Compasiva
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Key-Q.
Mi padrino de bautizo es hermano de mi mamá y vive en el campo donde es el administrador de una hacienda.
Y desde hace unos cinco años atrás tenía asignado un caballo para mi uso exclusivo, con el cual siempre salía a pasear cuando estaba de visita por allá.
Yo ya tenía 16 años, me había hecho muy amiga de aquel corcel y nos queríamos mucho.
Al contrario de como muchos pensarán estos animales son bastante inteligentes, casi tanto o más que algunos perros.
Podía montarlo sin riendas y con solo un sonido o con un toque en alguna parte de su cuerpo sabía lo que tenía que hacer.
Resulta que un verano en que fui a pasar la temporada de vacaciones allá, había una yegua fina sangre que entró en celo y mi pobre corcel sufría las consecuencias de percibir su aroma, ya que él es de otra raza y no podían dejar que se apareara con ella, estaban esperando un semental de su misma subespecie que llegaría en un par de días más.
El pobre aparte de estar encerrado, lo tenían atado para evitar que se escapara donde ella y no pude evitar el fijarme en su enorme pene que se prolongaba unos 50 centímetros desde entre sus piernas y vientre, que normalmente no estaba así y ahora colgaba algo curvo para abajo empalándose a ratos por un instante al momento que daba sus relinchos.
Me daba mucha pena ver sufrir a mi corcel, la ansiedad que demostraba y que pese a estar atado no mostraba mayor nerviosismo, solo agitando de vez en cuando su respiración.
Por la noche lo fui a ver y seguía igual, se me ocurría que su pene se le iba a estropear y le quedaría así colgando para siempre, por lo que aprovechando que era tarde, que casi todos estaban durmiendo y no andaba nadie por allí, me atreví a tomárselo con la mano para tratar de masturbarlo y aliviarlo un poco de su ansiedad.
Si bien no había masturbado nunca a un hombre, me imaginé que podría sentirlo mejor si existía algún lubricante de por medio, ya que yo cuando me masturbaba me mojaba mucho y con eso podía meterme hasta cuatro de mis dedos en mi elástica almejita, por lo que fui a buscar una botella de aceite y al llegar de vuelta me empapé ambas manos tomándole con muchas ganas su cosa para recorrérsela apretadita y extendido, logrando con ello que lo empalara en pocos segundos y hasta un tiritón se dio que me hizo pensar que iba a eyacular, pero solo lo mantuvo completamente duro por algunos segundos para luego bajar su intensidad.
Esto lo hice por algunos minutos hasta que pronto me cansé, después de lo cual me fui a oler las manos que estaban impregnadas de una esencia muy concentrada de su sudor con suaves toques de acidez y sexo (marisco o pescado).
Como no logré mi cometido, me fui a lavar las manos para luego ir a acostarme porque ya era tarde y no quería que alguien me viera a esas horas al lado de mi corcel con su verga así como la tenía.
El olor ese de todos modos me quedó impregnado y estando ya acostada no podía dejar de olerme los dedos (las uñas precisamente), recordando lo que hice hace un instante no pude evitar excitarme y la humedad de mi vagina me llamó a masturbarme.
No experimente sensaciones de tipo sexual al momento que trataba de ajusticiar a mi corcel, creo que porque mi intención era únicamente satisfacerlo a él, pero en la soledad de mi cama mi percepción fue otra y no me di ni cuenta cuando con una mano trataba de meter la mayor cantidad de dedos en mi ansiosa vagina mientras la otra la mantenía pegada a mi nariz respirando profundo el aroma que no se borraba de mis uñas.
Estaba tan excitada y lubricada que me entró hasta media palma de mi mano ahí, quedándome solo el pulgar afuera y mis intensas ganas me pedían aún más.
Por lo que en un nuevo intento junté mi dedo gordo con los otros cuatro, comenzando a empujar de a poquito y jugando al mete y saca iba profundizando cada vez más, y más, moviendo mi pelvis al mismo ritmo que me penetraba, hasta que de repente mi mano entró por completo y una profunda emoción me embargó.
Creo que inconscientemente estaba probando si me cupiera el pene de mi corcel, pues vi que su grosor era similar al tramo medio de mi antebrazo, lo que más menos coincidía con el ancho de mi mano como me había entrado.
En realidad estaba confundida y muy desconcertada, mi mente estaba nublada, entendía que la masturbación que le había hecho no fue suficiente y me sentía preparada o dispuesta a prestarle o utilizar mi vagina para satisfacerlo.
Mi sentido común me decía que era algo muy estúpido casi una aberración, pero mi conciencia y cariño por aquel animal me obligaban a compadecerme de él.
No sabía que hacer.
Tenía casi la certeza de que el calor interno de mi vulva lo ayudaría a acabar y no debo negar que en beneficio propio también me atraía la idea, aunque fuese algo tan descabellado y turbio, la idea de albergar ese gran pene en mi vagina pese al temor del daño que me pudiese provocar me parecía más que tentadora.
Eran cerca de las tres de la madrugada y salí a verificar que todos dormían, en la mayoría de los dormitorios se sentían ronquidos y en los que no abrí la puerta para cerciorarme.
Para luego con cierta seguridad salir y dirigirme al establo a ver a mi corcel.
Entré y ahí estaba, medio dormido pero con su pene aún medio colgando.
Como ya andaba sin calzones solo me saqué mi camisa de dormir y me puse la camiseta que uso para cepillarlo, comencé a acariciar su aparato que luego llegó a los más de cincuenta centímetros empalándose a instantes levemente en diagonal bajo su vientre, así que cuando estaba algo flácido lo desviaba a mi entrepierna y lo restregaba contra mi vagina tratando de meterme algo de su punta, pero cuando volvía a empalar tomaba su posición normal y se me arrancaba.
Traté de meterme agachada debajo de él, pero me era muy incómodo y no quedaba en el ángulo correcto.
No sabía como hacerlo, pero sabía que le estaba gustando pues en esta ocasión movía a ratos su cola que daba una especie de tiritones.
Miré a mi alrededor y no había ninguna silla o banquillo para ganarme por debajo de él, por lo que descolgué una hamaca de sus ganchos y poniéndole dobladas las mantas de su montura en su lomo se la colgué como un delantal, quedando espacio más que suficiente para ganarme bajo su pansa, quedando abdomen contra abdomen cuando me metí ahí y el hueco preciso para pasar un brazo que maniobraría su miembro.
Quedé algo alejada pero con mi izquierda me empujaba de sus patas delanteras balanceándome hacia su pene, hasta que se lo pude tomar a unos quince centímetros de su punta y me lo puse a frotar contra mis labios vaginales, hasta que entró su acornetada punta y procedí a empujarlo lo más que podía, alcanzando solo a jugar unos treinta segundos y de un de repente se le vino una empalada que al sentirse atrapado su aparato se mantuvo rígido y mi corcel empujó haciéndolo entrar tan profundo que sentí que me iba a reventar mi conchita, pero por suerte lo aflojado de la hamaca amortiguó lo que él había empujado demás y soltando mi mano izquierda oscilé cual péndulo al ritmo de sus embestidas, con su pene a fondo y mi útero que casi explotaba con esos tres chorros de su leche que deben haber enterado más de medio litro.
Fueron unos cinco puntazos de los cuales solo en tres eyaculó, pero casi me mató con aquello pues realmente sentí que mi matriz se reventaría, entró tan ajustado su aparato que el semen no tenía por donde escapar y toda la capacidad de mi caverna vaginal estaba copada por la punta de su pene, el que debe haber entrado solo unos trece centímetros que combinado con los 6 de diámetro, no dejaban de ser un gran volumen para mi golosa vulva.
Entre mi dolor y la relinchada que se pegó mi corcel, tuve que salir arrancando para que nadie me fuese a descubrir y muy rápido dejé todo como estaba llevando mi camiseta entre las piernas para no ir goteando y dejando huellas en el camino.
Quedé tan adolorida que no lo volví a repetir hasta dos semanas después cuando ya se terminaba mi periodo de vacaciones ahí en la casa del trabajo de mi padrino.
Pero para esa ocasión no estaba la fina sangre en celo, por lo que lo saqué a pasear a un bosque cercano en donde fui a ocultar previamente esa útil hamaca, a dicho lugar llegué montándolo desnuda pues iba descalza y solo con un vestido ancho celeste, que me lo saqué en el camino y lo enganché tras la montura.
Luego ya escondida entre los árboles tuve que ingeniármelas para calentarlo chupándoselo y masturbándolo, pero esa vez lo hice no por compasión sino que por beneficio mutuo con mi amado corcel.
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