Diario del Mayodromo, Capítulo II: Inspección, Cautiverio y Emputecimiento de Nina
La nena de 12 es llevada a su nuevo hogar, la Habitación 1, donde será preparada para convertirse en la putita de un viejo muy poderoso. .
DÍA 1 (Secuestro e Inspección)
Las cámaras de la Habitación 1 estaban filmando 24x7x365. El Jefe no me lo dijo nunca, pero entiendo que sus órdenes siempre implicaban desvestir a la nueva huésped dentro de su nuevo hogar para verificar que el producto no le llegara ‘manoseado’. Por eso, yo tenía un ranchito a mitad de camino para parar, revisar y eventualmente abusar de la huésped; aunque siempre sin penetración, por lealtad al Jefe.
Mientras manejaba hacia el ranchito en el medio de la noche, miraba por el retrovisor el bulto de la nena, respirando profundamente por el sueño. Según mis cálculos tenía al menos hasta las 7 para revisar su salud, agarrármela, limpiar lo que hubiese que limpiar, vestirla con las ropas de repuesto y llevarla a la Habitación 1 para desnudarla, hacerle la revisión médica y dejarla asegurada tras la puerta de hierro; una vez cerrada la puerta de la Habitación 1, sólo el Jefe podría entrar con su clave personal.
Estacioné la combi frente al ranchito. Pasé para atrás, alcé a la nena y salí por la puerta doble trasera para adentro del casco. La deposité suavemente sobre la cama de una plaza y media y la desenvolví lentamente. Tenía un camisón celeste claro cortito, de verano, a medio muslo, con tirantes en los hombros y dibujos de Kitty en el pecho; debajo, una bombachita al tono, con un moñito azul ciñendo la cintura; en la entrepierna se le notaba levemente el Monte de Venus y la rajita: era muy chiquita; el Jefe, aunque tenía una pija normal de adulto, la iba a destrozar.
Por suerte, pensé mientras se desnudaba, en estos días el viejo iba a estar muy ocupado resolviendo entuertos que requerían deliberaciones con altos mandos policiales, así que yo tendría tiempo para emputecerla y así la violación sería menos traumatizante para la nena. Yo también soy voyeur, pero gozo viendo cómo las pendejas gozan contra su voluntad, no viéndolas sólo sufrir; el Jefe prefiere que sufran, pero si gozan sin dejar de sufrir le calienta más, siente que les viola la conchita Y la mente.
Observando a la nena sobre la cama, me bajé el slip y la verga, parada, rebotó como un trampolín recién usado. La verga siguió cimbrando merced a dos o tres espasmos mientras miraba a la nena, dormida con expresión angelical. Tenía el rostro más lindo que hubiese visto en mi vida: piel clara, sin una peca (apenas dos pequeños lunares, uno apenas perceptible en el pómulo izquierdo, otro casi invisible en la mejilla derecha, que rompían la imposible simetría de su cara), naricita pequeña y respingada, bellísimos párpados y pestañas cubriendo sus dormidos ojos de ámbar, y una boca que incitaba al throttle y al gagging. Pese a que, para sus doce años, tenía ya un culo tremendo y lindísimas piernas, su espaldita era pequeñísima, incluso para su menguada estatura; los hombros parecían esculpidos por un miniaturista de la maestría de un Benvenuto Cellini.
Dando un suspiro de deseo, caminé hasta la cama, donde la nena reposaba boca arriba con los brazos abiertos (el derecho colgando un poco al borde del colchón), con la cara recostada sobre su lado derecho. Le agarré la manito y la hice rodear mi verga, pajearme lentamente; era tan suave que temblé de placer pensando en lo suave que sería la piel de su conchita. Solté su manito, me agarré la verga y le ensucié toda la nariz, los párpados, los pómulos, los labios, de precum. Unos segundos pasándole el glande por sus labios cerrados y sintiendo en él el aire que expulsaba su naricita me dejó al borde de acabar.
Me aparté, apretándome la verga, y fui a buscar una tijera. Corté el camisón por el frente, y al final recorté las dos tiritas. La nena quedó en bombacha Kitty y top; sus pezones se elevaban puntudamente al ritmo de su respiración. Su pancita se elevaba a ritmo de una manera deliciosa; su piel transparente dejaba entrever, incluso en la medialuz del cuarto, pequeñas venas, y apenas se delineaban los contornos de sus diminutos abdominales. Era el ombligo de hembra más chico que hubiera visto. Porque ya era una hembra: su cuerpo, incluso dormido, lanzaba desesperadamente señales hormonales indicando a los machos circundantes que estaba lista para ser montada, incluso si aún ella no lo sabía. Es lo único que explica el loco deseo que me despertó desde que la tuve en mis brazos.
Me incliné a oler sus muslitos y sentí una punzada en la verga sin tocarme: olía a nena y a mujer, mixturadas. Besé sus muslos desde mi posición al costado de la cama, hasta que me pasé a los pies del colchón para meterme más cómodo entre sus piernitas y empezar a olerla, besarla, chuparla, ensalivarla toda. Mientras mordisqueaba y lamía la parte interna de sus muslitos, vi cómo su pubis se elevaba instintivamente; deliré de deseo: hundí la nariz en la bombachita, aspirando el aroma a hembra virgen, mientras mi tabique se restregaba mimoso contra el Monte de Venus; la nena suspiró y emitió un leve quejido.
No podía correr riesgos: fui a la cómoda, extraje un trapo y lo empapé en somnífero. Luego lo puse a modo de velo sobre la cara de la nena. A los 5 minutos respiraba otra vez en sueño profundo, sin dejar de suspirar de placer. Entonces agarré de nuevo la tijera y le corté los dos costados de la bombachita. Dejé la tijera sobre la cómoda, volví a los pies de la cama; agarrándola de los tobillos, le levanté y le abrí las piernas, se las plegué sobre su torso y agarrada de los muslitos para mantenerla en esa posición me zambullí a oler y chupar esa conchita virgen.
La intuición había sido correcta: mi lengua, de costado, no alcanzaba a entrar en su tajito; el Jefe la iba a destrozar. Se iba a quedar lo que pudiera (6 horas, 12 horas, dos días) y la iba a gozar como un guerrero bárbaro violando a una nena delante de los padres durante el saqueo de una ciudad. Y yo, como siempre, iba a ver todo, no sólo (no necesariamente, pues también tengo otras labores que hacer) en vivo, sino también después: cada plano de cada cámara filmando las 24 horas para editar uno o varios videos y que el viejo se solazase mostrándole a sus cómplices y burlándose «Mirá cómo gritaba, le rompí la conchita. La dejé hecha un trapo de piso».
Enloquecido ante la perspectiva, le chupé salvajemente toda su entrepierna mientras me pajeaba e intentaba predecir los gestos de la nena al ser convertida en puta: ¿primaría el dolor, el horror, la curiosidad, la resignación, el miedo a ser lastimada, el placer? ¿Cuánto tardaría en quebrarse y aceptar la putez que le sería endilgada? ¿Meses? ¿Semanas? ¿Días?
Pensando eso, y mientras mordisqueaba su clítoris durísimo y estremecido, sentí que estaba por acabar como una bestia. Me subí a la cama de rodillas, le abrí más las piernas a la nena y apoyé el glande contra la rayita y el clítoris. Al segundo empecé a lanzar uno tras otro cinco lechazos desesperados que daban contra la superficie irregular de su Monte de Venus y salían expelidos hacia sus muslos, su pancita, e incluso algunas gotas hasta sus pezones y su cara. Me hice tanto para atrás que casi me caigo de la cama; amortigüé la caída y me quedé en el piso, sin valor para mirarla de nuevo por el riesgo de excitarme y perder más tiempo. Pensé que, primero, tenía que recuperar el ritmo de mi respiración; luego, limpiar a la nena y vestirla con otras ropas suyas que me había traído, para repetir pour la galerie la inspección que había iniciado en el ranchito y terminar cortajeándole la ropa ‘suplente’ para dejarla dormida en su nuevo hogar.
DÍA 1 (Martes; Cautiverio)
Cuando volví al Aguantadero al anochecer, bajé a la Habitación 2 para revisar los videos del día. Resumo lo que vi (y edité para solaz del Jefe).
La nena despertó a media mañana sobre el colchón, completamente desnuda. Desorientada, levantó la cabeza y vio una habitación sin ventanas, con una mortecina luz artificial. Aparte de la colchoneta, había un jergón y una almohada sin funda al costado en el piso; en la esquina de enfrente, a los pies de la colchoneta, una ínfima mesita como de bar de mala muerte y una silla sola de tijera; a su derecha, tras un muro de un metro de largo que oficiaba de ‘divisor de ambientes’, una ducha con una sola canilla; en diagonal a la colchoneta, en la pared a un costado de la gran puerta de hierro, una ventanida de servicio para bajar comida, bebida y demás necesidades de la huésped.
Durante un buen rato, la nena lloró angustiada mientras se agarraba la cara con sus dos manitos y caminaba de una punta a otra de su nuevo hogar. Después de media hora, cuando juntó suficiente coraje o tristeza, fue hasta la puerta pintada de verde opaco y descascarado como todo el resto de la pieza y golpeó, los primeros minutos con temor, luego desesperada, como una hora. Hasta que se quedó seca de llorar y gritar y, jadeante, fue a abrir la ducha para beber; abrió la boca, dando por sentado que caería agua, pero apenas cayeron tres gotas, dos de las cuales acariciaron, respectivamente, su mentón y su cuello.
Desolada, abrazándose a sí misma como un chimpancé huérfano, la chiquita se fue a tirar al colchón y se quedó temblando de llanto. Entonces la luz empezó a bajar poco a poco, hasta extinguirse totalmente y dejarla en penumbras. Ni siquiera se apreciaba un brillo bajo la puerta de hierro macizo (lo sé porque yo mismo diseñé y fabriqué el espacio). Así se quedó más o menos desde el mediodía hasta que llegué yo al anochecer.
Después de repasar los movimientos de la nena en su primer día de cautiverio, prendí la luz de la Habitación 1 a toda potencia y le bajé un vaso de agua por el servicio. Sintió el ruido de la charola bajando y prestó atención, más asustada si cabe. Cuando vio que era un vaso se acercó; lo olfateó y notó que era agua. Lo bebió desesperadamente, fondo blanco. Entonces le apagué la luz. Estuvo golpeando y rascando la puerta media hora sin obtener la menor respuesta hasta que, resignada, orinó y se fue a acostar.
DIA 2 (Miércoles; Cautiverio; Emputecimiento)
La nena despertó a las 8.30 y encontró, a través de la media luz, su segundo vaso de agua. Lo bebió casi atorándose y luego se quedó muy agitada, mirando para todas partes, buscando un hueco por donde dirigirse a sus invisibles captores. Identificó el camuflaje de algunas cámaras, lo que evidentemente la descorazonó; volvió haciendo pucheros al colchón y se envolvió en el jergón.
Así se quedó, quieta, hasta que a las 11 le bajé un desayuno frugal (mate cocido con dos tostadas untadas de miel), que se devoró como un animalito salvaje; las manos le temblaban mientras probaba su primer bocado desde el lunes a la noche. Se nota que recuperó energías con el casi inexistente alimento, pues se quedó, siempre con sus brazos enlazándose a su torso en un abrazo vacío (y sosteniendo ahora el jergón para que las cámaras no pudieran registrar su tierna desnudez), caminando a un lado y a otro de la habitación, pensativa, triste, llorosa.
A las 12.20 le bajé un vaso de agua. Tenía somníferos para que durmiese el resto del día. Le dejé la luz prendida a todo trapo hasta que solita se envolvió en el jergón y se desmayó sobre la almohada deshilachada y con olor a humedad (y a semen mío especialmente dedicado a ella antes de secuestrarla); como a los 15 minutos le apagué completamente la luz y la dejé así hasta el atardecer. Me fui del Aguantadero a hacer otras cosas.
Se despertó hacia las 19.30, a oscuras. Hambreada y aburrida, abrió la canilla de la ducha, que ahora sí emitió agua. Bebió desesperadamente (estaba helada, perfecta para beber) y se duchó rápido (estaba helada, se bañó entre grititos).
Después se acostó, de aburrida, hasta las 21. Tras dormitar unos momentos, sintió olor a comida y enseguida se encendieron las luces: miró hacia la charola y había un plato con dos grandes patas de pollo horneadas y verduras y hortalizas hervidas. Cenó con desesperación, procurando no atragantarse, pero temblando como si tuviera el Mal de San Vito; tenía que agarrar la pata de pollo con las dos manos para poder llevarla hasta su boca; su temblor y excitación por comer luego de tanto tiempo y quién sabe antes de cuánto tiempo más le dieron calor, y tuvo que dejar el jergón en el respaldo y comer desnuda. La comida estaba llena de droga para desvelarla, por si le daba sueño pese a haber dormido una siesta de un cuarto de día.
Cuando terminó de cenar en la mesita del rincón, fue a llevar el plato hasta la charola y encontró una jarra llena de agua helada. Se bebió la mitad, desesperada; el agua tenía Gotexc, una fuerte droga de diseño de efecto retardado para excitar sexualmente.
A las 22 le apagué la luz y se acostó. Sin embargo, se la pasó dando vueltas en la colchoneta, sin poder conciliar el sueño. Pese a que había comido hasta llenarse, le seguían temblando las manos; además, al principio sin darse cuenta, comenzó a separar y juntar espasmódicamente sus rodillitas.
Cuando se dio cuenta de que estaba excitada, lenta, disimulada y tímidamente pese a la luz apagada, fue metiendo las manitos entre sus piernas. Al principio con un dedito de una mano que se tapaba con toda la otra mano, luego con dos o tres dedos, finalmente a dos manos o con una pellizcándose las tetitas, la cabeza ladeada y las piernas abiertas de par en par, completamente olvidada de todo, en la penumbra, la nena se hizo en las siguientes horas las tres pajas más largas y gloriosas de su corta vida; cada vez más excitada, acabó cada una de esas veces con un squirt más potente que el anterior, y coronó la noche envolviendo la almohada entre sus piernas y haciéndose cabalgar boca arriba por ella hasta orgasmear por cuarta vez y quedarse rendida (y dormida) a las 3.25 de la madrugada, con su melenita Carré color Coca-Cola apoyada sobre la almohada que olía a su conchita y a mi semen.
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