Vivencias de un chico malo (3): PLACER HUMANO, PLACER CANINO … ¡PLACER DIVINO!
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por nanovice.
Aquella tarde mis padres tuvieron que ausentarse repentinamente de casa porque mi abuelo había sido internado urgentemente en el hospital debido a un ictus cerebral. A mi hermana Sonia (11 años) y a mí, dos años mayor, nos dejaron, muy a su pesar, a cargo de nuestros vecinos Ramón y Dora, un peculiar matrimonio de la edad de mis padres, que vivían en la casa continua a la nuestra.
La relación de mi familia con esta pareja era meramente de vecindad, no de estrecha amistad, ya que ambos no eran muy sociables. No tenían hijos pero sí un magnífico perro labrador, con el que jugábamos mi hermana y yo cuando se colaba en nuestra finca.
Así fue como Sonia y yo nos vimos en la casa de nuestros vecinos, que gentilmente se prestaron a cobijarnos por aquella noche para que no quedásemos solos en casa. Dora se dispuso a darnos la cena …
Ya estábamos los cuatro sentados a la mesa. Frente a nosotros, Ramón, huraño y silencioso como siempre, engullendo veloz la comida. Era un hombre en la cuarentena, rudo pero atractivo, mecánico de profesión, con una mirada inquietante. Dora parecía algo más joven y tenía un trato más amable. Los niños comíamos unos cereales con leche muy sabrosos.
Al poco rato entró en el comedor el perro pues la noche se presentaba fría y se metió bajo la mesa donde cenábamos los cuatro, tumbándose en el centro rodeado de piernas.
No tardó el can en percibir con su fino olfato el fresco olor a vagina que salía de la conchita de mi hermana. Se levantó en silencio y buscó la entrepierna de Sonia. Husmeó durante un rato y empezó a excitarse con unos leves gemidos casi imperceptibles por los comensales. Su lengua se dirigió al coñito virginal de mi hermana y empezó a lamérselo por emcima de las bragas. Sonia sorprendida dejó de tomar sus cereales pero no dijo nada. Un regustito recorrió su cuerpo desde la punta de los pies hasta la boca del estómago. Miró hacia los lados y contempló cómo el resto de sus compañeros de mesa éramos ajenos a lo que ella estaba experimentando. La sensación de la lamida le resultó tan placentera que procuró dejar al aire la chucha para lo que ladeó la pantaleta. El perro ya relamía con entera libertad aquella conchita carnosa e imberbe, cuya raja entreabierta le permitía llegar bien adentro y excitar el clítoris. El placer que sintió la nena al sentir aquella lengua rugosa y babeante dentro de ella fue tal que empezó a gritar "¡qué rico, qué rico, qué rico!". Dora creyó que se estaba refiriendo a los cereales y sonrió agradecida. Pero al poco Sonia experimentó un orgasmo tal que empezó a jadear y tener convulsiones, de manera que de un manotazo tiró el tazón al suelo, ante la sorpresa de todos. Ramón se agachó bajo la mesa y contempló atónito el insólito espectáculo: el perro tenía toda la polla fuera con la excitación y la niña chorreaba fluidos vaginales por el cunnilingüis que le había hecho el animal.
Ramón agarró con furia al animal y lo sacó al patió. Agarró un palo y empezó a golpearlo salvajemente. Mientras descargaba su ira en el pobre perro, las sospechas que tenía desde hacía tiempo se le fueron confirmando: su esposa había degenerado al can y follaba con él en su ausencia. Los celos y la impotencia le carcomían, al tiempo que se sentía humillado al comprobar que su esposa le ponía los cuernos con aquel labrador, sin duda más complaciente que él … y con mejor polla. Cuando se hartó de golpear e insultar al animal, Ramón entró de nuevo en el comedor, nos dio las buenas noches y se retiró a su dormitorio.
Mi hermana y yo tardamos en conciliar el sueño después de la experiencia vivida. Dormíamos juntos en la misma cama en la habitación de invitados, con la puerta entreabierta para que entrara la luz del pasillo. Para sorpresa mía, Sonia no mencionó para nada el incidente; es más, se la veía relajada y feliz,¡ tan placentero había sido su primer encuentro zoo !…
Pasadas un par de horas, cuando mi hermanita dormía placidamente y yo aún seguía dándole vueltas a la cabeza …
Ramón se deslizó sigiloamente en el cuarto. Sólo llevaba puestos los calzoncillos y, por lo que pude vislumbrar a simple vista, iba bien empalmado. Levantó cuidadosamente la sábana por la parte de los pies e intrudujo medio cuerpo. Separó ligeramente las piernas de Sonia y metió la cabeza entre sus muslos. Mi hermana dormía con un camisoncito sin pantaletas. Separó cuidadosamente los labios púberes de la nena, que notó jugosos e hinchados, y con la punta de la lengua le masajeó su pequeño clítoris, que no tardó en ereccionar. Yo contemplaba (e imaginaba) atónito el episodio en la punumbra. Mi cuerpo estaba paralizado entre el terror y el morbo. Aún así, salí en defensa de mi hermana, que seguía durmiendo profundamente: agarré con fuerza el cabello del hombre para apartarlo de la entrepierna mientras le gritaba de todo lo peor. Lejos de amilanarse, Ramón dirigió su mano a mi polla … y descubrió mi excitación: mi pija estaba a punto de reventar de la lujuria suscitada aquella noche. El muy hijoputa siguió lamiendo la almeja de mi hermana, cuya respiración ya empezaba a entrecortarse por el placer que (¿en sueños?) estaba experimentando de nuevo. Ramón me pajeaba suavemente, acariciando mis cojoncillos y capullo. Aquel pajote provocado era nuevo para mí y creí enloquecer de gusto … Arqueé el cuerpo, apreté las nalgas … y me corrí como nunca en la mano de aquel cabrón. Comprado mi silencio y complicidad, Ramón siguió chupando a sus anchas el chochito de Sonia. Luego se puso boca arriba, soportando con su cara el peso de mi hermanita y empezó a succionarle simultaneamente el coño y el ano.
Semiincorporado contemplé con aqueña tenue luz la verga gigante de mi huraño vecino. En verdad nunca había visto un cipote semejante, grande y grueso, surcado por abultadas venas. Ya babeaba por aquel glande gordo como una seta. Instintivamente, sentí necesidad de tocarlo y acariciar aquellos huevos como melones llenos de leche… Con las dos manos empecé a masturbarlo. Ramón se movía a mi ritmo sin dejar de mamar los agujeros de mi hermanita. Al poco tuvo un espasmo, gritó como un animal enjaulado y expulsó varias ráfagas de lefada abundante y caliente, que se estrellaron en mi cara hasta alcanzarme los labios. Por vez primera probé el peculiar sabor del semen.
A la mañana siguiente, tras el desayuno,cuando ya Ramón había ido al trabajo, Dora, mi hermanita y yo, nos dedicamos a curar las heridas del perro. Afortunadamente, no eran graves. Al poco, el labrador ya estaba jugando con nosotros. Al mediodía llegaron mis padres, agradecieron a Dora su colaboración y nos preguntaron que tal nos habíamos portado:
– Nuestros vecinos se portaron muy bien con nosotros – contesté yo.
– Estupendamente – dijo Sonia. A propósito: ¿por qué no nos compráis un perro labrador como el de Dora y Ramón?
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