El chantaje para una madre y su hija 01
Aprovechandome de una madre sumisa y su inocente hija gracias a las acciones de la madre.
Perdonen por haber desaparecido, debido a la pandemia quise tomarme unas vacaciones, debido a eso no habia sibido más relatos.
Pero ahora volví con nuevos relatos y otros que estan siendo planeados, ademas de las continuaciones de los que ya habia subido.
Este relato lo habia dejado a medias antes de irme de vacaciones, asi que es el momento para publicarlo
Capítulo 1: Un encuentro casual
Eran las 7:00 a.m. cuando hacía mi viaje semanal a la tienda de comestibles, era una tarea que odiaba inmensamente, por eso me gustaba ir temprano, ya que quería terminarlo lo más pronto posible. Esta mañana, sin embargo, no fue tan mala, pues tuve la suerte de conocer un poco de entretenimiento en forma de madre e hija.
La niña parecía tener unos 10 años, tenia piel blanca, tenía el cabello rubio y largo que corría por los lados de su rostro angelical, era delgada, que media como 1.38 de altura. El plan de la madre debe haber sido dejarla en la escuela después de las compras, porque llevaba un uniforme de colegiala. Que consistia en una blusa blanca y sobre esta un suéter azul marino, unas medias negras que cubrían sus piernas y desaparecían bajo de una falda de cuadros celestes y azules, en sus pies llevaba un par de zapatos negros.
La mujer, madre de esta niña, tenia un cuerpazo con unos pechos hermosos y un culo redondo. Su cabello era rubio al igual que el de su hija y lo llevaba cortado hasta los hombros, media cerca de 1.64 de altura. Iba vestida con un par de pantalones grises que se aferraban y resaltaban la figura de su culo redondo, llevaba un apretado suéter morado y una camiseta blanca debajo.
Ella cuando caminaba, se escuchaba el sonar de sus tacones a cada paso que daba a través de la tienda. Yo hacía mis compras, mientras miraba a la madre y la hija, era un hermoso contraste entre ellas. La niña era una criaturita delgada y casi infantil y su madre era la definición misma de feminidad con unas caderas anchas, en edad fértil, con unos pechos firmes y un culo redondo. Ambas eran hermosas a su manera, y yo podía sentir que mi sangre comenzaba a llenar mi polla mientras no dejaba de mirarlas.
A medida que pasaron los minutos, y mantuve una distancia segura, no pervertida, una sensación de familiaridad comenzó a surgir en mi mente. Como si conociera a esta mujer, a medida que tachaba los elementos de mi lista, la sensación solo se hizo más fuerte y cuando me fui, supe que la conocía de alguna parte.
Primero terminé mis compras y me sentí obligado a esperar en mi auto, solo tenía que saber quién era esta mujer. ¿Por qué? No tenía ni idea, hasta que salieron de la tienda, las vi mientras caminaban. La madre cargaba unas bolsas, la observé y cuando ella comenzó a salir del estacionamiento, la seguí, todo el tiempo, diciéndome a mí mismo que esto era una locura.
Dejó a su hija en la escuela y vi su falda balanceándose sobre su pequeño trasero mientras se acercaba a la puerta principal. Continue siguiendo a la mujer mientras regresaba a su casa para dejar sus compras, hasta que llegon a su hogar, entonces yo anote la dirección, mientras esperaba al final de la calle.
Hasta que 10 minutos después salió y comenzó a caminar por la calle directo hacia mí, yo evité el contacto visual cuando pasó y luego rápidamente giré el auto para seguirla.
Ella caminaba por las calles, casi me pierdo un par de veces, todo el tiempo que la estuve siguiendo, mi cerebro estaba trabajando en tratando de recordar quién era esa mujer. Cuando finalmente se detuvo en un estacionamiento y escaneó una tarjeta de seguridad, asi que yo dejé la persecución.
Pasaron varios minutos mientras conducía por la autopista, de repente, como un relámpago, recordé quién era ella, asi que casi pisé los frenos.
Ella era la ex novia de Victor «El Toro» Mancini, el era un italiano perteneciente a una mafia de asesinos.
La mujer se llamaba Vanessa Castillo, lo sabia ya que aquel hombre fue el único responsable de un asesinato y fue condenado a cadena perpetua.
«¡A la mierda!» Pensé mientras el auto detrás de mí hacía sonar la bocina.
Yo estudie una carrera de Ingenieria en Informatica y mi primer trabajo fuera de la universidad fue trabajar para el Departamento de Informática Forense de la Policía.
Examiné varias computadoras incautadas durante una redada en la mansión de Mancini, donde se encontró muy poco en las computadoras, pero despertó un interés personal en el caso, seguí el juicio muy de cerca.
Vanessa debía recibir inmunidad y protección de testigos a cambio de los testimonios contra su ex novio. La mujer de en ese entonces 20 años aprovechó la oportunidad y ayudó a alejar a su novio y padre de su pequeña hija por cargos de asesinato y extorsión. La mañana después de su testimonio, ella y su pequeña hija desaparecieron del sistema.
Yo durante los últimos 6 años, he estado viviendo aquí en Barcelona y trabajando para el Departamento de Informática Forense de la Policía.
Durante los siguientes días fantaseé con la mujer y su hija, durante el juicio, se hizo evidente que Vanessa era una verdadera sumisa. Estaba dispuesta a hacer cualquier cosa que Mancini le ordenara, ya fuera sexual o relacionado con la mafia. La única razón por la que incluso aceptó testificar fue para proteger a su hija, si no fuera por esa niña, la bella mujer estaría encerrada en una prisión federal y todo eso por proteger a un mafioso gordo como Victor Mancini.
Finalmente, mis fantasías no fueron suficientes para satisfaserme, sabía que me volvería loco si no me aprovechaba de esta situación.
Fue entonces cuando comencé a formular mi plan, para hacer realidad mis fantasias con Vanessa y su hija.
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Era un sábado por la mañana y estaba parado afuera de la puerta de la casa de Vanessa, entonces me decidi a tocar timbre de la casa. Mi corazón latía con fuerza y tuve que reprimir mi erección, a través de las cortinas delanteras, podía ver la televisión parpadeando con los brillantes colores de una caricatura.
Entonces escuché un grito ahogado de una niña «¡Ya voy!».
Unos segundos después, la puerta se abrió y la niña de 10 años estaba de pie en el marco de la puerta sonriendome.
«Hola señorita,» dije caballerosamente.
«Hola», respondió ella.
Ella todavía llevaba su pijama; una camiseta manga larga de color celeste y un par de pantalones celestes con lunares blancos. Su cabello estaba enredado y colgaba sobre su rostro, al parecer no se habia peinado su bello cabello rubio.
«¿Está tu mamá en casa?», le dije.
«Sí», dijo con una sonrisa, mostrando sus hermosos dientes. «Sólo espere unos segundos», dijo dejando la puerta abierta y saliendo rapido del vestíbulo, desapareciendo en el pasillo. «Mamá», la escuché gritar. «Hay un hombre aquí que quiere verte».
Me asomé a la casa, habia una imagen grande de la Virgen María colgada sobre la chimenea, y conté no menos de tres crucifijos.
La niña se apresuró a regresar a la puerta de la casa. «Ella ya viene», dijo al momento que se fue en dirección al sofa y dejándose caer en el frente al televisor. Un plato de palomitas de maiz y un vaso de leche descansaba sobre la mesa frente a la niña, ella le dio un gran sorbo a su vaso derramando unas gotas de leche.
Esperé en la puerta durante unos minutos, repasando lo que iba a decir, lo que había planeado durante días para este mismo momento.
Finalmente, Vanessa apareció desde el pasillo y se acercó a la puerta, ella iba vestida con una camiseta blanca con escote dejando ver sus pechos firmes y una falda azul que le llegaba hasta la altura de las rodillas. Ella me devolvió la sonrisa que le ofrecí.
«¿En que puedo ayudarlo?», dijo ella preguntando.
«Bueno, señora…», le dije con el corazón acelerado. «¿Puedo hablar con usted sobre un tema?», dirigí mis ojos a su hija «Esto requiere privacidad».
Ella me miró con curiosidad, «¿De qué trata esto?».
«Se trata de un amigo mutuo», dije. «Creo que conoce al señor Mancini».
La mujer se puso pálida y por un momento pensé que estaba a punto de desmayarse. Me miró con unos ojos grandes y temerosos, su boca ligeramente abierta. Me di cuenta de que había estado temiendo un momento como este durante años, y cualquier plan con el que tuvo que lidiar salió volando por la ventana.
Ella de un momento cerró la puerta de su casa, le temblaba la mano y podía escucharla jadeando de terror detras de la puerta.
«Por favor», susurró después de que la puerta se cerró detrás de ella. «Por favor no hagas esto».
«¿No hagas qué, Vanessa?» Pregunté con una sonrisa, «Eres Vanessa, ¿no? Ese es tu nombre, quiero decir».
Entonces ella volvio a abrir la puerta, sus ojos cayeron al suelo, sumisamente. «¿Qué deseas?» Ella preguntó, «No tengo mucho dinero».
«¿Quien dijo que venia por dinero?» Yo pregunté.
«Laura Palmer» Ella respondió.
«Bueno, yo no conozco a Laura, pero queria saber si podias invitarme un café mientras te cuento lo de Mancini y aprovechas de presentarme a tu hermosa hija», le dije sonriendo.
Vanessa me miró sin comprender.
«Finje que soy tu amigo, debo decirte algo sobre el señor Mancini» Dije bruscamente
Vanessa asintió nerviosamente. «Adelante», dijo ella.
Entré en el vestíbulo y cerré la puerta detrás de mí.
«Valentina», dijo Vanessa con un ligero temblor en su voz.
La niña giró la cabeza hacia mí, su cabello rubio desordenado se deslizaba sobre su delgada espalda.
«Este es un viejo… amigo mío…» Dijo la mujer presentandome, luego se volteó hacia mí. «Esta es Valentina, mi hija».
«Hola señorita, mi nombre es Jonathan», le dije con una sonrisa.
«Hola», dijo la niña antes de volver su mirada a su caricatura.
Vanessa continuó. «Jonathan y yo vamos a tomar una taza de café en la cocina». La niña ignoró a su madre y le dio otro gran sorbo a su vaso de leche.
La mujer me condujo hacia la cocina y yo la seguí, al llegar me fije que la cocina tenia un piso de baldosas de arcilla de color marrón rojizo y las paredes estaban pintadas de un amarillo vivo, las sillas y mesas de madera que estaban pintadas de rojo y había pequeños adornos que mostraban que la mujer le había dedicado mucho tiempo a la decoración.
Me senté a la mesa madera, tenia una vista clara del pasillo que conducía a la sala de estar. «Quítate la ropa», le dije.
Vanessa saltó como sorprendida por mis palabras. «¿¡Que fue lo que dijo!?», pregunto sorprendida ella.
«Quiero que te desnudes» le dije en voz baja.
«Pero… yo no soy de esas mujeres… yo soy una mujer decente…», dijo timidamente.
«Aclaremos las cosas», interrumpí. «Cuando te diga que hagas algo, lo harás», le dije amenzandola.
Vanessa se puso a temblar visiblemente, mientras sostenia una taza de café en cada mano.
«¿Lo entiendes?», le dije. «Debes hacer todo lo que te diga, por que yo soy uno de los amigos de Mancini, y se que tu testificaste para que él cayera en la carcel… asi que si no haces lo que te digo, las cosas se pondran feas para ti y… para tu hija», le dije mirandola.
Vanessa comenzo a temblar y a sollozar en silencio.
«Debes hacer todo lo que te diga, o me obligaras a matarlas… ¿Me oiste? Asi que ahora quitate tu ropa de una puta vez…» le dije gruñendo.
La mujer con lagrimas en los ojos me miró por unos segundos y luego asintió, lentamente dejó las tazas sobre la mesa de madera y comenzó a desnudarse.
Sentí una punzada en mi polla cuando la mujer sumisa comenzo a quitarse su camiseta blanca, dejandome ver su sujetador de encaje blanco que se aferraba a sus pechos mostrando su escote femenino.
Luego Vanessa comenzo a desabrocharse su falda mientras sollozaba, luego lentamente comenzo a quitarsela deslizandola por sus piernas hasta que su falda llego a sus tobillos. Yo pude ver sus muslos blancos y firmes antes de verle su cachetero de encaje de color blanco con la tela casi transparente.
«Por favor… detente… no es necesario que hagamos esto…», susurró Vanessa con una voz casi inaudible.
Al no escuchar una respuesta de mí, sin tener que decir una palabra más, se quito la falda recogiendola del suelo.
«Ahora hazme ese café, preciosa», le dije sonriendo.
Vanessa se volvió hacia la cafetera, ahi pude ver la tela de su cachetero se pegada a su trasero en forma de corazón, la parte trasera del cachetero<span;> se le metia<span;> entre la hendiduras de sus nalgas redondas.
Yo sonreí mientras la mujer muy obediente sacaba varias cucharas llenas de café molido. En silencio, la miré preguntándome qué estaba pasando por su cabeza. Me preguntaba si ella se iba a quedar con su ropa interior, recordando lo que había admitido durante el juicio de Mancini.
El hombre la había tratado como a una esclava, y con su testimonio, ella parecía feliz con el arreglo. Mancini varias veces la había golpeado por cocinar demasiado un bistec y la obligó a caminar casi desnuda en varias ocasiones, obligandola a llevar a cabo cada una de sus ordenes.
Con una bala en la cabeza de algunos hombres que piropeaban a Vanessa era la forma en que Mancini se aseguraba de su propiedad. Aunque él la trataba con absoluto desprecio, como algo que era de su propiedad y que ella parecía amarlo aún más por eso.
Cuando ella colocó la taza en la mesa delante de mí, se quedó allí mirandome estúpidamente.
«Siéntate,» dije señalando la silla directamente frente a mí, mientras tomaba mi primer sorbo, miré por encima de la taza y vi a la mujer mirando con miedo hacia abajo. Viendo mi arma y pensando en todo lo que le dije de mi supuesto grupo de mafiosos amigos de Mancini, las cosas que le llamaron la atención. «Sé lo que podrías estar pensando», dije colocando la taza sobre la mesa.
Sus ojos se dispararon hacia los míos.
«Tal vez pienses que te entregare a las autoridades, y que pueden meterte tras las rejas por haber encubierto sus delitos, pero piensa en esto. ¿Quién crees que actuaria más rápido, un empleado del gobierno mal pagado o alguien que busca venganza por su viejo amigo Mancini?», le dije mirandola.
Los hombros de Vanessa cayeron ligeramente cuando un ceño derrotado cruzó su rostro.
«Te diré esto, Mancini te quiere muerta, y cualquiera que lo haga recibira una recompenza para toda su vida, en el momento en que revele quién eres, cada mafioso que busque una fortuna rápida te perseguirá». Tomé otro sorbo y vi como las manos temblorosas de Vanessa levantaban su taza a sus labios, ella pareció entender. «Cuanto más rápido te des cuenta de que ahora me perteneces, mejor sera para ti y para tu hija», le dije.
Ella parecía derrotada, tomó otro sorbo de su café, ella continuó mirando la mesa, respiró hondo y exhaló. «¿Qué… qué quieres?», dijo ella tartamudeando.
Sonreí y me recosté en mi silla, «Primero… quiero que te levantes de tu silla y me dejes ver mejor tu cuerpo», le dije estirando mi pierna debajo de la mesa y presionando mi pie contra la pata de su silla, empujandola y provocando un leve chillido cuando la silla se deslizó varios centímetros.
Sorprendida por eso Vanessa saltó causando que sus pechos rebotaran eróticamente y empujó su silla detrás de ella.
«Separa tus piernas, puta». Alcé la voz ligeramente y los ojos de Vanessa se abrieron. «¿Qué? ¿Tienes miedo de que la pequeña Valentina pueda escuchar?».
La mujer asintió con la cabeza.
«Entonces no me hagas preguntartelo de nuevo», la amenace.
Con inquietud, separó sus muslos suaves, pudiendo verle el contorno de sus labios vaginales a traves del cachetero semi-transparente de Vanessa, mientras separaba las rodillas.
«¿Estas mojada?» Yo pregunté.
«¿¡Qué!?» Dijo la mujer, con un toque de fuerza.
«¿Tu coño? ¿Está mojado?», le pregunte como un niño estúpido.
«No», dijo en voz baja, sus ojos no dejaron de mirar el suelo.
«¡Mírame!» Gruñí, golpeando el puño sobre la mesa.
Vanessa saltó de nuevo, haciendo que otra vez sus pechos se movieran a través de su escote expuesto. Se llevó las manos a la cara y comenzó a llorar.
«Dije…» mi voz era tranquila pero contundente.
La mujer respiró hondo y bajó las manos a un lado, ella me miró con los ojos rojos y empapados con sus lágrimas que recorrian los contornos de sus mejillas goteando hasta sus pechos, entonces ella cerro sus piernas.
Yo me levanté de la mesa, a lo que Vanessa se enderezó y me miró con miedo mientras me acercaba a ella. Extendí mi mano y tomé su pezón izquierdo entre mi pulgar e índice. La mujer hizo una mueca de dolor cuando lo torcí. «¿Dije que podías cerrar las piernas?»
Vanessa se retorció de dolor, pero no trató de pelear, esa fue una buena señal, pues ella sabía lo que era y a quién pertenecía.
«De ahora en adelante, nunca me desobedecerás», le dije pellizcando su pezón con casi todas mis fuerzas. «¿Entiendes, estúpida zorra?»
«Sí… Sí… lo entiendo», dijo ella hablando entre dientes.
Le dejo de apretar sus pesos entonces. «Bien… ahora déjame ver mejor ese bonito cachetero». Me volví a sentar y miré a la lamentable mujer mientras ella abría sus piernas nuevamente.
«¿Te afeitas?» Yo pregunté.
Había recordado mirarme a los ojos. «¿Afeitarme… mi…?»
«Tu coño», dije yo.
«No…»
«¿No que?»
«No, no me afeito mi… mi coño…». Ella aprendía rápido.
«Déjame verlo», le dije. «Quítate ese cachetero y déjame ver ese coño peludo».
Vanessa me miró fijamente, rogándome en silencio que detuviera esto, yo solo miré con una marcada determinación que le dijo que nunca me detendría, no hasta que estuviera satisfecho.
Finalmente se puso de pie, me miró y lentamente comenzo a deslizar sus manos hasta llegar a los elasticos de su cachetero, se inclinó hacia adelante mostrando su escote. Doblando las rodillas, lentamente comenzo a bajarse el cachetero blanco y semi-transparente, que lento iban deslizandose hacia abajo por sus piernas hasta llegar a sus tobillos y entonces se las quitó.
«Damelo aquí», le dije extendiendo la mano.
Dio un paso hacia mí y colocó su ropa interior sucia en mi mano que esperaba. Una mirada de conmoción y asco leve se extendió por su rostro cuando acerqué su cachetero a mi nariz e inhalé profundamente.
Eran cálidas al tacto y tenían una aroma sexy de coño y sudor. Entonces le puede ver su entrepierna, con un par de vellos púbicos que descansaban en el pubis de su coño. Yo deslicé las bragas a mi bolsillo y vi a Vanessa tomar asiento.
«Ahora abre tus piernas, zorra», le dije.
Vanessa, sin queja alguna lentamente separó sus piernas, obligando a que finalmente se descubriera su coño junto al arbusto rubio que estaba entre sus piernas. Ella me miró inmóvil mientras yo contemplaba la vista, los labios vaginales externos de su coño estaban regordetes, ocultando los labios internos detrás de su carnosidad, mientras Vanessa comenzaba a respirar pesadamente.
«Eres una puta», le dije. «Nos acabamos de conocer y ya me dejaste olfatear tus bragas y ver tu coño peludo».
Cualquier valentía que permaneciera en ella había desaparecido hace mucho tiempo. Eso fue enterrado bajo tanto miedo que bien podría ser, por lo que Vanessa asintió de acuerdo.
«Dilo.» Dije.
Ella cerró los ojos por unos segundos y luego los abrió. «Soy una puta».
Me preguntaba si ella lo decía en serio, parecía confesional, y tal vez lo era. Despúes de todo ella se había metido en este lío por haber follado con alguien solo porque él tenía poder y dinero. Si esa no es la definición misma de una puta, no sé qué es.
«Quiero que te toques para mi».
Sus ojos se cerraron de nuevo. «Por favor…», susurró. «Por favor, no con Valentina justo en el cuarto principal…».
Si tenía miedo de masturbarse con su hija en la casa, ni siquiera podía imaginar cómo se sentiría con respecto a mi objetivo final.
«¡Me escuchaste, zorra!» Alcé la voz y me incliné hacia adelante en mi silla. «¡No me desobedecerás! Y sácate las tetas mientras lo haces», le dije enojado.
Vanessa buscó debajo del escote de su sujetador y lo levantó dejando sus tetas liberadas. Eran perfectas, sorprendente a pesar de ser una madre de 30 años, sus pechos copa C rebotaron cuando deslizo su sujetador, adémas de que vi que su pezón izquierdo se había enrojecido por mi pellizcón.
Vanessa golpeó sus dedos contra la silla con ansiedad, trabajando nerviosamente para comenzar a masturbarse. Yo dejé que ella se tomara su tiempo, explorando todas las sutilezas de su miedo. El sudor goteaba de su frente, y su respiración se había acelerado, ella se removió con los pies y tragó saliva. El contacto visual le parecía imposible y sus rodillas extendidas se sacudieron rítmicamente, finalmente, justo cuando estaba a punto de amenazarla nuevamente, ella movió su mano derecha hacia su coño peludo.
Sus ojos se encontraron con los míos mientras peinaba sus dedos a través del mechón de vello pubico de su coño. Miré hacia abajo para verla deslizar sus dedos sobre sus carnosos labios vaginales de su coño. Lentamente, ella movió su dedo medio hacia arriba y hacia abajo por su coño.
«Juega con tu clítoris», le ordené.
Ella obedeció y comenzó a frotar su sensible capullo, poco a poco, mientras jugaba consigo misma, el miedo pareció abandonarla. Su respiración se ralentizó y sus rodillas ya no temblaban, asi que comencé a notar que la luz se reflejaba en la humedad que salia de su coño, sus labios vaginales se pusieron rojos de excitación.
Volví a mirarla a los ojos, nuevamente ella puso sus ojos rojos y llorosos. Se odiaba por esto, odiandose a sí misma por ser tan fácil de dominar, pero por sobre todo, se odia a sí misma por estarlo disfrutando.
Su respiración se aceleró de nuevo, pero esta vez no fue por miedo, ella comenzó a morderse el labio inferior y los músculos de sus piernas comenzaron a apretarse y soltarse. Hasta que un gemido débil se escapó de sus labios y sus ojos se apretaron.
Su cuerpo se retorció espasmódicamente cuando llegó al orgasmo, enviando ondas a través de sus pechos colgantes. Ella continuó frotando su clítoris a través de su orgasmo, cada sacudida de placer se encontró con un gemido suave y agudo.
Podía escuchar la humedad de su coño, sonaba vagamente como un niño chapoteando en una bañera. De repente ella se detuvo y yo le sonreí, mientras ella volvía a la realidad y comenzaba a llorar.
Se había perdido por un momento, olvidando al extraño que estaba sentado frente a ella. Un extraño que sostuvo toda su existencia en la palma de su mano
Por un momento estuvo con miedo, pero por un momento todos sus problemas y sus miedos desaparecieron y todo lo que existía era su coño.
Vi a la mujer llorar, mi polla estaba como una barra de hierro en mis pantalones. No quería nada más que follar a esa perra, inclinarla sobre la mesa y follarla por detrás. ¿Pero a dónde iría desde allí?
Cuando su llanto finalmente se detuvo, Vanessa se secó los ojos, recordando su lugar, extendió las piernas, mostrando su coño mojado, entonces ella me miró a los ojos y esperó.
«Lo disfrutaste, ¿no?» lo dije con una sonrisa.
«No», respondió ella bruscamente.
«Mierda… te viniste como una estrella porno».
«Yo…» ella guardó silencio.
«Bien hemos terminado por ahora», le dije levantándome de la mesa.
Vanessa parecía aliviada, ella no era tan estúpida, ¿verdad? Ella realmente no creía que esto hubiera terminado, ¿verdad?
«Te llevaré a ti y a esa pequeña hija tuya a cenar esta noche».
«Qué…» murmuró Vanessa en total confusión. «¿Cena?»
«Sí», respondí. «Prepárate que a las 7:00 p.m. las vendre a buscar… y ponte algo… sexy».
Salí de la cocina y me detuve en el marco de la puerta de salida, no vi a Valentina en el cuarto principal de la casa, asi que supuse que ella habia subido las escaleras y que estaba en su cuarto. «Adiós Valentina», grité.
«Adiós», gritó la linda niña, escondida en su habitación.
Continuara…
Que excitante relato me encantaría compartir por telegram experiencias y material
En mi perfil esta mi Telegram, ahi compartimos nuestras experiencias, te espero…
Esperaba la continuación de María pero muy buena historia.
Estoy desarrollando la continuación, dentro de estos dias esta lista…