Un fogoso mecánico estrena a un putito de 11 años (2)
Alfredo es un mecánico que disfruta intensamente del aguantador motor trasero de Josué, un chico que a sus 11 años sabe que le gusta y disfruta tener la pija dentro..
No hay victoria sin sacrificios», o «no hay debut sin dolor»… quizá cualquiera de las dos frases se aplican para resumir aquel momento en que una feroz mandioca, entrando y saliendo de su usurpado culo, arrebató la inocencia de Josué al obligarlo a recibir pija por vez primera a sus 11 años; con la pérdida de su virginidad, inicia su camino pavimentado en el culto y adoración a todo miembro masculino.
Asombrado y helado quedó en el momento en que el mecánico, que instantes atrás lo había citado en su oficina, y acercándose a su pequeña humanidad, con una marcada expresión de deseo, procede a bajar sus pantalones y, sacudiendo con sus manos, hizo que Joaquín viera por primera vez una pija adulta, pero lo que sus manos movían era una bazuca con dos huevos, de un tamaño que solo los hombres bendecidos por los dioses pueden portar entre sus piernas, y con incontables servicios en todo tipo de orificios. «Te gusta lo que hoy vas a comer» y «Mirale bien, esta va a ser la primera poronga de tu vida, putito»…esas dos frases terminaron de sentenciar la suerte de un Josué que, tragando saliva, trataba de asumir lo que estaba por pasar y, completamente anulado, se limitó a dejarse voltear y poner contra la pared y esas mismas manos, las que bajaron la ropa y sacudieron aquel pedazo viril de Alfredo, fueron las que con fuerza tiraron para el suelo su buzo y su anatómico para así, desnudo por primera vez ante un extraño y sin barrera alguna, ni previa y totalmente anulado por el shock, sintió aquel feroz trozo recorrer sus nalgas y, dos minutos después, ya sentir el glande de aquella mandioca en la entrada de su asterisco buscando ingresar y, con su boca estratégicamente tapada con las enormes manos del violador; poco a poco, con mucha saliva, desesperados gritos ahogados y un sinfin de lágrimas, un fuerte y grueso «ooooooohhh» emitido por el mecánico de automóviles confirmó, en ese momento, que al tener la totalidad de sus 21 centímetros adentro del culo de Josué; oficialmente se consumó el arrebato de su inocencia y virginidad. Con apenas 11 años, el nene se encontraba de pie, con su cara inundada en lágrimas y aplastada por la pared, con su puerta trasera empotrada por la pija de quién se acababa de convertir en su primer hombre, continuó con la oficina siendo testigo del doloroso momento en el que, con un intenso y parejo bombeo, iniciaba el forzoso debut del niño en el sexo, invadiendo por primera vez las paredes anales de Josué, quien ahora sí reaccionaba con un llanto imparable y desesperados gritos lastimeros como nunca los emitió en su vida y que nunca llegaron a destino; afuera de la oficina, los mecánicos trabajaban con normalidad, sin escuchar nada y mucho menos imaginar que en ese momento un niño, contra su voluntad, era sacudido por la pija del dueño que estaba moviéndose dentro suyo y lo estaba destrozando. Con todos los gritos ahogados, acallaron la consecuencia de ese inevitable dolor que todo pasivo sufre en su debut. Pero Alfredo, experto en estrenar culitos y consiente de ese instinto en Joaquín quién, pudiendo huir no lo hizo ni pidió ayuda, consideró aquello como argumento suficiente para convertirse en su desvirgador, invadiendo una y otra vez la cavidad anal, con la intención de adaptar ese hueco a la horma de su nada despreciable virilidad. Momentos después y sin sutilezas, lo pone en el suelo acostado boca abajo y los 1.91 metros se suben encima del nene que totalmente inmovilizado está listo para recibir más pija. La penetración reinicia con mucha más velocidad y fuerza, las embestidas son más potentes de lo que un culito recién estrenado puede aguantar, y la única reacción posible de Joaquín es aumentar los gritos de dolor que paran directo en la palma del penetrador. La escena no deja lugar a la especulación: los profundos movimientos de las nalgas del mecánico y los notorios gestos de dolor del pasivo indican lo fuerte y profundo de las embestidas, los ojos llorosos del ultrajado reflejan el dolor de tener que inaugurarse teniendo que aguantar unos descomunales 21 centímetros que entran y salen del culo sin parar y esto coronado con otro ahogado sonido de dolor, que sale de las entrañas de Josué cada vez que el glande invasor, llega hasta lo más profundo posible de un un culito que no está preparado para ser cogido como lo están cogiendo, haciendo que este momento de la desvirgación se parezca a la polémica escena de la película «Irreversible». Su primer hombre, acaso quizá imaginando que está encima de Mónica Belluci, sigue con potentes clavadas al virginal hoyo y sin parar hasta los instantes previos al fin del debut, donde el regio varón, sintiendo que la leche está por salir, rompe el silencio por primera vez y al oído se dirige al maltratado Josué «ahí ya viene la primera lechita en tu culito, sentila toda» y así, con gruesos gemidos, el arriero empieza a descargar unas poderosas y bien consistentes raciones de semen de macho que ingresan a presión, sintiendo así Josué el líquido caliente por primera vez en su interior, generado; hay que reconocerlo, luego de un impecable bombeo de un varón bien tradicional; Alfredo en realidad es mucho más suave en el cojo pero se quiso dar el gusto de jugar por esa colita a la que, hasta ese momento, no le había entrado nada; sabe también que esta cogida bien dura quedará por siempre en el recuerdo del pibe y la decisión de vaciar sus huevos dentro suyo fue, por una parte, una suerte de tributo a la misión biológica para la cual el hetero se supone fue creado (su leche engendró dos vidas); por otra, es una declaración de intenciones: marcándole con su abundante simiente, buscaba seguir cogiendo ese hermoso culo y hacer de el su putita, una mujercita a la que quería llenarla de mucho, pero mucho sexo.
Y siguiendo con Alfredo pero en otro ámbito, hay que reconocer que, dentro de todo el mecánico, a diferencia de los frondosos antecedentes de sus colegas, tenía un solo pecado, que fue estrenarlo para luego adueñarse del culo de Josué, cuyas paredes apretadas lo vuelven loco y por ello se pasa enterrando ahí su tremenda poronga, haciendo también feliz a aquel niño detenido en putita golosa que, incluso antes de su debut ya estaba buscando pija, deseando tener una bien lechera, hasta que logró captar la atención y deseo del que hoy es su indiscutido macho. El semental, teniendo el orgullo de hombre herido por la mujer pero con la libido intacta, gracias a Josué volvió a sentirse un hombre dueño de un miembro que da placer y que cuenta con un culito a su disposición donde solo el puede descargar su esperma y cogerlo sin tener que pensar siquiera en un condón, hasta incluso darle otros finales como pasarse lecherando toda esa dulce carita de Josué, o haciendo que la trague toda, o decorando con su chele sus nalgas y a otras partes de su infantil cuerpo.
El mayor arma de Josué radica en su dulce e inocente carita, con la que resaltan sus buenas calificaciones que incluso ayudan a tranquilizar a su angustiado padre, al que le importa más desarrollar la hombría en su hijo que todo lo demás. El confía en la estrategia de mandarlo al taller de su cuate Alfredo y que le sirva como un espacio de formación que ciertamente lo es, solo que en vez de formarlo en un oficio y a ser hombre, lo que está desarrollando con al menos dos sesiones al día, es el taller de dominio de su culo y garganta a puro pijazo, que también incluyó una clase dolorosamente práctica de resistencia corporal y muy bien aprobado por cierto, al aguantar por media hora, sin parar, de cuclillas e inmovilizado aquella brutal cogida con la que inició la primera parte de este relato, aunque lo vivido causó en el un trauma tal de que hasta hoy día es la única posición en la que no se deja coger. A pesar de todo, el ya casi adolescente vive tranquilo, con la seguridad propia de saber que su mejor secreto está a salvo. Nadie sabe que la misma boca con la que brilla en las exposiciones en su escuela, es la misma que día a día usa para tragar y llenar de babas el tremendo pollón que se está comiendo y su producto final; nadie sospecha de que por cada felicitación que recibida por su ejemplar dedicación como estudiante, recibe una ejemplar dosis de una experta poronga, que sin importar su corta edad, lo hace vibrar con el bombeo y explotar de placer; como pocos, Josué admira, desea y vive para y por eso que cuelga de las piernas masculinas y que, para su felicidad, lo disfruta en el culito sin parar gracias a un virtuoso pene que miles desearían tenerlo adentro, pero que el lo está recibiendo.
Para ser un taller mecánico, santuario de la más rancia masculinidad y símbolo de auténtico patriarcado, es cuanto menos sorpresivo e irónico a la vez la mucha pija que Josué recibe y el tiempo que el señor Alfredo, el propietario, destinaba única y exclusivamente para darle pija al peque. El factor común, en ese lugar, era la palabra duro: Mientras los empleados todos los días trabajaban duro, el patrón bien duro se pasaba entrando en el ano del «pasante» Josué, que en su caso se pasaba una buena parte del día recibiendo duro por todos sus orificios. Los sonidos de motores encendidos en el room service del taller hacían un notorio contraste con los «Aay – aa – aaaayy – mmmm – oh oh» y todo tipo de sonidos que puedan imaginar; todas, excepto el gemido de eyaculación, salían de las cuerdas vocales de Josué, aunque eran producto de las penetraciones de una verga que en cada tiro aumentaba su potencia para dar así más placer y felicidad a nuestro macho ejemplar, que solía cerrar sus ojos para disfrutar esa sensación cuando su cabeza de abajo llegaba al tope de ese culito antes de empezar el mete saca en ese asterisco que le sigue apretando riquísimo como la primera vez, sin importar el mucho uso que le dan. Durante toda una semana, su región anal fue totalmente invadido por su tremenda flauta: desbordado en lujuria, Alfredo se pasaba dándole leche en lugares tales como el sofá de su oficina, en la mesa, contra la pared, en la silla, en baño y hasta en el galpón del fondo, con bastante riesgo; sin olvidar la única vez que, acostandolo boca abajo en el piso de su oficina y excitado, no reguló la potencia de sus penetraciones y le lastimó causando un pequeño sangrado anal con un par de gritos que, si fuera otro lugar, se hubieran escuchado con claridad. En la siguiente semana y ante la temporal clausura de la región anal, le tocó a su boca y garganta darle placer a un Alfredo ya totalmente descontrolado…y se hicieron presentes los inconfundibles sonidos al tenerla Josué en el fondo de su garganta y así, todos los días, el macho mecánico usaba la abertura para que su venosa y bien salivada poronga le diera placer, como si fuera una rosadita conchita o un estrecho culito; descubriendo así que el sonido que salía cuando su feroz glande llegaba hasta al fondo del sistema bucal, normalmente una arcada de reacción por parte de un desesperado Josué que aún no podía controlar su garganta para que pueda recibir a su macho y otro sonido característico de la garganta profunda (que todos conocemos) a Alfredo lo calentaba muchísimo, al punto de que lo hacía largar más rápido, leche que largaba todita en esa garganta de un resignado Josué que aceptaba sus deseos, aunque el sexo oral, lejos de generarle placer, le daba mucho miedo, sobre todo las veces que, estando a punto de largar, los 21 centímetros entraban toda con ayuda de las manos del pijón moviendo su nuca tan fuerte y profundo que lo dejaban al borde de la asfixia hasta que llegaba la copiosa largada directo para alimentarlo; lo que el sufría, era un total disfrute para macho proveedor de rica y viril pija que solo en una ocasión tuvo compasión de su depósito de esperma y lo liberó de la asfixiante follada pre-eyaculación, con una frenética paja con la que llenó su cara de semen, riéndose al ver las facciones de Joaquín totalmente embarradas con su leche, la que salió de sus huevos para terminar en esa carita de auténtica putita traga leche.
Y así, pasó el tiempo y ellos siguieron disfrutando de los más bajos instintos carnales, el sexo entre ellos era cada vez mejor, al punto de que al mismo Alfredo, aprovechando un fin de semana con la casa sola, lo trajo a Joaquín para ponerle de cuatro y depositar en una tarde de sábados 3 copiosos tiros de leche al fondo de los intestinos del niño, en la mismísima cama donde con su señora hicieron a sus dos hijos y en la actualidad tienen un sexo mediocre cada muerte de obispo, a diferencia de la satisfacción obtenida al empotrar toda su virilidad al peque que, ya con 12 años cumplidos, gozaba del sexo hasta el último pedazo de su piel. En esa cama matrimonial, una y otra vez el putito cabalgó, gritando de placer con el glande bien dentro suyo; mientras que Alfredo, con el talento y experiencia de una poronga que sabía como hacer feliz a cada mujer que lo probaba y ahora le hacía gozar a este peque de 12 años; Alfredo llenaba su garganta para luego darle lo suyo en el culito; sabía las velocidades que hacían delirarlo de placer, hasta el punto de que antes de sacarse el pantalón, el ya decidía en qué parte del cuerpito le iba a largar su leche de macho. El le daba felicidad y trabajo a su pija, y a la vez le daba a ese putito, en cada sacudida, en cada ración de leche, lo que siempre quiso…
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