Tan simple, tan sencillo
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Por: Snow White.
Ed casi logra arruinar el viaje con sus tonterías y sus estupideces. Hasta hace una semana Ed era mi novio pero decidí terminarlo porque es un hombre blandengue, débil, frágil. Cuando lo conocí me fascinó por su belleza, por su buen humor, por sus ideales de equidad y justicia pero con el paso del tiempo me di cuenta que es tan fuerte como un muñeco de paja: a la menor tempestad se deshace, incluso hubo momentos en los que sentí que temía mi impetuosidad, mi voracidad durante el amor. Soy una mujer apasionada que siempre pide, que siempre necesita más durante el sexo: más duración, más vigor, más intensidad, más energía…Incluso después de una sesión larga, mi cuerpo pedía un poco más, sentir ese orgasmo intenso que te nubla la razón, ese orgasmo que casi es como un dolor porque nace de placeres anteriores, cuando tu cuerpo te responde lentamente porque esta agotado pero tu mente anhela un poco, solo un poco más. Era en esos momentos cuando Ed se alejaba y mi cuerpo quedaba tendido en la cama a la expectativa de un disfrute que no llegaría. Por eso ya no seguíamos juntos.
Ed no se resignaba a perderme y por esa única razón también se incluyó en el viaje de estudios en el que no tenía nada que hacer. Soy bióloga, bueno, estudiante de biología. La universidad logró que realizáramos una estancia de una semana en una remota isla del Pacífico poblada por dinosaurios. Hace unos cuantos años un grupo de científicos logró traer de vuelta a la vida a un dinosaurio, el procedimiento fue tan simple, tan sencillo: rescatar ADN de dinosaurios contenido dentro del cuerpo de mosquitos atrapados en ámbar y después clonarlo. Primero fue uno, luego dos hasta que consiguieron tener a las principales especies de reptiles prehistóricos. Y por fin, tras una larga espera, tendríamos la oportunidad de contemplarlos en su hábitat natural.
Cuando subí al avión vi a Ed sentado cerca de mi asiento. Lo odié tanto. Sonrió y me habló. Yo lo ignoré.
-Mel, Mel, por favor. Tenemos que hablar. Por ti vine a este viaje.
-No tenemos nada de qué hablar-le grité, dejándolo mudo.
En el transcurso del vuelo trato otra vez de hablar conmigo pero lo rechazaba firmemente. Para olvidar su molesta presencia miraba por la ventanilla y me decía a mí misma que estaba a unas horas de cumplir mi sueño: ver dinosaurios vivos. Cuando era niña pasaba las vacaciones de verano en el Museo de Historia Natural de la ciudad para admirar las reproducciones de los gigantescos animales. Los veía fascinada, si los seres humanos hubieran convivido con ellos probablemente nos hubieran engullido y la raza se hubiera extinguido. Los hombres no son nada comparados con ellos.
El descenso y la llegada la hotel no son dignos de mención. Estábamos agotados e inmediatamente dormimos sin inquietarnos que a menos de un kilómetro habitaran feroces tiranoaurios rex. Sin embargo, vagas ensoñaciones sobre cuevas, lenguas húmedas, gritos aterradores y pieles rugosas me acompañaron al despertar.
Nos organizamos en grupos pequeños de diez personas para recorrer el lugar. Me tocó ir con Ed. La guía era una mujer joven, casi de mi edad, de piel oscura y dientes blancos. En mi grupo éramos, con excepción de él, solo mujeres, todas reíamos y bromeábamos para calmar nuestra vaga inquietud.
-¿Y si se escapan?- preguntó Mary
-Es prácticamente imposible. Las medidas de seguridad son estrictas-respondió la guía.
-Claro que no pueden salir, estamos a salvo- le dije con una sonrisa tranquilizadora. Además, tenemos a Ed para que nos proteja de esos monstruos. Anda tómalo del brazo para que te sientas segura.
Inmediatamente Mary y Ed caminaron juntos sin percibir el tono irónico con el que yo estaba hablando. A ella se le notaba cuanto le gustaba él. En cambio, a él se le notaba lo incómodo que se hallaba sin tenerme cerca. Y yo estaba en paz, manteniendo alejado a ese blandengue.
La guía nos hizo abordar unos vehículos especiales para poder pasear por la isla, era una especie de cochecito de golf que tenía un grueso vidrio en la parte superior y se levantaba para que entráramos.
Con las chicas recorrí los amplios pastizales poblados de velocirraptors. Uno se acercó demasiado a nosotras. La guía detuvo la marcha para que lo contempláramos. Sus garras acariciaron el vidrio protector, parecía disfrutar con el contacto, lo hacía tan lentamente que pensé en la mano de un hombre que acaricia a la mujer amada. Sus ojillos rojos se encontraron con los míos, no lucían como los de una bestia sino como los de alguien que intentara comunicarse. Luego paseó la vista por las chicas, su lengua salía y entraba de su boca, creí que saboreaba nuestra carne. En cuanto se percató de la presencia de Ed lanzó un chillido estremecedor, arañó las ventanillas y abrió sus fauces mostrando una hilera de filosos dientes. La guía presionó un botón que soltó una potente descarga eléctrica y el animal huyó.
-Era un macho. Quería tener para él solo a todas las chicas guapas del vehículo pero al ver a Ed se puso celoso. Explicó entre carcajadas la chica de color, tratando de tranquilizarnos, todas estábamos temblando de miedo, sin embargo, reímos, excepto Ed que aun permanecía asustado asustado. Yo estaba en silencio, aquel comentario me había parecido muy cercano a la realidad. Una inquietud nueva nació en mi vientre y se expandió por mi cuerpo.
Dimos la vuelta para ir al área de comida. Habíamos pasado toda la mañana paseando entre dinosaurios. Justo en el momento que comenzábamos a avanzar una piedra golpeó el techo. Pronto le siguieron otras más. Gritamos aterradas y cerramos los ojos. El vehículo ya no avanzaba, sentíamos el aire frío entrando por las ventanillas rotas. Cuando escuchamos una estampida abrimos los ojos y vimos una manada de velocirraptors corriendo hacia nosotras. Ed se desmayó. Se detuvieron a unos pasos de donde estábamos. Quedamos en silencio ante la fascinación que nos provocaban. Nos rodearon. Eran diez reptiles verdes y feroces frente a diez chicas blancas, una negra y un hombre. Se escuchaba la respiración agitada de ambos bandos. Nadie, fuera humano o animal se movía. Parecieron eternos esos momentos. Uno de ellos se acercó al grupo. Nuestras miradas convergieron, era el mismo velocirraptor que habíamos visto antes. Sus ojillos eran tan dulces, tan tiernos. De pronto parpadeamos al mismo tiempo y por fin pude comprender el sueño que me inquietó, pude comprender mi incomodidad con Ed y con los otros hombres, pude comprender las intenciones que lo hicieron regresar con su manada ¿Acaso había logrado una mejor comunicación con un dinosaurio que con un hombre?
La negra también se desmayó. Diez chicas expectantes y dos personas desmayadas. Diez reptiles prehistóricos y un páramo desolado. Era obvio lo que sucedería. Era deseable lo que acontecería. Yo estaba lista pero ¿lo estarían mis compañeras?
El macho alfa, ahora estaba segura que lo era, se hizo a un lado. Susurré: “Chicas ¿recuerdan como regresar al área segura?” asintieron con sus cabezas. “Síganme en silencio y lentamente. No corran. Pero sobretodo, no opongan resistencia.” Caminamos con paso lento hasta que todas abandonamos el vehículo. Deberíamos ir rumbo al norte. En cuanto en el vehículo quedó Ed y la guía, los velocirraptors se abalanzaron sobre sus cuerpos inertes, antes de que pudieran gritar o siquiera darse cuenta de su penosa situación, chorros de sangre salían de esos cuerpos, se oía claramente como se peleaban por la carne humana y la devoraban con ansias. Dos de ellos se disputaban el tronco de Ed. Lo partieron a la mitad. Otros dos le arrancaron sus piernas y de un golpe las engulleron. No quedó nada de ese cobarde. Nada.
Nosotras continuamos la marcha volteando ocasionalmente para ver las escenas que nos parecían horrorosas e hipnotizantes. Temblábamos. Unas gotas ligeras nos cayeron. Fue Mary quién abrió el umbral.
-¿Por qué no nos comieron? ¿Cómo supiste que hacer?
Los velocirraptors voltearon en dirección hacia nosotras parecía que había escuchado la pregunta y estaban dispuestos a darle respuesta. Les gusta correr pensé. Les gusta correr.
-Les gusta correr- grité mientras me lanzaba veloz por la llanura verde. Las chicas me imitaron. Ellas asustadas, yo gozosa. Sabía lo que vendría, cuerpo estaba mojado, igual que mi ropa interior; a cada paso que daba podía sentir una oleada que me llenaba desde el interior, era suave, era ligera, era un preludio de lo que se nos avecinaba. Cada bestia salió disparada en dirección en cada una de nosotras. El polvo que se levantaba detrás de mí me hizo girar la cabeza. No me había defraudado: el macho alfa me correteaba, saboreando la roja sangre en sus fauces. Me reconoció como la hembra alfa de mi “manada”. Una piedra me hizo tropezar y rodar por el suelo. Tuve unos raspones en mis brazos y la ropa quedó desagarrada. Frente a mi estaba el gran velocirraptor.
-No opongan resistencia. Déjense llevar o pueden terminar mal- Les grité a mis compañeras de “orgía”. Yo quedé con las piernas separadas y la blusa rota. La cabellera alborotada y los brazos sangrantes. El animal disfrutaba del calor que irradiaba mi anatomía. “Déjate llevar, no opongas resistencia” me ordené a mí misma. Giré la cabeza. Mary estaba completamente desnuda, dándole la espalda a un velocirraptor que la montaba con furia.
Mi macho alfa pasó su lengua rasposa por mi cuerpo expectante, su lengua rasposa lamía mi rostro repetidamente. Con su garra derecha rasgó mi ropa y con la izquierda la separó de mi cuerpo. Era cuidadoso a pesar de todo. Rodeé por el pasto disfrutando de la humedad en mi piel desnuda. Acercó su nariz a mi sexo, comprendió que yo estaba lubricando desde que lo ví la primera vez. Esa nariz fría me hizo gemir quedamente. Se restregaba contra mi peluda vulva como si de una fruta se tratará. Me lamía con energía, con desesperación, mis fluidos se esparcían por mis muslos y él los saboreaba. ¿Cómo era posible qué un hocico que hace poco había devorado a un hombre ahora fuera capaz de ser tan delicado?
Esparcí mi sangre y mis fluidos vaginales por mis pechos. En cuanto los olio empezó a pasar su lengua traviesa por ahí. Me retorcía de gusto. Mi ser estaba a su total disposición, su saliva me cubría cual si fuera una segunda piel. Pasaba de un seno a otro, engullía mis senos con suavidad, temí perderlos pero no importaba, estaba rompiéndome en mil pedazos por tanto placer, Mis gritos se acompañaban de los de mis compañeras, gritos provocados por nuestras parejas prehistóricas. Mary contemplaba al cielo mientras era tomada una vez más por su velocirraptor. Era tan salvaje la embestida, ella se movía como si careciera de huesos, con una flexibilidad tal que temí que la matará pero ella parecía tan hermosa entregándose a la voluptuosidad de una bestia que no me sorprendí cuando escuché que ambos (animal y mujer) chillaban por su orgasmo compartido.
Mi macho alfa había lubricado tan bien mi entrepierna que solo hacía falta una cosa para culminar tan extraña aventura: sentirlo dentro de mí. Desde su interior el velocirraptor sacó un pene largo y delgado, en rojo vivo. Al primer intento no le atinó a mi orificio, fue un golpe duro, doloroso; el segundo me sacó lágrimas por el sufrimiento que me ocasionó pero mi excitación fue tanta que aguanté hasta que el cuarto intento fue fructífero. Juro que suspiré de alegría cuando sentí tan raro pedazo de carne dentro de mi vagina. Hizo que me estremeciera de gusto con su mero contacto. Nuestras pieles íntimas juntas, imaginar que yo era su hembra me excitón tanto que cuando empezó a bombear tuve un orgasmo. Me estremecía cuando concluyó encadenándose con otro. El dinosaurio sabía como moverse, tenía un ímpetu que ningún hombre conseguiría jamás, sus movimientos sacudían todo mi cuerpo, mi espalda se levantaba y capia al suelo ante cada embestida. Oleadas de deliciosos orgasmos nublaron mi mente. No había experimentado algo semejante. El velocirraptor parecía no terminar nunca. El cielo se oscurecía cuando descargó su cálido semen en mis entrañas. Chillamos al unísono. Lo sacó de un tirón desbordando su semilla. Tomé un poco con mis manos y la probé. Un manjar.
Helicópteros sobrevolaban la zona. Nos buscaban. Con las pocas fuerzas que teníamos,mis compañeras y yo nos ocultamos entre la maleza. Los velocirraptors se dispersaron. Nos miramos: algunas teníamos rasguños o cortadas, otras sangre pero todas estábamos cubiertas con su saliva y su semen. Cuando volvimos a quedar solas, escuchamos el rumor de los dinosaurios. Ahí estaba otra vez mi macho alfa. Nos vimos a los ojos, comprendí que yo no había sido su primera mujer pero sí que él sería mi único dinosaurio. Estaba dispuesta a morir de placer.
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