La descendencia del perro callejero
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Diana1.
El otro día al pasear por la calle vi a dos perros atacar a otro más debilitado por el hambre cuando el segundo intento hurgar en la basura en busca de comida. A mí me dio pena el pobre perrito, estaba tan delgado que se le veían los huesos y parecía que una corriente de aire lo tiraría al suelo. Decidí llamarlo ya que no parecía peligroso.
Se acercó a mí sigilosamente y le di un poco de mi merienda para tranquilizarle. Lo comió rápidamente y yo lo guié hasta mi casa. El pobrecillo estaba muy debilitado por el hambre y después de darle algo más de comerme lo llevé al veterinario. Allí revisaron que no tuviera ninguna enfermedad y comprobaron que no tenía microchip y le pusieron uno a mi nombre para que pudiese adoptarlo.
Decidí llamarle Sultán un poco para compensar el trato que había recibido de los otros compañeros de la calle y de sus antiguos dueños.
Al cabo de unos meses Sultán ya estaba en plena forma y un día lo vi arañar y olisquear desesperado la puerta del jardín. Me acerqué a él y le acaricie la cabeza para que se calmara. Vi por encima del muro de casa para ver que le alteraba tanto. Fuera del muro había una perrita que estaba haciendo exactamente lo mismo que Sultán.
Dirigí la vista a Sultán y pude ver que tenía la punta roja de la polla asomándose. Entré en casa dejando la puerta abierta y ordené a Sultán que entrase en casa. Con cuidado me acerqué a la puerta del jardín y la abrí. La perrita entró rápidamente y se adentró en casa. Cuando entré yo pude verlos a los dos oliéndose mutuamente y trate de ignorarlos. Pero mientras estaba en la cocina me entró el morbo al saber que dos perros estaban follando en el recibidor.
Sigilosamente espié a los perros y la imagen de Sultán clavándole la polla a aquella perrita me excitó. Casi sin poder evitarlo empecé a imaginar como se sentiría aquella polla en mi coño.
Enfadada conmigo misma me obligué a darle intimidad a los perros y fui a i habitación.
Después de masturbarme un par de veces para quitarme la calentura y ducharme encendí el ordenador y empecé a navegar por la red.
Empecé buscando las palabras “sexo con animales” y ese día aprendí una palabra que nunca olvidaría: “zoofilia”.
Al principio busqué información para sentirme menos culpable por pensar en un acto tan deprabado pero después no pude evitar clickar en los videos que prometían muchas páginas, aunque después te pedían que te los descargaras pagando.
Viendo muchas de estas páginas llegué a una en la que no había ninguna imagen pornográfica pero que me excitó aún más que las demás. Se traraba de una página de relatos eróticos en la que personas como yo contaban sus experiencias zoo.
Algunas eran todo ciencia ficción y se notaba nada más empezar a leer pero otras eran muy realistas y además los autores aseguraban que eran ciertas.
Todo lo que leía me animaba a practicar sexo con mi perro pero las palabras “transmisión de enfermedades” hicieron que no siguiese con mis planes.
Mi perro acababa de follar, si es que no continuaba follando, con una perra callejera expuesta a todo tipo de enfermedades. Lo que le hacía un candidato para ser transmisor.
***
Al día siguiente llevé a la perrita al veterinario y como no tenía chip de identificación pude adoptarla y ponerle el chip sin problemas.
***
Dos meses después de la llegada de la perrita callejera a casa, Lucy, Sultán y ella fueron padres de tres preciosos cachorros, un macho y dos hembras.
Cuando me fue posible llevé a Lucy al veterinario para que la esterilizasen, ya que con cuatro perros tenía suficiente.
A pesar de no atreverme a probar la zoofilia, me habitué a ver material zoofílico y siempre que podía le echaba un ojo a las principales webs de relatos.
El tiempo pasó y los cachorros crecieron. De hecho un día me sorprendió encontrar a Sultán follando con una de sus hijas.
Sultán ya estaba en sus últimos días de vida según el veterinario y dos meses después de haberlo encontrado tan activo con su hija falleció.
Rufo, su hijo, tomó entonces los papeles de macho y siempre estaba montando a una de las tres hembras, de las que dos ya estaban estirilizadas. La otra quedó embarazada y dos meses después tubo tres cachorros esta vez todos machos. Decidí estirilizar a la hembra antes de tener una jauría en casa, con cuatro machos y tres hembras tenía más que suficiente.
Un día conocía a un chico veterinario en un bar y acabó viniendo a casa.
Fue una noche de sexo, hacía ya tiempo que lo necesitaba.
Él se interesó por los perros y cuando los fuimos a ver Rufo estaba montando a una de sus hermanas.
Al veterinario le hizo mucha gracia y yo le expresé mis dudas sobre qe pasaría si un día Rufo se me escapara y follase con una perra enferma.
Él me contestó que si tenía a los perros vacunados no tendría por que pasar nada.
Esa mañana hechamos el último polvo (se veía que no solo a mí me excitaba ver a dos perros follando) y después de eso no lo volví a ver más.
***
Esa tarde me quedé pensando en las palabras del veterinario. Podría follar con Rufo y eso me excitaba.
Los cachorros de la última camada eran aún demasiado pequeños para follar pero Rufo ya tenía mucha experiencia, así que preparé todo para ese mismo domingo.
Separé a Rufo el viernes por la noche de las demás hembras y el sábado por la tarde comprobé que me dejaba tocarle la polla mientras le bañaba.
Con calma lo excité un poco pero no dejé que se corriese.
Llegó el domingo por la mañana y me desnudé. Entré en la habitación en la que él estaba y, caminando a cuatro patas, me acerqué a él.
Él al verme se acercó a mí y me olisqueó. Le ofrecí mi coño depilado y, después de lamerlo un poco me montó.
El perro ya estaba acostumbrado a follar y tenía práctica para saber como meter la polla en el agujero correcto y en la primera embestida y así lo hizo.
Noté como de golpe me metía aquella polla canina y empezaba a moverse como desesperado. La rapidez con la que movía la polla hizo que rápidamente llegase a un primer orgasmo. Notaba una pequeña bola, que poco a poco se iba haciendo mayor en la base de mis labios vaginales hasta, que con las fuertes envestidas del perro, venció la resistencia de mis músculos y se metió en mi profundamente.
Rufo entonces se quedó quieto encima de mí.
Cualquiera persona que nos viera en aquel momento diría que yo ya no estaba recibiendo estimulación canina pero yo notaba como aquella polla que en un principio parecía minúscula me llenaba cada vez más y más.
Cuando notaba ya que la polla no cabría en mi interior, noté algo bastante caliente en mi interior y supe que el perro estaba derramando su leche en mí, probocándome un segundo orgasmo.
Entonces Rufo con cuidado intentó pasar una de sus patas traseras por mi espalda hasta que quedamos culo con culo.
Poco después comenzó a empujar para liberarse de mí y yo empujé para el otro lado.
Me dolió un poco cuando se separó ya que deberíamos haber quedado juntos un poco más de tiempo.
Lo miré y noté que seguía eyaculando un poco de leche.
Me acerqué a él y me puse debajo de él con cuidado cogí su verga y la puse en mi entrada y me penetré con ella.
Así estuve un buen rato corriendome hasta que la polla de Rufo volvió a un estado normal.
Entonces me separé de él me duché y lo solté junto con los otros perros. Y al verlos a todos pensé:
“Tengo cuatro machos y tres hembras, un macho será mío”.
Este relato es el primero de zoofilia que escribo. Espero que guste y decir que este lo publiqué hace tiempo en mi blog. Allí tengo algunos más.
Hasta el siguiente relato.
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