Tradiciones de un colegio pupilo (10)
Clint y Matt comprenden para qué los han estado «entrenando». .
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Traté de calmar a mi amigo: – Solo nos drogaron unas pocas veces. No es posible que nos hayan convertido en adictos, Matt.
– ¡Sí que es posible, Clint! Leí un reportaje a un cantante. Se volvió adicto desde la primera vez que consumió cocaína. Y poco después de la nota, murió de sobredosis.
Mi amigo estaba desesperado.
– Tranquilízate, Matt. Tal vez después de una hora de reposo nos vuelvan las fuerzas. Mientras tanto, quisiera preguntarte algo.
– ¿Qué quieres saber?
– Anoche, mientras estaban abusando de ti, ¿no escuchaste voces de personas mayores?
– Sí, dijo Matt, uno de ellos tenía una voz muy parecida a la del señor Werbick, nuestro profesor de historia.
– Estoy seguro que era él.
– ¡Mierda! Entonces también estaba el Sr. Foot, nuestro profesor de inglés.
– Probablemente.
– ¡Espantoso! ¿Se la chupé a mis profesores? ¿Y cómo vamos a ir a clases con ellos la próxima vez?
– Bueno, estábamos con los ojos vendados y pasados de droga. Pensarán que no lo recordamos.
– ¿O tal vez no fuesen ellos?
– Matt, ERAN ellos. Y no sabes ni la mitad de lo que yo sé…
Mi comentario hizo que mi amigo abriera mucho los ojos.
– Tuve que chupársela a Thomas, el cocinero. Fue el que peor me trató.
– ¿En serio? ¿El negro grandote?
– Fue muy violento. Claro que él estaba borracho pero no dejaba de amenazarme e insultarme. Y fue la mamada más horrible que haya hecho jamás. Parecía querer romperme la mandíbula…
– No puedo creer que haya profesores formando parte de esa banda de pervertidos…
– Es mucho peor, Matt. El primer tipo al que tuve que mamársela fue al Sr. Stuart.
– ¿Stuart? ¿El director de la Academia? ¡No puede ser!
– Eso pensé. Pero aunque por las drogas y el alcohol a veces me dormía, alcancé a escuchar lo que hablaba con el Líder. Dijo que le gustaban los chicos rubios como yo, que se alegraba de que mis padres viajaran todo el año… Y felicitó al Líder por el trabajo que había hecho con nosotros, que seríamos los más codiciados por los clientes. No sé qué quería decir.
Mi amigo estaba en shock.
– ¿Stuart, el hombre en quien confiamos que iba a terminar con esto es uno de ellos? Estamos jodidos.
– Sí, Matt. Era él, no tengo dudas. Es el jefe de los «ocho».
– ¿Y usó la palabra «clientes»?
– Así es.
– ¡Clint, nos van a vender!
– No pueden vendernos.
– Sí que pueden. Van a prostituirnos por dinero.
Las palabras de Matt me pegaron como un ladrillo en la cabeza. No tenía idea de que existía algo así como «prostituir niños». Sabía de mujeres que tenían sexo por dinero. Pero, ¿niños?
– ¡Tenemos que irnos ya mismo, Clint! – gritó Matt – ¡Vamos!
Pero apenas podíamos movernos. Al querer sentarnos, solo logramos que nuestras sábanas cayeran al suelo. Los dos estábamos desnudos.
– Hay que esperar un poco más, Matt. Todavía no puedo ni siquiera sentarme.
– ¡En cuanto estemos bien, huiremos, Clint! Nos iremos bien lejos los dos aunque tengamos que vivir como mendigos… ¿Nunca recibiste carta de tus padres?
– Nada.
– Tampoco yo. Mis abuelos no me tienen afecto, pero no iban a dejar de escribirme aunque sea para dar la impresión de que se ocupaban de mí. Stuart intercepta el correo. Estoy seguro que tus padres te deben haber escrito varias cartas.
La imagen de un montón de cartas de mis padres tiradas a la basura me angustió.
– Probemos otra vez, Clint.
Hice un esfuerzo sobrehumano, pero apenas pude despegar la espalda del colchón.
– Buenos días, pequeños – dijo el Líder, entrando con otro de los «ocho».
– ¿Por qué no golpean la puerta? ¡Es nuestra habitación! – grité, enojado.
– ¿Les preocupa que los veamos así como están ahora? Tienen un bonito cuerpo, ¿no te parece?
– Sí, tan liso y suave como el de una niña… con un microscópico pene, ¡Ja, ja! – respondió el otro. Y sacando una pequeña bolsa con cocaína, se puso a prepararla sobre nuestra cómoda.
– ¿Saben por qué siguen sin poder levantarse? Por la cocaína, pequeños. Desde ahora ya no podrán funcionar sin ella. Están atrapados. Pero para su tranquilidad, nosotros tenemos suficiente para mantenerlos en marcha.
– ¡No nos van a convertir en adictos! ¡No pienso volver a probar esa mierda! – grité, enfurecido.
– ¿En serio, Clint? Bueno, ya sabes cómo funcionan las cosas aquí.
Fue a la cama de Matt, lo levantó como si fuese un muñeco y le dio un puñetazo en el estómago. Matt gritó de dolor.
– ¡Déjalo en paz!
– Clint, tu nos jodes y le pegamos a él. Ya lo sabías.
El Líder parecía disfrutar lastimando a mi amigo. Yo le gritaba que se detuviera. Pero lo siguió golpeando hasta que Matt perdió el conocimiento.
– ¡Bien hecho, Clint! ¡Mira a tu amigo! ¿Quieres que le siga pegando?
– ¡No!
– Entonces déjate de hacer el gilipollas. ¡Ya son adictos, imbécil! ¡Y sus vidas se terminaron, ahora nos pertenecen! ¡Son nuestros esclavos! – levantó a mi amigo, que estaba desmayado, y se preparó para darle otra bofetada – ¿Alguna pregunta, Clint?
– No, señor.
Soltó a mi amigo y este se derrumbó inconsciente, respirando con dificultad.
– Tu turno, Clint.
El otro de los «ocho» me acercó la cocaína para que me drogara. Lo hice, mientras gruesas lágrimas me corrían por las mejillas. El Líder mojó un pañuelo y lo pasó por la cara de Matt. Con dificultad, mi amigo recuperó la conciencia. Entonces fue su turno de tomar la cocaína.
– Escuchen bien, renacuajos – nos dijo el Líder – A las cinco de la tarde deben estar bañados y cambiados con la ropa de la Academia: camisa blanca, corbata, blazer con el escudo, listos para hacer un viaje. La camioneta de la escuela los pasará a buscar.
– ¿Dónde vamos a ir? – preguntó Matt.
– Sí, señor – dijimos los dos.
Cerraron la puerta.
De a poco, empecé a recuperar mis fuerzas. Matt lloraba.
Vacilando, me puse de pie y fui a sentarme a su lado.
– Ya no tenemos salvación, Clint – dijo, entre sollozos.
– Todavía nos tenemos el uno al otro, Matt.
Lo rodeé con mi brazo y lo atraje hacia mí. Dejé que mi amigo se desahogara, apoyado en mi hombro, hasta que ya no pudo llorar más.
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Tal como nos lo ordenaron, a las cinco estábamos los dos con nuestro uniforme de colegio, limpios y peinados como si fueran a tomarnos la foto para el anuario de la Academia.
La camioneta pasó a recogernos. Manejaba el Líder. Una hora antes, el Artista nos había dado otra dosis de cocaína, así que ya estábamos puestos para lo que vendría.
El Líder avanzó hasta la casa del Sr. Stuart. El director subió al asiento del acompañante. Apestaba a alcohol.
No hicimos ningún comentario. Stuart era un idiota y un pervertido.
– Dado que ustedes ya tienen todo esto claro, quise asegurarme que entendieran lo que se espera de ustedes dos de ahora en adelante. – dijo Stuart.
– ¿Todo claro? No entendemos de qué habla, señor… – dije.
– Clint, siempre hubo uno de nosotros en el pasillo escuchando lo que ustedes hablaban -dijo el Líder- sabemos que ya lo saben…
No supe si lo decía para engañarnos o realmente había escuchado lo que Matt me había dicho acerca de la prostitución de niños. Nos miramos y decidimos seguir en silencio.
– Vamos a Boston por negocios.
– ¿Usted va a una reunión de negocios? – quiso saber Matt.
– No, la reunión la tendrán ustedes dos. Con un hombre muy importante.
Nos alcanzó un termo con gin: -Empiecen a beber, niños.
Obedecimos. ¿Qué opción teníamos?
– Sé que ambos son niños brillantes, así que les explicaré todo. ¿Está bien?
– Ok, dije.
Un poco de honestidad para variar, pensé.
Stuart no se dio cuenta de la ironía y continuó explicando: – Finalmente nos asociamos con el hombre al que van a ver esta tarde. Nos suministra toda la cocaína que necesitamos, y luego los estudiantes mayores de nuestro grupo van a Harvard Square en Boston, o a la estación de autobuses en Worcester, o a otros lugares que conocemos en la zona para vender la droga. Miércoles y sábado por la tarde. E incluso vendemos mucho a gente de Ulster. ¿Ya bebieron todo?
– No, señor. Vamos por la mitad.
– Sigan bebiendo… Bueno, este hombre de Boston nos hizo ver que podríamos ganar muy buen dinero si entregábamos algunos de nuestros estudiantes más jóvenes y bonitos…
– ¿Entregar? ¿Nos va a vender? – pregunté aterrado.
– Bueno, creo que el término más adecuado sería… «alquilar»…
– ¿Nos va a alquilar? – preguntó Matt.
– Bien, ustedes dos van a empezar a dar servicios sexuales a una clientela muy particular. Ya saben, hay gente a la que le gustan los niños.
– ¿Usted quiere decir que les gusta tener sexo con niños?
– Exacto. Son gente que está dispuesta a pagar muy bien ese tipo de servicio. Y con eso, más la venta de cocaína, mantenemos la Academia. El negocio es redondo… Y ustedes recibirán toda la cocaína que necesiten para funcionar.
– ¿Y vamos a darles ese servicio en… nuestro dormitorio? – preguntó Matt, con repugnancia.
– No… Tenemos unos lugares preparados para que ustedes atiendan a los clientes. Los miércoles, serán clientes locales. Y los fines de semana viajarán a Nueva York y a Florida… ¿No es divertido?
– Ya conozco Nueva York y Florida.
El señor Stuart ignoró mi comentario.
– Estamos llegando – dijo el Líder.
– Terminen ese termo, niños, ya falta muy poco.
Le devolvimos el termo vacío.
– Hay una regla que nunca vamos a romper – anunció Stuart – Siempre irán los dos juntos. Así pueden cuidarse mutuamente. Sabemos que se llevan muy bien entre ustedes. Y necesito saber qué tipo de sangre tienen.
– ¿También hay vampiros entre los clientes? – preguntó Matt.
– Es por precaución, niños. Uno nunca sabe…
Se lo dijimos. Tanto Matt como yo teníamos Cero Positivo.
– ¿Por qué no escuchamos un poco de música? – le dijo el Líder a Stuart. Encendió la radio.
Cerré los ojos. Sentí como la mezcla iba embotando mi mente y mis músculos. Era mejor así. ¿Quién sabe qué haría con nosotros ese señor tan importante?
Entramos al centro de Boston. Había personas que paseaban, niños con sus padres, gente normal. Busqué a algún policía pero solo vi uno muy lejos y de espaldas. Nuestra camioneta entró en un garaje subterráneo y estacionó. Antes de bajar, Stuart nos hizo una nueva advertencia.
– Escuchen bien – dijo el director – vamos a subir por el elevador. Desde ahora, ustedes están para ser vistos pero no oídos. No deben decir una sola palabra. Solo hablarán cuando yo les diga. ¿Está claro? Se van a sentar en el sofá que les voy a indicar y se quedarán allí, quietos y callados.
– Sí, señor – respondimos.
– Esta persona es muy poderosa. Si le causan el más mínimo problema los hará desaparecer, después de haberlos masticado hasta hacerlos papilla. ¿Entienden?
¿Stuart quería aterrorizarnos? ¿O era él el que estaba asustado?
Subimos hasta un cuarto piso.
Era un edificio muy elegante, con alfombras y buena decoración. Nos detuvimos frente a la puerta de una habitación. No tuve dudas: Stuart estaba al borde del colapso. Temblaba de miedo.
¿Qué clase de monstruo nos esperaba?
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