Mi cuñada II
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Neardental.
Soñaba con mi cuñada…
Me tenía obsesionado. No podía dormir. Casi no comía. En cada esquina, en cada reflejo me parecía encontrármela desnuda gozando del placer con su perro. Incluso cuando hacía el amor con mi esposa solo veía a Sonia machacando su vagina sobre el miembro de Ringo.
Sonia, ese es su nombre, me había prometido que si yo guardaba silencio compartiría sus experiencias conmigo. Fui una tumba. No dije nada. Fui fiel a mi palabra como nunca lo había sido conmigo mismo. Y por ello deseaba mi premio, la recompensa por ser yo también su perro fiel.
Pero mi cuñada era muy puta…
Pasaron los días. Llegaron las fiestas y con ella la esperada comida de Navidad. Esperaba ese día como agua de mayo. después de comer, justo cuando la familia completa se sentara a disfrutar de la modorra fiestera, Sonia, Ringo y yo tendríamos una agradable velada en el corralón de las gallinas.
Miento si digo que mi postura hacia mi cuñada no había cambiado. Seguía con su carácter soez y sus formas altivas, pero todo eso ahora quedaba en un segundo plano. Una mujer como ella, capaz de disfrutar de un perro como lo hacía con Ringo dejó de ser una cabrona egoísta para convertirse en una diosa capaz del extremo para satisfacer su apetito sexual. Ahora veía la belleza salvaje que encerraba su rostro. Y las maravillosas líneas que dibujaban los vestidos en su cuerpo. Notaba la dulce textura de su piel. Disfrutaba de sus manos, esas que con tanta maestría apuntaba la polla de Ringo hacia su coño. E incluso, si me concentraba bien, podía sentir la sangre latiendo salvaje por todos los capilares de su clítoris.
A mis cuarenta y cinco años me masturbaba como un niño de quince. Quería follármela como lo hacia Ringo. Quería meterla dentro de su coño y ser yo quien se corriera dentro de ella hasta quedar exhausto. Incluso me imaginaba un trío salvaje con la poya de Ringo en su coño y yo destrozando su culo mientras sus gritos de placer hacían correrse hasta las gallinas.
Al llegar a casa de mis suegros saludé a Ringo efusivamente, como dos compañeros que se van juntos de putas. Luego a mis suegros, al tío Antonio y a mi querido cuñado. Y, como saliendo de una nube hermosa, apareció mi cuñada empujando el carrito de su bebe.
Se acercó a mí como siempre lo hacia. Era muy buena actriz. Yo no iba a ser menos. Me dio un abrazo y dos besos. Le correspondí, pero me alejé rápidamente. Mi pene no era tan buen actor…
La comida fue una obsesiva lucha por no mirar sus pechos en punta. Y me pasé los postres intentando no correrme cada vez que levantaba el culo de la silla. Señor, estaba a mil. Casi no me podía aguantar de la excitación. Incluso se me pasó mas de una vez tirarla sobre la mesa y follármela allí mismo, delante de mis hijas. Pero me contuve.
Quien me pareció extrañamente tranquilo era Ringo. Permanecía fuera, no le dejaban entrar en la casa, sumido en sus pensamientos perrunos. Era increíble, no se movía, no se excitaba, no intentaba montarla en público… En definitiva, no parecía que compartieran cama. Me fije en su pasividad, en su saber estar que sentí un poco de vergüenza ante mi continua excitación. Claro, él estaba acostumbrado a follarse a mi cuñada. Yo era virgen en esas lides y saber que dentro de escasos diez minutos los tres estaríamos follando como locos en el corralito realmente me superaba.
Pero no fue así…
Ni diez minutos, ni una hora, ni en toda la puta tarde. La hija de puta no se movió del sofá. Ni siquiera me miró. Se limitó a comportarse despectiva como siempre y atender las vomitonas de su bebe. Y así fueron todas y cada una de las diferentes comidas familiares. Yo callado y ella sin pagar su premio. Ya no salía a pasear con Ringo. Ya no bajaba después de comer al corralito para satisfacción de ambos. Se quedaba atendiendo a su bebe, conversando con el resto y tratándome como de costumbre. Peor quizás, porque ahora ni siquiera se molestaba en faltarme al respeto.
Llegó un día en que no pude aguantar más y se lo dije. Esperé a quedarnos solos en la cocina de los suegros:
–¿Hoy no vas a bajar al corralito?…
Ella me miró como si eso no significara nada.
–Ya tenemos suficientes huevos.
–No me refiero a eso… –busqué rozarme con ella –. Ringo y yo estamos muy impacientes.
Juro que no esperaba su reacción. Me empujó alejándome de sí:
–No te acerques a mí. No sé de qué me hablas ni lo quiero saber. Y como te vuelvas acercar a mí le voy a decir a mi hermana y a mi marido que me estás acosando. No sé por quien me tomas, o lo que supones que he hecho, pero me dan ganas de vomitar solo de pensar lo que has dicho. No te vuelvas acercar a mí. Me das asco. Antes de acostarme contigo me corto las tetas…
Y sé fue dejándome petrificado del miedo.
Tenía razón. Me tenía cogido por las pelotas. No tenía nada con que demostrar que mi cuñada se follaba a su perro. En cambio una palabra de ella bastaría para arruinar toda mi vida. Realmente estaba jodido…
Me pasé toda la noche en vela pensando Sonia. Seguía follándose a Ringo, le gustaba demasiado como para poder dejarlo. Pero la hija de puta no me quería dejar disfrutar de su pastel. Tenía que haber cambiado de método. De día. De forma de actuar. Incluso de sitio. Todo para engañarme. Para dejarme quedar como un idiota. Tenía que demostrar que era verdad. Y necesitaba pruebas. Pruebas con las que poder chantajearla.
Tenía que ser por la mañana. Dejaba al niño en la guardería y mi cuñado trabajaba. Tenía que ser entre semana, cuando sabía perfectamente que los mirones indiscretos estábamos ocupados con nuestras obligaciones laborables. Tenía que ser así, pero cuando podría pillarla…
Yo no me podía permitir el lujo de fallar. No tenía tiempo para seguirla a todas partes. Tenía que ser conciso, constante y sobre todo, atinar el disparo. Solo tenía una oportunidad. Si la volvía a cagar, si se volvía a ver amenazada Sonia era capaz de sacrificar a Ringo. Tenía que dejar que ella se confiara, hacerle pensar que había ganado. Y así me comporté. Me callé la boca, bajé la mirada y le dejé humillarme como al resto, como siempre lo había hecho.
Hasta que un día mi querido suegro, en la comida del domingo, me la entregó.
–Nena, el lunes acuérdate que tienes que llevar a Ringo al veterinario, que tu madre y yo tenemos que ir al médico…
Llamé al trabajo. Pedí el día libre. La excusa, mi hija pequeña al parecer tenía muchísima fiebre. Cogí la cámara de video y dos cintas con las vacaciones en la Manga del mar menor. Dejé la batería cargando toda la noche y a las ocho de la mañana estaba escondido en las sombras cercanas al portalón de mis suegros.
Mi protagonista llegó a las diez menos algo. Aparcó su coche a la entrada y, tras despedirse de sus padres, se metió dentro de la finca.
Corrí al cierre y esperé a que saliera de la casa y bajara al cobertizo. Vi a Ringo pendiente, tan pendiente que ni siquiera me había olfateado. Extrañamente yo no estaba muy excitado. Tenía demasiada tensión en el cuerpo. Ahora no podía fallar. En cuanto se metió en el cobertizo llamó a Ringo.
En cuanto Ringo entró por la puerta yo salté el cierre.
Corrí agazapado entre las sombras hacia la ventana. Me levanté con mucho cuidado. Ya estaba acariciando al perro. Había acertado. Encendí rápido la cámara y la coloqué en una repisa a unos metros de la ventana. Asenté el trípode y busqué el ángulo que cogiera el suelo del cobertizo. Sobra decir que lo tenía todo muy bien preparado y muy bien medido. Incluso el día anterior había limpiado los cristales para no hubiera reflejos. Apliqué el zoom a la cámara y cogí todo el encuadre.
Pulsé REC…
En la pantalla de la cámara apareció mi cuñada desnudándose para la ocasión. Esta vez le fue fácil. Vestía un vestido rojo, medias y un exquisito conjunto de encaje blanco. Ahora sí que mi poya comenzaba a coger vida. Volvía a tener sus pezones ante mí. Las finas curvas de sus caderas. Su magnifico coño y su boca… Su preciosa boca succionadora.
La seguí con la cámara. Grabé como se acercaba a Ringo caminando provocativa, enseñándole todas las partes de su cuerpo que dentro de unos instantes iban a ser suyas. Ví como el pobre ringo se moría con las ganas, pero el hijo puta no se movía. Esperaba muy excitado, pero quieto. Deseando, pero aguantando su instinto animal mucho más allá e lo que cualquier hombre sería capaz, mucho más de lo que yo habría aguantado.
Para mi desesperación esta vez ella no tenía ninguna prisa. Caminaba y se contorneaba. Se agachaba mostrando su precioso cuerpo desnudo a Ringo. Incluso se puso a cuatro patas frente a él. Tenía una grupa preciosa, caballar, un culo para ser montado hasta la saciedad. La cámara seguía grabando y ella seguía sin hacer nada. Solo mostrándose. Ringo se rozaba contra el suelo. Se quejaba y protestaba, pero no se movía de su sitio. Yo pensé en apagar la cámara por si se acababa la batería antes de que la muy puta se pusiera a follar, y cuando iba hacerlo ví como ella se sentaba en el suelo, abría las piernas y acercaba el coño a escasos centímetros del olfato de Ringo. Hice zoom y comprobé como estaba totalmente mojado. Mi cuñada tenía muchísimas más ganas que los dos juntos. Entonces… ¿A que coño estaba esperando?
Grabé como sacaba una tarrina de comida de esas que tanto le gustaban a Ringo. La abrió y comenzó a untársela por todo el pubis. De arriba abajo. Metiéndola incluso dentro del coño. Sus pechos se mostraban duros y las venas que marcaban su actual lactancia sobresalían en su piel como caudalosos ríos desembocando en la oscuridad de sus pezones. Estos habían crecido por lo menos un centímetro más de lo habitual y en sus ojos se veía perfectamente reflejada toda esta excitación.
Se quedó abierta de piernas, con el coño untado con comida para perros y con Ringo a las puertas por lo menos durante un eterno minuto. Yo estaba desesperado. Y el tonto de Ringo aun más, pero el muy idiota ni se movía. Ella lo deseaba, más que nosotros, pero allí nadie se movía…¡Joder, que coño estaba pasando!
–¡¡¡LEGG!!!
Era la orden. Lo estaba amaestrando. Esa era la palabra que encendía todo el fuego del animal. Ringo se lanzó hacia su coño y con la primera lengüeteada casi le arranca el primer orgasmo. Comenzó a comerle todo; el coño, la comida, los jugos vaginales… Todo era poco para saciar todas las hambres del animal. Lamía y lamía, y con cada lamida mi cuñada se arqueaba incontenible. Yo no podía dar crédito. Sonia no solo nos dominaba a todos sobremanera, incluso un perro esperaba una orden con un coño envuelto en comida ante su olfato. LEGG era la llave. Por eso nuca se le subía ni intentaba montar cuando ella no quería.
Escuché el primer orgasmo. Fue como si le arrancaran un trozo del vientre. Subió la pelvis hasta tocar el cielo tensando todos los músculos de su cuerpo. Y aguantó bien arriba y bien tensa uno, otro, y otro los grito de placer deshacían la tensión de sus músculos. Estaba sola. Era libre. No había nadie, ninguna razón por la que contener su boca. Podía gritar, podía contar al mundo todo lo que Ringo le hacia sentir…
Cuando terminó de correrse se levantó rauda y se arrodillo ante el miembro de Ringo. Sin miramientos lo metió en su boca y comenzó a chupar salvaje, intentando devolver todo el placer que le había sido entregado. Chupó y chupó. Incluso intentaba llevar la poya lo más lejos posible dentro de su garganta. Pero no podía. Era descomunal. Su boca, a pesar de ser muy faltona, no era tragona. Ante la impotencia empujaba más, ahogándose y provocándose arcadas que acompañaba con pequeños vómitos. Ringo agradecía sus esfuerzos con la lengua de fuera aun impregnada con los restos de la comida anterior.
Sonia estaba desesperada. Seguía succionando mientras comenzaba a tocarse el coño. Volvía a estar preparada para otro asalto. Sacó la enormidad de la boca, se volteó, se puso a cuatro patas y mostró a Ringo el camino de su coño. Este ni lo dudo y en la primera embestida metió toda su poya dentro.
Mi cuñada grito. Le había dolido. Ringo no tenía miramiento. Ahora no después del “LEGG”. Comenzó a culear a gran velocidad. Sí, a Sonia le dolía y bastante, eso a pesar de estar muy mojada y acostumbrada, la poya era demasiado grande y muy rápida. Comenzó a gatear por el suelo del corral intentando apaciguar el ritmo de Ringo, con la fortuna de que cuando comenzó a sentir por fin placer se detuvo justo en frente de mi plano.
Allí estaba ella, a cuatro patas, con los ojos en blanco, las tetas colgando y Ringo encima de ella sacudiendo su coño con la lengua de fuera.
Sonia se corrió frente al objetivo… No como lo había hecho antes, sino con menos aspavientos pero mucho más intensamente. El otro orgasmo había sido de necesidad. Este era de autentico placer. Ringo no bajaba el ritmo a pesar de los gemidos de su ama. Seguía a lo suyo, sin detenerse, sin cesar. Tenía a penas cuatro años y ganas, muchas ganas de follar.
Comprobé por catorceava vez que la cámara estaba grabando. Y realmente me alegré al ver como mi cuñada tras su orgasmo, se levantaba y dejaba a Ringo solo. Este continuaba excitado, no se había corrido, por ello se le echaba encima queriendo volver a montarla. Pero mi cuñada estaba cansada y dolorida.
–¡¡¡OFF!!!
Esa era la otra palabra. Ringo se sentó y comenzó a lamerse su frustración en un rincón del corral. Mi cuñada también se sentó. Estaba manchada, sucia llena de la mugre y paja reseca que llenaban el suelo del cobertizo. No le importaba, como tampoco apoyar su espalda sobre los fríos adoquines. Estaba demasiado caliente como para sentir el frío. El sol comenzaba a salir. Las gallinas seguían picoteando el maiz. Yo apagué la cámara y me quedé contemplando a mi cuñada. Todo había acabado. Y había sido maravilloso.
–¡¡¡LEGG!!!
No había acabado.
Encendí la cámara. Ringo se levantó enseguida. Y mi cuñada lo acostó en el suelo y comenzó a lamerle de nuevo poda la poya. A Ringo se le puso dura enseguida. Tras escaso minuto se la quitó de la boca y comenzó a masturbarlo, mientras que escupía compulsivamente en su otra mano. Vi como se la restregaba por su coño mezclando la saliva con lubricante vaginal. Volvió a escupir en su mano y repitió la operación dos veces más. Luego, cuando se vio preparada, se acuclillo dándole la espalda a Ringo y apuntó su poya al agujero de su culo…
Yo no daba crédito. Mucho menos cuando lentamente se metía la poya del animal en el culo. Le dolía muchísimo, pero la muy hija de puta no paraba de meterla. Gritaba, y con cada grito un centímetro más se colaba para dentro. Hasta que por fin, todo aquel trozo de carne estaba dentro…
Parecía empalada por el terrible Drako. Casi no se podía mover. Es más, ni se movía. Le dolía tanto que en seguida supe que no debía estar muy acostumbrada. Pero no iba a tardar en estarlo. Poco a poco comenzó a coger ritmo. Lento pero seguro. Y otra vez el placer apagó al dolor. Sus ojos se encendieron. Sus pezones se irguieron y comenzó a morderse los labios.
Mi cuñada volvía a la carga…
Yo no podía más. También necesitaba participar de la fiesta. Y cuando Ringo comenzó a correrse ni lo pensé.
Dejé la cámara grabando. Me desnudé y entré como una exhalación en el cobertizo. Ahora sí que mi cuñada se asustó al verse, pero la muy cabrona no se podía mover. Tenía las pelotas de ringo dentro del culo y estaba presa por el dolor y el placer. Solo grito que me fuera y que no lo hiciera…
Se la metí de un golpe. Ella grito muchísimo y a penas pudo golpearme con una mano mientras con la otra intentaba mantener el equilibrio.
Comencé a sacudirme dentro de ella. Con fuerza, con rabia. Por fin estaba dentro de mi cuñada. Cuando lo deseaba. Ella pronto dejo de protestar y volvió a caer hipnotizada por el placer. Ahora me dejaba hacer. Los tres estábamos en un punto de no retorno. Apoyé mis manos en el suelo del cobertizo sujetando mi peso en ellas. Ringo continuaba corriéndose a su gusto y mi cuñada ahora gemía de placer extremo. Mordí sus pezones. Tragué su leche. Mordí su cuello. Lamí su boca. Arranqué finos suspiros de su garganta. Le gustaba. Le gustaba muchísimo, y a pesar de mirarme con asco no podía disimular su excitación. Tanta que se corrió una vez más…
Y yo me fui detrás de ella. Salí rápido del coño y metí la metí en su boca, bien adentro. Ella la aceptó perfectamente porque no tiene ni la tercera parte del tamaño de Ringo. Me corrí dejando que toda mi leche resbalara por su garganta hasta el estomago. Luego, cuando la última gota salió de mi escroto, me levante y me fui del corral.
Ella no me pudo seguir. No podía. Estaba enganchada a Ringo. No era muy normal pero como su culo no estaba lo suficientemente dilatado tendía que joderse y esperar. Una vez vestido apagué la cámara, saqué la cinta y la guardé en el bolsillo. Volví a mirar por la ventana. Allí estaban los dos amantes enganchados acostados uno junto al otro. Di dos toques en el cristal. Ella me miró y le enseñé la cámara.
Me odió y me reí.
Tres días más tarde le mandé un mensaje al móvil:
“Me apetece LEGG…”
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