Veneno (de los secretos de Anita)
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Me gusta imaginar que mi bébe Allancito es en relidad hijo de Tohr, el perro pastor que hace mis delicias cuando mi marido no está en casa. De hecho, hace seis años, cuando supe que al día siguiente me iban a provocar el parto, pensé: ‘Allancito va a salir a través de mi vagina que casi todos los días Thor inunda con su semen, y entonces tuve una idea que puse en práctica horas antes de ir a la clínica: deje que mi perro me penetrará hasta 5 veces . Estuve enganchada a él durante horas y al final me puse un tampax para conservar su precioso fluido dentro de mí. Me sentía repleta de vida y feliz al pensar que Allan, saliendo de mi útero, se iba a bañar en la leche de Thor. Y así fue:
-Había una cosa pringosa y blancuzca que no había visto nunca -oí que tras el parto comentaba una enfermera a otra- la hemos lavado y se ha ido. Debía de ser moco, aunque muy blanco, ¡muy raro!….
Así fue como Thor asumió la paternidad de Allan.
Cuando regresé de la Clínica, ya recuperada, estaba loca por reencontrarme a solas con Thor. Pero Thor no estaba en casa; Jaime, el cornudo de mi marido, lo había llevado a no sé qué criador de perros amigo suyo para que “le calmara”…
– Me dijeron que aullaba todas las noches como un lobo –me decía el idiota- ¡Qué raro es este perro, Ana!; ¡está permanentemente en celo, es un salido!!.Creo, Anita, que habrá que caparle.
Yo me asusté mucho y pensé para mis adentros: “y por qué no te la cortas tú…” E intentando disimular mis nervios le dije, con voz temblorosa:
-No te preocupes, cuando vuelva se calmará. ¡Yo sé cómo calmarle!
-Sí, debe ser eso…¡Anda siempre detrás de ti: vaya un perro faldero!.¡No hace otra cosa: ni guarda la casa, ni sirve pa’ na’!!
“Ay, si supieras” pensé “te da mil vueltas en todo… “Tú te encierras en tu buhardilla, a prepara informes o a jugar a la Playstation y ,mientras, el ‘perro faldero que no sirve para nada’ se tira a tu mujer, como y cuando le da la gana en el cuarto de lavar” .
Cuando pasados 7 días de mi regreso de la clínica -y después de que yo se lo pidiera a diario, tratando de disimular mis insistencias- el cornudo fue a por mi macho… Pero, además de a mi amor, me trajo otra mala noticia: el criador le había regalado un perra-loba, Zarina, para, según dijo, calmar su ‘anormal libido’. Cuando vi a mi rey de vuelta junto a esa sucia perra y me enteré de la “nueva situación” monté en cólera.
-No te preocupes, mujer –decía el bobalicón de mi marido- es una perra muy bien entrenada y no te va a dar trabajo.
-¡Muy bonito!, le gritaba enfurecida, ¡tú te vas al banco y que si reuniones y que si cenas de trabajo!…Y yo, cuando llego de mi consultorio, además de tener que hacerme cargo de la casa y del niño, ahora, ala, a cuidar de dos perros!!
Y el muy idiota, tratando de justificar su decisión de traerse a Zarina, lo empeoraba todo mucho más:
-Es que me dijo Agapito que el “bestia este” la enganchaba a todas horas… Aunque muchas veces la perra ni quería tampoco…, quizá porque ella no está en celo, quizá porque está esterilizada… ¡Qué iba a decir yo, Cariño: me pareció buena idea y sigue pareciéndomelo!
Viendo que el asunto ya no tenía arreglo, de momento, le dije:
-Thor es también mi perro, ¡deberías haberme consultado!…
Mientras trataba de calmarme, mi cabeza discurría sin parar, buscando una solución práctica: “yo soy su dueña y he decidido que Thor será mi semental, exclusivamente. Yo soy su única perra. No soy de su raza, pero soy más puta y más complaciente que esa asquerosa Zarina: ¡yo nunca me escabullo ni me hago la remilgada cuando mi rey quiere follarme!”
Entre tanto, Thor se había puesto loco de contento de volver a verme, pero yo, dolida con todos, decidí castigar su infidelidad ignorándole por un tiempo.
Los primeros días tras su regreso me rondaba sin parar y yo, cuando nos quedábamos a solas, me ponía más sexy que nunca para provocarle. Por las mañanas, andaba por la casa descalza, en top y tanguita mientras que a la hora de la siesta –que es su hora preferida para cogerme- me deslizaba por el salón donde él dormitaba luciendo mis tacones de aguja y los shorcitos vaqueros más escuetos que encontraba en mi garderobe…Thor, al verme, se incorporaba de inmediato y proyectando de inmediato su insaciable verga trataba de arrimarse a mis piernas para lamerlas. Sin embargo, yo, haciendo un ímprobo esfuerzo para que el deseo que sentía de coger con él no doblegara mi voluntad de castigarle, le apartaba, y -como su otra perra- me hacía la ofendida y, le empujaba y me alejaba de él, dejándole desconcertado, con la lengua fuera, la mirada desolada, las orejas izadas y el sublime pollón desenfundado y colgando.
Aguanté cuatro días desatendiendo sus insinuaciones. Muerta de celos y de envidia le vi, desde una de las ventanas que dan al jardín, enganchando a Zarina un par de veces. La buscaba justo después de que yo frustrara sus intentos de poseerme, pero la muy desagradecida reaccionaba con frialdad a la impetuosa ansiedad de Thor. El desdén de esa furcia acabó con mi paciencia y decidí matarla.
Inyecté una dosis letal de matarratas en dos gruesos azucarillos y, después de encerrar a Thor en casa -para evitar un accidente que habría sido fatal para mí…- los coloqué en el cuenco de Zarina. Tras la misma ventana desde la que los había visto copular varias veces, presencié cómo la perra comía los azucarillos y, cómo, al poco rato, empezaba a tambalearse y a retorcerse de dolor, expulsando por la boca una burbujeante espuma amarilla. Para mi satisfacción y regocijo, Zarina murió sufriendo mucho y entre espasmos en poco menos de quince minutos.
Zarina yacía muerte sobre el césped del jardín, el estúpido de mi marido se encontraba en el trabajo, Allancito dormía plácidamente y yo, excitada por mi criminal hazaña, me encontraba de nuevo a solas con Thor: había llegado el momento de hacer las paces. Subí a mi cuarto con el corazón a mil, me puse mi colaless más sexy (el de encaje, color chocolate oscuro) un batita babydoll cortísimo del mismo tono y unos taconcitos blancos (los zapatos de mi boda…) con los que siempre volvía loco a mi peludo sultán. Terriblemente excitada, regresé al salón donde, tumbado sobre la alfombra, y jugando con uno de los muñequitos de mi bebe, me esperaba el dueño absoluto de mi felicidad. Me acerqué a él contoneándome y sonriéndole con picardía. Estaba encendida y mojada como nunca. Cuando me vio, dejó de mordisquear el muñequito, irguió la cabeza, rizó su dorada cola, y empezó a resollar con toda su lenguota fuera, anticipando, esta vez sí, el fin de la guerra fría.
Me lo llevé al lavadero y, allí, en nuestro nidito de amor, tuve sexo con él durante cuatro maravillosas horas, casi sin parar. Empecé mi sesión de desquite con una larga felación canina, durante la cual tragué litros del manjar blanco que sin parar brotaba de su hinchado miembro.
-¡Qué rica es tu lechita, cariño, como me gusta ordeñarte con mi boquita!
Me puse, después, recostada sobre la lavadora, con el culito en pompa, las piernas bien abiertas y abriendo mis nalgas con las manos para mostrarle los dos orificios que ponía a su entera disposición- El, salvaje y dominador como siempre, se subió de un salto al alto escabel que le ponía a mi altura y erguido en el taburete sobre sus patas traseras tomó posesión de mi (de su) vagina por detrás, con la maestría de un amante experto en saciar perras de cualquier raza. Me chingó vaginalmente, me perforó después el ano y, finalmente, dejé que -los dos en el suelo, los dos a cuatro patas- se enganchara conmigo, culo con culo, hasta dejarme completamente extenuada, tumbada sobre una vieja estera sin poder moverme, con el esperma pegajoso de sus múltiples y copiosas corridas cristalizando en mi pelo, en mis labios, sobre mis mejillas y manando desde el interior de mi ano y de mi vagina hacia el interior de mis muslos.
Zarina estaba muerta. Mi rey había recuperado a su trono. Mi venganza estaba consumada; el orden de mi universo, restablecido.
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