Típico de Géminis
Los horóscopos pueden guiarnos de más de una forma, incluso para sacarnos de la monotonía sexual. Aunque deberías estar preparada para todo, porque quizá la solución tenga cuatro patas y cola. Sígueme en X para escuchar la versión audio de este relato 😉 @NikkiAnne2023.
Toda mi vida he creído que los astros guían nuestro destino. Es algo que siento, una energía que nos arrastra, como una especie de marea cósmica que da forma a nuestras vidas. Se que tras escucharme muchos me llamarán boba, pero ¿Qué tiene de malo seguir una guía para navegar a través de éste mundo tan caótico? Pienso que mientras no dejes a las estrellas decisiones de vida o muerte no pasa nada, al contrario, hace las cosas interesantes.
Para mi el principal uso para los horóscopos es en lo sexual, ellos me llevan de revolcón en revolcón, cogiendo con parejas que de otra manera los prejuicios dejarían de lado. Como buena géminis lo que más me gusta es la variedad, alejarme de la monotonía para disfrutar de diferentes vergas, y porque no, una que otra vagina.
La primera vez que cogí guiada por el zodiaco fue en la preparatoria. Perdí mi virginidad a los dieciséis de una forma que la verdad dejó mucho que desear; con un chico de mi curso que más tardó en saber por donde meterla que en correrse. Frustrada tomé la decisión de acostarme con el primer tipo del signo que me indicara el horóscopo sexual.
“Te encontrarás con un escorpio, que contrario a su elemento natural, te mostrará que es fuego puro, ya que su aguijón tiene demasiada ponzoña. Sólo se precavida, porque su pasión será tal que te podría hacer daño, aunque te aseguro que el placer será aún más grande”. Eso decía aquel horóscopo, que nunca olvidaré porque resultó ser una predicción acertada.
En aquel entonces yo seguía buscando que mis parejas fueran lo que la normativa marcaba; chicos de mi edad que estuvieran buenísimos, pero hablando con mi mejor amiga Ivanna, me hizo una observación que alimentó mi curiosidad. Le platiqué sobre mi búsqueda de un escorpio, y ella me dijo que el único hombre que conocía de ese signo era Don Huicho, el conserje.
Don Huicho era un hombre de cincuenta años, regordete, de cara redonda y bigote prominente. Todas sabíamos de que pie cojeaba; era extremadamente amable con las chicas, pero cuando sentía que nadie lo veía se divertía viéndonos las piernas y culos de forma descarada. Era un tipo asqueroso, no obstante el compromiso conmigo misma me obligaba a tener sexo con aquel cerdo.
Una tarde me colé de clases para buscarlo en la bodega de limpieza, el lugar donde el viejo pasaba las tardes viendo películas porno hasta que acababa el día. Al llegar de inmediato supo a lo que iba, era como si aquel tipo lo hubiese hecho infinidad de veces antes; porque en cuanto entré en aquel pequeño cuartito lleno de artículos de limpieza se abalanzó sobre mi.
Aquella experiencia fue única. Don Huicho era dueño de una verga digna de ser llamada de esa manera. Era larga y gruesa, con un glande robusto que reflejaba la luz del pequeño foco que iluminaba el sitio. En la intimidad de aquel lugar Don Huicho me usó como quiso; me arrebató el bikini que llevaba puesto para poder penetrarme sin quitarme el uniforme.
Su tranca descomunal entró y salió de mi con tanta rudeza que me hizo sangrar, quitándome de verdad la virginidad que había creído perder antes. Como mi horóscopo había prometido aquel cerdo me lastimaba, pero al mismo tiempo me regalaba un placer como nunca había sentido. Me corrí tantas veces que perdí la cuenta; y al final de varios minutos que parecieron horas, Don Huicho me sacó su verga para tirar su semilla al suelo.
Repetí con el viejo un par de veces, hasta que inevitablemente me aburrí de él. Después siguieron más “cogidas con guía cósmica”. Estuve con profesores, compañeras de curso, incluso con el tipo que vendía paletas heladas afuera de la escuela; obteniendo de cada una de mis parejas placeres únicos que me llevaron al éxtasis.
Es por eso que me considero de mente y piernas abiertas, no obstante el último sitio donde me llevaron los astros me hizo dudar de mi apertura sexual. Llevo bastante tiempo buscando a la pareja definitiva, la que me de más de un buen momento en la cama. Una relación larga nunca ha sido lo mío, me aburro de ellos mas rápido de que los llevo a la alcoba, pero quería probar algo duradero.
Esa vez los astros se alinearon mostrándome la respuesta. Tanto el horóscopo sexual como amoroso apuntaron hacia un signo que de forma común no es compatible conmigo; un leo. Rey de la selva, salvaje, imponente, pero también protector y amoroso. Todo apuntaba hacia un amante de ensueño, uno que me hiciera gemir en la cama de infinidad de maneras.
Ya había tenido acción con algunos leos; ya sea por su ascendiente a otro signo, o porque nuestras cúspides coincidían, pero nunca como esa vez, donde todo se debía a una alineación cósmica, que de manera casi improbable también cubría el apartado del corazón tanto como el de la entrepierna, pero las estrellas no siempre son claras, porque aunque sabía que buscaba, no tenía idea de donde lo encontraría.
Comencé a buscar a mi leo como cualquier millennial lo hace, utilizando apps de citas. Mi primer prospecto fue un chico joven, menor que yo por un par de años. Era muy guapo, y tenía un cuerpo de infarto. Tras cenar lo invité a mi pieza, lista para ponerle la miel en la boca, todo para poner a prueba si era el indicado.
Pero el tipo resultó ser un obtuso que no entendía las indirectas, por lo que pasé a la acción frontal. Me lancé sobre el, desabotonando mi blusa para que pudiera ver mis pechos desnudos. No obstante cuando vi su cara de pánico cualquier posibilidad de que el fuera mi leo desaparecieron. Lo tiré a la calle al instante, molesta por haber perdido mi tiempo.
Los siguientes prospectos no fueron mejores. Lo intenté con mi vecina de enfrente, una tipa que llevaba meses intentando salir conmigo, de quien sabía cumplía años al principio de agosto. Caso perdido; resultó ser monótona y aburrida en la cama. También probé suerte con un tío de sistemas en el trabajo, que aunque resultó mas entretenido, su obsesión con el sexo anal me hizo descartarlo.
Pasaron semanas sin que consiguiera dar con quien buscaba. Estaba molesta, pero sobretodo frustrada. Comencé a creer que las estrellas me fallaban, por primera vez en doce años no obtenía de ellas lo que me habían prometido. Fue en ese momento que recibí la llamada de mi prima Carla; necesitaba que alguien cuidara de su mascota por un par de semanas mientras viajaba fuera del país.
Acepté ayudarla sin dudarlo, siempre me han encantando los animales, sobretodo los perros. Esa tarde Carla llevó a su can para dejarlo en mi casa. Era un pitbull macho de color café, hermoso, de gran porte y presencia imponente. Cuando me lo presentó quedé sorprendida, porque su nombre era Leo. Le pregunté a Carla porque lo había llamado así, a lo que me contestó que era porque había nacido un siete de agosto.
Aquel perro era un leo a toda regla, y su personalidad lo evidenciaba como uno. Orgulloso, de carácter fuerte y decidido. Acerqué mi mano para intentar acariciarlo, encontrándome con el perro analizándome de pies a cabeza. No fue hasta que me escudriñó por completo que dejó que le rascara la cabeza. Fue ahí cuando un escalofrío recorrió mi cuerpo.
Los astros siempre habían puesto a prueba mi tolerancia en ámbitos carnales; y aunque creía que ya había probado de todo sexualmente, nunca me había pasado por la mente la idea de la zoofilia. Sabía de su existencia; en alguna ocasión había visto algunos videos de mujeres montadas por perros, donde ellas quedaban anudadas, en cuatro patas, con el perro encima de ellas por varios minutos.
Para mi el bestialismo no era más que un truco que usaban algunas mujeres para hacer dinero rápidamente. No existía para mi la posibilidad de que alguna lo hiciera por deseo propio, impulsadas por sus propios ardores a probar de esas grotescas vergas rojas. Pero en aquel momento todo hacía click en mi cabeza de forma terrorífica.
No solo entendía ese deseo animal que lleva a las mujeres a buscar la pasión de una pareja canina, sino que la sentía en carne propia. Pensamientos sucios de mi misma siendo montada por Leo, el hermoso pitbull que tenía enfrente de mi, inundaban mi mente hasta desbordarse de manera lúbrica en mi entrepierna. Deseaba por primera vez ser cogida por un perro.
Carla me dio indicaciones de como cuidar de su querida mascota; era bastante inteligente e independiente, solo debía llenarle el tazón de comida tres veces al día y procurar que tuviese agua fresca en todo momento, así también como sacarlo a caminar dos veces al día, por la mañana y la tarde, para que jugase un rato en el parque.
Mientras Carla hablaba apenas si ponía atención a lo que decía, estaba perdida en los ojos color miel de Leo, que me miraban fijamente como si tuviera rayos equis. Nunca fui indiferente a las miradas masculinas; me desarrollé rápidamente en la adolescencia y siempre he sido el foco de los ojos de los pervertidos que me desvestían con la mirada, y en ese instante sentía como si Leo hiciera lo mismo.
Siempre me ha encantado vestir provocativamente, llevar diminutas faldas o ajustados pantalones para que mi redondo y perfecto culo excite a los voyeristas en turno. Además de que gusto de llevar escotes amplios cada que puedo, o de desabotonarme demás la blusa para dejar lucir mis enormes tetas, que en lo personal considero mi principal atractivo.
Todo para provocar que a varios don nadies se les pare la verga al verme. Me excita saberme atractiva, tener el poder de endurecer morcillas con mi mera imagen me complace en demasía. Y en ese momento tenía un perrito mirándome como cualquier cerdo en la calle, atravesando con sus ojos cada recoveco de mi cuerpo, buscando hacerse con la mente con cada uno de mis orificios.
¿Sería capaz de lograr que la verga de un perro se pare al verme?, era lo que me preguntaba cuando Carla me interrumpió para despedirse. Le di tranquilidad al decirle que cuidaría bien de su Leo, que daría todo de mi para que estuviera a gusto. Ella no tenía ni idea de cuantas cosas tenía en mente hacer con él, pero en ningún momento mentí, porque el placer de Leo y mío eran mi prioridad.
Carla se despidió del perro agachándose para abrazarlo por el cuello. Él empezó a lamerle la cara en cuanto tuvo a su dueña de frente, a su misma altura. Mi prima sonrió y comenzó a hablarle de forma boba, con una vocecita infantil diciéndole cuanto lo extrañaría. La lengua de Leo pasó de sus mejillas a sus labios, y cuando la lengua del can entró en su boca, la abrió más para que el perro pudiera lamerle los dientes y encías.
En ese punto la imagen se había convertido en un beso francés entre un perro y una mujer. La lengua del animal se escurría hasta la garganta de mi prima, que no hacía mas que soltar risitas mientras Leo le devoraba la boca. Ver aquello me puso más caliente. ¿Acaso mi prima ya había probado la verga del semental que dejaba a mi cuidado? ¿Sería que Leo conocía de los placeres de la feminidad humana y me sabía a su merced?
Las preguntas nacían en mi cabeza una tras otra, todas sobre temas de zoofilia, posibilidades del pasado y afirmaciones sobre el futuro; porque aunque no estaba segura de si Carla ya había cogido con su perro, yo estaba decidida a hacerlo lo antes posible. Darle tantas vueltas al tema me ponía cachonda, tanto que empezaba a sentir como los jugos de mi coño se filtraban.
Mi prima apresuró su despedida, y se marchó dejando a Leo bajo mi protección. Me quedé en el pórtico observando como partía en taxi hasta desaparecer, con el can a mi lado observando el mismo horizonte. El corazón me latía a mil, me sentía como aquella vez a mis dieciséis, cuando caminaba nerviosa hacia la bodega de limpieza en búsqueda de la verga de Don Huicho.
Hace años que no vivía el placer que dan las primeras veces, sobretodo aquellas que rompen los tabúes y te evidencian como una puta sin remedio. Y en ese momento lo hacía, me sentía ansiosa de probar por primera vez el placer del bestialismo, sabiéndome la mujer más puta del mundo, una que estaba dispuesta a dejar que un perro la ultrajase con tal de encontrar el placer.
Llevé a Leo conmigo dentro de casa cuando estuve segura de que Carla no regresaría. Puse llave a la puerta principal, he hice lo mismo con la trasera, para a continuación bajar las cortinas hasta quedar completamente aislada del exterior. Me acerqué a Leo agachada, caminando en cuatro patas como buena perrita, con la intención de seducir al bello pitbull que me acompañaba.
El can actuó indiferente a mis primeras insinuaciones, mirándome fijamente, pero sin demostrar la clase de interés que necesitaba. ¿Tu sabes lo que quiero, no es así Leo? Quiero que me cojas como una perra, que me uses tanto como gustes; le dije mientras le ofrecía mi mano para acariciar su mentón. Leo levantó las orejas, para luego mover la cola a modo de aprobación.
Recorrí su musculado cuerpo con mis manos, disfrutando de la deliciosa sensación de su pelaje con la yema de mis dedos. Luego comencé a besar apasionadamente su hocico, su cuello, para después morder con cariño sus orejas, lamiéndolas mientras las apretaba levemente con los labios. Aquellos mimos encantaron a Leo, quien comenzó a lamer mi cuello regresando el favor.
Pero yo necesitaba más. Le besé el hocico nuevamente, y cuando sacó la lengua para lamerme los labios, la atrapé con la boca, saboreándola por completo. El comenzó a chupar el interior de mi boca como había hecho antes con su dueña. Coopere aún mas que Carla, abriéndola de par en par para que la llenara con su babas tanto como quisiese.
Sentía como su enorme lengua golpeaba la mía, como saboreaba mis saliva, reptando hasta alcanzar mi coronilla. Fue ahí cuando mis caricias llegaron hasta el bulto que escondía entre las patas traseras. Sobé su barriga, descendiendo hasta tener entre mis manos su prepucio y la verga que escondía, para a continuación comenzar a pajearlo con dulzura.
Mi mano subía y bajaba a lo largo de esa vara, recorriendo la peluda bolsa que la guardaba al punto de dejar asomar la brillante punta carmesí de su verga. Leo levantó la cola del piso, y abrió más sus patas demostrando que estaba complacido con mi paja. Seguí masturbándolo a la par que lo besaba y lamía, devorando su peludo cuello y su húmeda lengua.
Seguí pajeándolo hasta que obtuve lo que necesitaba; su verga brotó por completo de entre su prepucio. Era color rojo brillante, de un tamaño desproporcionado a mi parecer, ya que lucía inmensa para un perro de estatura mediana. Parecía un ente salido de una película de terror; en carne viva, con esa punta en el glande como si fuese un arma dispuesta a abrirse paso sin miramientos.
Mordí mis labios al imaginar el placer que me esperaba con aquella tranca en mi interior, porque prometía ser una experiencia que ninguna verga humana me regalaría. Me levanté del piso, con Leo desesperado, moviendo la cola rápidamente mientras lanzaba quejiditos y pataleteaba. Espera mi amor, es hora de ir al plato principal, le dije.
Me quité los jeans descubriendo el bikini de encaje color negro que llevaba debajo. Estaba empapado de mis jugos, con aquella humedad que los adhería a mi sexo. El perro al instante comenzó a olisquear en el aire, buscando el aroma de mis jugos que le llegaba a la nariz. Me quité el bikini, y lo acerqué a su hocico. Leo lo olisqueó febrilmente, para posteriormente sorber el viscoso líquido que lo cubría.
Lancé mi ropa interior al suelo para disfrute del perro que fue a su búsqueda. Me senté en el sofá, y abrí las piernas de par en par, para después hacer lo mismo con mi vagina. Llamé a Leo con ternura quien volteó la cabeza pasando su atención de mi bikini a mi persona. “Cógeme mi amor”, le ordené mientras jugueteaba con mi clítoris.
Leo salió disparado hacia mi hundiendo su hocico en búsqueda de la fuente de los jugos que tanto le habían fascinado. Sentí su caliente respiración en mi vagina, y un nuevo escalofrío recorrió mi ser. El can comenzó a lamer mi coño con su pesada lengua, golpeando mis labios vaginales, rosando mi clítoris de una forma que comencé a sentir el leve entumecimiento que precede al orgasmo.
Cuando su lengua entró en mi coño exploté en placer. Un orgasmo, poderoso como pocos, hizo erupción en mi cuerpo, haciéndome vibrar mientras chorros de mi orina brotaban hasta mojar el hocico de Leo, quien no descansó de su faena y siguió comiéndome el coño mientras bebía el líquido que disparaba. Seguí corriéndome, en un orgasmo tan largo y placentero que sólo puede ser obtenido por el pecado de lo antinatural.
Entré en un transe que duró fácilmente mas de quince minutos. Tras aquel orgasmo descomunal siguieron varios pequeños pero igual de deliciosos, fruto de la labor oral de mi perruno amante. Cerré los ojos y me entregué a la sensación de aquella lengua mágica. Aquello había sido tan delicioso que no me hubiese importado que terminase allí, pero Leo apenas había comenzado.
La lengua del perro se detuvo sin que yo lo notase, ya que mi mente estaba fuera de este mundo. No fue hasta que sentí el pesado cuerpo de Leo caer sobre mi que regresé a la realidad. Abrí los ojos para encontrarme con un par de ojos miel que me miraban con lascivia. Tenía la barriga de Leo pegada a mi vagina, con su hocico chorreando de babas en mi pecho, respirando pesadamente mientras aprisionaba mi cintura entre sus patas delanteras.
La cadera del animal se movía atrás y adelante con frenesí, haciendo que su verga chocara con la parte baja del sofá. Levanté mi culo levemente de mi asiento, lo suficiente para poder bajarlo un poco, buscando que mi coño quedase al alcance de la verga que deseaba penetrarla. Ya con mi sexo a la altura necesaria comencé a sentir los piquetes de su falo en contra de mi piel.
Leo estaba vuelto loco, necesitaba penetrarme y sus intentos habían fallado hasta ese entonces. Su verga no encontraba el camino hacia la cueva que debía darle hogar. Ansiosa tomé su resbaladizo miembro con mi mano, en pos a guiarlo dentro de mi. El can no mermaba en su intensidad, dificultando mi ayuda, ya que el vaivén de su verga hacía casi imposible dirigirla hacia mi coño.
“Espera un poco amor”, le dije apretando un poco su pene. Leo entendió, y detuvo su arremetida un instante, lo suficiente para poder ubicar su verga justo en la trayectoria necesaria. La punta de su verga se abrió paso entre los labios de mi coño, acertando por fin en la tan buscada penetración. En cuanto Leo sintió que las paredes de mi vagina rodeaban su herramienta, volvió a sus furiosos empellones con la intención de metérmela hasta la base.
Aquello fue el manjar sexual mas delicioso que he probado en mi vida. Es como si las monstruosas vergas de los perros estuvieran hechas específicamente para complacer hembras humanas, o por lo menos que la verga de Leo estuviera hecha para mi. Era larga y gruesa, con ese glande puntiagudo picoteando mi interior. Todo acompañado de grandes cantidades de lubricación, no solo porque yo estuviese mojada, sino porque Leo comenzaba a disparar su líquido preseminal.
Y no puedo ignorar el nudo, la principal diferencia con la anatomía humana masculina. Hablo de esa bola ubicada en la base de las vergas de los perros, causal de miedo y excitación para aquellas que estamos dispuestas a probarlas. El nudo de leo iba y venía en mi, expandiendo mi coño como si se tratase de un puño violándome sin compasión.
Porque el can demostró ser un ávido amante. Se movía con tal intensidad que parecía buscar hacerme daño. Siempre gusté del sexo rudo, pero aquello era diferente, era un encuentro bestial nunca mejor dicho. La verga de leo entraba y salía de mi con una velocidad apabullante, y la fuerza de los empujones sumada a lo bien dotado que estaba, hacía que mi cuerpo se estremeciera con aquel delicioso placer y dolor.
Todo hasta que por fin se detuvo, regalándome mi primer abotonamiento. El movimiento cesó, contrario al placer que comenzaba a intensificarse. El nudo de Leo comenzó ha hincharse dentro de mi coño como un globo. Sentía como me desgarraba por dentro haciéndome chillar. Intenté despegarme, sacar su verga de mi coño pero era tarde, estaba atrapada y sin escapatoria.
Aquel aparato siguió creciendo al ritmo de los latidos del animal, disparando su lefa dentro de mi como un aspersor de carne, en chorritos pausados pero constantes. Chillé de nuevo, y mire a Leo quien jadeaba pesadamente a la vez que comenzaba a moverse tratando de separarse de mi. Le pedí que se detuviera, abrazándolo, encontrando como respuesta su paciente espera.
No quería que me sacara la verga, en parte porque si pasaba me haría demasiado daño, pero sobre todo porque comenzaba a disfrutarlo, y no quería dejar de sentirlo adentro. Aquella sensación de saberse llena al punto del desgarre fue la cereza del pastel. Seguí corriéndome, orgasmo tras orgasmo al ritmo de los latidos de aquella verga que me llenaba de esperma.
Así pasaron cuarenta y cinco minutos de deliciosa agonía. Acaricié y bese a Leo, a la par que jugueteaba con mi clítoris para intensificar tan increíble sesión de sexo zoofílico, hasta que por fin la verga del can perdió el volumen suficiente para deslizarse fuera de mi coño. El rojo pene colgó nuevamente entre las patas del animal, y tras él salió un chorro grande de esperma canina, rebotando de los azulejos debajo de los dos.
Solté a Leo, el cual comenzaba a desesperarse por la necesidad de separarse de mi. En cuanto fue libre inspeccionó el charco de su lefa en el suelo, para después limpiar mi coño con su lengua, como buen amante preocupado por su perra humana. Cuando acabó con ello pasó a hacer lo mismo con su jugosa vara. No hubiese sido correcto dejarlo así, por lo que me puse “lengua a la obra”.
Chupé su verga para dejarla limpia y brillante. No descansé hasta que dejó de disparar esos chorritos de semen, y volvió a esconderse en la bolsa de piel que le daba hogar. Saboreé su leche hasta beber la última gota, tras lo cual Leo lamió mis labios y buscó un rincón para dormitar. Yo también estaba satisfecha, por lo que me tiré en el sofá dispuesta a descansar feliz, ya que los astros habían acertado otra vez.
Pasadas unas horas volví a tener sexo con Leo, y lo mismo pasó en la mañana haciendo que faltase al trabajo. El can resultó ser voraz en la cama, y como yo también quería disfrutarlo lo más posible antes de que Carla fuera a buscarlo, pedí dos semanas de vacaciones en la oficina bajo el pretexto de que había tenido un problema personal que no podía ignorar.
Los siguientes días fueron fuego puro, con sesiones apasionadas de bestialismo en casa, interrumpidas sólo por las salidas a caminar juntos, mis idas al supermercado, y algunos descansos. Fueron las dos semanas mas intensas de mi vida hasta ese momento, con leo demostrando ser apasionado y cariñoso, porque cuando no estaba cogiéndome, se portaba como un perrito tierno y amoroso.
Cerca a la fecha en que Carla iría por Leo comencé a sentirme triste; no quería separarme de él, llegué incluso a planear formas para que nos quedáramos juntos, pero no quería hacerle eso a mi prima, así que me resigné a perderlo sólo para encontrar que los astros volverían a ayudarme.
Carla me habló por teléfono para pedirme disculpas, viendo si podía quedarme indefinidamente con Leo. Su viaje había sido para reencontrarse con un amigo del que siempre estuvo enamorada, e inesperadamente éste se le declaró pidiéndole que se quedase a vivir con él en roma. Acepté entre sonrisas, confesándole que esperaba que algo pasase para no tener que devolvérselo.
Mi vida desde ese entonces pasó a ser perfecta. Tengo mi amante de ensueño en casa, uno que no es celoso ya que a nuestros encuentros se han unido otros canes sin que a él le importe. En cuanto a las estrellas , éstas no dejan de sorprenderme, ya que curiosamente todo sucedió en el año del perro según el zodiaco chino. Estoy ansiosa por saber que me depara el próximo año, el del cerdo.
Excelente relato hermosa, 😘❤️. Igual soy geminis y en el ambito sexual siempre busco placer de diferentes formas. Que bueno que lo encontraste este maravilloso mundo del zoo 🔥👍🥰