que el perro me hacía sentir. Con mis piernas tiritando, giré mis caderas y empujé mi trasero para sentir su polla que tocaba cada milímetro de mis entrañas, entonces sentí que él también se estaba corriendo.
No sé cuantos orgasmos había tenido yo mientras estábamos pegados juntitos él y yo, pero cada vez que él tiraba para ver si podíamos despegarnos, yo aferraba sus patas traseras y me volvía a estremecer gimiendo y gozando por esos tirones benditos. Su polla se sentía tan bien dentro de mí, como si fuera estada diseñada para satisfacer mi panocha. Mi sexo era una masa de carne temblorosa e inundada por su semen; el nudo sellaba mi coño y no dejaba escapar ni una sola gota. Esta era la mejor sensación, cuando él trataba de impregnar mi coño fértil, fue la parte que más disfruté.
Extendí mi mano entre mis muslos para sentir mi pequeña vulva estirada y cerrada alrededor del bulbo aprisionado en su interior. Había un calor que se irradiaba a todo mi cuerpo, era su semen caliente. Mi coño estaba mojado y se sentía extraño al tacto de mis dedos. Mi delicado clítoris estaba rígido y pulsaba. Lo froté con las yemas de mis dedos y tuve que morder mi labio inferior para no gritar de éxtasis lujurioso. No sabía que sentir, decir ni pensar, estaba a merced de él. El perro me dominaba física, sexual y emocionalmente. Volví a correrme con mi rostro apoyado a la alfombra, mis tetas temblando y mi panocha contrayéndose, apretando la maravillosa polla del perro. Él me había cambiado totalmente.
Cuando el pene del perro resbaló fuera de mi coño después de unos quince o veinte minutos; un nuevo torrente se derramo de mi panocha manchando la alfombra. Parecía que salía de mi tanto o más semen que la primera vez. Esta vez sí que vi su polla. ¡Era enorme! De color viola-rojiza que colgaba y se balanceaba entre sus patas traseras, con visibles venas y muy brillante por lo mojada que estaba. No sé cuales eran sus dimensiones, pero era como mi delgado antebrazo. Estaba sorprendida y no podía creer que esa inmensa mole podía caber en mi estrecha panocha, pero de algún modo había sido capaz de tenerlo todo dentro de mí; incluso el nudo que ahora se había empequeñecido al tamaño de un huevo de gallina. Estaba realmente maravillada, porque ahora se había reblandecido y achicado. ¿Cuál era su tamaño cuando estaba dentro de mí? Me dio miedo de solo pensarlo.
Comimos en la cocina, así como estábamos porque el perro no quería que me limpiara. Intenté ir al baño, pero él me gruñó y me mostró los dientes. Nos comimos todo el resto de las empanadas y yo también me comí un trozo de pastel que estaba en el refrigerador, toda esta actividad había despertado mi apetito. Cuando terminamos de comer, había un charco lechoso sobre el embaldosado donde yo estaba sentada, de mi panocha enrojecida escurría semen canino.
—¡Woof! …
—¡Oh, no! … Otra vez no … Te lo ruego, por favor …
—¡Woof! …
Yo ya conocía ese ladrido que era una orden imposible de desobedecer. Al menos había sido tan considerado de esperar a que yo terminara de comer, porque él había terminado antes que yo. Así que me puse de rodillas presentándole mi panocha tierna y delicada, fácilmente él me montó y encontró mi agujero casi de inmediato. Más allá de la ternura de haber sido desflorada por él, me entregué al goce sublime de su polla, no podía compararlo con nada, pero estaba segura de que era incomparable. Empujó todo su pene dentro de mí y comenzó a martillar incesantemente mi agujero mojado e invitante. Esta vez me bombeó por largo rato, más de cinco minutos y en ese tiempo me hizo acabar dos veces. Su nudo me había amarrada fuertemente y mi goce era infinito. Me recompensó con varios chorros de su semen caliente, quedamos atados por una decena de minutos y luego me desplomé exhausta sobre las baldosas de la cocina en un charco de nuestros propios fluidos. El perro me dio un ladrido y empujó su nariz sobre mi monte de venus. Abrí y extendí mis piernas para él y eso era exactamente lo que él quería. Pronto me sumergí en un mar inimaginable de lujuria y placer mientras su larga lengua lamía mi coño enrojecido y tembloroso. Las sensaciones fueron incluso mejores que la primera vez que él lamió mi coño. Oleadas de orgasmos estremecieron mi cuerpo y el agotamiento supero el placer y no pude soportarlo más.
Junté mis piernas y me quedé dormida desnuda, sonrojada y mancillada por dentro y por fuera, manchada por el semen del perro que ahora me poseía totalmente.
Fin
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