LA PUTA Y EL CALLEJERO
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Carmen había salido antes de casa aquel día. Quería ir a ver a Roberto, un antiguo amigo suyo del que había estado profundamente enamorada en otro tiempo, con el que había vuelto a coincidir la última semana.
Ella se había engalanado con sus más preciosas joyas, su atuendo se completaba con unas medias estampadas oscuras, liguero, tacones altos y un hermoso vestido corto, todo lo cual estaba meditado para engatusar a Roberto. Él le había contado en más de una ocasión que le encantaban las mujeres coquetas, las prostitutas de alta clase. Por su trabajo, era policía, había conocido muchas chicas así, y Carmen no iba a desperdiciar la oportunidad de conquistarle después de que había vuelto a aparecer en su mísera vida. Esta vez disfrutaría sin dudarlo de aquel hombre, y debía utilizar todas las armas que estuviesen en su mano.
Se despidió de Mónica y su marido, sus vecinos y grandes amigos, y comenzó a caminar contoneándose calle abajo, sin que le flaqueara el ánimo en algún momento. Estaba segura de su belleza, su perfume, su indumentaria, y sabía qué es lo que podía a llegar a hacer por un hombre….
A medianoche había llegado a la altura de un club por el que a esas horas era más recomendable no pasar, donde muchos de los vecinos del barrio pasaban horas haciendo no se sabía qué, o no se quería saber…La sorpresa fue cuando Carmen vio avanzar por la entrada a Roberto, que llevaba una camisa desabotonada hasta la mitad, y caminaba hacia la puerta mareado y riendo. Carmen quedó hecha polvo, la noche de pasión desenfrenada que había previsto antes de abandonar su piso había quedado en nada, y su vida volvía a la monotonía y el pesar que le habían embargado en los últimos años.
Se marchó cabizbaja, acelerando el paso para alejarse lo antes posible del local y de Roberto, pero al girar una calle adyacente algo la detuvo. Varios perros rondaban a una perrita asustada que no podía ocultarse prácticamente en ningún lugar de aquel callejón. Estaba oscuro y Carmen sintió una enorme compasión por ella, llegando incluso a identificarse con la perra en su sufrimiento.
-"Tranquila perrita, no podrán hacerte daño"- pensó rápidamente.
Lanzó al aire un par de palos que había junto a una verja, procurando ahuyentar a los canes.Estos empezaron a huir enseguida, y la perra se sumo a ellos. De alguna forma , Carmen quedó ciertamernte aliviada, y se disponía a proseguir su camino cuando, en una callejuela aun más tenebrosa que quedaba paralela, un par de perros se quedaron mirándola fijamente. Eran de gran alzada, y sus ojos no expresaban ira, sino desconcierto. Carmen se acercó lentamente, a la vez que uno de ellos se dio la vuelta y se fue. Sin embargo uno de ellos quedó en el mismo sitio dando giros y jadeando. Carmen, ya le había alcanzado cuando observó alrededor. No vio nada ni se oía nada, se agachó y acarició al chucho. El perro parecía un poco temeroso, pero en unos pocos segundos, trabaron confianza.
-" No puedes utilizar a esa perrita a tu antojo"- le dirigió estas palabras al perro, como si pensara que él llegaría por un momento a entenderla.
A Carmen se le empezó a mezclar todo lo acaecido esa noche en la cabeza, y casi sin saber porqué, se vio sentada en la acera, mirando al perro y sollozando. Se daba ánimos a ella misma, cuando de repente vio la tripa del perro, que rondaba a su lado, donde se mostraba algo rojo y brillante. Su cabeza y su mundo se vinieron abajo, Carmen empezó a sentir unos inexplicables deseos, y su nuevo y dotado amigo formaba parte de ellos. Se levantó y fue caminando hasta casa, con el perro siguiéndola, pues ella le iba hablando y calmando por el camino. Ya en el salón, encendió la luz, y pudo ver bien a su macho. Era un perro con pelo escaso, negro, de raza indefinida, de gran tamaño pero no muy nervioso. Estaba delgado, quizás demasado, y aquello permitia observar más su silueta, sus largas patas.
Ella se desvistió como una posesa, quedándose en lencería. Se acercó al chucho y le dio algo de comer, a la vez que le rozaba la cabeza, la tripa, y agarró el capuchón que colgaba. Carmen sintió arder en las entrañas, y comenzó un movimiento de atrás hacia delante con la piel que cubría aquella lasciva verga.
En un minuto el macho ya enseñaba una punta roja muy gruesa, lanzando chorros al aire. Ella se sitúo debajo del can, que jadeaba velozmente, y engulló el pedazo de polla mientras el perro con su lengua lamía las bragas de ella. Se las bajó un poco, y dio de comer a su amante su mayor tesoro, aquel que había estado reservando para Roberto. El perro en ese momento lamía como loco, Carmen gozaba como nunca, y gemía con la pollaza en la boca, que a esas alturas ya estaba toda fuera, gordísima, con el nudo y todo, y que costaba meterla en la boca.
-" Nunca pensé que estuviesen tan bien dotados"- pensó Carmen. Además, debido a la delgadez de aquel can, su polla le destacaba aún más sobre el cuerpo, dando una visión, con ésta en la boca de Carmen, que lamía y engullía sin parar, esperpéntica y realmente lujuriosa.
Se bajó el corpiño , y acercó la verga a sus tetas, restregandola por los pezones, y bañandolos con la leche que despedía el nabo inabarcable del amante canino.
Se lanzó hacia la cama y, ya los dos en el dormitorio, Carmen se situó al borde, dejando su conejito al nivel del perro, que estaba apoyado en las patas traseras, alzado sobre la cama con las patas delanteras junto los pechos de Carmen. Ella dirigió la verga, que ya rozaba los labios sin apuntar, y la colocó en la entrada de la vagina. Ella se movía sin parar, queriendo tragar la gran polla del perro callejero, y cuando el animal notó cierto calor en su punta, de un empujon, atravesó a Carmen, haciendola morderse un labio de dolor y placer y morbo. Aquel perro callejero la estaba haciendo suya, y ella quería saborear esa experiencia sin dudarlo. El macho arremetía con fuerza, Carmen gritaba hasta la extenuación, no era un movimiento de meter y extraer el del can, sino más bien, un hurgar en el conejo de Carmen hasta el fondo, sintiendo esta que le introducía algo, que aquel pollón que no cesaba de crecer todavía contenía más sorpresas. Sujetó la base del chucho, y siguió con el movimiento desenfrenado.
A los pocos minutos, ella, que había estado gozando de cada uno de los segundos de aquel polvo animal, notó como le venía una cadena de orgasmos interminables, que no la hicieron, sin embargo, descuidar que su callejero estaba lanzando chorros que roían su útero con extrema fuerza. Se separó de su chico, se puso a sus pies, y se metió la polla que colgaba aun eyaculando en la boca, sin importar nada más en esos instantes que su deseo, que explotaba como un volcán.
Tragó y tragó, escupiedo a veces, y se frotó la polla del perro por su cara y tetas, para luego ver como este le limpiaba la entrada de su vagina.
Su nuevo amante le había dado todo, y se echó a un lado exhausto a lamerse. Ella estaba cansada…y extrañamente feliz. Miró al animal y le dijo: "no te arrepentirás de haber entrado en mi vida, cariño, quiero que te des a mí cada día, y sabrás, te lo juro, lo que es una buena perra"…
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!