Francisco me toma, después de la primaria
Intenté empujarlo con mis manos, tratando que hacer que pare, ya que sus embestidas me estaban partiendo, pero él no cedió. Al cabo de un rato, ya no sabía que estaba gimiendo por el ardor o por el placer y no me importaba .
Después de tanto, regreso a contar una de mis experiencias reales, y esta vez es con Francisco. Si quieres entender el contexto con él, lee este relato:
Como les mencioné en el relato anterior, Francisco era el típico de machito que me volvía loco a los 12; deportista, hoyuelos, vergón, gracioso y caballeroso a la vez. A demás la atención que me daba era de otro mundo, a esa edad hasta creí que me casaría con él.
Las cosas después de nuestro encuentro en la casa de Gustavo siguieron iguales.
Francisco y él me trataban de la misma manera, incluso me buscaban para platicar más, con Hector fue todo distinto. Él me evitaba un poco y ya no me iba a buscar a mi casa para salir. No me molestaba, de los vatos de mi escuela, era el que menos me gustaba jaja.
A pesar de ser super puta a esa edad, era bien introvertido, por lo que a pesar de querer repetir, yo solo fingía desinterés para no verme rogón o desesperado. Por eso, incluso viéndonos todos fuera de la escuela, no hacíamos nada.
Después de varias semanas desde lo sucedido en la casa de Gustavo, Francisco me vino a buscar a mi casa en la tardesita, después de haber salido de la escuela. Dijo que veríamos pelis con los demás en su casa y si quería yo, íbamos al parque. Rogué permiso y después del sí de mi mamá, me fui emocionado a su casa.
Él vivía a 2 cuadras de la mía y más cerca de la primaria que yo.
Llegamos y era una casa de dos pisos, entramos y su habitación estaba en la segunda planta. Me dijo que su mamá estaba trabajando y llegaba en la noche, así que tenía casa sola.
Nada que llegaban los demás, incluso los contacté por celular y no contestaban por el grupo.
‐ Deja a esos pendejos, solo nosotros dos. – dijo mientras subíamos a su cuarto-. Incluso mejor.
Su cuarto era grande, por ser hijo único. Tenía aire acondicionado, por lo que todo estaba tapado y oscuro.
Nos acostamos y puso una película en su televisión.
Me sentía nervioso, nunca había estado solo con él en su casa.
Acostados juntos, veíamos la película. Puso su brazo extendido bajo mi cabeza, haciéndome sentir mariposas en el estómago. Yo andaba en mi sueño adolescente.
A pesar de ya haberle hecho una mamada, me sentía muy nervioso de tenerlo así de cerca, era completamente distinto a ese día, pero me encantaba.
Lo volteé a ver y me miró fijamente.
– ¿Por qué tan nerviosa, chiquita? -descrifrando mi postura‐. ¿Qué puedo hacer para que no estés tan nervioso?
Me sostuvo la mirada, hasta que finalmente acercó su boca y comenzamos a besarnos.
Su boca olía a las palomitas de maíz.
Sentía su lengua húmeda, calida y me iba llenando toda mi boca. Su saliva se mezclaba con la mía, una mezcla de fluidos adolescentes tan deliciosa que cada que se apartaba de mí para tomar aire, mi boca se secaba, como si solo su saliva pudiera hidratarme.
Me besaba tan desperadamente que a veces chocabamos los dientes.
Sin parar de besarnos, se colocó encima mío y pude sentir su erección tapada por su short en mi entrepierna. Sabía besar tan bien. Devoraba mi boca y yo me perdía en la sensación de su lengua lamiendo la mía.
Los besos siguieron, hasta que con sus labios aprisionó mi lengua.
Tomé el liderazgo y me subí sobre él. Yo llevaba un short de tela gruesa gris y aún así, en mi rajita, podía sentir como su erección se acomodaba en mis nalguitas. Grande y gruesa, sentía cada parte acomodada, desde sus huevos cargados, a la corona de esa gran erección.
Me miraba con unos ojos de lujuria, como nunca lo había visto.
Comencé a frotarme en su verga, mientras sentía como seguía creciendo.
– Ya quitame el short, bonita. -me suplicó-.
Me bajé de él y tiré de su short. Su verga ya erecta, se acomodó en su pelvis. Lucía tan bella como la recordaba; gruesa, morena y rosadita, con los vellos recortados.
Antes de hacer algo, ensarté mi rostro en su verga, intentando impregnarme con ese olor a machito. Olía a sudor y restos de orina, pero todo muy limpio.
Sus vellos me hacía cosquillas.
Comenzó a moverse despacio, restregando su verga en mi carita. Yo aspiraba para no perderme ni un rastro de ese olor.
Tomé su tronco y comencé a lamer su cabecita con movimientos circulares. Francisco comenzó a gemir con los ojos cerrados, mientras yo me apegaba a su glande como bebé con su biberón.
– No mames, chiquita. -comenzó a murmurar-. Ninguna me la come como tú.
Usualmente no me gusta que me hablen como vieja, pero él era diferente, él era mi macho de 13 y yo iba a ser su putita de 12.
Tomé su cabecita y comencé a golpearla en mi lengua, mientras le sostenía la mirada.
Francisco estaba perdido en el placer y yo en su suave glande, no me soltaba la mirada, me sonreía mostrando sus perfectos hoyuelos. Lo que hizo que me enamore una vez más.
Comencé a mamar esa vergota, con tiempo cada vez me entraba más. Sentía su suave glande irme llenando de precum, pero solo lo hacía mejor.
Sus gemidos me traían loco. Me concentraba en su glande y su uretra, lamiéndolos para escuchar nuevamente como se perdía en sus bufidos.
Se levantó de la cama y me pidió ponerme en cuatro y acercarme al borde de la cama.
Ambos terminamos de desvestirnos. No podía despegar mi mirada de su cuerpo moreno, trabajado por el fútbol y lampiño, adornado de una vergota adolescente completamente parada. Recordar su perfecto cuerpo de adolescente, me vuelve a poner durisímo.
– Mira nada más el culito de mi niña. -sus nalgadas comenzaron a dejarme rojito el culito-. No mames, ya quiero llenar ese anito.
Comenzó a mover mis cachetes, solo para ver como rebotaban mis nalguitas.
Nadie me quitaba la sonrisa que tenía en el rostro.
– Arqueáte, bonita.
Le paré mi culito y unos segundos después, tenía la cara enterrada en la cama.
Francisco abrió mis dos nalgas y hundió su rostro en mi culito. Sentía su lengua humedecer mi entrada y frío mientras el aire acondicionado actuaba sobre su saliva.
Sin duda, una de las mejores mamadas de culo que me han dado. Amigos, familiares, adultos en general ya me habían mamado el culo y sin embargo, era el adolescente de 13 quien me arrancaba unos gritotes de placer.
Su lengua no paraba, la sentía penetrar mi anito una y otra vez, luego la sentía en una nalga, luego en otra, luego en mi entrada, luego dentro, luego en los huevos y en todas partes.
Yo no podía parar de gemir, me quería fusionar con la cama, a cada lengüeteazo. Apretaba las mantas con mis manos, mientras la cama ahogaba mis gemidos y escuchaba a Francisco hacer lo mismo.
– ¿Te gusta, chiquita?
Yo no podía ni decir una palabra, ese niño me estaba succionando del culo y no quería que pare. Solo emitía gemidos de aprobación.
Podía escuchar sus risitas, me imaginaba su bella sonrisa adornada por esos hoyuelos y me hacía pararle el culito aún más.
Hubo un momento que se quedó lamiendo y lamiendo mi ano, sin despegarse de él. m
Me puse a pensar cuántas personas había hecho sentir así con sus 13 años y preferí pensar en cómo me estaba haciendo sentir a mí, para no morir de celos.
Finalmente se levantó y tomó mis caderas para acercarlas a su erección.
Tomó su tronco y comenzó a frotarse en mi anito, sentía como su precum se iba untando en mi culito. Sentía toda su erección ya caliente.
– Ya métemela, Tacho (apodo que le decían en la colonia).
– Mi chiquita, quiere verga.
A veces me reía de los comentarios que lanzaba por la calentura, pero quién lo juzga, era un morrito caliente jaja.
Hacía un tiempo sin que me penetraran, así que al sentir como su verga se iba abriendo paso en mi, el dolor comenzó a salir.
Comencé a gemir de dolor, él lo notó y bajó la velocidad, dejando que me acostumbrara a su 16cm.
Sentía su verga abriendo mis paredes y mientras seguía gimiendo, él me besaba la espalda.
Cuándo mi culito se acostumbró, comenzó a embestirme. Sentía su verga salir y entrar, sacándome gemidos de ardor por lo estrecho que estaba.
– Ay hermosa, ya la tienes toda dentro.
Minutos después, ya estaba embistiendo fuertemente mi culito, haciendo sonar sus huevos que chocaban contra mí.
Yo tenía los ojos en blanco, como esa verga me llenaba completamente.
Después de un rato en esa posición, me puso boca arriba, penetrando intensamente mientras yo alcanzaba su boca, para no despegarme de su lengua.
El cuarto estaba inunando de embestidas, y gemidos de dos adolescentes de primaria.
Intenté empujarlo con mis manos, tratando que hacer que pare, ya que sus embestidas me estaban partiendo, pero él no cedió. Al cabo de un rato, ya no sabía que estaba gimiendo por el ardor o por el placer y no me importaba
Lo que más me prendía, era escucharlo gemir sin control, lo que me alegraba, porque significaba que lo estaba disfrutando tanto como yo.
– Me voy a venir, ya no puedo aguantar más. -comenzó a gemir-.
Sentí su verga hincharse y pronto, varios chorros calentitos inundaron mi anito. Todo mi culito estaba repleto de su leche. Yo no me podía ni mover. Me besó tierna y morbososamente, para después traerme con que limpiarme.
Nos acostamos juntos aun desnudos. Comencé a frotar nuestros cachetes, abrazarlo y estrujarlo. Me sentía como su novia, no quería estar en otro lugar.
Me llenó de besos el rostro y después de unos minutos, sentía como su verga se iba erectando una vez más.
– ¿Otra? -me suplicó-.
Yo me reí e inmediatamente me subí en él, coloqué su verga en mi entrada y comencé a hacerme una rusa en él. Su verga ya estaba bien parada otra vez.
Ahora siendo yo quien guiara, tomé su cabecita y comencé a bajarme en su verga.
Fue más fácil esta vez, ya estaba dilatado y los restos de su semen fresco eran el mejor lubricante.
Francisco iba bufando mientras bajaba, con la boca bien abierta.
Una vez me acomodé, comencé a darle tremendas sentadotas, haciendo que tire su cabeza hacía atrás mientras gemía.
Me tomó de las caderas y estrujaba mi culito.
Tenía los ojos cerrados y susurraba palabras de amor.
«Que culazo chiquita. Estás bien rica. Te amo, nena.»
Me sentía en otro mundo. Amado. Por primera vez desde que me estrenaron, no estaba cogiendo, estaba haciendo el amor y con el niño que me traía loco.
Después de un rato, él comenzó a guiar las embestidas, subiendo y bajando la pelvis para penetrarme a su gusto. No aguantó más, me tomó de las caderas y siguió embistiendo de misionero.
Se reía.
– ¿Por qué te ries? -intenté decir entre gemidos-.
– Estás bien excitado, te entra todita porque estás dilatando un vergo, preciosa.
Su verga entraba y salía con facilidad, sentía su vello púbico en mi culito, señal de que la tenía toda dentro.
Me tomó y me puso de ladito, moviéndose circularmente, haciendo que su glande golpee mi próstata de la manera más deliciosa.
No aguanté la sensación y le pedí que me dé de misionero otra vez.
Se subió en mí y comenzó a penetrarme salvajemente, sacándome gemidos llenos de placer y lujuria. Por las embestidas y mi dilatación, ya sonaba todo chicloso y me sentía bien abierto.
No resistí más y sin tocarme, me vine en mi pecho. Mi semen salió en varios chorros que incluso a mi barbilla llegaron.
Él comenzó a bufar como loco mientras gritaba que se venía.
Comenzó a aumentar aun más las embestidas y sentía como se estremecía mientras me llenaba el culito por segunda vez.
Al sacar su verga, hasta las piernas me dejó temblando.
Me ayudó a levantarme, ya que mis piernas no respondían y nos dirigimos a su baño.
– Límpiate, preciosa.
Nos bañamos juntos, abrazándome, me llenaba de jabón, me besaba y sentía sus grandes músculos desnudos estrujarme.
Nos secamos y regresamos a su cuarto. Tuvo que apagar el clima, porque nos estábamos congelando.
Quito la sobrecama que tenia gotas de semen por todos lados y nos acostamos nuevamente.
Nos dormimos juntos, sin ropa.
Vi la hora y ya había pasado 5 horas con él, sabía que mi mamá ya me estaría buscando.
Me vestí y antes de irme, Francisco me despidió con un largo beso.
– No quiero que cojas con los otros, chiquita. -dijo suavemente-. Al menos no si no estoy. Me vas a poner celoso.
Me reí y le juré que solo era suyo. (Chamaco pendejo)
Nos despedimos y llegué a mi casa adolorido, pero solo pensando en él. Antes de acostarme, me volví a bañar para que mi mamá no sospeche.
Sentía mi anito bien hinchado, sabía que estaba rojito, aún me palpitaba. Cerré los ojitos, llevé mi mano a mi verga y recordé cada movimiento, cada sensación, olor y beso. No tardé y por segunda vez, me corrí.
Dormí como bebé, mientras pensaba dos cosas: cómo le haría mañana al verlo en la primaria, sin aventarme a besarlo y segunda; no escapaba de mi cabeza, cuánta vida sexual ya tenía a los 13. Estar continuamente solo en casa, lo había hecho un mini macho muy complaciente.


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