Eengañada para la Zoo
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por kimmy.
A continuación pasaré a relatarles algo que me sucedió, de lo cual estoy muy avergonzada y no le he contado a nadie, ni familia, ni amigos. Es algo que me come por dentro y me hace sentir culpable de lo que a mí misma me afectó. Por lo cual no les daré mi nombre, solo basta con que sepan los detalles para poder liberarme de esto que no se como definir.
En donde yo trabajo, necesitaban una persona para el área de contabilidad y tomaron a un tipo que para efectos de este relato llamaremos Juan, quien era de apariencia bastante agradable, sabía hacer bien el trabajo para el cual lo habían contratado y era joven tal como la gran mayoría de todos los que trabajamos aquí.
Yo tengo 24 y él 27, y estábamos creando ciertos lazos de amistad, pero él oculto algún tipo de información en su currículo y decidieron dejarlo hasta fin de mes siguiente. Y Juan me invitó para una fiesta especial que un grupo de amigos suyos haría justo ese día que sería el último que trabajara, insistiéndome que lo acompañara a modo de despedida, a lo cual accedí con la condición de me diera su e-mail y número de celular, para mantener el contacto.
Llegando el día, fui algo arreglada a trabajar, pues saldríamos del mismo trabajo para el suscitado evento. Terminando la jornada laboral, caminamos unas seis cuadras a una esquina donde nos pasaría a buscar, durante la caminata le pregunté a Juan que qué tenía de especial la fiesta, a lo que me respondió que nada fuera de lo común, que no había música bailable solo ambiental, que todos debíamos usar antifaz y en algún momento se hacía una especie de juegos de ingenio, a lo que respondí que yo no llevaba ningún tipo de máscara ni nada con que cubrirme el rostro, y él me dijo, tranquila mujer si no te avisé es porque obviamente yo te llevo una.
No tuvimos que esperar mucho, cuando llegó un auto último modelo blanco con vidrios polarizados, subimos me presentó y emprendimos rumbo a un sector de la ciudad que no conocía, ni los nombres de las calles se me hacían familiares. Llegamos al estacionamiento subterráneo de un edificio de apartamentos, bajamos ya con nuestros antifaces puestos, tomando el ascensor hasta el sexto piso entrando en la puerta número 609.
Ya estaba casi la mayoría de los invitados, que eran solamente parejas, pero lo que me pareció algo raro es que con Juan éramos los más jóvenes, la edad de los demás a mi parecer fluctuaba entre los 35 y 50 años. Por los costados del salón había mesas con picadillos, tablas y exquisiteces varias para degustar y de todo tipo de licores, jugos y gaseosas para beber. Todos hablaban afanosamente de temas de actualidad, política, negocios, economía, “religión” y otros temas que no tenían nada que ver con el ámbito personal. Esta gente por su modo de hablar y los temas que trataban, eran de otra clase social.
Pero pasando un rato, con la panza llena y unos cuantos tragos ingeridos, todos se iban soltando y las risas abundaban, no debo negar que con lo bebido yo también estaba algo sonriente y más ligera de carácter. Momento preciso en que anuncian el comienzo de los juegos, y retirando la gran alfombra central dejan al descubierto una serie de argollas de distintos tamaños fijadas al piso y traen una caja con cuerdas, correas y balones, que eran los complementos para realizar las pruebas. Estábamos todos muy ansiosos de comenzar con las pruebas, me incluyo porque también aplaudí con el resto de los comensales dejándome llevar por la efervescencia colectiva.
Traen una bolsa de terciopelo con fichas en su interior para enumerar las parejas, tocándonos con Juan el 2, saltaba de felicidad, no hallaba el momento de comenzar para ver cual era el tipo de pruebas que nos esperaba, estaban todos expectantes. Partiendo la primera pareja, me doy cuenta que las pruebas son individuales, ya que primero sale la mujer, a quien le amarran ambos extremos de una cuerda que pasaba por dos argollas separadas unos cuatro metros, uno en un tobillo y el otro en una muñeca. La prueba consistía en servir una copa de vino a un costado de una argolla y llevarla gateando amarrada como estaba a la otra argolla y ahí servir otra con otra botella y llevarla de vuelta sin votar una gota.
Terminando la prueba se cronometró el tiempo para asignarle un puntaje que debía sumar con el de su pareja, para ver quienes eran al final los ganadores de un premio sorpresa, lo que me entusiasmó de sobremanera. Comenzó la prueba de su compañero, y a este lo amarraron de las manos en dos argollas dejándoselas abiertas en cruz y un tercer aro de 40 centímetros colgaba desde el cielo sujetado por dos cuerdas formando un triángulo para evitar el movimiento de péndulo, y él tenía que pasar un balón tres veces por este aro que estaba a un metro veinte del piso, con sus pies que le quedaban libres y tenía que levantarlos apoyándose solo en sus omóplatos. Se demoró bastante, pero no fue aburrido, puesto que era muy gracioso verlo caer hacia los costados cuando no alcanzaba a dar en el blanco, todos nos reíamos porque sabíamos que nos tocaría lo nuestro y a esa altura ya nadie creo le tenía temor al ridículo.
Terminó y venía mi turno, me hicieron pasar mis pies por unas argollas de 12 cm. casi hasta las rodillas, amarrando mis tobillos a otras dos más pequeñas dejaron inmovilizadas mis extremidades inferiores, estando arrodillada en el piso me levantaron los brazos y pasaron el aro de 40 que colgaba del cielo bajandolo hasta mi cintura, pasaron ambas puntas de una larga cuerda por dos argollas de 12 que tenía en frente y me las amarraron una en cada muñeca, ah!!, pensé yo, la van a pivotear en otra para hacer algo parecido a lo que hizo la mujer anterior, y el hombre que tomó la punta doble de la mitad de esa soga teniéndola casi toda tensada, me asintió con la cabeza como indicando que necesitaba tirarla más, a lo que yo respondí pasando mis manos por las argollas, jaló con fuerza haciéndome pasar hasta los codos y la ató sin dejarme cuerda libre para volver atrás, como para realizar la prueba con mis manos. Estaba literalmente amarrada a 4 patas.
Me habían inmovilizado por completo, así como estaba no podía hacer nada y cuando vi que varios tiraron sus fichas con el número 2 al piso y comenzaron a sacar sus celulares y cámaras digitales, entré en pánico, era obvio que se trataba de una trampa y algo raro iba a pasar. Se acercó un hombre cincuentón con una tijera en una de sus manos y acariciándome la cabeza me dijo, tranquila mi niña si nada tan malo te va a pasar y comenzó a cortar mis ropas hasta dejarme completamente desnuda, solo con el antifaz.
Mientras corrían lágrimas por mis ojos, miré a mi alrededor y noté que varios de los asistentes se estaban masturbando, tanto varones como damas. Lo que me sorprendió e hizo saber para qué me habían amarrado así, y que no me percaté cuando entró a la sala, fue un perro que se iba lamiendo de vagina en vagina a medida que lo llamaba cada una de las depravadas. De Juan….., ¡¡ni luces!!….., y entendí que no sacaría nada con gritar ni suplicar, asumiendo mi papel de victima en este maldito juego.
El perro era uno de estos de raza asiática de la cara arrugada, Sharpey creo que se llaman. Y cuando lo acercaron a mí, traté de moverme y apenas podía balancearme hacia atrás y adelante, para los costados me lo impedía el aro en mi cintura, estaba desesperada al momento que pusieron su hocico frente a mi trasero y comencé a gritar como una loca, lo que inhibió al animal no queriendo acercarse a mí, a lo que reaccionaron poniendo una cinta adhesiva en mi boca para acallarme y diciéndome al oído que me relajara porque podía sufrir un accidente vascular o de lo contrario tendrían que doparme.
Así que temiendo por mi salud, traté de tranquilizarme y empecé a analizar la situación, concluyendo que las risas y mofas anteriores fueron fingidas o más bien indirectamente eran todas para mí, que estaba como una boba cayendo en el jueguito este, y ya estando sometida decidí no darles en el gusto con mis reacciones y no demostrar sufrimiento.
Soporté impávida cuando le hundieron el hocico en mi entrepierna, quedándome firme en mi posición mientras el perro comenzaba a lamer mi vagina, me comí el asco que me producía el cosquilleo de su lengua, relajé la musculatura de mi entrepierna para que no notasen mi tensión, dando paso a que la lengua del can incursionase más adentro. Simulé tanto que no me molestaba eso, que realmente me estaba empezando a gustar, y al liberar mis fluidos hormonales el animal siguió lamiendo más ansiosamente, provocándome mayor placer y relajamiento en la zona.
Al parecer el sabor de mis hormonas hizo excitar al perro, porque ni tonto ni perezoso no tardó en montárseme y tratar de penetrarme. Si bien ya me había dado por entendida de lo que querían y tenía que pasar, aún no estaba preparada, y me alerté al sentir el contacto con su cuerpo en mi espalda y su pene punteando por los alrededores de mi vagina. Lo cual notaron porque me eché hacia delante y algunos se rieron mientras seguían grabando y sacando fotos.
Pero no podía flaquear en mi decisión de no mostrar temor ni repulsión, así que “haciendo de tripas corazón” me hice para atrás, con tal suerte para el can que en ese movimiento su pene entró levemente y solo le bastó con dar un buen empujón para encajármelo todo. Las voces de asombro no se dejaron esperar, desesperándose por sacar fotos y agarrar el mejor ángulo para grabar, todos se agolparon dentro de los 180 grados posteriores a mí.
El frenético vaivén de la culeada que me estaba dando mi (según yo) improvisado amante canino, meneaba mis senos de una manera muy graciosa, que al vérmelos me provocó algo de risa. Pero después de las exquisitas lamidas no había sentido mayor placer, pues en lo transcurrido de la penetración misma no me estaba dando mayores sensaciones, ya que su pene entró muy fácilmente como si se tratase de algo muy delgado y jabonoso, hasta que noté el importante volumen que tomó en mi interior proporcionándome un acentuado roce cerca de la entrada de mi vulva.
Pese a lo adverso de la situación, estaba gozando como nunca antes en una relación sexual, se sentía riquísimo y en pocos instantes alcancé un profundo orgasmo, que se incrementó a un nivel muy alto cuando el perro comenzó a eyacular, era el placer llevado a su máxima expresión en mi cuerpo, el calor de su hirviente semen me estaba volviendo loca. Por unos instantes me fui mentalmente olvidando donde estaba y a mi público que me estaba apreciando, era solamente yo.
En un momento dejé de concentrarme en las sensaciones de mi cuerpo y quise enterarme de mi entorno, abriendo los ojos me preguntaba si se habrían dado cuenta que mi orgasmo era real, o pensarían que lo estaba fingiendo, como antes me habían sorprendido en una actitud de temor, probablemente tendrían la duda. Pero como eran viejos zorros, ya sabían la verdad, pues un hombre con un puntero láser le explicaba a su pareja y le iba indicando cada uno de los síntomas que me aquejaban: mis pezones endurecidos; mis sonrojadas mejillas; la piel de gallina; los espasmos abdominales y mi respiración agitada. Por suerte se dio cuenta de mi respiración y fue a sacarme la cinta adhesiva de la boca, ya que me estaba asfixiando, y mis fosas nasales no eran suficientes para la cantidad de aire que necesitaba en ese momento. Y acto seguido liberé suspiros, sollozos y exclamaciones varias de placer.
Su eyaculación fue abundante y prolongada, e incluso cuando su miembro no latía más, se quedó un rato sobre mí, extendiendo mi momento de placer. En un instante quiso tirarse para un costado, pero las sogas que soportaban el aro de mi cintura no se permitían, de modo que terminando de trepar sobre mi en un solo ¡¡SHLAPT!!, me desconectó su aparato y se lanzó para abajo. Era increíble la cantidad liquido que escurría por mis piernas hasta el piso, y más aún el tamaño y forma de su pene que le colgaba fuera de su funda, ahí pude observar la protuberancia en su base que tanto me había hecho gozar.
Me pusieron una inyección que me hizo dormir y desperté como a las doce de la noche, con otras ropas en la sala de espera de un servicio de urgencias y con bastante dinero en los bolsillos. Al salir noté que no estaba muy lejos de mi casa, ya que conocía bien las calles circundantes. No sabía que hacer, el hecho de poner una denuncia me complicaba demasiado el tener que explicarle todo a un oficial y el hecho ser revisada, si me quedaba callada y guardaba el dinero pasaría a ser una puta perra, pero el dinero era demasiado (unas cuatro veces mi sueldo). Pensé largo rato, y al final tomé un taxi en dirección a casa, entré a mi cuarto y me encerré a llorar.
Bueno, esperando les haya gustado mi relato, besitos.
Perra Puta
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