Un profesor, Una alumna y un colegio católico – parte 8 final de serie
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Xander_racer2014.
Tendido sobre mi cama disfrutaba de un cigarrillo, mientras las sensaciones de placer permanecían plenamente en mi pene recién descargado.
Lo acariciaba suavemente, como recordándole que la noche recién empezaba y lo mejor aún estaba por venir.
Cecilia llevó a Micaela al baño y le está aplicando un enema frío.
Mentalmente me preparo para conocer por dentro el culo más deseado por todo el colegio y tan solo ese pensamiento comienza a endurecer a mi afortunado héroe de batallas.
Todavía me cuesta creer lo que mi Cecilia ha logrado.
De la chiquilla estúpida de hace unos meses a una sumisa perfecta y de sumisa total a Ama de otra sumisa que ella misma condujo al trampero.
La progresión de su sexualidad pasó de ser aritmética, a geométrica.
Cuando vuelven a la habitación Cecilia la trae fuertemente agarrada del brazo.
Noto temor en los dulces e indefensos ojos de Micaela.
– Alguna duda, Micaela?…
– El sexo anal, Amo… nunca lo probé.
Dicen que duele…
Una fuerte nalgada propinada por Cecilia resuena por toda la habitación y me hace reír.
Con la firme voz de una experimentada Ama, le replica:
– No tengas la menor duda, perra… te va a doler.
Pero también lo disfrutarás como la buena puta que eres.
Mi Amo se encargará de ponerte en tu lugar… sabes cuál es tu lugar?…
– El de una puta, Señora…
Ante esta respuesta Cecilia me clavó una mirada que brillaba de satisfacción.
Su sonrisa era tan libertina que no pude menos que apagar mi cigarrillo, levantarme y caminar hacia ella para besarla con todas mis ganas.
Al terminar, noté en los ojos de Micaela una expresión de placer… de deseo.
Creo que la excitó vernos.
A una seña mía, Cecilia la llevó a la cama y la dispuso en posición de perra.
Luego fue a la caja de juguetes, tomó el estimulador anal y comenzó a aplicárselo en el primer nivel de vibración.
Yo me ubiqué delante de ella y no tuve que decirle cuál era su tarea.
De inmediato comenzó a mamarme.
Su rostro denotaba placer y de hecho lo hacía muy bien.
No se habrá dejado por el culo, pero ostentaba una maestría en lenguas, no literarias precisamente.
Cuando Cecilia le aumenta la intensidad de vibración los gemidos de Micaela se acentúan y creo que intentó decir algo, que por supuesto fue inentendible.
Retiré mi pene y le pegué la bofetada que por meses había soñado darle:
– No se habla con la boca llena… nunca te enseñaron eso?… qué dirían tus padres si te vieran ahora, hablando con una verga en la boca y un dildo en el culo?… se sentirían avergonzados de lo mal educada que es su puta hija…
Cecilia se tapó la boca para no reírse fuerte y yo no le di respiro a la perrita de turno.
Me llené mi mano derecha de su cabello.
El dolor se dibujó en su rostro.
Abrió su boca como para gritar, pero se contuvo.
Sabía que sería peor.
Con voz firme y muy excitada, le ordené:
– Vamos… garganta profunda…
Y volví a penetrar su exquisita boca, mientras la atraía de los pelos hacia mí, hasta que la tuvo toda dentro.
Las sensaciones de intenso placer que entraban por mi glande, recorrían todo el tronco y me invadían por completo.
El suave vaivén de mi miembro en su interior era una delicia, que ella aumentaba con la danza de su lengua por la parte inferior y el roce de sus labios era mágico.
En menos de un minuto la dureza fue notoria y me sentí listo para poseer su culo perfecto.
Voy hacia su parte trasera y me arrodillo frente a ella.
Qué incomparable espectáculo.
Sus rodillas apenas hundidas en el firme colchón.
La parte trasera de sus muslos se levantan como pedestales sobre los cuales sus eróticos glúteos se encaraman como joyas incrustadas en piezas de oro.
Desde su cintura, su espalda se arquea hacia delante.
Sus pechos rozan la cama.
Sus brazos se apoyan sobre sus codos.
Su cabeza gacha, sus ojos cerrados.
No quiere ver lo que no puede impedir.
Está entregada.
Bajo la unión de sus piernas, su sexo húmedo despierta mis apetitos más voraces, pero lo que me importa ahora está más arriba.
Su estrecho esfínter es apenas un punto negro.
Un pequeño orificio casi insignificante a simple vista, pero que ejerce sobre mí la irresistible atracción de permanecer virgen.
Pensar que hasta ahora solo lo ha usado para la mera evacuación de sus necesidades más groseras.
Ahí está ahora… apuntando hacia arriba, como una pequeña cueva en la cima de una montaña y yo a punto de lanzarme en un paracaídas que no sé si quiero abrir.
Cecilia me alcanza un gel dilatador y se lo aplico suavemente.
El frío sobre su delicada piel le anuncia a Micaela que su último bastión casto tiene sus segundos contados.
Mis dedos trazan círculos alrededor de su entrada para desparramar el gel y de a poco comienzan a introducirlo.
Comienzo con un dedo y ella aprieta como resistiendo.
Miro a Cecilia y tan solo con eso ella me entiende.
Tironea fuerte del cabello de Micaela, se acerca a su oído y le susurra en forma amenazante, al mismo tiempo que erótica:
– Mi Amo desea tu culo y tú se lo vas a entregar… ahora!…
Micaela se afloja físicamente… se resigna mentalmente.
Meto mi dedo y lo giro.
Comienza a gemir.
Meto dos… tres dedos.
Le revuelvo la entrada del conducto y se dilata.
Lo mantengo así con dos dedos y apoyo el glande.
Mi pene está bien duro y comienzo a empujarlo… despacio hasta que entra todo el hinchado cabezal.
Me detengo un momento ante los sollozos y espero a que su cuerpo se acostumbre.
Se le caen algunas lágrimas, pero el dolor comienza a ceder.
Sigo empujando.
El placer de ver como me voy perdiendo en el interior de semejante hembra en celo, incrementa mi excitación.
Los jadeos de Micaela se hacen más intensos.
Cecilia toma su mano derecha y la guía por debajo, entre sus piernas.
Le da permiso para frotar su clítoris.
Luego coloca su vagina frente al rostro de Micaela y reclama su lengua.
Yo aprovecho para seguir hasta el fondo.
Levanto mis piernas de a una y la monto, para comenzar el vaivén interior… suave primero, más rápido después.
Cómodamente montado sobre mi potranca, extiendo mis manos para llenarlas de sus tibios pechos, pellizcar sus pezones bien erectos, someterla al más intenso placer sobre sus cuatro costados.
Sus dedos arremeten desesperadamente sobre su sexo.
Su boca y sus labios se quieren beber a Cecilia, cuyo rostro parece estar en un profundo trance de placer sexual.
No queda más oxígeno en la habitación.
Desde ahora es sexo lo único que podemos respirar.
Los gemidos de Cecilia, los jadeos de Micaela y yo que me regocijo en su interior y en la panorámica de la postal más hermosamente bella que jamás había visto.
Mis pensamientos no existen.
Mi cuerpo está en piloto automático y comienza a embestir salvajemente.
Micaela está en un temblor.
Le pellizco sus pezones y le ordeno enérgicamente:
– No se te ocurra parar hasta que consigas el orgasmo de tu Ama.
No responde.
No puede pronunciar una palabra.
Solo gemidos y jadeos cada vez más estruendosos se escuchan de ella.
Es fuerte.
Está soportando un bombardeo sexual potente e implacable.
Cecilia se recuesta contra el respaldo de la cama.
Su sexo está empapado de sus jugos y de la saliva de Micaela, que intensifica el furor de su lengua hasta que las convulsiones de mi magna sumisa y su grito de profundo placer, anuncian que se ha corrido gloriosamente.
Sigo cabalgando vehementemente y la hago chillar, mientras sus dedos vuelan sobre su clítoris.
Aún agitada, Cecilia le dice:
– Placer y dolor… dolor y placer… toma todo lo que puedas y no rechaces nada…
Micaela grita… aúlla… es una loba frente a su luna llena.
Su orgasmo está estallando con una onda expansiva que abraza hasta la última de sus fibras.
Deja caer su mano sobre la cama.
Ya no la necesita.
Su cuerpo expele sexo por cada poro de su piel.
Yo estoy fatigado, pero aún mantengo el trajín.
La llevo hacia delante y la dejo acostada sobre la cama, mientras sigo cogiendo su culo con mi mayor frenesí.
Su rostro contra las sábanas.
No… ese permiso no se lo voy a dar.
Jalo con fuerza de su cabello, obligándola a levantar su cabeza.
Le doy más fuerte, más… más… se reprime para no gritar, pero le gano.
Su voz se enronquece, su garganta se desgarra:
– Sí!… Sí!… Gracias, Amo!…
– No preferirías que me detenga, Micaela?…
– No, Amo!… por favor!… más!…
– Te das cuenta ahora con quién estuviste jodiendo todo el año, putita?…
– Sí, Amo!… me lo merezco!… rómpame el culo!…
El ritmo frenético más los dichos de Micaela terminaron por hacerme salir de su interior, pues ya sentí que estaba por acabar, pero no fui hacia su boca, sino que de sus pelos, tal como la tenía tomada, la hice girar y la arrastré hacia mí, para metérsela justo a tiempo y llenar otra vez su boca con mi esperma.
La puse de rodillas ante mí.
– Abre tus ojos!…
Aquel celeste profundo irradiaba la expresión de un rostro exhausto, pero colmado de placer…
– Muéstrame tu boca.
Cecilia se acercó a mí y juntos nos deleitamos viendo aquella dulce y pequeña boca, cargada de mi semen recién derramado en ella.
Mi sumisa se aventuró a ordenarle:
– Traga, puta… es tu alimento… bebe el orgullo de mi Amo…
Micaela tragó suavemente y permaneció mirándonos, como esperando nuevas órdenes.
Su respiración se calmaba poco a poco y su semblante se serenaba.
Cecilia y yo nos unimos a ella en un abrazo y los tres nos besamos y acariciamos durante varios minutos.
Aquellos temores de Micaela iban desapareciendo.
Parecíamos un trío acostumbrado a estar juntos, lo cual era importante, considerando que solo accedió a todo eso para salvar su viaje soñado.
Había comprado unas latas de refrescos energizantes y fui por ellas, como para provocar un momento de distensión.
El reloj aún no marcaba las dos y media de la mañana, de modo que aún teníamos tiempo.
Cecilia y yo bebíamos sentados en la cama, mientras que Micaela lo hacía de rodillas en el suelo, justo frente a nosotros.
Así había sido previamente aleccionada y así estaba cumpliendo todo al pie de la letra.
Terminado el breve descanso, tendí a Micaela en el centro de la cama, boca arriba y anclé las esposas de cuero a los extremos, dejándola una vez más en posición de X, solo que esta vez no le vendé los ojos.
Luego fui a uno de mis cajones y tomé un paquete envuelto para regalo y se lo di a Cecilia:
– Es una recompensa por tus progresos y vas a estrenarlo ya mismo.
– Qué es, Amo?… -preguntó sorprendida-
– Ábrelo y verás…
Dos rostros muy sorprendidos habían en la habitación.
El de mi Cecilia con la ilusión de una niña en Navidad, recibiendo algo que deseaba mucho y el de Micaela con el temor de que ese “estreno” fuese en el interior de su cuerpo, estando ella firmemente sujeta e inmóvil.
Ambas estaban en lo cierto.
Al remover el envoltorio y abrir la caja, Cecilia se encontró con un arnés de cuero al que se le añade un consolador y un par de botones para sus propios orificios.
De inmediato me abrazó efusivamente…
– Amo!… muchas gracias… es hermoso…
La ayudé a ponérselo y le dije que no usara el botón anal.
Cuando no es utilizado, se puede desprender la pieza trasera del arnés, dejando su orificio al aire.
El pene que calzaba era más bien pequeño, pero con buena curvatura.
No quise comprarle un consolador muy grande, para que Micaela no se acostumbre a tanto tamaño.
Una vez pronta con su pene artificial, Cecilia miró a Micaela con un deseo tan fuerte en sus ojos, que desde ya se la estaba cogiendo.
Subió a la cama gateando lentamente hasta la maniatada sumisa.
No la penetró en seco.
Hubiese sido impropio de una sumisa mía.
Sí se tendió encima de ella, sin apoyarle todo su peso, con sus brazos sobre el colchón a cada costado de ella y comenzaron a besarse… suavemente al principio… con finos roces de lengua, para después comerse la boca.
Observarlas me resultó una experiencia muy placentera, a la que no estaba acostumbrado.
Con voz firme les ordené a ambas:
– Ojos abiertos!…
Era una placer verlas penetrarse con sus miradas, tanto como con sus lenguas.
Cecilia toma ambas mejillas con sus manos, ladea su rostro, lo recorre con su lengua y baja hasta su cuello… luego sus hombros.
Yo comienzo a excitarme.
Sin pensar en lo que hago de pronto tengo una mano acariciando mi pene.
Ellas son increíblemente sensuales.
Micaela está tensamente atada, sin embargo su cuerpo está llamativamente relajado, dispuesto y entregado a las sensaciones que la invaden.
Cecilia baja a sus pechos.
Pellizca un pezón con sus dedos.
El otro es atrapado por su boca.
Lo lame, lo chupa, lo mordisquea.
Los gemidos de Micaela me incendian interiormente.
Mi miembro ya está erecto.
Cecilia continúa su descenso.
Va besando y mordisqueando su abdomen y los jadeos de Micaela se hacen más y más intensos, salvajes, vivos.
Llega a su sexo, que ya está por demás húmedo.
Su lengua comienza a hacerle verdaderos estragos de placer.
El cuerpo de Micaela lucha inútilmente contra sus ataduras.
Apenas puede ladearse cuando el placer le pide contorsionarse.
Está gozando hasta el desquicio.
La lengua de Cecilia ejerce un feroz dominio sobre el expuesto clítoris de su sumisa.
Los jadeos de Micaela son intensos y descontrolados.
Deja ir su cabeza hacia atrás sobre la almohada y grita de placer.
Mi Cecilia acaba de proporcionarle un intenso orgasmo a pura pericia oral.
Pero esto no detendría a Cecilia.
Por el contrario, tenía un arnés que aún estaba sin estreno y a una sumisa indefensa, ofrecida y dispuesta a seguir de largo.
De modo que le dije que aunque era un juguete, era conveniente ponerle un preservativo, por razones de higiene.
Cumplido esto, se situó entre sus piernas y la penetró.
Volvió a acomodarse sobre ella y comenzó a cogerla, al tiempo que volvieron a besarse.
Vistas de costado, el roce de sus pechos frotándose entre sí por el movimiento de su respiración, era un espectáculo insoportablemente hermoso para mirar pasivamente.
Mi pene ya estaba tan duro, que solo atiné a situarme detrás de Cecilia.
Por algo le había dicho que no usara el botón anal.
Para ese orificio yo tenía mi botón natural bien erecto y reclamando acción, de manera que le apliqué un poco de gel dilatador sobre su entrada, la fui abriendo con mis dedos y luego la penetré.
Cecilia estaba siendo doblemente penetrada.
Yo la cogía por el culo, mientras un botón vaginal hacía lo propio por delante.
Debajo de ella, Micaela seguía recibiendo la cogida que Cecilia le daba.
Decidí esperar los embates de Cecilia contra Micaela y acoplarme a ellos, para ir ambos al mismo ritmo y en la misma dirección a un tiempo.
Pronto la habitación volvió a llenarse de gemidos, jadeos, enronquecidos gritos de placer.
Cuando sentí que me iba, me salí de Cecilia y me situé junto a ambos rostros.
Al verme, se ladearon hacia mí y esperaron con sus bocas abiertas, mientras mi mano le daba a mi pene, el empujoncito final para su eyaculación.
Bañé sus rostros y ellas se lamieron mutuamente, atrapando mi esperma con sus lenguas, llevándolo a sus bocas y tragándolo como si fuera un ritual.
Luego me alejé un poco para seguir observándolas mientras se fundían piel con piel, lengua con lengua y aunque Cecilia llegó primero a su orgasmo, continuó penetrándola dos o tres minutos más, hasta que Micaela llegó al suyo.
A penas las tres y veinte de la mañana y todo transcurría a la perfección.
Nos dimos otro breve descanso, pero esta vez volvimos a la sala de estar.
Cecilia y yo nos sentamos juntos en el cómodo sofá.
A Micaela le ordené ponerse en cuatro patas, de costado a nosotros, de manera que nuestras piernas reposaban plácidamente sobre su espalda.
No puso el menor reparo.
Seguramente Cecilia la habría instruido en estas prácticas.
Un poco de diálogo para matizar el rato…
– Así que hasta ahora has tenido sexo con cinco hombres distintos, Micaela?…
– Sí, Amo… usted es el sexto y Cecilia es la primera mujer…
– Y… cuántos orgasmos tuviste con esos cinco hombres?.
– Uno, Amo…
Me sorprendí un poco por la respuesta.
Creo que Cecilia también.
Podría ser un malentendido, pero por las dudas pregunté:
– Uno con cada uno, supongo?…
– No, Amo… uno solo… en total…
– Explícate mejor…
– Con cuatro de ellos no llegué.
Iban muy rápido y no me excitaron como ustedes.
Con el otro lo logré, porque antes de que me penetrara yo le dije que debía ir al baño y me masturbé un poco para excitarme.
Esto era una revelación que no esperábamos de ninguna manera.
Tanto Cecilia como yo no podíamos salir de nuestro asombro.
Cualquiera que conociera a Micaela en el colegio, la tendría conceptuada como a una ganadora, es decir, una de esas personas que consiguen siempre todo lo que quieren.
Pero en esta situación y más aún con esta confesión, tenía todo el perfil de una auténtica infeliz.
– Caramba… y cómo es que la gran Gatúbela andaba tan mal en el sexo?.
Esas relaciones frustrantes son muy peligrosas… podrían haberte conducido a la frigidez…
– Lo sé, Amo… solo mis masturbaciones me aseguraban que yo no era frígida, pero mis relaciones me hacían sentir mal… creo que Gatúbela necesitaba que Batman y Batichica la atraparan…
– Y dime, Micaela… cuántos orgasmos tuviste en lo que va de esta noche?…
– Cinco, Amo… dos con usted, dos con mi Ama Cecilia y el primero con ambos…
– Corrígeme si me equivoco.
Llegaste a las once y treinta… son las tres y treinta… quiere decir que en solo cuatro horas quintuplicaste los orgasmos que habías tenido en todas tus relaciones anteriores?…
– Sí, Amo… así es como fue…
– Y qué piensas de esto, Micaela?…
Hizo una silenciosa pausa, como pensando muy bien las palabras que quería pronunciar.
Su cabeza gacha indicaba que realmente necesitaba meditar su respuesta.
Abracé a Cecilia, que recostó su cabeza sobre mi hombro, en señal de darle tiempo a Micaela para que encontrara su contestación.
Mientras tanto me deleitaba con la desnudez de ella.
Su precioso cuerpo que parecía moldeado para el placer, estaba ahora cumpliendo el rol de una mesa ratona sobre la cual Cecilia y yo seguíamos apoyando nuestras piernas.
Muchas veces sometí a Cecilia a esas humillaciones como parte del juego y siempre me asombré de la entereza que tuvo y de cómo siempre lo aceptó.
Pero creí que no encontraría nunca más a otra chica que estuviera dispuesta.
De hecho no tuve que hacerlo… Cecilia la encontró por mí.
En ese momento comencé a besarla sin decir palabra… para qué?… ella me conoce y sabe que fue por agradecimiento, por admiración… y por amor.
Segundos más tarde Micaela respondió:
– Pienso… que ustedes son lo que necesito… y que si me aceptaran yo haría lo que ustedes me ordenen.
Quisiera probar ser esclava sexual… de ambos…
Miré a Cecilia como preguntándole su opinión:
– Usted decide, Amo… lo que usted diga para su Cecilia es ley…
Qué momento!… qué situación!… y fue ella misma quien me trajo a Micaela, pero más allá de la sumisión absoluta de Cecilia, me gustó verla dominar a Micaela y disfrutarla.
Me gustó tenerlas a ambas, pero también verlas a distancia cuando estaban juntas.
Y por supuesto no puedo negar lo mucho que me gustó poseer a Micaela…
– Bien, Micaela… este es el trato.
Seré tu Amo, pero antes que yo Cecilia será tu Ama.
Solo con su permiso podrás venir conmigo no estando ella y sin su consentimiento no te atenderé.
Así será hasta que te ganes tu collar, lo cual quedará a juicio de Cecilia.
Después de eso serás mía y ambas tendrán la misma jerarquía, aunque ante cualquier diferencia ella tendrá más autoridad que tú, por ser la primera.
Estás de acuerdo?…
– Sí, Amo… totalmente de acuerdo…
Luego nos levantamos e hice que Cecilia se parara justo frente a Micaela…
– Micaela… lame los pies de tu Ama…
La sonrisa de Cecilia mientras Micaela cumplía su orden, jamás se me borrará de la retina.
Después volvimos al dormitorio, ya que quedaba tiempo y le dimos a Micaela un par de orgasmos más.
Estos últimos fueron estilo vainilla, sin ataduras, ni humillaciones, ni azotes.
Simplemente para elevar su cuenta de cinco a siete.
Más tarde, ya todos vestidos, saqué el auto, pues lo había pasado tan bien que quise llevarlas yo mismo en vez de llamar un taxi.
Primero dejamos a Micaela en su casa.
Cecilia estaba sentada junto a mí y ya cuando Micaela caminaba hacia su casa, la llamó.
Ella volvió y hablaron a través de la ventanilla:
– Una cosa más, Micaela… hay alguna luz encendida en tu departamento?…
Micaela miró hacia el quinto piso del edificio donde vive y contestó:
– No, Ama… ninguna…
– Bien… entonces dame tus pantis…
A esa hora de la madrugada no hay mucha gente en la calle, pero algunos que salen de los locales nocturnos pasaban por la acera de en frente.
Micaela se mostró sorprendida e indecisa…
– De eso se trata, Micaela… yo mando… tú obedeces.
Mujer o niña estúpida?…
La misma orden y las mismas palabras que le di en nuestro primer encuentro en el restaurante.
Cecilia no dejaba nunca de sorprenderme.
Había atesorado aquel momento y ahora lo repetía con su sumisa.
Micaela se sonrojó, sonrió y se armó de valor.
Metió sus manos bajo su falda, se sacó las pantis y se las entregó a Cecilia.
Luego se fue rápido, por las dudas que alguien la hubiera visto, pero al abrir la puerta del edificio, nos sopló un beso y luego desapareció de nuestra visual.
Arranqué el auto y llevé a Cecilia a su casa.
Antes de bajarse me dio las pantis de Micaela, diciendo que era un regalo para mí.
Le agradecí con un beso y le dije:
– Te amo y estoy muy orgulloso de ti…
Ella se me vino encima… me abrazó y me besó apasionadamente hasta que recordamos que estábamos frente a la puerta de su casa.
Por suerte no había nadie a la vista, en especial su madre.
Tras bajarse, cerró la puerta y comenzó a caminar.
La dejé dar tres o cuatro pasos y la llamé.
Volvió y al inclinarse un poco para hablar a través de la ventanilla, le mostré las pantis de Micaela y le dije:
– Fue una noche tan especial… para completar un buen recuerdo necesitaría también las tuyas…
Con su preciosa sonrisa de oreja a oreja, metió manos bajo su falda, se quitó sus pantis y me las dio.
Luego se fue, pero al llegar a su puerta, en vez de soplarme un beso como Micaela, simplemente levantó su falda y la sacudió un poco.
La siguiente vez que la vi me explicó que eso era lo que ella llamaba “un beso de labios vaginales”…
Como siempre digo, Cecilia nunca deja de sorprenderme.
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