Xime, Xime, Ximenita
y ella jadeaba más y más.
Este relato es ficticio y cualquier parecido a la realidad es una mera coincidencia.
Hace unos años comencé a escuchar y poner en práctica las enseñanzas de
La Ley de la Atracción. Cabe mencionar que yo siempre fui un ateo y aunque la religión no era santo de mi devoción, siempre me ha llamado la atención todo lo relacionado a las fuerzas desconocidas que existen en el universo.
Para no aburrir, comencé a poner a prueba dichas enseñanzas y, entre mis peticiones, pedí tener cercanía con una amiguita de la cuadra. Sus papás llegaron a rentar un cuarto en una mini vecindad cercana a mi lugar de trabajo.
Todo comenzó cuando la mamá se acercó a comprar al negocio donde yo trabajaba. La mamá, Fanny, comenzó a comprar algunas cosas de primera necesidad en el negocio y poco a poco comenzamos a familiarizarnos manteniendo el respeto y amabilidad típica hacia los clientes.
Ella tenía una hija y su hija, aunque no muy hermosa, se miraba tierna pero con mirada apagada cuando la miraba en la ventanilla trasera del carro de su mamá. Era linda.
Cuando la vi pensé:
-Quisiera abrazarla y darle besitos en esos cachetitos.
Pasaron algunas semanas y Fanny comenzó a traer a su niña en ocasiones, lo cual sirvió para hacer amistad con ella y hacerla sonreír. En un principio era muy tímida pero después comenzó a sonreír y muy pronto comenzó a juguetear y a bromear conmigo. Ella se comenzó a sentir muy feliz al verme cada que iba al negocio y yo comencé a cargarla puesto que a su mamá no le molestaba que fuera afectivo con ella.
Pasaron más semanas y, debido a que Fanny era de otro estado, no tenía algún familiar con quién dejar a Ximenita para salir a citas de trabajo o eventos a donde no la podía llevar. Solamente me la encargaba por unas horas en la mañana. Durante esos momentos me divertí mucho bromeando con Ximenita haciéndola reír con cosquillas o juegos inocentes para entretenerla. Y así sucedió, entre juego y juego.
Ella ya se sentía muy familiarizada conmigo y de vez en cuando por error me decía papá. Esto se debía a que no tenía a su padre. Esto me permitió acercarme más obviamente.
Ella me permitía abrazarla y sentarla en mis piernas mientras la hacía saltar como si mi pierna fuera un caballo. Esto se convirtió en un juego habitual y poco a poco fuimos siendo más unidos. Comencé a darle masajes en su espalda sus hombros y brazos y piernas y glúteos. Ella practicaba balet y eso le ayudaba para relajar sus músculos tiernos y suaves. Era tan hermoso poder acariciar su cuerpo tan suave y jóven.
Y el resto, lo contaré más adelante porque se me terminó el tiempo.
Estaré atento para la continuación
Por aquí lo mismo