Secretos entre Madres e hijos
Descubro como el vecino se folla a su madre y como le da placer a la mia.
Me llamo Adrian, tengo 19 años. La historia que voy a contar sucedió en mi familia, vivía con mi Padre Eduardo y mi madre Ariadna, una mujer de 39 años. Vivíamos en un departamento ubicado en un condominio a orillas de la ciudad.
El condominio tenía fachadas pintadas en tonos crema y terracota, que contrastan con los balcones llenos de plantas colgantes. La entrada principal tiene un portón vigilado por un guardia algo mayor. A ambos lados del acceso, hay jardines y una fuente. Hay un silencio apacible por las mañanas y, por las tardes, se escucha a los niños jugar y las conversaciones entre vecinos sentados en bancas.
Nuestro departamento no era muy grande. Al entrar, lo primero que se ve es la cocina, justo a la derecha. Es pequeña pero bien distribuida. Frente a la entrada, un poco más al fondo, se abre la sala: hay un sillón cómodo, una mesa de centro y una ventana amplia que deja pasar la luz. A la izquierda se encuentran dos habitaciones. La primera es mi habitación, que es pequeña. La segunda es la habitación de mis padres, que es más grande y tiene una cama matrimonial con un clóset empotrado. Entre ambas habitaciones está el baño.
Mi madre trabaja en una oficina como secretaria. Es una mujer de cabello largo hasta la espalda, de color negro, y acostumbra usar donas para el cabello. Viste de una forma muy holgada cuando no está en el trabajo: sudaderas, faldas largas y pants. Acostumbra usar zapatos bajos o tenis. Físicamente, es delgada, pero tiene senos grandes y un trasero exuberante. Es de tez blanca, se maquilla de manera sutil y le gusta llevar las uñas pintadas, tanto de las manos como de los pies.
Cuando va a la oficina, su estilo es más elegante y sensual. Usa blusas que realzan su figura. Las blusas suelen tener escotes discretos pero sugerentes, que dejan ver justo lo necesario para llamar la atención. Siempre lleva una falda ajustada que marca sus curvas, generalmente hasta la rodilla, pero con una abertura discreta en un lado que deja ver un poco de pierna usa tacones altos resaltan su trasero exuberante. A veces, usa medias transparentes con ligas, su maquillaje es más marcado en el trabajo, con labios pintados de un rojo intenso y ojos resaltados con sombra y delineador, lo que hace que su mirada sea aún más cautivadora.
Un día se mudaron una señora, su hijo y un señor mayor a un departamento que estaba dos pisos abajo del nuestro. Al principio no teníamos contacto con ellos, pero mi madre poco a poco comenzó a hablarle a la señora hasta volverse amigas. «Voy a ver a Margarita,» decía mi madre cuando iba a visitarla. La señora Margarita tenía un hijo un año mayor que yo llamado Octavio y a su padre un hombre ya de edad avanzada llamado Enrique. Mi madre nos contaba: «El hijo de Margarita es muy desobediente. Nunca quiere hacer lo que le pide Margarita. Luego, hasta le responde feo. Fuma y bebe como le da la gana, le grita a su abuelo y lo trata mal. Siento lástima por Margarita,» decía mi madre.
Margarita era una mujer de unos 40 años, con un cuerpo que aún llamaba la atención. Tenía el cabello castaño claro, generalmente recogido en una cola de caballo Su figura era curvilínea, con senos grandes y firmes, una cintura estrecha y caderas anchas. Siempre vestía de manera provocativa, con vestidos ajustados que resaltan sus curvas y tacones altos que realzaba sus piernas. Su estilo era sensual y atrevido.
Una tarde, mi madre había hecho lasaña para comer y me entregó un tupper con lasaña. «Hijo, ¿me haces un favor y le llevas esto a Margarita, por favor?» me dijo. «Claro, voy,» le respondí. Fui a su departamento y toqué el timbre como tres veces, pero no salía nadie. Sin embargo, del interior salía mucho olor a cigarro.
Estaba por irme cuando abrieron la puerta. Salió su hijo en boxers rascándose el estómago y por debajo del boxer se notaba que estaba erecto y se veía que no le preocupaba salir así.
«¿A quién buscas?» me preguntó.
«Hola, ¿estará tu mamá?» pregunté.
«¿Para qué o qué?» me dijo.
«Le traigo algo que le manda mi madre,» respondí.
En eso, se metió y dijo: «Te buscan, zorra.» Me sorprendió escuchar eso. Luego, detrás de él, salió la señora Margarita. Estaba cubierta solo con una cobija que rodeaba su cuerpo y estaba despeinada hasta me dio vergüenza verla así porque se notaba que debajo de la cobija estaba desnuda.
«Hola,» me dijo algo agitada.
«Hola, señora. Mi madre le manda lasaña,» dije.
«Oh, muchas gracias. Dile que se lo agradezco,» me dijo.
«Bueno, con su permiso me retiro,» dije. «Sí, muchas gracias,» me dijo y regresó a su departamento.
Qué raro fue eso pensé, pero ¿cómo le puede decir así a su madre? me pregunté y regresé a mi departamento. Le dije a mi madre que le entregué el tupper a su amiga, pero no comenté lo que vi.
Una tarde, me encontraba llegando al condominio y vi a la señora Margarita platicando con el vigilante. Al verla, la saludé.
«Hola, señora Margarita,» dije.
«Hey, hola, Adrian,» me dijo. En eso, ella se dio cuenta de que miraba con curiosidad a sus manos, donde llevaba unas revistas y un libro de historia.
«Te gusta la historia,» me preguntó.
«Sí, mucho,» le dije.
«Qué sorpresa, yo soy profesora de historia. Ten, te presto el libro,» me dijo.
«Lo prometo leerlo y regresarlo lo antes posible,» dije.
«No te preocupes, tómate tu tiempo,» me dijo.
Luego de unos días mientras mi madre estaba en la oficina, decidí visitar a Margarita para devolverle el libro que me había prestado. Toqué el timbre y, después de un momento, un hombre mayor abrió la puerta. Era el padre de Margarita, el señor Enrique, un hombre que apenas podía caminar debido a su avanzada edad. Se movía lentamente y parecía tener dificultades para mantenerse erguido.
«Hola, ¿está Margarita?» pregunté.
«Sí, pasa,» respondió el hombre con una voz débil. «Está en su habitación.»
Caminé hacia la habitación de Margarita. La puerta estaba entreabierta y, al asomarme, lo que vi me dejó sin palabras. Octavio estaba acostado en la cama, completamente desnudo, con una expresión de placer en su rostro. Margarita estaba encima de él en una posición de 69, su cabeza moviéndose rítmicamente mientras le hacía sexo oral. Los gemidos de Octavio llenaban la habitación, y sus manos estaban ocupadas hurgando con sus dedos en la vagina de su madre.
«Más rápido, zorra,» dijo Octavio. «Así, justo así.»
Margarita, con el cabello suelto y despeinado, levantó la cabeza por un momento y respondió con una voz entrecortada: «Sí, hijo»
Octavio le dio una nalgada a su madre y le ordenó: «Venga, puta. Montate en mi pene.»
Margarita se levantó, giró y se quedó de frente a su hijo. Octavio se incorporó un poco y se recostó contra la cabecera de la cama, con su pene erecto y listo. Margarita se colocó a horcajadas sobre él, tomándolo con una mano y guiándolo hacia su entrada. Dejó escapar un gemido mientras se lo introducía lentamente, sintiendo cómo su cuerpo se adaptaba a la invasión.
Comenzó a cabalgar sobre él con movimientos lentos que poco a poco fueron intensificándose. Margarita se veía agitada, sus senos rebotaban con cada movimiento, y sus gemidos llenaban la habitación. Octavio, con una sonrisa malvada, jugaba con los senos de su madre, apretándolos y pellizcando sus pezones.
«Más rápido, mamá,» jadeó Octavio. «Hazme sentir bien.»
Margarita obedeció, aumentando el ritmo de sus movimientos. Se inclinó más hacia adelante, apoyando sus manos en el pecho de Octavio, y comenzó a mover sus nalgas arriba y abajo rápidamente. Podía ver cómo el pene de Octavio salía y se ocultaba dentro de su vagina en cada movimiento.
«Por favor, sé un buen niño y córrete,» suplicó Margarita, con la voz entrecortada por el esfuerzo y el placer.
«No aún no, puta,» respondió Octavio, con una sonrisa burlona. «Quiero que te corras primero.»
Margarita aceleró aún más el ritmo, sus gemidos se volvieron más intensos y desesperados. Octavio, sin dejar de jugar con sus senos, comenzó a mover sus caderas para encontrarse con los movimientos de su madre, aumentando el placer de ambos.
Octavio se giró, dejando a su madre debajo de él. Tomó sus tobillos y le abrió bien las piernas. «Venga, puta, abre bien las piernas,» ordenó, penetrándola con fuerza. La cama se movía y rechinaba con los movimientos de Octavio. Margarita no dejaba de jadear y gemir.
«Más despacio, hijo,» suplicó Margarita, pero Octavio estaba decidido. Siguió penetrando con fuerza, el sonido de sus cuerpos chocando se escuchaba hasta afuera de la habitación.
«Así, puta, tómalo todo,» dijo Octavio, con una voz llena de lujuria. «Quiero que te corras para mí.»
Margarita comenzó a sentir el placer intensificarse. Apretó fuertemente las sábanas, dejando que sus senos se movieran al ritmo del acto. Octavio puso las piernas de su madre en sus hombros, se inclinó hacia ella y comenzó a darle con más fuerza. El sonido de sus cuerpos chocando era ensordecedor.
«Sí, así, hijo,» gemía Margarita, con la voz llena de placer. «Justo así.»
Octavio continuó moviéndose con fuerza, sus embestidas eran profundas y rítmicas. Margarita alcanzó el orgasmo, su cuerpo se tensó y un grito de placer escapó de sus labios.
Me quedé paralizado, sin saber qué hacer o decir. La escena era tan impactante que no podía moverme. Finalmente, logré reaccionar y salí del departamento lo más rápido posible, cerrando la puerta detrás de mí.
Mientras caminaba de regreso a mi departamento, no podía dejar de pensar en lo que había visto. La imagen de Octavio y su madre en pleno acto sexual se repetía una y otra vez en mi mente. No sabía si decirle algo a mi madre. Ese día, hasta mi madre se percató de que estaba distraído durante la cena, pero no tuve el valor de contarle. Pensé que era algo que no me debería importar.
«¿Estás bien, Adrian?» me preguntó mi madre, notando mi distracción.
«Sí, sí, estoy bien,» respondí rápidamente, tratando de disimular.
Pero mi mente no podía dejar de pensar en lo que había visto. Era como si yo y mi madre… dije mientras la veía de arriba a abajo. Observaba sus senos, que siempre habían sido grandes y firmes, y cómo se movían bajo su blusa. Mis ojos bajaban a sus caderas anchas y a sus piernas, que eran largas y bien formadas. Su trasero exuberante y sus curvas pronunciadas siempre habían llamado mi atención, pero ahora sentía una mezcla de curiosidad y culpabilidad.
«No, no pienses eso,» me decía a mí mismo, tratando de alejar esos pensamientos. Pero era difícil. La imagen de Margarita y Octavio se mezclaba con la de mi madre, y no podía evitar sentir una atracción creciente hacia ella. Por más que trataba de sacarme eso de la cabeza, me imaginaba a mi madre y a mí haciendo lo mismo.
La vi levantarse de la mesa y caminar hacia la cocina. Sus movimientos eran sensuales, y cada paso que daba realzaba sus curvas. Podía ver cómo su falda se ajustaba a sus caderas y cómo sus senos se movían bajo su blusa. Sentí una oleada de calor recorriendo mi cuerpo y tuve que apartar la mirada para no delatarme.
«Adrian, ¿puedes ayudarme a lavar los platos?» me preguntó mi madre desde la cocina.
«Sí, claro,» respondí, tratando de mantener la calma. Mientras lavábamos los platos, podía sentir su presencia cerca de mí. Su aroma llenaba el aire y me hacía sentir aún más confundido. Mis pensamientos eran un torbellino de imágenes y sentimientos que no podía controlar.
«Gracias por tu ayuda, Adrian,» me dijo mi madre con una sonrisa, mientras terminábamos de lavar los platos. «Eres un buen hijo.»
«De nada, mamá,» respondí, tratando de sonar natural. Pero por dentro, sentía una tormenta de emociones que no sabía cómo manejar.
Mientras me dirigía a mi habitación, no podía dejar de pensar en lo que había visto y en cómo me sentía. Sabía que debía mantener mis pensamientos bajo control, pero era difícil cuando mi madre estaba cerca. Me acosté en la cama y cerré los ojos, tratando de dormir, pero las imágenes de Octavio y Margarita, y de mi madre y yo, se repetían una y otra vez en mi mente.
Una noche, días después, estábamos viendo una película mis padres y yo. En eso, tocaron el timbre. Salió mi madre a ver quién era; era la señora Margarita, quien se veía algo alterada. » Ariadna, mi padre, se ha puesto mal. Le pido que le eche un ojo a Octavio mientras yo voy al hospital con mi padre,» dijo Margarita.
Mi madre, en un gesto de amabilidad, le respondió: «Claro, es más, dile que venga para que se quede con nosotros.»
«Gracias, te lo agradezco, amiga,» dijo Margarita y se fue rápidamente.
Más tarde llegó Octavio. «Buenas noches,» dijo al entrar. Mi madre lo recibió y lo invitó a pasar. Se sentó con nosotros, y mi padre lo saludó al igual que yo. La verdad, se veía despreocupado, como si no le interesara su abuelo. Tenía una cara de fastidio. Al ver que mi padre tomaba una cerveza, le pidió una.
«Señor, ¿me regala una cerveza?» preguntó Octavio.
Mi padre le respondió: «Claro, adelante»
Lo curioso fue que se llevó bien con mi padre. Cuando me di cuenta, estaban hablando sobre la película. Yo lo veía y recordaba cómo se follaba a su madre. ¿Cómo es que logró hacer eso? me preguntaba. Vaya, parece que se llevan bien, dijo mi madre a Octavio y a mi padre.
«Sí, eso parece,» respondió Octavio.
Esa noche se quedó a dormir en mi habitación Octavio no obstante, no hablábamos mucho. Me acosté en la cama y cerré los ojos, tratando de dormir.
A la mañana siguiente, me desperté temprano. Octavio aún dormía, así que decidí salir de la habitación para no molestarlo, mi padre ya se había ido desde muy temprano por que estaría de viaje por tres semanas por cuestiones de trabajo. Mientras caminaba hacia la cocina, vi a mi madre preparando el desayuno. Llevaba una bata de seda que realzaba sus curvas y dejaba poco a la imaginación. Podía ver cómo sus senos se movían bajo la bata y cómo sus piernas, desnudas, se veían suaves y atractivas. Sentí una oleada de calor recorriendo mi cuerpo y tuve que apartar la mirada para no delatarme.
«Buenos días, Adrian,» me dijo mi madre con una sonrisa. «¿Quieres desayunar?»
«Sí, gracias,» respondí, tratando de mantener la calma. Mientras desayunábamos, podía sentir su presencia cerca de mí. Su aroma llenaba el aire y me hacía sentir aún más confundido. Mis pensamientos eran un torbellino de imágenes y sentimientos que no podía controlar.
«Adrian, ¿estás bien?» me preguntó mi madre, notando mi distracción.
«Sí, sí, estoy bien,» respondí rápidamente, tratando de disimular. Pero por dentro, sentía una atracción hacia ella que no sabía cómo manejar.
Después del desayuno, Octavio se levantó y se unió a nosotros. «Buenos días,» dijo, frotándose los ojos. «Gracias por dejarme quedarme.»
«No hay problema, Octavio,» respondió mi madre. «Espero que tu abuelo esté bien.»
«Sí, gracias,» dijo Octavio, y cuando se sentó a desayunar, me percaté de cómo miraba a mi madre. No dejaba pasar la oportunidad para ver sus senos y su trasero.
Mi madre se percató de sus miradas. «¿Ocurre algo, Octavio?» preguntó mi madre.
«No, solo admiraba lo bien que se ve,» respondió Octavio.
Yo no podía creer que fuera tan directo. Mi madre, sorprendida por lo que respondió Octavio, no pudo contener una risa. «Qué cosas dices, pero gracias. Es muy lindo de tu parte,» dijo mi madre.
«Es en serio, me gusta su cuerpo,» dijo Octavio.
Mi madre, aunque sorprendida al escuchar eso, sonrió complacida por el comentario sobre su cuerpo. «Muchas gracias, me alegra saber que aún tengo un cuerpo bonito,» dijo mi madre.
Luego, mi madre se levantó y dijo: «Bueno, terminé de desayunar. Me iré a arreglar para irme a trabajar.»
Mientras mi madre se preparaba, Octavio y yo nos quedamos en la cocina. La presencia de Octavio me ponía nervioso, y no sabía cómo actuar
Finalmente, mi madre salió de su habitación, lista para irse al trabajo. Se veía impresionante con su falda ajustada y su blusa que realzaba sus curvas. «Adiós, chicos. Cuídense,» dijo mi madre antes de salir.
«Adiós,» respondimos Octavio y yo al unísono. Luego me levanté y me metí a bañar. Al salir, Octavio ya no estaba. Me cambié y me preparé para salir. Fui a buscar unos libros y me tardé bastante en mi búsqueda. Ya era tarde cuando regresaba a casa. Al entrar, escuché unos ruidos. Miré hacia la cocina y vi a mi madre apoyada contra el refrigerador. Detrás de ella estaba Octavio. Mi madre tenía su blusa abierta, mostrando su brasier blanco, y su falda enrollada en la cintura. Su tanga blanca estaba bajada hasta las rodillas. Octavio ya la estaba penetrando, agarrándola firmemente de la cintura. La penetraba con movimientos rápidos y profundos.
Mi madre trataba de contener sus gemidos, pero le era imposible. Tenía la cara roja y estaba totalmente erguida, apoyándose en el refrigerador. Octavio tomó primero un brazo de ella y luego el otro, y como si fueran riendas, los utilizó para seguir penetrándola con más fuerza.
«Más rápido, Octavio,» gritó mi madre, con la voz entrecortada por el esfuerzo y el placer. «Así, justo así.»
Mi excitación al ver cómo se follaba a mi madre fue tanta que no pude evitar masturbarme mientras los observaba.
En eso, Octavio salió de mi madre. «Venga, chúpamela,» le ordenó Octavio, y ella obedeció. Se puso de rodillas y comenzó a succionar el pene de Octavio. «Tus mamadas se sienten muy bien,» dijo Octavio, con una sonrisa de satisfacción.
Mi madre comenzó a lamer su pene, desde la parte inferior hasta la punta. «Déjame masajearte las bolas,» dijo mi madre, y con una mano comenzó a acariciar los testículos de Octavio. «Lo hiciste bien,» dijo Octavio. «Te mereces una buena recompensa.»
Octavio levantó a mi madre y la ayudó a subirse a la mesa. Con las piernas abiertas, la volvió a penetrar. «Tu interior se siente increíble,» dijo Octavio, con una voz llena de lujuria. Comenzó a tocar y presionar los senos de mi madre por debajo de su brasier.
Mi madre gemía y se movía al ritmo de las embestidas de Octavio. «Sí, así, Octavio,» gemía mi madre, con la voz llena de placer. «Justo así.»
Octavio aumentó el ritmo, sus embestidas eran profundas y rítmicas. Podía ver cómo su pene entraba y salía de mi madre, brillando por la excitación. Mi madre alcanzó el orgasmo, su cuerpo se tensó y un grito de placer escapó de sus labios. «Sí, sí, así, Octavio,» gritó mi madre, con la voz llena de placer.
Octavio, viendo a mi madre como se corría, no pudo contenerse más y se vino dentro de ella, con un gruñido profundo y satisfactorio. vi cómo su cuerpo se estremecía con cada embestida final, y cómo mi madre se aferraba a él, disfrutando cada segundo del placer.
Mi madre, aún recuperando el aliento sobre la mesa, dijo: «Eso se sintió tan bien. Recuerda que esto es nuestro secreto.»
Octavio la miró y respondió: «Sí, de acuerdo.»
Mi madre se incorporó y comenzó a arreglarse la ropa. Octavio hizo lo mismo. De inmediato, me subí mi pantalón, aún estaba erecto, pero no podía correr el riesgo de que me vieran con el pene en la mano. Mi madre se acercó a Octavio, poniendo su brazo sobre su cuello. Octavio, con cara de desagrado, dijo: «¿Qué quieres?»
Mi madre sonrió y solo dijo: «Bésame.»
Octavio respondió: «Vaya, qué molesta eres, pero vale.» Y la besó. Ambos se besaban con tanta pasión, ni con mi padre la había visto hacer eso. salí del lugar en silencio sin hacer ruido.
Pasaron las horas y, casi de noche, llegó la madre de Octavio. Se veía alterada y con lágrimas en los ojos. «Ariadna, mi padre ha fallecido,» dijo con voz quebrantada.
Mi madre, con una expresión de sorpresa y tristeza, la abrazó. «Lo siento mucho, Margarita. ¿Qué necesitas?»
«Solo quiero estar con Octavio,» respondió Margarita, sollozando. Octavio con indiferencia solo miro a su madre, así que ya se fue el viejo dijo sin mostrar alguna expresión de tristeza.
Mi madre la llevó a la sala y la consoló mientras lloraba. Yo, desde mi habitación, escuchaba todo. Sabía que debía mantenerme al margen, pero la curiosidad me carcomía.
Al día siguiente, acudimos al entierro. Fue un día largo y emotivo. Al regresar a nuestro departamento mi madre se quedó con ella para consolarla. Decidí ir a ver cómo estaba Octavio pero me sorprendió ver que estaba tan normal como si fuera un día cualquiera, tenía un cigarro en mano y veía por el balcón del departamento el paisaje.
Esa noche se quedó a dormir en casa Octavio y su madre, la señora Margarita se quedó a dormir con mi madre en su habitación y Octavio se quedó en mi habitación por la noche vi que se levantó pero pense que iria al baño al salir dejo abierta la puerta de la habitación yo me di vuelta por que me molestaba la luz del pasillo, pasó unos minutos y no regresaba Octavio me desespere por la luz así que me levante con la intención de apagarla de mi habitación no vi a Octavio el baño estaba vacío y vi que la habitación de mis padres tenía la puerta abierta acaso será posible en atreverse pensé no creo tomando encuentro lo recién sucedido con su abuelo pero por curiosidad me acerque para echar un vistazo.
Octavio estaba recostado en la cama de mis padres, mi madre y la señora Margarita estaban casi desnudas, ambas solo traían sus tangas puestas. Estaban las dos a la altura de los pies de Octavio. La madre de Octavio le chupaba la punta de su pene mientras mi madre chupaba sus testículos. Octavio tenía una cara de que estaba recibiendo un inmenso placer.
«Así, putas así,» decía Octavio, con los ojos cerrados y una sonrisa de satisfacción.
La madre de Octavio comenzó a mamarle el pene con más furia mientras mi madre solo observaba sin dejar de masajear los testículos de Octavio. que putas pensé en ese momento yo no podía apartar la mirada.
«A cual quieres follar primero,» preguntó mi mamá, mirando a Octavio con deseo.
Octavio abrió los ojos y miró a ambas mujeres. «A ti, Zorra,» dijo, señalando a mi madre. «Quiero follarte primero.»
Mi madre sonrió y se acercó a Octavio. Él la tomó y la puso contra la cabecera de la cama. Le quitó su tanga y la abrió de piernas. «Ábrete bien, puta,» ordenó Octavio, mientras se colocaba entre sus piernas y la penetró, Octavio se sostuvo de sus de los muslos de mi madre y comenzó a mover su cadera rápidamente.
Mi madre se tapaba la boca para no dejar escapar sus gemidos, pero no le era posible ya que Octavio se la follaba con un frenesí intenso. Las piernas de mi madre rebotaban con cada arremetida de Octavio.
«Más rápido, Octavio,» suplicó mi madre, con la voz entrecortada por el esfuerzo y el placer.
Octavio aumentó el ritmo, sus cargas eran profundas y rítmicas. Podía ver cómo su pene entraba y salía de mi madre, cubierto por los fluidos de mi madre. Mi madre alcanzó el orgasmo, su cuerpo se tensó y un grito de placer escapó de sus labios pero rápidamente se tapó la boca con sus dos manos.
«Vengan, putas, pónganse en cuatro,» ordenó Octavio, saliendo de mi madre.
Ambas obedecieron y se pusieron en cuatro, con los culos levantados y listas para recibir a Octavio. Octavio se puso detrás de su madre y, de un golpe, se la metió, provocando que diera un grito.
«Te encanta, ¿verdad, puta?» dijo Octavio, con una voz llena de lujuria. «Quiero que te corras para mí.»
La señora Margarita, al sentir que había sido penetrada por su hijo, apoyó su cabeza contra el colchón mientras mordía la sábana. En eso, Octavio dirigió su mano a la vagina de mi madre, metió sus dedos dentro de ella y mi madre solo gemía mientras era estimulada.
La madre de Octavio abrió sus nalgas con sus manos mientras giraba para ver cómo Octavio la fornicaba con fuerza. La cara que ponía la señora Margarita era muy lasciva.
«Oh, cómo me gusta que me folles, hijo,» gemía la señora Margarita. «Sigue, Octavio, más fuerte, me estás volviendo loca.»
Mi madre, con los dedos de Octavio dentro de ella, no dejaba de gemir. «Octavio, no pares,» suplicaba mi madre.
Octavio salió de su madre y se tumbó en la cama. Mi madre, de inmediato y sin perder tiempo, se subió sobre él, se introdujo su pene en su vagina y comenzó a mover sus caderas. La señora Margarita se puso detrás de mi madre y le agarró con firmeza los pechos. Mi madre giró la cabeza y se encontró cara a cara con la señora Margarita. Ambas comenzaron a besarse, sus lenguas jugueteaban entre ellas mientras mi madre no dejaba de mover las caderas montando a Octavio.
«Está muy caliente, amiga,» dijo la señora Margarita a mi madre. «Sigue moviendo así las caderas. Veo que te gusta mucho follar con mi hijo.»
Mi madre, con los ojos cerrados y una expresión de éxtasis, respondió: «Sí, me encanta. amiga.»
Octavio continuó follándoselas en distintas posiciones. Finalmente, se paró sobre la cama. Tanto su madre como la mía estaban hincadas igual sobre la cama, con sus caras viendo de frente el pene de Octavio. Octavio comenzó a masturbarse y, de pronto, su semen salió disparado hacia los rostros de su madre y la mía. Ambas tenían la boca abierta y los ojos cerrados. Sus rostros quedaron cubiertos de semen, pero lo más impresionante fue ver que, una vez que Octavio descargó su semen, ellas dos comenzaron a besarse, lamiéndose la cara una a la otra y jugueteando con sus lenguas. Se pasaban entre besos el semen de Octavio.
«Delicioso,» susurró mi madre, mientras lamía el semen de la cara de la señora Margarita.
«Sí, amiga,» respondió la señora Margarita, con una cara perversa.
Octavio las miraba como jugaban con su semen las dos son muy distintas una tiene una tetas fabulosas y la otra una vagina estrecha pero en el fondo son igual de putas dijo Octavio riendo.
«Vayan a lavarse la cara, malditas zorras. Dejen de hacer eso,» ordenó Octavio.
Mi madre y la señora Margarita se rieron. «Vamos, amiga, vamos al baño,» dijo mi madre.
En eso, las dos se levantaron y se dirigieron a la puerta. Me di cuenta de que me vieron. Mi madre y la señora Margarita se acercaron a mí. Mi madre me sostuvo y gritó: «¿Qué carajos andabas viendo? ¿Por qué mierda…?»
Estaba nervioso y no sabía qué iba a decir. En eso, la señora Margarita se puso a mi lado y me abrazó. «No le grites, amiga. Solo lo vas a complicar más,» dijo la señora Margarita.
Mi madre se calmó un poco. «Mierda, Adrian. Ahora, ¿qué voy a hacer? No debes decir nada de esto a nadie, especialmente a tu padre,» me dijo mi madre, regañandome.
La señora Margarita intervino de nuevo. «No pasa nada, verdad que no dirás nada,» dijo, mirándome fijamente.
Asentí con la cabeza. «No diré nada,» respondí.
La señora Margarita se dio cuenta de que tenía una erección. «Vaya, así que te gustó lo que viste,» dijo con una sonrisa perversa.
Se puso de rodillas frente a mí y me bajó la pijama. Sentí cómo su mano agarró mi pene y comenzó a masturbarme. «Se siente bien, ¿verdad?» me dijo mientras me miraba gentilmente.
«Sí, muy bien», respondí, sintiendo cómo el placer recorría mi cuerpo.
Mi madre se acercó por detrás y me abrazó. «Perdón por gritarte. No tienes la culpa,» dijo mi madre.
Sentí una cálida y húmeda sensación en mi pene. Al mirar hacia abajo, vi que la señora Margarita ya tenía mi pene dentro de su boca. Podía sentir cómo su lengua jugaba, girando alrededor de la cabeza de mi pene. Luego, sentí cómo succionaba, y dejé escapar un gemido. «Qué bien se siente,» dije.
En eso, mi madre me levantó las manos y me sacó la parte de arriba del pijama. vi cómo su boca se acerco a mi, pero cuando intentó besarme, la detuve. «Espera, no,» le dije.
Mi madre se quedó sorprendida. «¿Qué pasa, amor? ¿No quieres?» preguntó.
«No es eso, solo lávate primero la boca,» respondí, recordando cómo se pasaban el semen de Octavio.
Mi madre soltó una carcajada. «Ay, amor, eres un tonto. En el sexo no debes tener asco, pero está bien,» dijo, y se giró para entrar al baño.
La señora Margarita continuó chupando mi pene con más intensidad. Podía sentir cómo su boca se movía arriba y abajo, succionando y lamiendo. Mi madre regresó del baño y se unió a la señora Margarita. Ambas comenzaron a chuparme el pene, turnándose para darme placer.
En eso, la señora Margarita dijo: «Ya está listo.»
Mi madre me miró a los ojos. «¿Quieres hacerlo?» preguntó.
Asentí con la cabeza. «Sí, por favor.»
La señora Margarita, mirando a mi madre, le dijo: «Debes ser tú la primera amiga. Luego me lo prestas, ¿verdad, Adrian?» dijo la señora Margarita con una sonrisa mientras acariciaba mi muslo.
«Sí, claro,» respondí.
En eso, mi madre se levantó, me tomó del brazo y me llevó al sillón. Me senté y ella se subió sobre mí, dejando sus senos a la altura de mi cara. Sentí cómo tomó mi pene y lo guió hacia su entrada. «¿Estás listo, amor?» me preguntó.
«Sí, estoy listo,» respondí. Mi corazón latía con fuerza y mi madre se percató.
«Tranquilo, estás conmigo,» dijo mi madre con una voz suave y tranquilizadora.
Sentí el calor de su interior cuando comenzó a bajar, dejando entrar mi pene en su vagina. «Listo, amor. Ya estás dentro,» dijo mi madre y comenzó a mover sus caderas mientras acariciaba mi cabello.
Ella se percató de que miraba sus senos. «¿Qué pasa, Adrian? Agárralos. No solo te quedes mirando. Recuerda que debe haber comunicación al tener sexo. Si quieres hacer algo, solo pídelo. Tienes mi permiso de hacer lo que quieras conmigo,» dijo mi madre.
Al escuchar eso, con ambas manos tomé sus senos, los presioné y luego presioné sus pezones. «Así, amor. Así se siente bien,» dijo mi madre, ella comenzó a moverse más rápido.
Sentía que estaba en el paraíso. Mi madre gemía y se movía rítmicamente. La señora Margarita, que había estado observando, se acercó a nosotros. comenzó a besar a mi madre, sus lenguas se entrelazaron en un beso apasionado. Luego, se giró hacia mí y comenzó a besarme, sus manos exploraban mi cuerpo tocando mi abdomen y mi pecho.
«¿Qué pasa, amiga? No lo vas a romper. Dale la follada de su vida,» dijo la señora Margarita con una sonrisa perversa.
Mi madre, con una expresión de lujuria, asintió. «Tienes razón.» Se levantó y, dándome la espalda, se metió de nuevo mi pene. Esta vez comenzó a subir y bajar frenéticamente brincando sobre mi pene. Podía ver cómo mi pene entraba y salía de mi madre, cubierto por sus fluidos.
«¿Te gusta así, hijo?» preguntó mi madre con su voz agitada.
«Sí, me gusta. Se siente muy rico,» respondí, sintiendo cómo el placer recorría mi cuerpo.
Cuando me di cuenta, la señora Margarita estaba sentada en el otro sillón, abierta de piernas, tocándose mientras nos miraba. Mi madre se levantó, dejando salir mi pene, el cual estaba cubierto de un fluido blanquecino.
«¿Me lo prestas, amiga?» preguntó la señora Margarita a mi madre.
«Claro, ve con ella, amor,» ordenó mi madre.
La señora Margarita se acostó en el sillón y abrió sus piernas, invitándome a entrar. Me coloqué entre sus piernas y la penetré. Podía sentir cómo su vagina se ajustaba a mi pene, apretándolo.
Tenía mis brazos apoyados en el sillón, viendo de frente a ella. Con ternura, me acarició la mejilla. «Vamos, Adrian. Comienza a follarme. Demuéstrame que estás hecho para darme placer,» dijo con una voz llena de deseo.
Comencé a meter y sacar mi pene, moviendo mis caderas hacia adelante y hacia atrás con algo de torpeza al inicio, pero poco a poco le agarré el ritmo. Cuando me di cuenta, la estaba follando rápidamente. La señora Margarita gemía: «Sí, sí, qué rico, Adrian. Sabía que no me decepcionarías. Más fuerte, no te detengas.»
No apartaba la mirada de la señora Margarita. Me encantaba ver los gestos que hacía mientras la follaba. Luego, giré para ver a mi madre y, sin haberme dado cuenta, Octavio ya estaba en el mismo sillón donde estaba mi madre. Ella estaba inclinada, chupando el pene de Octavio. Su boca se movía arriba y abajo, succionando, mientras él la sostenía del cabello.
«Así, puta trágatelo todo,» decía Octavio. «Eres una puta excelente.»
Mi madre obedeció y con algo de esfuerzo metió el pene de Octavio hasta el fondo de su garganta, ella comenzaba a toser y lo volvía a intentar Octavio, con una sonrisa malvada, empujaba su cabeza para que se lo metiera todo parecía que ella se ahogaba con cada intento.
La señora Margarita, viendo la escena dijo entre gemidos «tú puedes amiga” Adrian. Quiero sentir cómo me penetras con fuerza,» suplicó.
Aumenté el ritmo, mis embestidas eran con mayor fuerza y profundas. La señora Margarita alcanzó el orgasmo, su cuerpo se tensó y un grito de placer escapó de sus labios mientras tenía pequeños espasmos.
Octavio, con una sonrisa perversa, sacó su pene de la boca de mi madre, la puso en cuatro sobre el sillón y la penetró con fuerza. Podía ver cómo sus senos se columpiaban con cada embate de Octavio. Los gemidos de mi madre llenaban la habitación, y sus manos se aferraban con fuerza al sillón.
El resto de la noche continuamos follando a nuestras madres. Cuando amaneció, estaba en mi habitación con la señora Margarita apoyada en mi costado, abrazándome. Ella se despertó al sentir mi movimiento.
«¿Qué hora es?» preguntó ella, aún somnolienta.
«Las 11,» respondí.
«Debo irme. Aún tengo que arreglar cosas de mi padre,» dijo poniendo una cara de tristeza.
«¿Quieres que te acompañe?» pregunté.
Ella me miró con una sonrisa. «¿Harías eso por mí?»
«Claro que sí,» respondí sin dudarlo.
«Vale, entonces hay que apurarnos,» dijo, levantándose de la cama.
Ese día me la pasé toda la mañana y tarde con ella, yendo y viniendo, arreglando cosas y papeleo del abuelo de Octavio. Cuando llegamos a mi departamento, todo estaba apagado y en silencio.
«Tu madre debe estar en mi departamento,» dijo la señora Margarita, riendo.
«Vamos a ver,» respondí.
Al entrar, escuchamos cómo gemía mi madre desde la habitación de Octavio.
«Ves, te dije que estarían aquí,» dijo la señora Margarita, riendo.
«No hay que interrumpirlos. Ven, vamos a divertirnos nosotros,» sugirió la señora Margarita, fuimos a su habitación.
Cerré la puerta detrás de nosotros y la empujé suavemente contra la pared. Comencé a besar su cuello mientras mis manos exploraban su cuerpo. Ella respondió con gemidos de placer, sus manos acariciando mi pecho.
«Quiero que me folles de nuevo,» susurró en mi oído, su voz llena de deseo.
La llevé a la cama y la recosté suavemente. Me quité la ropa rápidamente y me coloqué entre sus piernas. Podía sentir su calor y su humedad, lista para recibirme.
«¿Estás lista?» pregunté, mirándola a los ojos.
«Sí, por favor. No pares,» suplicó.
Comencé a penetrarla lentamente y poco a poco, aumenté el ritmo, la señora Margarita gemía y se movía al ritmo de mis movimientos, sus manos aferradas a mis hombros.
«Más rápido, Adrián,» decía jadeando.
«Sí, sí, así, Adrián,» gritó, con la voz llena de placer.
Continué follándola con fuerza, sintiendo cómo su cuerpo respondía al mío. La señora Margarita se aferraba a mí, sus uñas clavándose en mi espalda. Finalmente, no pude contenerme más y me vine dentro de ella, con un gruñido profundo y satisfactorio.
«Eso se sintió tan bien,» dijo la señora Margarita, aún recuperando el aliento. «Gracias, Adrián.»
«De nada,» respondí, besándola suavemente en los labios.
Nos quedamos abrazados por un momento, disfrutando del placer residual, para luego salir y cenar algo al ritmo de los gemidos de mi madre la cual continuaba follando con Octavio. la relación con mi madre cambió por completo al igual que con la señora Margarita nos volvimos una especie de amantes.
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