Qué fantásticos son los perros!
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Mi hermana vive a dos cuadras de casa y aquel verano, antes de irse de vacaciones, me pidió que me ocupara de cuidar a Sansón; eso significaba sacarlo a pasear por las noches para que se refrescara en la plaza del calor del día y bañarlo cada dos o tres días.
Lo primero y para diversión de mis dos hijas de siete y nueve años, se constituyó en un acontecimiento adicional a los que disfrutaban durante el día en la colonia de vacaciones y el animal jugueteaba con ellas como si fuera un cachorro, pero a mí me preocupaba que con su corpulencia las lastimara sin quererlo.
Al tercer día y atenta a que la temperatura prometía ser tórrida, después determinar con las tareas de la casa, pensando en que podría matar dos pájaros de un tiro aliviando al animal con una buena lavada mientras tomaba sol en la terraza, me puse la bikini y un vestido portafolio de algodón.
Contento por verme a ese horario desacostumbrado, Sansón correteo alrededor mío y cuando vio que tras sacarme el vestido tomaba las cosas para un baño, subió la escalera a los saltos para recibirme a los ladridos mientras subía a la terraza; sabiendo que Corina solía bañarlo en la piletita de lona de las nenas, conecté la manguera y haciéndolo entrar, me arrodillé junto a él para, tras mojarlo repetidamente, comenzar a higienizarlo con un shampú especial.
El pelo corto negro del enorme Labrador se llenó pronto de espuma blanca que me encargué de hacer entrar en todos los intersticios; desde chica me gustaba lavar a los perros por ese olor que despiden con el agua y por la tersura que tiene la piel debajo del pelaje.
Ahora y en tanto el sol caía a plomo sobre mis espaldas, mis manos exploraba en pecho y toda la parte baja del animal y ensimismada en alcanzar todos los huecos, me encontré de pronto que estaba enjabonando con cierto cuidado cariñoso la vaina peluda de la verga; no lo hacía concientemente, ya que nunca se me cruzara semejante pensamiento en mis treinta y dos años de vida, pero en ese momento, fuera por el calor, la circunstancia o ese algo oscuro que todos escondemos en la mente, sintiendo que debajo la verga cobraba consistencia, apoyando la frente enfebrecida contra el costado mojado del inmenso animal, comencé una suave y lenta masturbación.
Cerrando los ojos y resollando mi excitación, fui aplicándome es esa paja muy similar a las que le hacía a mi marido y notando al tacto su crecimiento, bajé la cabeza para enfrentar un espectáculo insólito; de la vaina había surgido una verga muy roja que todavía seguía creciendo y que me extasió con sólo verla.
Fascinada incrementé la presión de los dedos y no podía dar crédito a lo que veía; siempre había visto a los perros lamiéndosela pero del encierro sólo se veía una puntita roja, pero lo que tenía ante mis ojos era un falo casi tan grande como el de un hombre, sólo que de una forma y colores totalmente distintos; de la cabeza, un tanto achatada, surgía una punta carnosa similar a un pezón y luego, sin prepucio no otro impedimento, se ensanchaba hasta más de la mitad para después volver a achicarse hasta donde se veía una especie de bolsa carnosa que en principio creí como los testículos.
Lo que realmente me asombró no fue su forma por demás apetecible para cualquier mujer, sino los colores de la piel que iban desde el rojo oscuro hasta el rosado más delicado y que estaba surcada por una verdadera red de venas azules cuyo grosor destacaba el barniz brillante de unos jugos fragantes; absolutamente obnubilada, fui bajando la cabeza hasta que esa fragancia me cautivó y estirando la lengua, rocé apenas la verga.
Algo animal me trastornó, hizo surgir a la hembra primigenia en aquella ama de casa, madre y amante esposa que, cegada por el deseo, dejó tremolar la lengua para que fuera recorriendo al imponente falo de una punta a la otra al tiempo que una mano de instalaba en la base para ejercer un mínimo movimiento masturbatorio que debió agradar al perro que gruñó mimoso; desatada por el deseo, agregué los labios a la lengua y juntos se desplazaron dejándome enjugar aquel líquido agridulce que parecía surgir del mismo miembro, hasta que vencida por la ansiedad y la calentura, hice llegar la boca a la punta y tras fustigarla con la lengua, separé los labios como yo no imaginaba tanto y lentamente introduje ese portento.
Verdaderamente, por el grosor se equiparaba al de un hombre bien dotado, pero era la lisura de la superficie y un intenso calor que superaba fácilmente al del interior de mi vagina lo que me hizo rodearlo con los labios en intensa succión para arribar donde crecían esas globosidades y luego, como en cualquier mamada, iniciar un goloso vaivén que suplementé con dos dedos siguiéndola en apretada masturbación; había recuperado mi lucidez y sin embargo, me enloquecía estar haciendo lo que hacía, con clara conciencia que me estaba entregando a un animal en la más sórdida de las perversiones pero entonces fue cuando me dije, por qué no.
Acomodándome mejor debajo del Sansón, lo masturbé con la mano repetidamente para luego abrir la boca metiendo al falo hasta que mis labios rozaron la carnosidad y la punta cosquilleó en la glotis; antes de casarme a los veinte años, era una experta mamadora de vergas porque me había prometido a mí misma llegar virgen al matrimonio y desde los quince no pasaba fin de semana en que no me gratificara con una o dos buenas pijas y su consiguiente recompensa láctea.
Sin embargo, fuera por la forma o la tersura, sentía a la el perro llenándolo todo de la manera más gozosa y meneando presurosa la cabeza en un extraño vaivén, sentí como se derramaba en la boca un líquido aguachento pero intensamente picante que por su abundancia excedió los labios y al separar los labios, siguió chorreando sobre mi cara; cuando el perro se separó para seguir olisqueando mi cuerpo, me pregunté espantada cómo había tomado esa decisión y me di cuenta que algo en mí necesitaba esa experiencia, tal como extrañara al comienzo del matrimonio la variedad en las mamadas.
Esa sumisión en que me hundiera el matrimonio, provocó que aflorara una rebeldía que ocultaran el enamoramiento, los hijos y la rutina y, asumiendo que lo que sucediera lo sabríamos sólo el perro y yo, salí de la piletita para buscar la manguera y tras enjuagarme lo boca y lavar mi cara, quitándome la parte baja de la bikini, desplegué la esterilla y acostándome boca arriba, abrí las piernas para llamar al perro que seguía dando vueltas alrededor mío.
La presteza con que acudió para instalarse acostado boca abajo entre las piernas, me reveló que mi hermana había encontrado reemplazante a las diversas parejas temporales de los últimos años y que yo sería la beneficiaria de sus perversiones; colocando un almohadón bajo la cabeza para contemplar al animal, estimulé con dos dedos la ya húmeda vulva mientras con la otra acariciaba la cabeza de Sansón que, contento, sacó la lengua para juguetear con mis dedos.
Incitándolo con palabras cariños, incrementé la masturbación y cuando entreabrí la vulva con dos dedos, él demostró su condicionamiento al hurgar primero con el hocico entre los labios menores y el agujero vaginal para después y ya decidido, comenzar a lengüetear toda la zona; esa lengua era una maravilla, ya que mucho más áspera que la de cualquier hombre, también las superaba en largo, ancho y ductilidad.
Esa formidable herramienta a la que seguramente Camila entrenara con esmero, se movía enloquecedoramente sobre los tejidos y en tanto yo no podía dejar de frotar al clítoris, él se hizo un festín con los arrepollados frunces del interior y aguzaba la lengua para penetrar la vagina que, ante ese estímulo, se dilató mansamente dejándome disfrutar mejor del animal que profundizó el escarbar; las cariñosas palabras con que lo alentaba y el encogimiento de las piernas dejando expuesta toda la zona genital, parecieron potenciar su excitación, haciéndole llevar la lengua hasta el ano e incluso mordisquear sin lastimar los colgajos de la vulva.
Yo estaba en la cúspide de la excitación y deseando evacuar esos ardores y contracciones que estallaban en mi vientre, me di vuelta boca abajo para ofrecérmele como una perra y él así lo interpretó, porque luego de lamerme un poco en esa posición, apoyó la patas delanteras en las nalgas para caminar esos pasitos que permitirían al falo tomar contacto con mi sexo; eso lo confirmó como el consuelo de mi hermana, porque las patas o carecían de garras o estas habían sido recortadas para que no lastimaran.
Buscando un ángulo que le fuera cómodo a Sansón, descendí la grupa al tiempo que separaba las nalgas con las manos pero cuando lo vi tratando de meterla sin atinar, tomé la verga con los dedos para hacerla entrar; eso fue maravilloso, fantástico e inédito. Sintiéndola ocupar toda la vagina, lo más notable era ese calor intenso que superaba todo lo conocido, pero cuando él enganchó las manos en mi cintura y buscando acomodarse trataba de asentar las patas que herían mis piernas, flexioné las rodillas y entonces sí, bien afirmada, la enorme bestia, inició ese clásico movimiento copulatorio de los perros y enloquecida por la espléndida cogida, martirizaba al clítoris con dos dedos a la vez que, con la frente clavada en mi antebrazo cruzado, expresaba con frases entrecortadas, ayes e insultos al perro todo el placer que me estaba proporcionando.
Nunca había sentido el sexo de esa manera y la magnífica cópula del animal se me antojaba lo mejor que viviera sexualmente hasta que me di cuenta de una cosa, esa carnosidad que viera al terminar el falo se había ido introduciendo junto con este y, siendo el saco donde los machos acumulan el esperma, comenzaba a cobrar ese volumen que los abotonan a las perras y efectivamente, cuando hice un movimiento hacia delante, comprobé que el proceso se había concretado y estaba unida a Sansón.
Este parecía estar en el mejor de los cielos, ya que descansaba su cabeza sobre mi espalda y resollaba fuertemente a la vez que aceleraba la cogida, que era tan estupenda o mejor de lo que imaginara por las sensaciones que me hacía vivir y el placer inmenso que me daba, a tal punto que ya sentía los desgarros del bajo vientre, cuando él descargó una enormidad de semen dentro de mí, provocándome ardores voraces que parecieron inflamar mis carnes pero junto con eso vino el salvataje de mi eyaculación y los dos líquidos juntos traspusieron la verga y las bolas para escurrir hasta la pelvis y mis muslos interiores.
Jamás había estado en esa situación y ahora, viendo a Sansón erguir el cuerpo para tratar de darse vuelta y caminar, como hacen con las perras, lo induje a quedarse quieto a la vez que, inclinándome lentamente de lado, fui haciéndolo recostar; aparentemente Marisa hacía lo mismo porque se acostó tranquilo y así permanecimos unos quince minutos hasta que él mismo se sintió liberado y saliendo de mí fue a tomar agua.
Después de una buena lavada a todo el cuerpo con el fuerte chorro de la manguera, profundicé en la vagina y ya considerándome limpia, acomodé la esterilla para recostarme boca abajo bajo ese sol ten delicioso que parecía recargarme de energía; con el mentón apoyado en dorso mis manos cruzadas y experimentando aun las sensaciones extraordinariamente placenteras de mis acabadas y las del perro, no pude menos que calificarme como una puta viciosa, pero como contrapartida y en tanto miraba al perro descansar a la sombra, tuve que admitir que la mezcla de mi mamada aderezada por ese nuevo esperma, la mineta del perro y su posterior cogida incluida la botonadura, habían sido lo mas trascendente que me sucediera en materia sexual y proponiéndome prolongar mi goce con una nueva fantasía recién imaginada, descansé un rato a la vez que supuse el animal también lo necesitaba.
Después de dormitar un rato mientras en mi mente bullían pensamientos confusos que me hacía adorar al sexo fabuloso que el perro me había dado contraponiéndose con mí posición de madre y de cómo enfrentaría los ojos buenos de mí marido, ganó por lejos la lujuria y justificándome conque si me contentaba con el animal seguramente no necesitaría buscar consuelo a esas necesidades que tenemos las casadas luego de años de matrimonio, llevé la estera donde descansaba el perro y acomodándome en la fresca sombra junto a él, comencé por acariciarlo.
Tratando de imaginar qué haría mi hermana, fui deslizando la mano sobre el lomo para luego de llegar al cuello, recorrer el amplio pecho en suaves pero profundas caricias y ante eso, él fue moviéndose de tal forma que, al llegar la mano al medio del tórax, estaba casi completamente boca arriba con las patas delanteras alzadas y encogidas; calculando lo que naturalmente vendría y mi mente me dictaba con primitiva lujuria, descendí con la mano al suave pelaje de la panza y a esa zona sin pelo en la que prima la vaina peluda de la verga, nuevamente encogida, dejaba ver aun una leve puntita roja.
Un golpe de lujuriosa gula me invadió y mientras con la punta de la lengua afilada y vibrante estimulaba la roja cúspide de la verga, los dedos ejercieron un movimiento adelante a atrás sobre la vaina, comprobando la solidez que recuperara el músculo; el trabajo de la lengua y de los dedos iba dando rápidos resultados, ya que el falo comenzó a emerger y en la medida que crecía en largo lo hacía en grosor, recobrando el tamaño semejante al que estuviera dentro mío.
En mi mente afiebrada, el nuevo aspecto se me hacía aun más tentador que antes, ya que el color rojo se había oscurecido y la red de venas ya no sólo cobraba un matiz violáceo sino que las principales resaltaban hinchadas; del casi invisible agujero caían gotas del aguachento semen y una vez más me deleité enjugándolo con la lengua para sentir nuevamente aquel sabor tan especial que, como antes, me motivó para abrir la boca y cuidadosamente lo introduje hasta que la carnadura me impidió ir más allá y entonces, cerrando los labios, inicié una mamada que se me hizo embriagadora hasta que recuperé en parte la lucidez y recordé mi real propósito.
Incorporándome y al tiempo que flexionaba las rodillas, fui abriendo las piernas tanto como podía y muy cuidadosamente, tomando el falo entre los dedos para mantenerlo erguido, descendí el cuerpo hasta sentir como aquel maravilloso calor quemante de la verga iba entrando a la vagina; era fantástico sentirlo meterse en las carnes y comenzando con un lerdo galope a la vez que me inclinaba para que el perro no saliera de abajo sostenido por mis manos, me extasié penetrándome a mí misma en tan fenomenal cogida.
Desconociendo los tiempos de los perros, no sabía cuánto debían recuperarse para copular nuevamente y tampoco cuándo podían volver a eyacular y por eso, salí de él para acomodarme en cuatro patas con mi sexo tan próximo a su cabeza que Sansón estiró la lengua para lamer los jugos que brotaban de la vagina y ante el palmoteo a las nalgas conque lo incitaba a montarme, se paró para asirse con la patas a mi cintura, buscando penetrar la vagina con la verga inmensa; manteniéndome apoyada en las cabeza y los hombros, estiré una mano entre las piernas para aferrar al mojado falo y conducirlo hacia el ano, en tanto la otra pasaba por sobre la grupa para hundir dos dedos a la tripa
Confirmando que realmente se cogía a mi hermana, a quien sabía ferviente cultora de las sodomías, dejó que la mano condujera la verga hasta donde el ano se dilataba y rempujando despacio, fue haciéndolo penetrar totalmente al recto; ya no tenía adjetivos para calificar semejante exquisitez, nunca había sido culeada de esa forma y mucho menos experimentando la revolución que la calentura y el inminente orgasmo ponían en mí.
El perro parecía comprenderlo porque esta vez fue menos vehemente en sus eléctricos rempujos y descansado la cabeza en mis espaldas, me culeó tan satisfactoriamente que, cuando sentí el líquido caliente inundar como un enema la tripa, volqué por el sexo la incontrastable expresión de uno de mis mejores orgasmos.
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