Rituales sagrados entre mujeres y perras hace 5.300 años
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Akuar.
Cogió su arco, carcaj y flechas, una paloma blanca y varios objetos sagrados, y salió de su cabaña acompañada de su fiel amiga, una noble lebrel negra que a su lado correteaba alborotada adelantándose a su paso y volviendo atrás.
Iluminada por una gran luna se encaminó a los pies del monte Pasiantano. Desde lejos pudo ver a todas las Curanderas de tribus de alrededor que la estaban esperando. El grupo resultaba insólito: cuarenta y nueve mujeres lucían esplendorosas con sus cuerpos desnudos fulgurando a la tenue luz del plenilunio, rodeadas de cuarenta y nueve perras de muy diversos tamaños, razas y pelajes: negras, marrones, blancas o pardas.
Tras reunirse las cincuenta y con la aurora matutina iniciaron el ascenso hacia el Santuario Divino. Iban por el tortuoso sendero entre tupidos árboles reclamando:
¡ Saludadora Cibebe Pasiancia !
De la enfermedad de la cólera, Protégenos,
De las fiebres, Presérvanos,
De los cánceres, Defiéndenos
Con vientos menos abrasadores, Sedúcenos,
No permitas que las frutas se agosten,
Ni que las aguas se corrompan,
¡ Madre Todopoderosa ! ¡ Cúranos !
Cuando estaban cerca de la cumbre quedaron deslumbradas con el primer vislumbre de la mañana. Levantaron los ojos al firmamento y vieron cómo se paseaba aún en lo alto una Leona cuyo aliento febril consumía la vida. Soltaron las palomas y se quedaron contemplando cómo alzaban el vuelo y se incendiaban con la luz abrasadora.
Después bañadas en sudor y sedientas entraron a la umbría cueva, agradeciendo el frescor de la gran sala. Ceremonialmente encendieron el fuego del altar y las mechas de varias lámparas de sebo que colocaron estratégicamente para iluminar el interior; quemaron diversos productos medicinales y aliviaron su sed con el agua de sus hidras que colgaron del techo.
Luego silbaron a sus adiestradas perras que vinieron gruñendo excitadas. Las canes se quedaron mirando expectantes a sus respectivas amas con las orejas enderezadas mientras movían las colas aceleradamente. Ante sus hocicos las Curanderas, riéndose con expresiones traviesas, se abrieron de piernas y les ofrecieron sus hendiduras para que las lamieran, mientras la alentaban con palabras lisonjeras: ¡Toma bonita, bebe salsa en ayunas. Hártate!
Unas se dejaban lamer sus vulvas mientras permanecían tumbadas en el suelo, otras controlaban mejor los lametazos sentadas encima de salientes rocosos; Nadica prefirió adoptar una postura arrodillada a cuatro patas y facilitar el acceso a Lisa, que así se llamaba su perra. De esta manera se podría alejar cuando el potente ritmo de la lengua rijosa la llevara de forma perentoria al orgasmo; o se podría acercar cuando el picor fuese mayor para aumentar la satisfacción del lameteo.
Todas se reían a carcajadas mientras sentían que el frotar de los rasposos apéndices de sus devotas les producía tan placenteras sensaciones que las hacían perder la razón. Y con tanta fruición, una tras otra terminaron por correrse y las perras por saciar su sed.
Después, las Curanderas tomaron sus arcos y flechas, sus sombreros de ala ancha, sus hidras, y salieron del Santuario muertas de risa. Durante algún tiempo deambularon por los montes cubiertos de secos matorrales detrás de las perras, que corrían con gran ímpetu tras las huellas que su olfato descubría.
Bordearon marismas y pasaron junto a nuevas fuentes de aguas estancadas, cuyo hálito apestoso lo corrompía todo. Por fin divisaron en un campo lejano un animal separado de su rebaño que se había enredado entre las mieses. A pesar de sus esfuerzos el noble bóvido no era capaz de librarse de la maraña.
A su vista y azotadas por el implacable viento del estío, que parecía soplarle a sus oídos: ¡Matadlos con vuestras flechas! montaron en cólera. Y como megeras con la razón perdida, transmitieron su rabia a sus inseparables y fueron corriendo para cazarlos. Al llegar a los campos encontraron una liebre y un enorme búfalo y allí mismo los mataron a flechazos. Las perras las despedazaron con una avidez tan furiosa que parecía que nunca iban a hartarse. Hasta que por fin saciaron también su hambre canina.
Las Oficiantes quedaron contentas por haber aplacado a la furiosa Cibebe Pasiancia. Ese año su ardor abrasador no agostaría los frutos antes de recolectarlos. Esperaban que tampoco las enfermedades cancerosas se les cayesen encima ni las persiguieran hasta devorarles las entrañas.
Razón de las ceremonias licenciosas de mujeres con perras
En la Escena se presenta un ritual sagrado de simbología mágica celebrado a principios de la estación calurosa, en el que cincuenta mujeres "dan de beber" a cincuenta ávidas perras, seguido por otro en el que "dan de comer" a las rabiosas perras, tras matar a flechazos a unos animales.
El cunnilingus refleja el ritual orgiástico que sabemos realizaban mujeres con perras en ciertas fiestas (como las "Misias" de Acaya, La Arcadia, en Pallene y en Argos, celebradas en el Templo Miseón de la Diosa Demeter Misia) y que eran bien vistas por los fieles, pues era una ceremonia sagrada de culto a la Diosa. Y el ritual de caza con perras reflejan los mitos protagonizados por cincuenta canes (como los de Artemisa que devoraron a Acteón y a los Niobos o los de las furiosas Bacantes, Basáridas, Eleleidas y Ménades que, tras correr enloquecidas por los campos, cazaban animales y mataban adolescentes o reyes y dejaban que fuesen despedazados por sus canes).
Ambos ritos con la misma metáfora implícita: luchar contra los efectos perniciosos del fenómeno climático maléfico de la canícula. Con la orgía sexual se daba de "beber" a las canes y con la caza se les daba de "comer", siendo "las cincuenta canes" representantes en la tierra de la Diosa. Se esperaba saciar la "canícula climática y la sequía devoradora", fenómenos que hacían acto de presencia a partir del solsticio de verano, durante los cincuenta "días perros". Y que eran anunciados con la aparición al amanecer de la constelación Canícula (hace 5.300 años tenía lugar en el solsticio de verano). Y que se creerían eran enviados por la Diosa en su máscara / personificación de la constelación Canícula.
De forma que el origen del ritual tenía un fundamento astronómico y una analogía funcional: se saciaba la sed y el hambre de las sedientas y devoradoras canes, representantes Divinas, antes de que empezasen los cincuenta días caniculares. Y, ya satisfechas, aplacarían a la Diosa representada y ese verano no serían tan fuertes los efectos maléficos del clima: Calor que abrasaba la vegetación y causaba la putrefacción de las aguas estancadas y la aparición de las enfermedades infecciosas (como la rabia y la cólera) que hacían estragos en humanos y animales.
Asimismo esperaban que los vientos calientes que expandían y llevaban las enfermedades y la fiebre, fuesen menos virulentos. Vientos del estío llamados en diversas regiones: áfrico, berecinto, líbico, estío / canis aestifer, tracias, esciras, euro, solano, atabulus… Y que estaban personificados por las Diosas: África, Cibeles Berecinta, Libia, Estío, Tracia, Atenea Esciras, Euro, Solana, Atea / Até….
Autora del artículo: Francisca Martín-Cano Ambreu . Antropóloga
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!