Recuerdos de Sandra – Segunda Parte
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por strayxsuperfan.
El día que obtuvo aquella vieja herida de guerra fue en la segunda vez que se aparearon.
Era el verano del 2009, casi cumplía 25 años. Había regresado al ejercicio y salía a correr por las tardes ya que había jurado no darle más horas extras a la oficina en donde la explotaban tanto. Sabía que eso no duraría y en los días que no salía a trotar se dedicaba a buscar un nuevo empleo.
Había estado evitando a Gandalf desde hacía año y medio, cuando esa decepción amorosa, las circunstancias, el alcohol y el porrito los había acercado carnalmente una noche del diciembre de 2008.
A pesar de haberse levantado esa mañana de finales de año a ver a la hembra que su hermano Héctor había encontrado para cruzar al perro, envalentonada por los resabios de la borrachera del día anterior, su seguridad la empezó a abandonar en cuanto se bajó de la camioneta. Estaba realmente adolorida, incluso peor que el día que perdió su virginidad a manos y verga de Damián, el mulato universitario que conoció cuando aún estaba en el colegio.
¿Notarian que sus piernas flojas la hacían caminar de "esa manera"? Apenas dió unos pasos al bajar del vehículo y un espasmo le hizo escurrir un chorro de semilla canina en la toalla.
No le ayudaba mucho que Gandalf no dejara de pasar la cabeza entre los asientos para hundirla en su barriga y entrepierna mientras llegaban a su destino. Su hermano solo obtuvo una torpe explicación del tipo "me cayó maple del desayuno en la blusa". Héctor probó no ser muy brillante con ello, ya que el mismo había preparado el desayuno que La Nena había vomitando unas horas antes.
Los incipientes celos por la nueva compañera sexual de su mascota se comenzaron a volver vergüenza de nuevo cuando sintió salir de su anatomía a los hijos potenciales de Gandalf.
Pero el verdadero horror comenzó justo después de que Gandalf olió a la perra apenas llegaron. Ese alivio momentáneo de dejar de ser el objeto de atención de su perro se fue al demonio cuando salieron los otros machos, hermanos de la que sería su nuera y rival de amores.
Los tres de inmediato se sintieron atraídos por el pubis de Sandra al entrar por el zaguán al patio. Ella enrojecía ahora sin control. Alejandro y su hermana Tania batallaron para meterlos a la casa. No es cosa fácil controlar a tres enormes machos que han descubierto una nueva hembra, pero lo lograron.
Al regresar Tania sólo le susurro al oído que no se preocupara, que de repente también hacían algo parecido cuando ella estaba ovulando. "Ellos se dan cuenta", decía.
Notaba que Héctor intentaba ignorar el suceso y que Alex parecía ahogar un par de comentarios sucios, por la mirada que le echó a Tania. Evidentemente ellos no sabían ni sospechaban que ella había fornicado con una bestia, pero se sentía tan incómoda que, haciendo acopio de toda la gracia que sus papás le dieron, que era mucha, logró preguntar por el baño y salir huyendo discretamente.
El día que hicieron oficial su ascenso, Sandra llegó temprano a casa, pero no tan temprano como de costumbre. Era mayo 2013, y le faltaban 4 meses para cumplir 28 años. Gandalf tenía poco más de 6 años y era un perro adulto, fuerte y egoísta. Podría decirse que ambos estaban en la misma etapa biológica. Si él fuera humano estaría entre 30 y 35 años, la edad de las personas que pretendían ahora a Sandra. De hecho su novio tenía 31 años, pero era materia aparte. Ni siquiera lo había presentado a sus papás, como a otros de los que ellos tampoco habían llegado a enterarse. Pero César había dejado de ser un acostón hace unos meses.
No es de extrañar que no pocas de sus parejas le reclamaran la cercanía con su mascota. Incluso algunos de ellos tampoco consiguieron cogérsela en su departamento desde que se mudó a principios del 2010 a Cuernavaca, pero tampoco en la casa que rentó después. César solo lo hizo un par de veces, pero inevitablemente la actitud de Gandalf les hacía saber a cada uno de ellos que no eran bienvenidos. Además, a pesar de lo hermosa y cachonda que se veía desnuda Sandra con esa combinación de cabello castaño, ojos verdes y pequeño tamaño, que invitaba a hacerle lo que a uno se le ocurriera, el hecho de tener al perro rascando y reclamando por la ventana, o aullando amarrado, desconcertaba e inhibía cualquier erección. El único que entraba sin rugidos de amenaza era Daniel, su amigo gay. Pero él y su perro tampoco eran grandes compañeros.
Esa semana había tenido tanto trabajo que no había tenido tiempo de comprarle comida a Gandalf, así que sólo le había dejado menos de media porción en la mañana.
Es por ello que, cuando pasó el exceso de trabajo, de inmediato hizo escala por el costal de alimento del perro, compró una hamburguesa y corrió a la pequeña casita en las afueras de la pequeña ciudad, pensando en el desorden que su mascota-amante habría hecho por el hambre. El horror.
Tantas cosas por hacer y ya era tarde: alimenta al perro, limpiar el desorden probable, darle un bocado a su hamburguesa, bañarse, preparar todo para tomar carretera al D.F. por la mañana e ir al festejo por su nuevo puesto esa misma noche.
Era una ventaja no haber tenido sexo con él esa semana (ni la anterior, recordó también). Así que no tendría que dejarlo o bañarlo para evitar que sus papás notaran el olor que tenía el perro, que no sólo era a sexo, si no ¡al sexo de su hija!
En eso estaba pensando al abrir la puerta del patio trasero para llevar las croquetas a Gandalf cuando el perro le brincó con mas calentura que amor. El bastardo seguía notando cuando ella comenzaba a ovular y le hizo tirar la hamburguesa al suelo y caer sobre el costal.
Tenía mucho tiempo que no lo dejaba más de una semana sin sexo. En esta ocasión ¡ya eran más de dos! Aprendió a la mala que a un macho adulto de danés de 6 años no lo puedes abandonar carnalmente después de acostumbrarlo.
Los 10 minutos en el baño se le hicieron eternos. No paraba de imaginar que tanto Héctor como sus amigos podrían notar el comportamiento inusual de los perros y de ella, que harían preguntas incómodas y que se convertiría en un interrogatorio que sólo se resolvería concluyendo que ella era una puta cogeperros descontrolada y sin remedio. Tal vez terminaría diciendo tantas estupideces que, conociendo a su hermano, la harían el hazmerreír de las fiestas familiares, además de que los presentes la recordarían para siempre como una imbécil.
Afortunada y desafortunadamente se salvó con uno de los recursos, casi siempre involuntarios, de los que dispone toda mujer bonita. Cuando salió de nuevo al patio y caminó hacia ellos, Alejandro se agachó a revisar la enorme verga y huevos de Gandalf. Mientras bajaba involuntaria la velocidad de su paso al ver aquello, recordó que su martillo, en estado rojo casi incandescente, había estado vaciándose dentro de ella varias veces y que seguramente la mano de Alex quedaría impregnada del olor del sexo del perro y del suyo.
Ya estaba empezando a ponerse pálida rápidamente, cuando el improvisado veterinario dijo de repente: “pensé que todavía no lo cruzabas, este galán está bien sanote”, mientras sonreía con picardía.
Cuando su hermano estaba por preguntarle si se le había estado escapando el perro, Tania estaba atrapándola ya.
La casita de Cuernavaca, donde por segunda vez se hizo una herida igual en la rodilla, fue realmente un golpe de suerte. Los pequeños dos departamentos que abandonó a los 6 meses cada uno, eran lindos, pero no le permitían tener privacidad con Gandalf de la manera que ella hubiera querido.
Pero ni siquiera sus amantes humanos se salvaron. Perdió un novio cuando se atrevió a mencionar en sacar al perro para poder coger a gusto con ella, sin aullidos ni ladridos o uñas amañado la puerta y piso.
Es por ello que al ir a una fiesta, pidió a uno de sus amigos que parara el auto por el anuncio que vio de renta. La casa estaba sola y ella, junto a Magdalena, su mancuerna de siempre que había llegado del D.F., brincaron la barda. Se arañó una pierna con la bugambilia, pero valió la pena. Era exactamente lo que buscaba.
Llamó a la dueña por teléfono de inmediato, sin suerte. Estuvo durante todo lo que duró la fiesta saliendo a la calle para seguir intentando hasta que, por fin en la noche, consiguió hablar con ella, que también era de la capital.
Consiguió una reunión una semana después y cerró el trato de inmediato, ya que había conseguido previamente el dinero necesario, sin importarle que sus amigos le dijeran acerca de lo lejos que estaba del trabajo o que esa zona eran casas de fin de semana, lo que haría que estuviera sola en esa calle la mayor parte de la semana y del año. Era "per-fec-to".
"Tengo a Galdalf, que me defiende", decía. Y si, la defendía no como parte se su manada, si no como cualquier macho canino defiende a su hembra.
Tan bien lo hacía que eventualmente dejo de coger con humanos allí y la casa terminó siendo territorio de él, no el lugar de Sandra.
Es por ello que, a excepción de después de montarla o en ocasiones especiales, él ya no se sentía obligado a obedecerla siempre. Por esa razón, si organizaba una reunión sabía que tenía antes que satisfacerlo a él hasta saciarlo, cosa que aceptaba sin remilgos ni quejas. Era su hembra, si. Pero tenía que mantenerlo tranquilo siempre para poder mantener el secreto.
Normalmente las sesiones de apareamiento sucedían en viernes y con ella llegando temprano, es por ello que, aunado a las dos semanas desatendido y a sus feromonas de hembra ovulando, el perro la poseyó apenas la tuvo al alcance.
Héctor corrió a ayudar a su hermana, aunque no se había desmayado propiamente. Aún estaba de pie cuando se le pasó el mareo, que fue muy rápido, pero el tiempo suficiente para romper el momento incómodo. La reunión alcahuetera terminó con un "nos ponemos de acuerdo” y como su hermano guardó silencio de su borrachera del día anterior (como ella hacia cada que él llegaba en estado inconveniente o impresentable para sus padres, que no era infrecuente), de eso no se habló mas.
Pero ella sabía que había ocurrido. Por eso a todos les sorprendió que en los siguientes meses se alejara de la mascota que ella había conseguido con tanta ilusión más de año y medio antes.
A pesar de haberse adueñado de la virginidad de su can, a Gandalf se le olvidó pronto. Habiendo descubierto a más perritos cómo él y después de que el hermano arregló más citas amorosas, se acostumbró pronto a las hembras de su especie.
Al contrario, Sandra pasó más de un año hasta sacarlo de nuevo a correr. Se estaba poniendo gordo y todos sabían lo peligroso que es eso para la cadera de un gran danés. La insistencia familiar la hizo ceder y como él no volvió a husmear su entrepierna, ella empezó a sentirse segura de nuevo con su perro.
La reconciliación comenzó una tarde de sábado cuando volvieron a quedarse solos en casa y mientras ella veía televisión en shorts una tarde de junio. El se metió a la casa, poniéndola nerviosa y gruñó cariñosamente al verla sentada. Como pensando que había hecho algo muy malo la miró, lo que la derritió casi haciéndola llorar y acariciar su enorme morro. "Está bien peque, ya. Perdóname, soy una tonta".
Terminaron viendo juntos la película con la cabeza de él en su regazo y salieron a jugar inocentemente en el jardín.
Al otro dia de esa primera y única reconciliación, lo sacó a correr a las rutas del bosque que había abandonado hace más de un año. Ya no podía hacerlo en el parque sin que Gandalf zarandeara a otro perro en su torpeza, espantara de muerte a los viejitos o hiciera llorar a un niño. Sin embargo, eso también la hacía sentirse más segura. Nadie indeseado se le acercaría con esa enorme bestia vigilándola.
Pasaron casi tres meses. Coincidió con la llegada de esa oferta de trabajo. Se encontraba tan agotada ese viernes de septiembre, poco antes de su cumpleaños, que cuando al fin pudo salir temprano de un pico de trabajo, pidió vacaciones y pasó a casa por su shorts y Gandalf para largarse a correr. Por fin libre, pensó.
Estaba segura que no lo volvería a hacer. Nunca lo descuidaría sexualmente de nuevo. Y no, no lo hizo.
Aún después de los años, no podía recordar si lo decidió en el momento que sintió cómo se abrió la piel de su rodilla o después de la zarandeada, porque en seguida del portazo en su hombro, perdió el balance cayendo, tirando las croquetas y quedando aturdida por un momento. No cayó de inmediato, si no al atrapar la caja con su propia comida, cuando otro empujón de Gandalf, buscando su espalda para montarla, le hizo estrellar la articulación contra una piedra.
El dolor le hizo soltar maldiciones noqueándola por un rato en el que él, con cierta maña y a fuerza de deseo, repetición y costumbre, con movimientos torpes subía su falda, descubriendo el blanco y precioso trasero de Sandra.
Ya estaba subido en ella cuando ella empezó a reaccionar después del dolor. Él estaba acostumbrado a que de los calzones se encargaba ella, pero esta vez no esperó. Ella, bastante encabronada, le gritó que se quitara.
Como el perro no entendía, se agachó en posición fetal para ver si desistía. Cosa que no hizo, por supuesto, ya que estaba enloquecido y nada le impediría penetrarla. En vez de ello comenzó a arañarla como si escarbara por su jugoso premio.
Los rasguños en su espalda, nalgas y costados de las caderas le dejaron saber quién mandaba y que no tenía manera de librarse de ello. Nada se resolvería hasta que el se sacara las ganas en ella, convirtiéndola en brocheta humana. Lo entendió cuando una de las patas entró por una de las piernas de sus calzones y una garra se encajó en su muslo.
De inmediato paró el culo haciendo a un lado su disciplina, orgullo y pantaletas. Las últimas no lo necesitaron mas porque Gandalf dio unos pasos atrás, rompiéndoselas al tener la pata metida. Aprovechó ese pequeño instante para untarse saliva y tomar aire. En eso la otra pata pisó y se atoró en su leve vestido veraniego, de coloridas líneas horizontales y estilo sesentero, haciendo un agujero en él. La ahora hilacha sólo tenia un par de puestas y tendría ya que deshacerse de ella, pero sólo lo pensó por un momento, porque el pistoneo del báculo del perro ya estaba buscando entrar en la desprevenida vagina.
Recibió su miembro casi en seco hasta que el lubricante de él permitió a la verga tocar fondo, pero el daño estaba ya hecho. La punta aún levemente forrada de carne de su hueso peneano maltrató un pliegue vaginal y el rozamiento hizo ceder el tejido de uno de sus labios internos. Pero soportó como una princesa guerrera el maltrato que le propinó por poco menos de un minuto, mientras el miembro canino humedeció todos los rincones de su sexo y creció al tamaño al que ella estaba casi perfectamente acostumbrada, pero nunca preparada.
La impresión, el dolor, el excesivo sometimiento y el hecho de que saber que tenía que soportar eso desde que él rompió sus bragas, le impidieron venirse propiamente. Sólo hasta que el perro se descargó en ella comenzó a sentir las olas de placer que aumentaban. Se masturbó copiosamente mientras el nudo era movido dentro de ella por Gandalf, hasta que el hijo de puta se desenganchó cruel y dolorosamente.
Volvió a gritar obscenidades debido al dolor (y al coito y orgasmo interrumpidos), cayendo bruscamente en la tierra con su nalga desnuda, concentrándose en dejar pasar el dolor hasta que cediera.
Oyó, como si fuera a lo lejos, cuando Gandalf rompió la bolsa y el ruido que hacía masticando las croquetas, lo que la regresó a la situación.
Trotó alrededor de 8 kilómetros, según su aplicación de celular. Pero la medición de la distancia no podría ser muy exacta con la mala recepción de la zona. Se quitó uno de sus audífonos antes de sus shorts y calzones para orinar. Gandalf regresaba sus pasos para encontrarla cuando se amarraba la tira de la cintura. Tomó un sorbo de una de las pequeñas cantimploras que colgaban en su espalda baja y estaba a punto de comenzar a correr nuevamente cuando noto que Gandalf olía desesperadamente el lugar donde ella había meado.
En su mente regresaron el incidente con los otros perros, su desmayo y, más que nada la borrachera dónde se había convertido en una hembra canina.
Tratando de evadir el momento comenzó a correr esperando que el perro la siguiera. Pero no lo hizo.
Fue a jalarlo del collar, pero el can seguía concentrado en la mancha húmeda que antes había sido un pequeño charco. Insistió tanto que Gandalf cambio de objeto de atención y metió insistentemente la nariz entre las piernas de Sandra buscando su sexo.
Ella se arrepintió de esa decisión y le ordenó quedarse quieto, lo que causaba un visible conflicto en su mascota. Obedecía unos segundos y volvía a buscar su vagina. Su enojo se convirtió en nerviosismo cuando el intento abrazar su cintura, lo que causaba enojo y risa a la vez en Sandra, quien volteaba con preocupación a todos lados esperando que algún otro corredor no la viera en tan embarazosa situación.
Como en la quinta ocasión que lo empujó consiguió tomar un poco de distancia y pudo ver la punta roja de la verga de Gandalf tirando chorritos.
La imagen activó un instinto atávico que le hizo acalorarse rápida e involuntariamente. En su mente recordó que llevaba un mes desde que había cogido con Carlos, en esa pasada salida a la playa, y que su perro había dado la restregada de su vida hace poco más de un año.
¡Dios! ¡Lo necesitaba tanto!
Tuvo flashazos de cómo se veía de hinchada y grande la verga de Gandalf aquella primera vez y recuerdos borrosos de la sensación de estar enganchada a ese bulboso nudo que jamás había vuelto a ver.
Sintió como se mojaba y esa aceleración cardíaca que acompaña a la excitación. Lo siguiente que no notó es que cada vez empujaba a Gandalf con menos fuerza. ¡oh, dios! ¡estaba pasando de nuevo! Solo que ésta vez estaba sobria, aunque su cordura comenzaba a ceder.
El último empujón para alejarlo fue mero ritual y baile, por que sus shorts y pantaletas estaban ya húmedos con sus jugos y baba del perro.
Cuando sus prioridades volvieron a su lugar, tirada en el pasillo que conectaba los dos pequeños patios de su casa, se dió cuenta que no sabría como explicarle las heridas a sus amigos, a quienes vería en par de horas, a su novio que estaría también allí y a sus papás, a quienes visitaría al siguiente día en la capital.
Si, me pongo pantalón aunque muera de calor, pensaba. Pero ¿como explicaré por qué camino como si me hubiera violado un perro?
La cicatriz tenía su historia que, al parecer, se repetiría de nuevo. Había tardado meses en sanar la primera vez. ¿Cuanto tardaría ésta ocasión?
Es un hecho que no sería pronto si, como en aquella ocasión, y de costumbre pasaría demasiado tiempo en cuatro. No podía volver a faltarle igual a Gandalf, conociendo ya como se ponía, lo sabía ahora.
Lo primero que hizo fue levantarse torpemente dejando sus tacones en la tierra y, mientras daba unas mordidas a su hamburguesa casi fría, se quitó el pedazo de pantaleta que le colgaba de un talón, limpiándose la humedad que escurría de su sexo con ella y fue a traer la bandeja de Gandalf para ponerle croquetas. Después arrastró el costal tirando más alimento de perro en el pasillo verde que daba al patio interior. Metió por la puerta trasera el costal y tiró sus pantaletas en el bote de la basura orgánica, "seguro el semen de perro hace una buena composta", pensó riéndose de ello.
Calentó la hamburguesa en el horno de microondas mientras se sobaba el vientre, sintiendo todavía esa leve taquicardia del orgasmo interrumpido. Se tocó notando un poco más de sangre y semen de su mascota. Recordó que no había terminado y se dedicó a si misma un último auto manoseo. Aprovecho la lubricación para masturbarse, primero suavemente y enseguida con violencia. No pensó demasiado el por qué, en que en vez de pensar en César u otro hombre mientras se tocaba, en su lugar evocaba la sensación que tenía cuando Gandalf la montaba, su olor, su pelo, lo gordo de su bulbo o el olor de su blanquecina venida.
Cuando consiguió su orgasmo ya tenía insertada en la vagina el mango del aplastador de frijoles, sin recordar muy bien en qué momento lo había tomado del lavabo. Estaba con sus caderas subidas en la zona del escurridor, agarrándose firmemente de una de las llaves que estaba abierta, salpicando el agua sucia de los trastes en su cara y pecho. Uno de sus pezones estaba mojado bajo el vestido de café sobrante de una taza del desayuno, sus pies tensos y sus delicados deditos de los pies apenas tocaban la loseta del piso. Sus jugos resbalaban por el mango del utensilio y al dejarlo de nuevo sobre los trastes sucios, tenía ya restos de frijoles y jugos suyos en la mano.
Gandalf la miraba a unos centímetros, parado del otro lado de la ventana. Se le veía fascinado con la visión, por que no hizo ningún ruido, ni siquiera cuando se quitó el vestido, en una escena que el perro ya asociaba con sexo inminente. Probablemente después de cogérsela esa ocasión, aquella joven era ya de nuevo su amiga de siempre y no la funda que ordeñaba su verga.
Cuando se bajó de la cocineta, casi resbaló con su propia venida. Sandra, La Nena, limpió con el vestido casi nuevo el lodiillo formado en el piso debido al chorrito de placer que expulsó y a la tierra que trajo del jardín en sus pies. Con un suspiro lo tiró en el bote de la basura inorgánica. Ésta vez no rió.
El perro movía la cola en actitud juguetona. Lo que le hizo olvidar todo. Recordó que tenía que bañarlo para evitar que, aunque fuera improbable, sus papás olieran a su Nena en él. Se quitó el brassier y desnuda, salvo por la cinta del pelo y el collarcito que hacían juego con el fallido vestido, salió al jardín a bañar a Gandalf, en una actitud totalmente inocente. Cualquier hombre que los hubiera visto habría tenido una erección dolorosa al ver como sus senos compartían la espuma del jabón que le ponía a su mascota y se balanceaban escurriendo jabón al tallar su cuerpo.
Ella se agachaba e incaba para llegar a todos lados. Se mojó también el cabello al lavarle los genitales, pero no le importó y terminó enlodada en casi toda su preciosa anatomía. El cuerpo de él estaba ya limpio pero el de ella totalmente convertido en el de una perra revolcada en el lodo, olor incluido. Es por ello que, después de pasarle su propia toalla, que estaba tendida allí, llevó a Galdalf a secarse al sol en pequeño patio delantero. Coquetamente abrió la puertecita, como si hubiera alguien más y la cerró después de él, brincando pícaramente en la punta de sus pies, riendo.
Entró por detrás y, después de secarse los pies y pantorrillas con la toalla que había usado en Gandalf, entró caminando sexy y llamó a César. Le dijo que tomara un taxi y que pasara por ella. Tenía que ganar tiempo, así que se dirigió rápidamente a la regadera.
Nunca pensó que esa inocente salida a correr se convertiría de nuevo en otra escena de zoofilia, pero por alguna razón esa idea le hizo pasar el umbral de la cordura. Batalló para deslizar su ropa apenas abajo del pubis con el hocico de Gandalf hurgando por sus ahora levemente hinchados labios vaginales. Ni si quiera intentó quitarse el cinturón extra del que colgaban las cantimploras.
El alivio que sintió le hizo gritar gravemente un "aaahhh" y se abandonó al contacto pleno de la lengua de su mascota en sus labios inferiores.
Bajó sus calzones hasta casi alcanzar la rodilla y abrió sus piernas todo lo que le fue posible en esa posición, que ahora era recargada contra un árbol.
Pasaron poco menos de tres minutos antes de llegar a un orgasmo que no alcanzó a gritar y se quedó en un pujido que se ahogo en su pecho. Se acarició los senos subiéndose la playera, lo que le arrancó el otro audífono.
Saco una pierna de las prendas inferiores y la pasó por arriba de Gandalf, en un movimiento que aún no sabía que sería tan común en su futuro. Luego puso ambas manos en el árbol, empujando la cabeza del perro con el culo desnudo mientras alejaba el cuerpo de su soporte vegetal y se agachaba.
La posición le permitió al can hurgar mejor, lo que hizo que ella tuviera un segundo orgasmo rápidamente. El movimiento hizo girar las cantimploras, que ahora colgaban debajo de su barriga, pero tampoco se las quitó.
El macho estaba en su punto y se balanceaba mirando a ambos lados de ella buscando subir una pata para empezar a montarla. Mientras ella movía su cadera en círculos para poder restregar sus cuatro dedos en el clásico movimiento masturbatorio en V, lo que de paso hizo desistir a Gandalf por medio segundo de la cópula, volviendo meter el morro dentro de sus sudorosas nalgas.
Pero eso no duraría demasiado. Desde que olió la fertilidad de Sandra en su orina ella dejó de ser su ama y compañera, para volverse una perra, un pedazo de carne disponible, una fuente de placer en potencia.
Sandra y su novio llegaron casi a tiempo a la reunión. César no hizo preguntas por la ropa diferente, ni por que tuvo que esperar a que La Nena sacara la camioneta, mientras esperaba en la esquina de la calle de enfrente por que Gandalf estaba en el patio frontal. Tampoco le molestaron las evasivas cuando le preguntó amorosamente por que caminada como si se hubiera torcido un tobillo, porque sus amigos pensaron que era por el alcohol. Pero si se molestó cuando al final no quiso ir a su casa a sacarle las ganas acumuladas de un mes.
La cena estuvo bien. Incluso Magda le llamó y se prometieron una cerveza. Solo pidió un vino para acompañar la carne y no se emborrachó como otras veces. Tenía que despedirse de todos con el pretexto del viaje que haría en la mañana pero, sobretodo, para evitar la intimidad con su novio.
Evidentemente Sandra no permitía que él viera cómo había terminado después de que su perro le pasara por encima. Además, necesitaba un poco de tiempo para recuperarse antes de tener sexo de nuevo.
Terminaron peleando por otra cosa, como lo hacen todas las parejas. Pero en el fondo ella sabía que el motivo era otro. No estaba segura qué era, pero si que César no tenía que ver con su molestia.
Llegó a casa aún un poco enojada y al ver a Gandalf entendió en parte la razón. A pesar de lo salvaje que su mascota podría ser, adoraba revolcarse con él. Pero era un secreto que comenzaba a dejar de ser divertido. Nesitaba sacarlo de ella, saber que no estaba loca por preferir cada vez más a un perro que a su novio como compañero sexual.
No quiso darle muchas vueltas al asunto, pero lo cierto es que se durmió pensando en ello, mientras Gandalf respiraba del otro lado de la cama.
La vagina de La Nena estaba ya dilatada y suave como mantequilla tibia, sus labios íntimos hinchados y sus pezones tan duros que comenzaban a dolerle. Quería que alguien le mordiera o le restregara los senos.
Sus dedos eran un borrón y las piernas perdían tensión. Estaba a punto de venirse después de que Gandalf alcanzó un par de lenguetazos en su sexo. Gruñía y se disponía a subirse de nuevo en ella cuando su peso y el más intenso de los tres orgasmos la hicieron caer de rodillas.
La sangre manó de una de ellas al golpear el filo de una piedra, pero el dolor solo hizo más intensos los espasmos y olas de placer que la invadían mientras su mano seguían agitándose empapadas y mojando las patas de Gandalf con los chorritos de sus jugos.
Aún no se recuperaba cuando se dio cuenta que su mascota intentaba abrazarla por todos lados para subirse en ella. La tiro varias veces a medio intento de levantarse.
En un pequeño momento de lucidez comprendió que debía alejarse más del camino. Eso había dejado de ser una orinada desde hace un rato ya, pero aún no habían acabado. El maldito perro, embravecido, no entendía ya razones.
Sólo atinó a hacerse conchita en el suelo lo que desconcertó al animal, que rasguñó su espalda y nalgas en varios intentos de montarla, pero al estar ella tan abajo solo le hacían sacudir en el aire una verga que ya estaba bastante roja y salida de su funda.
Se levantó los más rápido que pudo y a pesar que él intentó cogérsela en el camino, logró alejarse algunos metros más hacia una hondonada entre los árboles. Nerviosa y excitada por tener a un animal deseándola se hincó en la primera oportunidad, sintiendo de inmediato el dolor de la piel de la rodilla abierta chocar contra el suelo. Quiso ver rápidamente si era grave, acomodarse, evitar lastimarse, pero Gandalf ya había tomado sus caderas y rasguñado los costados de ambas piernas, por lo que su peso le impidió levantar la coyuntura lastimada.
Ahogo un grito que había comenzado siendo de dolor por su rodilla, volviéndose una aspiración, como tomando aire para hundirse en el agua de una piscina cuando el miembro del perro rozó la carne interior de su sobre estimulada cavidad.
Exhaló con fuerza, como tartamudeando, con cada empellón de Gandalf hasta que necesito de nuevo el aire, el cual entró junto con una bocanada del aliento entrecortado de Gandalf, con ese olor que casi había olvidado de aquella primera vez con su ahora amo canino.
Le costaba trabajo respirar por el esfuerzo y las fuertes arremetidas. Las cantimploras se habían deslizado ya hasta sus costillas, sonando y agitándose con el movimiento como si fueran otro par de tetas. Por poco más de un minuto soportó y disfrutó de ese ritmo. Cualquiera que hubiera estado presente hubiera jurado que se desmayaría cuando empezó a poner los ojos en blanco. Exhaló en una arcada cuando el mejor orgasmo sobrio y consciente de su vida la alcanzó, justo cuando Gandalf estaba empezando a disminuir el ritmo preparándose para eyacular dentro de ella.
Sandra respiraba rápida y roncamente por la boca, sintiendo las oleadas de calor en sus hombros y pecho, las de placer en su sexo y punzadas en sus sienes por la subida de presión en su sangre.
Sus brazos temblaron con debilidad, pero se derrumbaron cuando sintió el dulce y nuevo escozor del esperma de otra especie, sensación que no recordaba de su primer apareamiento con él, la vez que se iniciaron ambos estando ella ebria y drogada.
Sintió como las oleadas, que habían empezado a ceder, volvían con más fuerza llegando a su punto culminante cuando sintió la nueva presión, que supuso no era por el nudo.
Estaba literalmente llena de leche canina, que le causaba un poco de molestia cuando ejerció presión en las trompas de falopio y al abrirse paso hacia el útero, el cual no sabía si estaba realmente lleno, pero la sensación le hizo venirse nuevamente en una contracción que primero hizo gemir al perro por la fuerza de la presión en su verga y luego dilatarse con un grito que hizo rebosar su agradecida cavidad con jugos íntimos y esperma del animal.
En seguida, su uretra descargó una pequeña eyaculación que mojó el interior de sus muslos y la cola del perro que, por la tensión del orgasmo canino, hacía un leve arco en medio de los mismos.
Cuando la fase intensa pasó, con la mejilla pegada a la tierra y una de las cantimploras hundida bajo un seno, pudo sentir en su vientre, de una manera levemente adormecida, lo caliente de la verga de su mascota y cómo el flujo sanguíneo del perro la hacia palpitar en su interior.
No tenía ya la fuerza para restregarse el clítoris con la mano como había hecho antes. De hecho no podía despegar el tronco del suelo. Pero no tenía que hacerlo ya que la anatomía del perro bastaba para continuar estimulándola: el nudo palpitaba y, aunque el estaba muy quieto, su pistón seguía vaciando el contenido de sus gordos e hinchados testículos. Además, el sudor que bañaba su joven cuerpo le hacía disfrutar, como nunca había disfrutado, de la brisa y el sol del atardecer .
Al otro día se levantó temprano y tenía varias llamadas perdidas y mensajes de César en su celular pidiendo perdón, pero no contestó nada. No era justo para él. Lo quería, si, pero no podía contarle nada. ¿Como reaccionaría si le dijera que había alguien con quién compartía su amor y sus caricias que ni siquiera era humano?
Claro que sí lo entendía, poco probable, los 3 se la pasarían bomba juntos, pero ¿y si no? ¿la vería como enferma? ¿la juzgaría? Además si se separaran, ¿guardaria el secreto? Las venganzas amorosas siempre han sido tema serio, ¡cuanto más lo sería con algo así!
No. Era demasiado riesgo. Tenía que pensarlo bien… o más bien entenderlo, porque sabía bien que iba a suceder. Se sentía un poco triste con ello, pero al mismo tiempo un poco liberada al entender la idea. En este caso la verdad era peor que el secreto.
Mientras subía una pequeña maleta en la parte trasera de la camioneta, se preguntó cómo había llegado a estar en esa situación. Pero Gandalf le hizo recordarlo cuando sus grandes ojos la miraron esperando que abriera la puerta.
Ella lo había decidido así. Lo hizo cuando tomó la determinación de llevarse al perro a vivir con ella a esa otra ciudad, lo cual no hubiera pasado si su hermano no le hubiera dicho que lo cruzaría de nuevo con otra perra, lo que a su vez no le habría causado celos si no hubieran tenido juntos esa tarde en el bosque… y así hasta llegar a esa noche de diciembre del 2008 que cogió borracha con él en su recámara.
Al tomar carretera también recordó la emoción, el miedo de si misma y a sus propias emociones que sintió previo a la mudanza. También evocó cómo deseaba el contacto peludo de su musculoso cuerpo durante el viaje a Cuernavaca, cuando fue por él a la siguiente semana de instalarse. De hecho, Gandalf pasaba la cabeza entre los asientos de la misma manera que cuando dejó la casa de sus padres para llevarlo a vivir con ella.
La primera semana juntos y a solas había sido caótica. Entre el nuevo trabajo, el nuevo departamento y lo planeado que lo tenía todo para estar con él, solo la hizo sentirse frustrada y caliente incluso los primeros días. Al perro parecía haberlo desconcertado la iniciativa de una hembra a la que, contrario a lo que se pudiera inferir, aún no se adaptaba. Pero su ovulación volvió a hacer la magia tiempo después.
A partir de ahí se fue acostumbrando rápido a ella y pronto estaban cogiendo cada que los vecinos se marchaban. La felacion sin penetración previa tardó un poco más, pero eso la volvió loca de nuevo.
Encontraron su ritmo y comunicación ideal cuando llegaron a la casita en las afueras. Pero la confianza que les daba esa nueva privacidad aumentó la frecuencia y con ello el instinto dominante de su mascota, su macho. Lo entrenó lo mejor que pudo y lo satisfacía todo lo necesario para que se comportara adecuadamente entre la gente, pero en el fondo era un animal territorial como cualquier animal canino.
Podría no gustarle la idea de que un perro fuera la pareja más estable que había tenido, pero había sido decisión suya desde el principio. Lo estaba acabando de entender en ese momento en que formó la camioneta en la fila de la caseta de cobro de la autopista para dirigirse a la capital. Además, en el fondo y de una manera que sabía que era un poco (o muy) retorcida, amaba a ese perro más que a nada.
Tenía que hacer algo, cambiar algo. No sabía qué, pero todo tenía que quedar igual de alguna manera. Estaba confundida y segura al mismo tiempo. Una parte de ella, en el fondo, sabía que hacer cuando pagó el peaje.
"Mamá, papá. Gandalf es mi novio y estoy embarazada de 4 perritos suyos". Lo dijo en voz alta mientras aceleraba y rió como idiota un buen rato.
El último rayo del sol hacia resplandecer la carita sucia y húmeda de sudor de La Nena de una manera hermosa, pero en sus caderas brillosas era sublime ver el fino pelambre del perro y las manchas húmedas de sus patas sucias.
Pudo sentir también el calor que emanaba del cuerpo de Gandalf sobre sus hombros y espalda, así como el aliento entrecortado detrás de su cabeza, cuyo olor tenía ahora un nuevo significado.
Estaba disfrutando la sensación cuando la idea de ser una pequeña chica ojiverde bajo la musculatura de las patas y pecho de su perro le hizo venirse delicadamente de nuevo.
El nudo estaba empezando a ceder antes de ese nuevo orgasmo, pero los movimientos que debió haber hecho ella, tanto por dentro como desde la perspectiva del perro, hicieron que éste se sintiera nuevamente estimulado y la tomara otra vez de la cintura.
Comenzó de nuevo ese ritmo bestial que ella no pudo detener ni con sus gritos pidiendo piedad. "¡No Gandalf! ¡No, por favor!" Pero ella había perdido el control hacia ya tiempo. Sin fuerzas poco pudo hacer para evitar las embestidas que, debido a la dilatación de su vagina, daban un poco de juego al rojo bulbo de su mascota, permitiéndole al instrumento completo en forma de martillo entrar mas y estimular salvajemente su punto G al atorarse de nuevo, pero ahora instalado más cerca de la entrada de su super irrigado túnel del amor.
Poco supo después de eso, solo se concentró en no desmayarse mientras esperaba que todo terminara . Pero no terminó. Varios orgasmos la hicieron perderse antes que el dolor dejara de ser menos fuerte que el placer, que fue cuando Gandalf intentó despegarse. Sabía que eso no terminaría bien por la fuerte presión que ejercía algo que debía ser enorme, así que apretó fuertemente sus piernas y nalgas. Sintió todo el trayecto del nudo buscando la salida a jalones. Su cuerpo trémulo resistió todo lo que pudo hasta que, muy lentamente, un plop! repentino le propinó un nuevo y doloroso orgasmo que terminó, por fin, con ella tirada en el suelo.
Cuando pudo levantarse ya estaba oscuro. Alcanzó su celular, que estaba tirado a un metro y buscó con su luz uno de los tenis que no sabía que había perdido.
Temblando intentó pensar que haría ahora. Sus piernas cedían como las de un venado recién nacido. Era un largo trayecto a casa como para salir del parque con apariencia de víctima de violación. ¡Mucho menos para lucir como víctima de violación canina!
Separó la trenza que hacían sus calzones y sus shorts. Sólo se puso éstos últimos, pero antes mojó las bragas con agua que le quedaba de una de las cantimploras (las cuales bajaron de sus senos a la cintura cuando se puso de pie). Con ellos limpio la tierra de su cuerpo y cara. Intentó sacudir más tierra de su ropa húmeda, se arregló el cabello con otro poco de agua y ajustó el par de tenis después de quitarse las calcetas (se puso una como toalla femenina y llevaba la otra en la mano). Después tiró sus bragas lo más lejos que pudo.
Empezó a caminar penosamente y rogando al cielo que nadie se le acercara en el camino mientras olía a perra.
Gandalf fue útil para encontrar la vereda de nuevo y la salida del bosque. Ella escurría y se secaba con una de las calcetas. Atenta buscaba que no pasara gente y si sucedía, cruzaba antes la acera para que no vieran la mancha en los shorts o que notaran la calceta que llevaba como toalla.
Sólo padeció cuando un Chihuahua se alborotó en la banqueta de enfrente y el dueño tuvo que jalarlo de la correa.
Tuvo suerte al llegar por que la casa seguía sola. Apenas cerro el gran zaguán, tomó agua de la manguera y empezó a bañar al perro. Corrió por su jabón y lo talló esperando que la bestia no se excitara de nuevo. Seguro estaba bien servido y saciado, por que volvió a ser la mascota terca, torpe y amorosa que conocía, no esa bestia diabólica que la había sodomizado.
Lo secó en una escena que perdió su carácter de playeras mojadas por la rapidez y preocupacion con que lo hizo.
Al terminar corrió descalza a la casa buscando la regadera, donde le dio una rápida lavada a la ropa que, con el jabón del perro olía definitivamente a sexo de humana, a sexo de can, a perro mojado, sudor y tierra. Término de bañarse sintiendo alivio al lavar sus partes copiosamente. La hinchazón casi desaparecía.
Se miró al espejo mientras se ponía una toalla en la cabeza y se sintió más mujer que nunca. Definitivamente se llevaría a Gandalf a Cuernavaca si conseguía ese trabajo, elucubraba. Se secó el cabello un poco más y se puso su pijama, que sintió más rica que nunca. Quería bajar a cenar pero se conformó con una galleta que había en su escritorio y se lavó los dientes.
Se sentó a la orilla de su cama. "El crimen perfecto", pensó.
Sonrió, río. Se mordió los labios debajo de la sábana y apagó la luz.
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