Aurore
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por DomPeri.
Atravesando la trinchera del ferrocarril del norte, cruzando las vías, por una senda hecha camino trillado por tantos pies mal calzados, solo fango en invierno y polvo en verano, se llega a la escarpa de las antiguas defensas, ahora abandonadas, pero que hace treinta años detuvieron a los prusianos. Al coronarla, cuando el camino desciende rápido la contraescarpa, un puñado de casuchas, chozas, barracas, tiendas. Habitaciones de fortuna, edificadas sin mucho orden alrededor de la luneta de los baluartes.
Aurore, ahora a punto de cumplir 16 años, pronto una mujer completa, según los usos de la época. Vino a vivir aquí, con sus padres, hace mucho tiempo. Apenas recuerda el interminable viaje, desde el sur, y el principio de su vida aquí, siempre protegida por su madre, querida por su padre, diferente a casi todos los niños de su edad del barrio.
Después, todo cambio, eso ya lo recuerda mejor, su madre desapareció, el padre cambio, dejo de ir puntualmente a la ciudad en busca de trabajo, casi siempre en el gran mercado, de donde volvía puntualmente al anochecer con algo de dinero y verdura y fruta caída de las cajas que ayudaba a descargar.
Ni una palabra sobre su madre pudo obtener del hombre taciturno, violento, casi siempre ebrio, en que se convirtió su padre. Pronto dejo de preguntar, harta de conseguir solo bufidos y alguna bofetada cuando insistía. Los comentarios cuchicheados entre los vecinos, callados cuando notaban la atención de Aurore, la dejaban mas perpleja. Creyó oír que un tren, en una mañana de niebla…, que un coche recogió a una guapa meridional al otro lado de las vías…
Su vida cambio, de golpe desaparecieron de su vida su madre y su padre. El hombre que lo había sido se convirtió en un extraño, huraño, del que procuraba estar alejada. Aprendió a desenvolverse, maduro con rapidez. Empezó a acercarse a otras adolescentes del barrio, de las que antes el cuidado de su madre la aislaba. Conocio de golpe, de forma sórdida, los misterios de ser mujer, acompañada solo por los soeces comentarios de sus compañeras.
En cualquier caso, siempre entre los recuerdos de su vida anterior en compañía de sus padres y las realidades de su actual convivencia con los muchachos del barrio, precoces descubridores de sus respectivos cuerpos, se acerco a la pubertad.
Fue entonces cuando conoció al “argelino”, un muchacho algo mayor que los demás compañeros de “juegos”. Ninguno sabia su nombre, para todo simplemente el argelino, mas alto que la mayoría, fornido, no mas oscuro de cara que los demás, el pelo negro, corto, ensortijado, los ojos verdeoscuros, siempre risueños, aunque la seriedad de la boca, grande y siempre ligeramente entreabierta, pero seria, les desmentía.
Su expresión cambiaba continuamente de un muchacho ingenuo a un precoz rufián. Sus ademanes y comportamiento también pasaban de un extremo a otro. Podía defender a un crió al que sus amigos estuvieran pegando, y al instante siguiente aplastar contra la pared a una jovencita, compañera de “juegos”, hasta aterrorizarla.
Tomo bajo su protección a Aurore. Sin que ella supiera el motivo, los chicos del barrio dejaron de agobiarla con su deseo precoz. Sin casi notarlo fue acostumbrándose a las rudas atenciones. También se acostumbro a los celos de sus amigas, que se ofrecían descaradamente al argelino, y se extrañaban de que Aurore, a la que ni siquiera tocaba, fuese siempre su centro de atención.
El argelino no ocultaba su carácter, ni sus deseos, se jactaba de hacer lo que quería con las mujeres, y solo esperaba a tener algún año mas, para conseguir un par de esquinas en los alrededores de la place Pigalle e instalar allí algunas “huchas”. Ellas estaban preparadas para que se lo pidiera, incluso se vanagloriaban de ser las primeras de la futura lista. Entretanto disponía de ellas a su capricho, y practicaba su futuro negocio controlando prácticamente la actividad sexual del grupo de jóvenes. En su presencia y a su mandato, en el raquítico bosquecillo a espaldas del baluarte, ellas se entregaban a el amigo que él quería. Se desvivían por ser la elegida para sus caprichos de incipiente sátrapa.
Aurore, aunque mas de una vez presencio, entre indiferente y asustada, estos juegos de su protector, no percibía aun la extraña atracción que el argelino sentia por ella.
A punto de tener 16 años, Aurore, es una joven, casi mujer completa, su tipo meridional, prontamente maduro, se esta abriendo a la sensualidad. La tosca sexualidad que la rodea, la enerva, aunque exteriormente mantiene un aparente contraste con el comportamiento de sus amigas. Hace tiempo que aprendio a tocarse y procurarse un incompleto placer.
Nunca delante de las otras como hacen ellas, ni delante de los chicos a quienes provocaban cruelmente, y mucho menos delante del argelino, que se lo ordenaba de vez en cuando a las otras. Sentía por el una extraña mezcla de sentimientos. Oscuro orgullo por ser su predilecta, extraña atracción pero también miedo de la crueldad que leía en su boca en ocasiones.
Una tarde, sola, a la sombra del pequeño bosque, comenzó a masturbarse. Siempre lo hacia en la relativa intimidad de su camastro, pero algo la impulso a hacerlo allí, en la aparente soledad de la tarde. Comenzó a tocarse por encima de la ropa, con la mente oscilando entre las escenas vividas allí mismo con sus amigos, y otras ensoñaciones en las que vagamente aparecían los ojos y la boca del argelino. Acelerando sus movimientos y su respiración, levanto el vestido, bajo la braga y se paso la mano por el sexo, hasta descubrir el pequeño botón que ya conocía.
Respondió fácilmente al estimulo, se endureció y le noto mas, se sintió mojada entre los muslos, retiro completamente la braga que la entorpecía y abrio las piernas a la suavidad de la tarde.
Sin saber de donde apareció delante de ella Jean, alto y rubio, al contrario del argelino, mas respetuoso con las chicas y rival suyo. Debía estar mirándola hacia un rato, sin decir nada, se arrodillo delante de ella y apartando su mano continuo él masturbandola.
Tras un pequeño gesto de protesta, inconcluso, Aurore se abandono a su excitación. Su respiración se convirtió en jadeo. Jean retira la mano del sexo de Aurore y apartándola del árbol sobre el que se recostaba, la tendió de espaldas. El echado sobre ella trataba de sacar el pene del pantalón. Un tirón casi le levanto en el aire, y fue arrojado violentamente al suelo. Al notarlo Aurore abrio los ojos y se enfrento a la cara del argelino, manchas lívidas, la hacían mas terrible aun. Los ojos entrecerrados, la boca fuertemente cerrada, los gruesos labios convertidos en líneas duras. Durante unos segundos los dos se miraron, muy próximas sus caras. El mascullo entredientes “Guarra, eres igual que las demas”, la bajo el vestido…
Están aburridos, reunidos como otras tardes bajo los árboles, pero sin gritos ni risas. Dos días en que echan en falta a Aurore y a Jean. El macho alfa, el argelino, mas huraño que nunca, cruel como nadie recuerda, ellas a su alrededor, entregadas, miedosas y excitadas con su silencio y su rudeza. De espaldas a él Justine muestra orgullosa las tetas a sus amigas; dos mordiscos, amoratados, con los dientes profundamente marcados. El argelino la sorprendió en una risita y rudamente la mando desnudarse y se hecho sobre ella, delante de los demás, forcejeando, mordiendo y arañando.
Ella con cuchicheos explica a las demás que si, la marco con mordiscos, pero su verga no estaba dura, como de costumbre, ni siquiera intento metersela en el coño. Todas saben que la causa es Aurore, la odian y la envidian, pero no se atreven a mencionarla siquiera. Ayer él escucho decirlo a Babette, la rubita de piel blanquita, casi tímida en ocasiones, su cara volvió a tener las manchas lívidas que temen. La hizo desnudar y mando a los tres compañeros que quedan tras la marcha de Jean que la follaran alli mismo, en el polvo, delante de todos. Ella aparento dureza y acepto atreviéndose a mirarle a la cara, pero cuando se levanto, cogió su ropa y se aparto entre los árboles, tenia los ojos brillantes de lagrimas.
Justine, vuelta de espaldas es la primera que la ve, sorprendida señala a sus amigas. Aurore, con la vista baja, se acerca. Alertados por las miradas también los chicos la miran. La tensión excita a todos. No se atreven a llamar la atención al jefe, que sigue pensativo y huraño. Al fin Babette, pensando en hacer meritos le llama la atención.
“Ahí viene Aurore”. El argelino se vuelve, sus ojos sonríen un momento, pero al instante vuelve a apretar los labios y a palidecer.
Aurore pasa en medio del grupo, se para junto a él. Ayer no salido de su casucha, casi todo el día en el camastro, pensando. Por fin ha decidido que quiere que él la perdone, que aceptara su capricho, lo que quiera imponerla de castigo, pero le necesita, ahora lo sabe.
“Argelino, Jean no me hizo nada..”. “Calla puta”, “¿qué quieres?. ¿Perdóname argelino… “. “No, eres una niña y una guarra, no quiero verte mas”, “Márchate o veras”.
“No soy una niña, hoy he cumplido 16 años”, “Perdóname, haré lo que tu quieras”.
Los ojos de él casi cerrados, llenos de rabia y rencor, sus ilusiones rotas cristalizaban en una terrible venganza. “Serás una perra para mi”. “Lo que tu quieras argelino”, sin comprenderle, pensando en algún “juego” nuevo. “¡Babette, tu pañuelo!”, sin saber para que, la fuerza de la costumbre, se lo acerca. “¡Tordo, ven¡”, algo le dice al oído.
“Y tu, guarra desnúdate”. Aurore lo oye como un mazazo, pero ha venido decidida a hacer lo que sea para que todo vuelva a ser como antes, a tener sus miradas cariñosas, a sentir su protección. Lo ha pensado mucho, aceptara todo lo que él mande. Baja la mirada y se quita la ropa, sin mirar a ningún sitio, roja de vergüenza, pero decidida a continuar. Sueltos los botones de la blusa, la deja caer al suelo. Sus pechos, nuevos, de leche entre el moreno de cuello y brazos, violeta por contraste la areola. Fresas los pezones chiquitos. Todos miran silenciosos, admirados ellos, cambiando la envidia y los celos por tristeza y pena ellas. Solo el argelino mantiene la mirada dura y la boca apretada. En su mano el pañuelo de Babette es un guiñapo.
Aurore continua desabrochando la falda, la deja caer y queda con la braga, blanca, sencilla, duda. “Vamos, termina”, finalmente se baja la braga.
El “Tordo”, llega con una perra oscura atada por el cuello con una soga, arrastrándola,
La perra gruñe, pero no se atreve a atacarle, todos los perros de los contornos temen al“Tordo”. Tras ellos un labrador, grande, sucio, acercándose a veces hasta tocar a la perra, alejado por las certeras patadas del “Tordo” y junto a el dos chuchos pequeños, ágiles, brincando para acercarse a la perra, esquivando las patadas del muchacho y los colmillos del perrazo.
“¡Perra, ponte de rodillas!”. Aurore no entiende nada, aun no ha visto a los perros, solo mira al argelino, esperando que capricho tendrá que satisfacer. “Vosotros dos, sujetarla bien”, Ellos, comprendiendo, ya, serios, la inclinan hasta que tiene la cabeza en la tierra y la sujetan con fuerza. El argelino se levanta, ella ya no puede verle, se acerca a la perra y con lentitud pasa el pañuelo entre las patas traseras, una vez, dos, lento, masticando los cristales de la venganza.
Acerca el pañuelo a los perros, saltan a su alrededor, gruñendo, se mueven inquietos. “¡Sujetarlos!”, Ahora que el “Tordo” ha desaparecido tirando de la cuerda con la perra, ellas no se deciden a enfrentarse con el perro, finalmente, intimidadas por la mirada de su jefe les sujetan a regañadientes.
El argelino se acerca a Aurore. Con la misma parsimonia que con la perra, le pasa el trapo entre las piernas, lento, desde el vientre hasta la espalda y vuelta, desde la espalda hasta el vientre. Después por los pechos, hacia un lado, hacia el otro.
Los perros están frenéticos. El olor de la perra en celo les enloquece, las chicas no pueden sujetar al labrador, que gruñe y tira de las dos que casi subidas encima intentan mantenerle inmóvil. Los dos chuchos, mas pequeños, casi ahogados, gruñen y enseñan los colmillos.
El argelino vuelve a sentarse en la hierba seca. “Abrirle la piernas”. Todos están serios, el juego no es nuevo, pero hay algo ahora que es diferente. Aurore empieza a entenderlo. Pero no habla ni se mueve. Solo uno de los que la sujetan ve su cara, blanca ahora, los ojos cerrados. La respiración hecha jadeo.
Ellos obedecen a su jefe, con una mano y todo su peso sobre el brazo, con la otra mano tirando de la pierna para abrirla un poco. “Soltarlos”, los perros de abalanzan sobre Aurore,
El perrazo se libra de los chuchos y olisquea a Aurore, pasa la lengua entre sus piernas, La verga rojiza asoma en el vientre. La monta….
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