El despertar de mi hermana
Este es un relato real, como siempre me caracteriza, la historia de mi amiga a la cual le toca vivir con su hermana. Junte un montón de sus historias y las uni para crear el relato real, pero llevado a una gran exageración, para su disfrute..
Les voy a dejar el instagram oficial de nuestras dos chicas protagonistas, para el que quiera un imagen visual de ellas antes de adentrarse en el relato. Espero que sea de su agrado.
Ig:@orianaveles
Ig:@bianca_veles
Desde que sus padres se fueron de viaje por cuestiones de trabajo, Bianca había sentido que algo en su mundo cambiaba, pero no necesariamente para mal. A sus 15 años, estaba lejos de ser una mujer, y si bien la idea de quedarse sola podía haber asustado a cualquiera, no era su caso. Ella y su hermana Oriana habían decidido quedarse. Oriana acababa de arrancar la facultad, y Bianca estaba en su último año de escuela. Ninguna de las dos quería romper con sus rutinas, sus círculos, su vida.
Ahora vivían solas en la casa familiar. La casa donde habían crecido, donde sabían cada rincón de memoria. Sus padres se la habían dejado a ellas con confianza, y aunque legalmente Oriana, con sus 18 años, era quien estaba “a cargo”, la verdad es que Bianca no sentía que eso fuera un peso. Todo lo contrario. Tenía una relación excelente con su hermana. La adoraba. Se entendían con una mirada. Nunca se metían en la vida de la otra, pero estaban siempre presentes. Y eso, para Bianca, era libertad.
La libertad de moverse a su ritmo. De escuchar música fuerte cuando quería. De quedarse dormida con el celular en la mano o andar descalza por la casa en ropa interior sin preocuparse por nadie. Bianca era así. Natural, segura. Sabía que había algo en su forma de estar, de mirar, que no pasaba desapercibido. Y le gustaba. Le gustaba sentirse dueña de su espacio, de su cuerpo, de sus decisiones.
Pese a todo, había dos cosas que a Bianca le incomodaban de su hermana. La primera era silenciosa, casi imposible de decir en voz alta: Oriana era jodidamente atractiva. No es que ella no lo fuera. De hecho, muchas veces le habían dicho que parecía una modelo de Instagram sin necesidad de filtros. Pero había algo en Oriana… algo que acaparaba miradas sin esfuerzo. Caminaba y las cabezas se giraban. Reía y los ojos se clavaban en ella. Era como si su sola presencia activara algo en todos.
Oriana Véles, con sus 1,61 metros, no era particularmente alta. De hecho, al lado de otras chicas podía parecer incluso mas chiquita. Pero su cuerpo era pura tensión estética. Abdomen plano y marcado, con curvas donde tenían que estar. Unos pechos redondos y perfecto sin ser demasiado grandes pero tampoco muy chicos, con el tamaño justo para un cuerpo perfecto como de ella. Piel dorada por el sol y un aire de seguridad que explotaba en cada gesto. Tenía el tipo de belleza que parecía salida de un verano eterno: cabello largo y desordenado, mirada intensa, labios con forma de pecado. Usaba tops mínimos y bikinis como si hubieran sido diseñados para ella. Siempre relajada, pero de un modo que imponía.
Bianca, en cambio, con sus 1,58 metros, se sentía… menos. A veces. No siempre. Solo cuando los demás se quedaban mirándola a ella y luego desviaban la vista hacia Oriana. Ella también era hermosa, lo sabía. Su piel era suave, clara, con un rubor natural. Tenía una belleza más delicada, más serena. Su cuerpo era más compacto, casi simétrico, de formas suaves, con caderas discretas y una cintura marcada que resaltaba sin exagerar. Con unos pechos chicos pero lindos, al que todavía le faltaba desarrollar. Sus ojos claros parecían esconder secretos, y sus labios, más llenos, le daban una sensualidad tranquila. Había algo en Bianca que no era tan obvio como en Oriana. Su atractivo era más sutil, más íntimo, más de descubrimiento lento. Pero cuando alguien lo notaba… lo notaba de verdad.
Y ahí estaba el otro tema que le dolía un poco: sentirse a veces como la sombra de su propia hermana. No lo decía, no lo mostraba, pero Bianca cargaba con esa inseguridad disfrazada de indiferencia. Ambas eran bajitas, sí, y eso no le molestaba. En realidad, lo compartían como un chiste privado. Pero esa diferencia mínima —esos tres centímetros que le llevaba Oriana— a veces le parecían más grandes de lo que eran. Como si simbolizaran algo más. Una distancia en la atención, en el deseo ajeno, en cómo el mundo las leía.
Y sin embargo, la adoraba. No podía evitarlo.
Pero si había algo que de verdad le costaba bancarse, era la manera en que Oriana usaba la casa como si fuera su propio motel personal. Desde que sus padres se habían ido, su hermana parecía haberse sacado un freno de encima. Hombres. Siempre había hombres. Algunos conocidos, otros no tanto. A veces los veía llegar de noche. Otras veces se cruzaba con ellos en la cocina, en calzoncillos, tomando agua como si estuvieran en su casa. Bianca no les decía nada. Apenas los saludaba con un gesto seco y se encerraba en su habitación, con los auriculares puestos y la mandíbula apretada.
Era una mezcla de cosas. Celos, incomodidad, algo más difícil de nombrar. Oriana era libre, sí, joven, hermosa, soltera. Tenía derecho. Bianca lo sabía, y jamás le había dicho ni una palabra al respecto. Pero había noches en las que la pared no era lo suficientemente gruesa. Y aunque se ponía la almohada encima o subía el volumen del celular, podía escuchar los gemidos apagados, el golpeteo del respaldo de la cama, la risa descontrolada después de algún polvo salvaje. Todo eso la enloquecía.
No era moralismo. No era pudor. Era otra cosa. Era sentirse desplazada dentro de su propio espacio. Era sentirse ajena, como si la casa que compartían ya no le perteneciera. Como si se hubiese convertido en un escenario privado de la sexualidad de su hermana, una espectadora involuntaria. Bianca no estaba en contra del sexo. De hecho, lo pensaba más de lo que admitía. Pero nunca había tenido esa soltura. Esa libertad con el cuerpo, con los deseos, con los hombres.
Y ver cómo Oriana se dejaba llevar por eso una y otra vez… la tocaba en un lugar difícil de explicar. No era solo incomodidad. Era molestia, sí, pero también intriga. Curiosidad. Algo que empezaba a crecer en ella como un fuego lento, algo que no sabía si podía —o quería— apagar.
Esto había ocurrido esta última semana, Bianca apenas había llegado de su clase de baile. Todavía tenía el cuerpo caliente, los músculos flojos, el cabello algo húmedo de sudor y la remera pegada a la espalda. Tiró la mochila en el sillón como siempre, pasó por la cocina buscando a Oriana —nada—, y sin pensarlo demasiado, subió directo hacia su habitación. Quería preguntarle qué iban a cenar. Algo simple.
Pero al abrir la puerta de golpe, la escena la frenó en seco.
Dos hombres. Negros. Enormes.
Ambos estaban casi desnudos, solo en bóxers ajustados. Uno se abrochaba el pantalón, el otro buscaba su remera tirada al pie de la cama. Cuerpos de gimnasio, de esos que dan más miedo que ganas. Altos, altísimos, casi dos metros cada uno, con caras serias, tatuajes que se escapaban por el cuello y una energía tan imponente que le cortó la respiración. Parecían más salidos de una prisión que de una fiesta.
Bianca cerró la puerta de inmediato, roja como un semáforo, con el corazón a mil.
Bajó las escaleras de dos en dos, mordiéndose los labios, y justo cuando doblaba hacia el comedor, la interceptó Oriana, saliendo del baño con una toalla envuelta en el cuerpo y otra en el cabello. Goteaba agua, olía a jabón caro, y tenía esa sonrisa que Bianca empezaba a detestar de tan confiada que era.
—¿Dos? —escupió Bianca, cruzándose de brazos con una mezcla entre enojo y asombro.
Oriana levantó una ceja, divertida, como si acabaran de atraparla robando un chocolate.
—Sí. Así es más emocionante. —respondió, como quien habla de elegir un sabor de helado.
Bianca bufó.
—Eran enormes. Y parecen convictos. ¿Eso te parece bien?
Oriana se encogió de hombros con una sonrisa pícara.
—Sí. Le da emoción.
Hizo una pausa y ladeó la cabeza.
—Además… ¿cómo los viste?
Bianca la miró fijo.
—Quería entrar a tu cuarto para hablarte… pero me llevé otra sorpresa.
—¿Querés saber por qué me dejaron como Bambi después del baño? —dijo Oriana, mirándola de reojo, divertida, con la toalla apenas sostenida sobre su pecho húmedo.
Bianca no respondió. No hacía falta. La forma en que apretaba los labios y evitaba mirarla a los ojos lo decía todo.
Oriana sonrió con malicia.
—Te cuento igual.
Se apoyó contra la pared, dejó caer la cabeza hacia atrás, como si reviviera cada segundo.
—Me tenían los dos desnuda en el medio de la cama. Uno me agarraba del pelo y me empujaba la cabeza contra la pija como si fuera un muñeco, y el otro me tenía abierta de piernas con la mano. Así, literal, con una sola mano, Bianca. Como si yo no pesara nada. Me embestía tan profundo que me dolía… pero me encantaba. Me hicieron gritar como nunca. No me dejaban pensar. Solo sentir.
Bianca se quedó inmóvil. La escena se le formaba sola en la cabeza, aunque no quisiera.
—Cuando uno acabó en mi boca, el otro se puso detrás. Me levantó las caderas, me agarró fuerte del culo y me metió la pija sin preguntar. Estaba tan mojada que entró toda de una. Y no paró. Me cogieron como si fuera una puta de película, Bi. Me hicieron dar vuelta, me pusieron encima, uno se sentó en la silla y me monté encima de él, y el otro me usaba por atrás mientras me apretaba las tetas y me decía al oído lo rica que estaba. Me temblaban las piernas. Literal. No podía ni gemir ya.
Oriana bajó la voz, como si estuviera contando un secreto sagrado.
—Cuando terminaron, acabé toda marcada. Me dejaron la piel llena de manos, de mordidas. Sentía el gusto a los dos. Me miré al espejo y parecía salida de una orgía. Y te juro, no me arrepiento ni un poco.
Se rió suave. Casi tierna.
Bianca no dijo nada. Solo podía observar sorprendida con la boca abierta e incrédula a su querida hermana, la chica con la que creció, que hasta hace no menos de unos muy pocos años ambas jugaban juntas a las muñecas. Ver a su hermana en este modo en este modo hacía qué Bianca se siente confundida
Oriana la miró, aún con esa sonrisa traviesa, mientras terminaba de secarse el cabello con la toalla.
—Esta noche van a venir de vuelta, los dos, y unos amigos de ellos de su barrio. Van a traer más gente. Quiero que sea una noche divertida, ¿no?
Bianca se tensó al escuchar la palabra «divertida». Miró a su hermana de arriba a abajo, como si de alguna manera su hermana mayor tuviera el control total de lo que pasaba en la casa, y eso la incomodaba un poco.
—¿Hombres? —repitió Bianca, dudando—. ¿Y cuántos van a venir? ¿De verdad creés que esta casa está preparada para eso? Ya hay dos que me dejaron… shockeada. ¿Qué más quieres hacer, Ori?
Oriana se encogió de hombros, sin preocuparse por lo que Bianca sentía.
—Son amigos de ellos. De los del barrio. Les dije que podían venir y pasarla bien. Lo bueno de la casa es que no tenemos que preocuparnos por los vecinos. No hay límites, no hay reglas. ¿No lo entiendes? Esta es nuestra casa, Bi. Quiero disfrutarlo
Bianca no pudo evitar fruncir el ceño.
—¿Y la edad de esos hombres, qué onda? ¿No te parecen mucho más grandes que vos? —Se dio cuenta de lo que decía, y se sintió un poco incómoda. Estos dos enormes negros tenían al menos 30 o 40 años. Oriana tenía 18, ¿no era mucho?
Oriana soltó una risa suave, sin mostrar ni un atisbo de incomodidad.
—¿Y qué tiene de malo? A mí no me molesta. Son adultos, saben lo que quieren. A mí me encantan, Bi. Además, la diferencia de edad solo le da más emoción a las cosas. Es más excitante.
Bianca no pudo evitar morderse el labio, pero la idea de tener a más hombres en la casa la hacía sentirse algo vulnerable. Algo dentro de ella le decía que no estaba del todo bien, pero, al mismo tiempo, sentía que su hermana confiaba en ella y respetaba su espacio.
—¿No te parece raro que quieran venir hombres mucho mayores? —preguntó, esta vez con un tono que mostraba que algo le seguía incomodando.
Oriana, sin perder la sonrisa, se acercó a Bianca y la miró directamente a los ojos, como siempre hacía cuando quería ganarse su confianza.
—Por favor, hermanita. Sé que soy la mayor y aunque tengo la última palabra, te respeto mucho, siempre lo he hecho. Necesito que lo entiendas. Yo quiero que todo sea con respeto y que, si estás incómoda, me lo digas. Pero lo que te pido ahora es que dejes que ellos vengan. También quiero que vivas con la misma libertad con la que yo me siento, empiezas a explorar una vida nueva que vaya de acuerdo con vos. Quiero que todo esté bien entre nosotras.
Bianca la miró fijamente. Sabía que su hermana se tomaba en serio cada palabra, y que Oriana era capaz de hacer que cualquier cosa se sintiera correcta, incluso cuando no lo era.
Bianca respiró hondo, pensando en todo lo que había pasado esa semana. No podía negar que sentía una extraña mezcla de curiosidad, incomodidad y respeto. No quería ser una hermana rígida, pero a la vez, la idea de tener a más hombres en la casa la hacía sentir algo vulnerable, casi fuera de control.
—Está bien, Ori. Lo haré por ti. Pero solo porque te quiero mucho y respeto lo que quieras. Pero, por favor, no dejes que se vuelva un desmadre total.
Oriana le sonrió con una mezcla de gratitud y picardía.
—Gracias, hermanita. Te prometo que no será nada del otro mundo. Solo un poco de diversión.
Eran cerca de las diez de la noche.
Bianca estaba sentada en el sillón del living, con las piernas cruzadas y el celular en la mano, aunque no miraba nada. Llevaba puesto su pijama más liviano: un short diminuto, apenas le cubría lo justo, y una pupera blanca tan corta que dejaba al aire todo su abdomen. Cada vez que se movía, la tela subía un poco más, dejando asomar el borde inferior de sus pechos. Sabía cómo se veía, aunque no lo hacía a propósito.
El timbre sonó.
Desde arriba, se escucharon pasos rápidos y descalzos bajando por las escaleras. Era Oriana.
Llevaba puesto solo un camisón negro de tela fina, que caía suelto desde el pecho y apenas llegaba a cubrir la mitad de su trasero. Con cada escalón que bajaba, el camisón se movía, mostrando que no llevaba nada debajo. Sus pezones, redondos y marcados, empujaban contra la tela, tan firmes que parecían querer atravesarla.
Oriana bajó tranquila, como si no fuera nada. Como si fuera una noche más.
—¿Y vos qué planeás hacer? —preguntó mientras pasaba al lado del sillón, con una media sonrisa en los labios.
Bianca no le contestó al instante. Se asomó por la ventana que daba al porche. Lo que vio, la hizo abrir un poco más los ojos.
Cinco hombres de piel negra, tan oscura que contrastaba con el tono de piel palido de las dos jóvenes. Todos altos. Todos imponentes, corpulentos, de esos que hacen que el aire se sienta más denso. La escena de la tarde se le vino de golpe a la cabeza. Eran los mismos, pero eran tres mas, todo tenían esa misma energía. De fuerza. De peligro.
Bianca tragó saliva.
—Te dejo tranquila. Yo subo a mi cuarto.
Se levantó del sillón sin decir más, sintiendo cómo su piel se erizaba sin motivo aparente. Subió las escaleras sin mirar atrás.
Pero antes de cerrar la puerta de su habitación… se detuvo.
Sabía lo que estaba por pasar abajo. Y, aunque le costara admitirlo, no podía fingir que no le importaba.
Había algo que se le revolvía en el estómago: una mezcla de incomodidad, inquietud… y una curiosidad que no se le iba. No era solo por lo que su hermana Oriana estaba por hacer. Era por todo: los hombres, el morbo, la desinhibición, y el contraste brutal con lo que ella sentía en su propio cuerpo.
Pero también había otra cosa. Un instinto extraño de cuidado. Como si algo dentro de ella dijera: “por si pasa algo… estoy cerca.”
Bianca se acercó, y bajó hasta la mitad de la escalera. Las luces estaban bajas, el ambiente era cálido, y las voces masculinas se escuchaban graves, distendidas.
Con el corazón acelerado, se acostó boca abajo sobre la alfombra del descanso del primer tramo de escalones, con el mentón apoyado sobre sus brazos cruzados. Desde ahí tenía una vista del living, entre los barrotes de la baranda. Nadie podía verla. Pero ella sí podía ver todo.
Y así, en silencio, se preparó para ser testigo de lo que fuera que iba a pasar esa noche.
Desde el borde de la escalera, Bianca los observaba en silencio.
El living estaba iluminado. Oriana se movía con un baile sexy, entre los cinco hombres como si los conociera de toda la vida. Ellos la rodeaban, relajados, tomando cerveza, riéndose con voces profundas. El camisón negro de su hermana mayor se pegaba a su piel como una segunda capa. Cada vez que se inclinaba a servir algo o reía, la tela subía apenas… y eso bastaba para que todos la miraran con hambre.
Uno de los hombres, el más alto —fácil dos metros cinco—, levantó su vaso y la señaló entre risas.
—Euu, pero esta nena entra en una mano, eh.
Todos se rieron.
—Literal, bro. ¿Cuánto medís nenita? ¿Un metro y…?
Oriana sonrió con descaro.
—Uno sesenta y uno. ¿Te impresiona?
Otro la miró de arriba abajo, con una sonrisa ladeada.
—Más bien me calienta. Nunca estuve con una nena tan chiquita. Me da morbo.
—Como si la pudiéramos levantar con una sola mano —dijo otro, extendiendo los brazos como si la midiera.
—Y apoyarla contra la pared sin que toque el piso.
Las risas fueron más sucias esa vez.
Oriana no se inmutó. Se rió con ellos, disfrutando.
—¿Y qué harían si lo intentaran? —preguntó, provocadora.
Desde su escondite en el descanso de la escalera, Bianca no podía despegar la vista. Los hombres se acomodaban con naturalidad en los sillones, como si ya conocieran el terreno. Sus cuerpos grandes llenaban el espacio, anchos de hombros, oscuros de piel, imponentes sin esfuerzo.
Oriana se movía entre ellos como si jugara con fuego.
—La verdad… —dijo, apoyando la espalda contra una pared—, me encanta este contraste. Yo tan blanca, ustedes… tan distintos.
Sonrió con picardía.
—¿De dónde son, realmente? Porque no parecen de acá.
Uno de los hombres se rió, levantando la cerveza.
—Senegal. Vinimos hace unos años. A ganarnos la vida… y otras cosas.
Se escucharon risas graves, cálidas, pesadas.
Otro, sentado en el borde del sillón, se incorporó de golpe y hizo una pose de puro músculo, inflando los brazos y el pecho, marcando cada fibra del torso.
—¿Y qué decís, chiquita? Esto no lo encontrás en los blanquitos de por acá, ¿no?
Oriana lo miró sin disimular.
—No. Eso es verdad.
Hizo una pausa, acercándose un poco.
—ademas he escuchado cosas.
—¿Qué cosas? —preguntó otro, inclinándose hacia ella.
Oriana se mordió el labio, bajando la voz apenas.
—Ya saben… lo que dicen de la gente de su color lo que esconden ahí abajo.
Uno de los hombres dio un paso hacia Oriana, con la sonrisa ladeada y los brazos relajados a los costados.
—Entonces… ¿querés verlos, chiquita?
Oriana lo miró desde abajo, sin una pizca de timidez. En ese momento ella inclinó su cuerpo y puso sus rodillas contra el piso. Sus rodillas rozaban la alfombra y la caída del camisón apenas alcanzaba a cubrirla.
—Sí, por favor.
Su voz salió suave, pero cargada de intención.
Eso bastó.
Los hombres se pusieron de pie, uno a uno, rodeándola sin apuro. La formaron en el centro, como una pieza frágil en medio de torres humanas. Oriana levantó la mirada. Desde esa altura, solo podía ver sus cinturas, sus manos grandes, sus torsos que la cubrían como una sombra. Sus respiraciones eran profundas. El ambiente se había vuelto denso.
Ella respiró hondo.
—Ya estoy lista para verlos.
Uno de los hombres se cruzó de brazos, mirándola desde arriba con media sonrisa.
—Te lo estamos dejando muy fácil, nena. Desde ahí abajo… quiero que lo digas. Suplicalo. Ruega que te mostremos lo que esconden nuestros pantalones
Oriana lo miró directo a los ojos, sin una pizca de duda. Su respiración se aceleró, y su voz salió con una mezcla de ansiedad y deseo que no necesitaba exageración.
—Por favor. Muéstrenmelo. Quiero verlo más que nada. No aguanto más la curiosidad. Necesito saber si todo lo que dicen… es cierto.
Uno a uno, comenzaron a desabrocharse los pantalones, sin apuro, Oriana los miraba desde abajo. Arrodillada, pequeña. Frágil en el centro de esa formación imponente. Su camisón negro apenas rozaba sus muslos, y el calor le subía por la espalda.
Cuando ellos terminaron de moverse, ella alzó la vista.
Y se congeló.
La expresión de su cara cambió por completo. Sus labios se entreabrieron, los ojos se agrandaron, y una pequeña exhalación le salió del pecho sin poder contenerla. No podía disimularlo: lo que tenía frente a sí era más de lo que había esperado. Más grande. Más intenso. Más real.
Desde la perspectiva de los hombres, lo que vieron fue el rostro de una joven absolutamente blanca, mirándolos con una mezcla de asombro y miedo, rodeada, envuelta por el contraste de cuerpos negros que la superaban en todo sentido. Cada verga era del doble del tamaño del rostro de la joven. Ella temblaba
Por un segundo, su corazón pareció detenerse.
No podía creer lo que estaba viendo.
Pero tampoco quería apartar la mirada.
—Hacelo ahora, puta.
La orden no necesitaba explicación.
Oriana no dudó. Se inclinó hacia adelante, llevada por esa mezcla de atrevimiento y deseo que ya le ardía en el cuerpo desde que comenzaron las miradas, las risas, los comentarios. Se entregó al momento. Con movimientos seguros y ansiosos, buscó satisfacerlos a todos cómo podía, todos de sus manos tomaron dos enormes vergas que tenía enfrente de ella. Con su boca trato de satisfacer la tercer y cuarta verga que se peleaban como dos enormes víboras entrando y saliendo de la pequeña boca de la joven, una quinta verga descansaba detrás de ella al lado de su rostro tranquila esperando su turno sabiendo que pronto llegaría ya que la joven tenía una mirada hambrienta que dejaba en claro que no pensaba quedarse con ganas de nada.
Lo que había sido juego y palabras se volvió algo mucho más denso, más físico. La concentración de los hombres sobre ella era absoluta. La dominaban, la observaban moverse con una mezcla de poder y lujuria.
Y Oriana, en medio de todos, lo disfrutaba. Sometida a ellos y entregada a sus más viles deseos
No por obligación.
Porque quería estar ahí. Porque se sentía viva. Viva para satisfacer a este grupo de hombres negros que solo querían aprovecharse de su pequeño cuerpo
Bianca se quedó paralizada, con los ojos abiertos como platos. El aire pareció estancarse a su alrededor, y por un instante, no supo si estaba soñando o si realmente aquello estaba ocurriendo frente a ella.
—¿Pero qué…? —balbuceó, incapaz de formular una frase completa.
—Esto no puede ser real… —susurró, retrocediendo apenas un paso, con los labios entreabiertos y el pecho agitado.
—Se acabó el calentamiento, esta puta ya dejó nuestras vergas bien lubricadas, estamos listos para la verdadera acción
Oriana, con el pulso acelerado y la respiración entrecortada, los miró confundida.
—¿Quién va a ser el primero? —preguntó, intentando anticipar lo que vendría.
Otro hombre sonrió levemente y respondió:
—Somos compañeros. Aquí no hay primeros… todo lo hacemos juntos.
Oriana frunció el ceño, perpleja, sin llegar a entender del todo. Pero no tuvo tiempo de procesarlo. En un solo movimiento, los cuerpos comenzaron a rodearla
Las manos masculinas la buscaron con decisión, cada una hallando un lugar distinto en ella. El calor y el peso de cada gesto la hicieron estremecer. Uno se posicionó detrás, fuerte y seguro entrando por su trasero estirándolo al límite sin pensados, el grito de dolor de la chica se escuchó en todo el salón, en su rostro caían lágrimas de dolor y felicidad por vivir la experiencia que tanto había anhelado; otro desde abajo, entro por su vagina con una velocidad que no le dio tiempo de reacción a la chica, sin darse cuenta los movimientos del enorme miembro que poseía este gran hombre la estaban penetrando con una fuerza incomparable y con una precisión que la hizo contener el aliento; otros dos se acomodaron a los lados, ofreciéndole algo más que simple compañía, ella se vio obligada a tomar con sus pequeñas manos ambos miembros a cada costado, y con la poca concentración que le quedaba, se encontraba tratado de satisfacer esas dos enormes vergas negras que se encontraban listas para cubrirla de su espécimen blanco tras la fricción con las pequeñas manitos de la joven que se encontraba subiendo y bajando recorriendo sus enormes falos.
Y frente a ella, un último rostro la observaba con una mezcla de deseo y reverencia. Ella, sin pensarlo, se inclinó hacia él, dejándose guiar por el instinto, dejo entrar esa enorme verga negra, en su pequeña boca, dejando que alcancen límites que ella jamás pensó que lograría. El enorme monstruo del hombre no solo atravesó su boca sino que llegó hasta el fondo de su garganta. Mientras la joven intentaba con fuerza retirar su cabeza para tomar un poco de aire y respirar el hombre sometía a Oriana y lejos de dejarla salir empujaba su cabeza más al fondo explorando los límites de la joven
—Decilo, pequeña puta
—dijo uno, mirándola fijo—. Queremos escucharte.
—Sí, pedazo de basura blanca
—agregó otro—. Decí que querés más. Que no paremos. Súplicanos que te violemos
Ella respiró hondo, agitada, con una sonrisa entrecortada. Y con muchas lágrimas en sus ojos
—Por favor… no se detengan —dijo—. Lo quiero. Quiero más. Quiero que me violen
—¿Estás segura pequeña zorrita? —preguntó el que estaba frente a ella, con una chispa en los ojos.
—¡Sí! —dijo ella, sin dudar—. Quiero que sigan. Quiero sentirlos a todos a dentro mio
Los hombres intercambiaron miradas cómplices.
—Entonces no vamos a parar.
—Te vamos a violar toda la noche, Oriana.
—Porfavor —respondió ella, sin contener ya nada—. Solo sigan… y no se detengan por nada, usen mi cuerpo hasta cansarse
Bianca parpadeó varias veces, como si su mente no pudiera procesar lo que estaba viendo.
Nunca en su vida había presenciado algo así.
El cuerpo desnudo de su querida hermana Oriana entregado, completamente expuesto a estos hombres desconocidos para ambas que solo deseaban jugar con ella
A su alrededor, los hombres —altos, imponentes, los contrastes eran demasiado intensos, enormes Hombres negros maduros, tomando el cuerpo de una joven y blanca niña.
Y ese detalle: el tamaño descomunal, de sus vergas
Bianca se llevó una mano a la boca, atónita, sin saber si estaba asustada, fascinada… o ambas cosas a la vez
Confundida. Desbordada. Completamente sorprendida.
Bianca decide irse a su cuarto, dejando a su hermana a su suerte, esa noche fue mucho mas de lo que ella podia imaginar, y aunque sentia curiosidad, no podia seguir viendo a su hermana, aquella chica que respetaba tanto, humillarse a los pies de esos hombres.
Se dejó caer sobre la cama, sin cambiarse, con los ojos fijos en el techo. La escena seguía ahí, repitiéndose una y otra vez en su mente como un eco difícil de borrar.
Desde abajo, en el comedor, los sonidos no habían cesado. Voces graves, risas apagadas, gemidos ahogados… Todo llegaba hasta su cuarto como un murmullo vibrante, imposible de ignorar.
Sabía exactamente lo que estaba pasando.
Su hermana seguía ahí, entregada, convertida en el juguete de esos hombres que parecían no agotarse.
Bianca se cubrió con la manta, intentando bloquearlo. Pero los sonidos atravesaban la tela, se filtraban por las paredes, por su piel.
Por dentro, no sabía cómo sentirse. ¿Avergonzada? ¿Curiosa? ¿Molesta? ¿Fascinada?
Tardó mucho en cerrar los ojos. Pero finalmente, Bianca por fin pudo dormir. Aunque lo que había visto… no la dejaría tranquila por mucho tiempo.
A la mañana siguiente, Bianca se despertó con una sensación extraña, una mezcla de inquietud y una curiosidad que le revolvía el estómago. Se puso de pie lentamente, aún en pijama, y se acercó con cautela a las escaleras. Bajó el primer escalón sin hacer ruido, luego otro, asomándose apenas lo suficiente para ver el living.
Contuvo el aliento.
Allí, sobre el sillón, estaba Oriana.
Estaba completamente desnuda, recostada de forma desordenada, con los brazos caídos a los costados y las piernas abiertas como si su cuerpo hubiera sido soltado sin cuidado, como el de un muñeco abandonado. La piel le brillaba por todo el líquido espeso que la recubria por todo su cuerpo, esos hombres la habían bañando con su cemen. Entre las piernas abiertas de Oriana, se apreciaba como todavía seguia cayendo de la vagina y trasero de la joven, una gran cantidad de fluido de color blanco con tintes rojos, qué demostraban que esos monstruos habían hecho algo más que solo usar su cuerpo
Pero lo más inquietante era su rostro.
Estaba inmóvil. Los ojos abiertos, fijos en un punto vacío de la habitación. No pestañeaba. No hablaba. Y aunque parecía respirando con suavidad, no emitía sonido alguno.
Por un segundo, Bianca no supo si estaba dormida, en shock… o algo más.
Un escalofrío le recorrió la espalda.
Bianca, todavía temblorosa, bajó los últimos escalones con cuidado, como si temiera que el más mínimo sonido pudiera romper algo invisible en el aire. Se acercó al sillón con pasos lentos, mirando a su hermana con una mezcla de confusión y recelo.
Fue entonces cuando los vio.
Había algo escrito sobre la piel de Oriana, con marcador negro. En su brazo, con letras grandes y desprolijas, un mensaje decía: “Nos llevamos las llaves. Ya sos nuestra, Volveremos a jugar.”
Bianca tragó saliva. Dio un paso más, inclinándose apenas. El segundo mensaje, más pequeño pero imposible de ignorar, estaba escrito en la frente de Oriana, justo encima de esos ojos vacíos, aún abiertos: «juguete sexual.”
Bianca retrocedió un poco, como si las palabras quemaran. Y sus ojos estuvieran en presencia de un casi policíal, en la escena de una violación
Miró a su hermana con una mezcla de sorpresa, tristeza y algo más difícil de definir. Algo se había roto. No sabía exactamente qué, pero lo sentía.
Se quedó en silencio unos segundos más, observando el cuerpo inmóvil y marcado de Oriana.
Y sin decir una sola palabra, se dio media vuelta y volvió a su cuarto.
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!