Nunca debiste hacerme bullying, rubiecito (Parte 1)
Yo tenía 13 años. Al entrar a mi nuevo colegio, por mi carácter reservado me hicieron bullying. Uno de los más activos era un chico rubio. Era muy guapo y lo sabía. Lo que no sabía era que yo nunca olvido ni perdono..
Desde que llegué al colegio bilingüe, unos cuantos de mis compañeros decidieron que era divertido hacerme la vida imposible. Sacarme la comida de mi lunch y tirarla a la basura, llenarme el asiento de escupitajos, esconderme los útiles, todo eso era una gran hazaña. Fueron días oscuros. Soy de los que no explotan, pero acumulan rabia hasta que llega el momento de la venganza.
Uno de los más activos era Michael. Creo que su mamá es sueca o danesa. El niño era muy atractivo: rubiecito, ojos claros, hermosos rasgos, casi femeninos diría. Michael todavía no había dado el estirón, lo que lo acomplejaba un poco. Tal vez por eso era de los más molestos. Quería mostrarle a la manada sus aptitudes de salvaje.
Soporté muchas humillaciones, pero sabía que el destino me daría una oportunidad. Michael estaba bien posicionado en lo social, pero era un mal alumno. Necesitaba mejorar su calificación en Ciencias y me pidió hacer pareja conmigo para el proyecto final.
Lógicamente, él no pensaba hacer nada. Quería que yo hiciese todo el trabajo y él llevarse el crédito. Lo sorprendí cuando le dije que, si no venía a mi casa a terminar el proyecto, no lo aceptaría. De mala gana, aceptó.
En mi casa hay un sótano. El hijo de los antiguos dueños tocaba la batería, así que cubrieron sus paredes con material especial para evitar que el ruido molestara a los vecinos. Yo había instalado allí mi mesa de trabajo y sabiendo que Michael vendría, había comprado por Internet algunos juguetes para vengarme del niño. También tenía mi laboratorio y los químicos necesarios.
Ese viernes llegó en su bicicleta. Quiso saber si había alguien en casa. No, mi padre pasaría el fin de semana en casa de su amante. A mamá hace meses que no la veo. Michael se puso un poco nervioso. Le ofrecí un refresco.
-Tiene un gusto extraño, dijo, antes de perder el conocimiento.
Lo primero que hice fue tomar su celular, que estaba activo, y enviar un mensaje de texto a sus padres, avisando que se quedaría a dormir. Después lo apagué.
Llevé al chico (no pesaba demasiado) al sótano. Allí lo desvestí y lo até con los brazos y piernas extendidas a mi mesa de trabajo. No tardaría en despertar.
Contemplé el cuerpo de Michael. Parecía una de esas estatuas griegas de adolescentes: era la perfección pura. Claro, nadie podría saber, viendo ese cuerpo hermoso, que el chico tenía el cerebro hueco y el corazón podrido. Solo verían las proporciones de la belleza física, su abundante pelo rubio, sus ojos claros…
Pero, aunque desprecio esa concepción del ser humano, reconozco que lo hermoso es hermoso. Así que mientras esperaba que volviera en sí, me entretuve en acariciar su piel suave y sedosa.
Mis manos acariciaban su cuello cuando despertó:
– ¿Qué estás haciendo?
-Es la hora de mi venganza.
Trató de soltarse, pero estaba bien amarrado. Gritó pidiendo ayuda.
-Puedes gritar lo que quieras, muñeco. Las paredes están insonorizadas como podrás ver.
Con angustia, comprobó que era cierto. Mis manos acariciaron su estómago.
– ¿Por qué me desnudaste? ¿Qué me vas a hacer?
-De todo. Te lo mereces, ¿no lo crees? Me haces la vida imposible… ahora estaremos a mano.
Tal vez porque vio que la cosa iba en serio volvió a gritar. Era patético, el niño bravo ahora llamaba a su mamá y lloraba.
– ¡No me hagas daño…! -rogó.
-Solo te daré tu merecido.
-Sé que estuve mal. No lo voy a hacer más.
-Eso te lo puedo asegurar. Pero no me importa tu futuro, si es que tienes alguno. Sino el pasado. Tienes que pagar por lo que me hiciste.
Michael tembló. Seguramente recordó todas las maldades que me había hecho.
-Empecemos por la comida. ¿Cuántas veces me la arruinaste?
-Yo no fui… eran los otros…
-Respuesta incorrecta.
Le mostré una aguja, era larga y fina. Quería que la viese bien.
-Es doloroso quedarte sin comida… -y le hundí despacio la aguja el antebrazo.
Gritó aterrorizado.
– ¡Sí, fui yo… perdón… no me lastimes… por favor…!
– No aguantas mucho, muñeco. ¿Sabés el dolor que te voy a causar cuando estas agujas atraviesen tus testículos, tu pene o tus ojos?
Para mi sorpresa, se largó a llorar. Y de su pene salió un chorro de pis, que alcancé a recoger en un vaso de plástico.
-Esto me va a servir…
-Por favor, no sé por qué hice esas cosas…
-Porque sos un cobarde. ¿No es verdad?
-Sí, soy un cobarde.
-Bueno, estamos mejorando… Pero yo estoy muy enojado. Tendrás que compensarme o seguiré lastimándote. Aquí tengo cuchillos, hojas de afeitar, consoladores muy gruesos… Será muy divertido…
– ¡No, por favor! ¡Haré lo que me pidas!
-Yo no pido, yo doy órdenes.
-Lo que quieras, pero no me hagas sufrir…
-Bueno, ahora me apetece que me la mames, cabrito. Pero me parece que mejor te clavo unas agujas más…
Y le puse delante de los ojos otra aguja larga y fina.
-No hace falta eso…- rogó- Te la voy a mamar…
-Tengo mis dudas- y apoyé la punta de la aguja en su tetilla.
-Te lo juro, hago lo que sea.
Y unas gruesas lágrimas rodaron por sus mejillas.
Me bajé los pantalones y saqué mi verga. La situación ya me estaba excitando. Acaricié la barbilla de Michael. Estaba pálido, pero seguía siendo hermoso.
-Saca la lengua, niño.
Obedeció con docilidad. Me incliné sobre él y comenzamos a besarnos. Nuestras lenguas se enroscaron y estuvimos allí varios minutos. ¿Quién le habría enseñado a besar al chico? A mí me había enseñado una prostituta.
Introduje mi pene en su boca y él, dócilmente, comenzó a chupármela. A pesar de su fanfarronería, era evidente que no tenía experiencia, la chupaba como si fuera un helado. No me importó, todavía teníamos muchas horas por delante. Le acariciaba el pelo mientras sentía que se aproximaba mi orgasmo.
-Te lo tragas todo o sigo con las agujas.
Eyaculé en su garganta y le cubrí la boca. Un poco sofocado, hizo lo que debía.
Entonces noté que él también tenia una erección.
-Lo estás disfrutando, muñeco.
Me acerqué y me dispuse a enseñarle cómo se hacía una buena mamada. Pero su pubis era liso, no tenía un pelo. Tal vez todavía tenía orgasmos secos.
– ¿Cuándo te pajeas sale leche?
Tímidamente dijo que sí.
Entonces comencé a hacerle sexo oral. Como todas las cosas que hago, me gusta hacerlas bien. Soy perfeccionista, lo reconozco.
Sus murmullos de placer me confirmaron que iba por el buen camino. No eran falsos. El chico estaba en éxtasis. Pero no aguantó mucho. Dando un profundo gemido, soltó unos chorritos de semen. Los retuve en mi boca, me acerqué a su cara y besándolo, deposité su propio semen en su garganta.
Michael respiraba profundamente.
-Nunca volveré a molestarte, te lo prometo.
-Es bueno escucharlo.
– ¿Me puedo ir a mi casa?
– Pero si recién acabamos de empezar- dije, mientras le acariciaba las mejillas.
Y era verdad, tenía muchas cosas pensadas para Michael.
(Continuará)
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