Esclavos del sexo II
Si alguien entrará a la habitación en ese momento verían la espalda de un negro musculoso sentado mientras un pequeño blanco le chupaba la polla de rodillas..
En la finca se podían ver varios esclavos negros de gran físico trabajar en los campos de trigo.
Algunos capataces montaban a caballo vigilando la producción mientras el sol abrasador quemaba sus pieles morenas.
Un hombre corpulento de barba tupida y cejas gruesas trabaja sin camisa en uno de los campos.
Sus fuertes brazos se hinchaban de venas mientras arrastraba el arado por la tierra.
Cada músculo de su pecho relucia mientras el vello que cubría su físico se llenaba de sudor.
Era todo un espécimen masculino.
Mientras el hombre mantenía su concentración en el trabajo, un niño llegó corriendo desde la casa principal del patrón.
—Hola.
El hombre curtido y grande miró con sospresa al menor.
Pronto sintió un hormigueo en su ingle y el miedo se apoderó de sus rasgos faciales.
—¿Qué haces aqui?
—Vine a saludar ¿No puedo?
El hombre no sabía que hacer. Después de lo ocurrido en el establo con el niño había tomado medidas para alejarse del hijo del dueño de la finca.
Incluso tuvo una discusión con su esposa cuando le dijo que quería cambiar su puesto de cuidador de animales para servir en las cosechas.
Era más cansado, pero lo mantenía ocupado y lejos de aquel niño.
Su pene aun recordaba el placer de sus labios palpitantes cuando se lo había chupado.
Incluso a veces no podía evitar ponerse erecto al recordarlo.
Sin embargo, el miedo era mayor a su deseo.
Sí alguien descubría lo que había hecho con el niño, estaría muerto.
—Debes irte. Nadie debe vernos juntos.
—Pero el capatas Luis sabe que vine a hablar contigo. Pregunté por ti y me dijeron que estarías por aquí.
—¡¿Qué hiciste qué?!
La cara del hombre perdió color. Sabía que pronto los adultos sospecharian.
¿Porqué un niño prestaría interés en un esclavo negro como él? Seguro lo buscarían después para interrogarlo. Y si venía su jefe, sería imposible ocultar la verdad.
—Estoy perdido —dijo el hombre dejando de trabajar.
Su semblante se tornó decaído mientras veía como su vida terminaba.
El niño lo miró un momento confundido antes de que se escuchara ruido cerca.
Un caballo con un hombre montandolo se detuvo cerca de los dos.
De este bajo un joven de 25 años de cabello rubio y ojos azules, no era musculoso, pero no tenía miedo en enfrentarse a golpes con quien se atreviera a molestarlo.
—¿Ese es el negro que buscabas? —escupió el adulto con desdén.
—Sí. Papá dijo que podía tener un esclavo negro y lo he elegido a él.
—Me sorprende que ya lo conocieras ¿Se puede saber cómo?
La interrogante del capataz hizo estremecer al hombre, sus ojos bajaron al suelo esperando lo peor.
—Bueno, lo conocí en los establos. Vi que era bueno cuidando a los animales y mi mamá dice que si cuidas a los animales eres una buena persona. Por eso lo elegí.
El capataz asintió aceptando la lógica del niño.
Era simple y no valía la pena indagar más.
—Muy bien. Llevatelo. Iré a buscar a un reemplazo.
Con esas palabras el adulto se fue dejando al hombre negro y al niño solos.
El mayor se limitó a no decir nada y el niño le hizo una seña con la mano para que le siguiera.
«No puedo confiarme. Seguro solo me espera lo peor. Debo ir rápido para que me castiguen. Talvez así pueda evitar la muerte de mi familia», pensó el hombre siguiendo al menor.
Ambos caminaron alejados uno del otro, pero no importaba.
Los demás trabajadores le miraban pasar, pero rápido volvían a su trabajo.
Al final del camino, una casa enorme de dos plantas hecha de madera y piedra se veía.
Se podía percibir mujeres negras llevando canastas de ropa y comida por los alrededores.
En la entrada, un hombre y una mujer estaban a la espera.
Eran los padres del niño.
—Papá. Ya volví y traje al negro que te dije.
El esclavo bajó la cabeza en señal de sumisión.
Ver a un hombre de metro ochenta, de piel curtida y de músculos definidos por el campo encogerse como un cervatillo era digno de admirar.
Su barba peluda y cara varonil le daban un encanto salvaje.
—Veo que mi hijo sigue los pasos de su padre. Haces bien. Es un buen trabajador que cuidara de ti.
El capataz no hizo ninguna pregunta al respecto y solo la madre parecía preocupada.
—Cariño ¿Realmente esta bien? Es un negro de campo, las sirvientas son suficientes para cuidar a nuestro hijo ¿No se verá afectado la producción?
—Tonterías. Si mi hijo quiere tener su primer hombre esclavo, se lo daré. No discutamos más.
—Si cariño.
La mujer miró con desdén al hombre antes de retirarse.
El niño corrió hacia el interior de la casa gritando que le siguieran.
El esclavo negro no sabía que hacer y el capataz solo le miraba inquisitivamente.
—Cuida bien a mi hijo. Si llego a descubrir que algo malo le pasó. Te mataré.
Con esa amenaza, su patrón se fue.
El hombre se estremeció pensando lo peor.
«¿Ya sabe lo que hice con su hijo? No creo, me habría matado, entonces talvez sospeche, debo tener cuidado», pensó el hombre entrando a la casa.
Era un lugar limpio y bien cuidado por las sirvientas.
En cambio, él estaba sucio, lleno de sudor y tierra.
Sus pies descalzos caminaron por el pasillo hacia el segundo piso. La tierra de sus dedos dejaba un rastro por donde pasaba, haciendo que se preocupara por si lo regañaban.
Caminó rápido hacia la habitación del hijo del patrón siguiendo su voz.
Pronto, llegó hasta arriba de las escaleras y dobló hacia la derecha hasta la última habitación del pasillo.
El cuarto del niño era sencillo, una cama, un armario, un baño privado, una silla con una mesa para estudiar, libros, cuadernos para colorear, una caja de juguetes y dibujos pegados en las paredes de color naranja.
No había ventanas y una sirvienta estaba limpiando el suelo cuando le vio entrar.
Hizo una mueca molesta y se retiró.
—Vamos. No seas tímido, vamos a jugar. Cierra la puerta.
El hombre negro hizo caso sin saber que decir.
Estaba confundido sobre porque se encontraba en esa situación.
Esperaba que después de haberse follado la boca del hijo del patrón, el niño le diría a sus padres y lo matarían.
Sin embargo, el tiempo paso y nadie vino por su cabeza, no obstante, ahora había sido arrastrado a trabajar como el sirviente directo del menor que había profanado.
Tenia miedo de hacer algo mal.
—Toma la silla y siéntate. Voy a jugar con mis juguetes y no quiero que me interrumpas.
El adulto aceptó sin decir nada haciendo lo pedido.
Se sentó en la silla acomodando su fuerte espalda en el respaldo.
Sus piernas se hincharon mostrando dos muslos gruesos y musculosos.
Se quedo quieto mientras el niño jugaba con sus juguetes.
No sabía a donde mirar o que pensar, solo podía limitarse a observar las acciones del menor.
Ambos se encontraban encerrados en aquella habitación y nadie podía verlos o escucharlos.
Se encontraban solos sin que nadie los interrumpiera y sería así por mucho tiempo.
Talvez hasta la noche y apenas era medio día.
El hijo del patrón se limitó a caminar en cuatro por el suelo moviendo sus manos con sus juguetes.
Hacia que un caballo de madera relinchase mientras corría por el suelo.
El hombre observó la espalda del niño.
Era pequeña, tenía una cintura estrecha y lo que más resaltaba era su trasero repingon.
El short que llevaba era corto haciendo posible ver que el niño no llevaba ropa interior.
Casi se podía ver una de sus nalgas blancas como la leche.
El hombre negro sintió como su polla empezaba a despertar.
Trató de pensar en otras cosas, pero los ruidos que hacía el menor le hicieron prestarle atención.
Ahora el niño tenía dos muñecos de madera y estaba jugando a que eran un hombre con una mujer.
Los hacía besarse juntadolos entre si.
La manzana de Adán del esclavo negro subió y bajo cuando tragó una gran cantidad de saliva.
Sus ojos se volvieron de un tono más oscuro mientras un deseo ferviente surcaba sus venas.
Su polla se había levantado con solo ver el trasero repingon del niño y su mente le traicionaba con los recuerdos de su encuentro en el establo.
Poco a poco, su juicio se iba nublando mientras trataba de controlar sus impulsos.
«Es el hijo del patrón. Si le hago algo, me mataran», se dijo mentalmente.
Sin embargo, el miedo a morir no fue suficiente, ya había tenido experiencia follandose al niño. Podía morir, pero también podía no hacerlo.
«Su boquita es deliciosa y es virgen. Profanarle su culito sería una delicia y podría vengarme del patrón por las veces que ha violado a mi hijo», se dijo el hombre frunciendo las cejas.
Había dejado su venganza después del susto en el establo de caballos, pero ahora que tenía al hijo del patrón a su merced de nuevo, no podía evitar avivar la llama.
«Haré que suplique que lo folle. Le romperé el culo y lo volveré mi perra. Así aunque el patrón me mate su hijo ya habrá tenido a un semental montandolo. Su querido potro se habrá convertido en una yegua para siempre», pensó el hombre.
Una sonrisa surcó sus labios resecos.
Apretando su hombría, carraspeó su garganta para llamar la atención del niño.
—Patrón ¿No le gustaría jugar conmigo? Tengo un juego más divertido.
—No me interrumpas.
—Prometo que le gustara, incluso le daré un premio.
El niño dejó de jugar cuando escucho la palabra premio.
—¿Qué premio? ¿Qué juego es?
El niño dejó sus juguetes en el suelo y se acercó al hombre negro.
Todavía no se percataba de su polla erecta, pero pronto la descubriria.
—Se llama «¿Adivina qué es?» Debes cerrar los ojos y probar lo que te ponga en la boca. No puedes abrirlos o no te daré el premio. Si averiguas que es te lo quedas, sino me lo quedo yo.
—¡Esta bien! ¡Esta bien! ¡Quiero jugar! ¿Cierro los ojos así?
El menor tapó sus ojos con las manos dejando una abertura para ver.
—Así no.
El hombre buscó a su alrededor y encontró una camisa que sobresalia del armario.
La tomó para usarla.
—Voy a ponerte esta camisa para cubrir tus ojos ¿De acuerdo?
—Sí.
El mejor aceptó dejando que el hombre negro se le acercara.
El adulto caminó hacia el niño rubio hasta tenerlo a un metro, su polla erecta estaba de frente al menor quien miraba curioso el bulto en su pantalón de trabajo.
El hombre negro se agachó para estar a la altura del infante.
Su pene robusto y negro sobresalió por uno de los agujeros del pantalón mostrando una cabeza en forma de hongo morada y brillante. Lista para profanar cualquier agujero.
La camisa fue puesta y amarrada en la cabeza del menor, haciéndole difícil ver.
Solo podía percibir una silueta negra delante, pero no distinguir que era.
—Muy bien. Ahora abre la boca grande, muy grande.
El niño hizo lo pedido mostrando unos labios rosas que se entre abrían con ternura.
Se veía feliz e inocente.
El hombre negro trató de ver si nadie venía antes de sacar su polla dura por uno de los orifios del pantalón.
«Si llegan a vernos, podré esconder rápido mi hombría», pensó el esclavo.
Su pene erecto relucia como un roble cubierto de lubricante natural.
Tenía una textura rugosa y fibrosa.
Era grueso y largo, lo suficiente para meterlo con fuerza y sacarlo con crudeza.
Acercó la punta del glande a la boquito abierta del menor dejando que oliera primero antes de probar.
—Huele feo.
—Saca la lengua y pruébalo, sabe rico pese al olor.
El niño hizo lo pedido y probó la punta del glande, se llevó a la boca una gota de presemen degustandola.
—Es suave y cremoso. Me gusta.
—Ahora voy a meter más, esconde tus dientes o no te daré el premio.
—¿Así?
El niño hizo lo pedido con facilidad. Era normal que a su edad jugará a esconder sus dientes para molestar a su mamá, el hombre le dijo que sí metiendo su blande en la boca del menor.
El niño rodeó con sus labios la cabeza de hongo y empezó a chupar.
Se veía tierno. Como un bebé recien nacido probando la teta de una mujer por leche.
Solo que esta vez, sería un hombre quien le daría leche.
—Sigue chupando —dijo el hombre con la voz ronca.
Sus pezones se habían puesto erectos mientras disfrutaba del placer de aquella mamada.
El menor se limitaba a hacer succiónes con la boca saboreando para saber que era.
—Se siente como una salchicha, pero es más grande. También tiene un sabor amargo, pero la crema que suelta es deliciosa.
—Seguro que te gusta mi crema ¿Verdad? ¿Quieres más?
—Sí, más.
—Abre más la boca y relaja tu garganta. Podrías sentir ganas de vomitar, pero trata de aguantar.
El menor aceptó feliz y el hombre forzó su glande más en el interior de la boquita del menor.
No fue fácil, las arcadas del niño le hicieron desistir varias veces.
—No me gusta vomitar.
—Tranquilo. No lo harás. Solo trata de respirar por la nariz.
El niño hizo caso, pero era imposible meter más que el glande en su boca.
El hombre negro no se rindió y siguió intentando.
Pasaron media hora solo chupando el glande del hombre hasta que finalmente se pudo meter más que la cabeza.
El menor apretaba sus labios alrededor del tronco de la polla del esclavo negro mientras recorría con su lengua el glande.
Varios gemidos roncos salieron del adulto, pero tuvo que detenerse antes de deslecharse.
Sacó su polla y miró al niño.
El menor tenía la cara roja por el esfuerzo, la boca estaba llena de saliva y sus labios relucian por el lubricante.
Se veía apetitoso de comer.
—¿Ya sabes que era lo que estabas probando?
—¿Un salchichón?
—Es correcto pequeño. Es un salchichón. Ahora te daré tu premio. Leche llena de proteínas.
—¡SÍ!
—Manten la boquita abierta, aquí viene la leche.
El menor sonreía emocionado mientras mantenía su boca abierta.
El hombre negro masturbó su polla unas cuantas veces hasta que se deslechó.
Tiras de semen cayeron en la boquita del menor haciendo que saboreara y tragara.
—Es la leche que me gusta. Tu ya me habías dado antes de ella. Gracias.
—Será toda tuya pequeño. Solo debes seguir jugando conmigo, pero debe ser un secreto entre nosotros.
—¿Porqué? ¿Papá no puede saberlo?
—Ya sabes como es tu padre. Si lo sabe no te dejara jugar.
—Tienes razón. Papá es malo. No le diré. Quiero más leche.
El hombre corpulento se sorprendió por lo último antes de sonreír.
Tomó al pequeño y lo llevó consigo hacia donde estaba la silla.
Se sentó en ella e hizo que el menor se arrodillara enfrente de su polla.
Tomó sus manos con las suyas y las llevo a su polla.
—Es toda tuya. Saca toda la leche que quieras.
Soltó las manos del menor y llevó sus brazos a su nuca para descansar.
Sus axilas sudorosas apestaban mientras sus bíceps se hinchaban. Su pecho relucia como una muralla llena de pelo mientras su abdomen se marcaba.
Sus piernas tensas rodeaban al menor para no dejarle otro lugar a donde ir.
Sí alguien entrará a la habitación en ese momento verían la espalda de un negro musculoso sentado mientras un pequeño blanco le chupaba la polla de rodillas.
Era glorioso ver a un niño mamar aquella hombría masculina sin reparo complaciendo a un macho de su especie.
Pronto, alguien tocó la puerta asustandolos, pero nadie entró.
—Hijo ¿Estas durmiendo?
Antes de que el negro pudiera levantarse, el menor dejo de chuparle la polla para responder.
—No, mamá, estoy jugando. No me interrumpas.
—Lo siento cariño, no lo sabía, le avisaré a las sirvientas que no te molesten hasta la hora de cenar. Tu papá salió de la finca y seguro llega tarde. Volveré después.
Cada palabra fue un suspiro de alivio para el hombre negro.
Confiando en su suerte, le quitó la camisa al menor dejando que viera con lo que jugaba.
Parpadeando para aclarar su vista, lo primero que vio el infante fue un pedazo de carne erecto de gran tamaño. Estaba lleno de saliva y relucia como una joya.
Después noto dos montículos musculosos qué lo cubrían a los lados, eran las piernas de su esclavo.
Siguiendo la mirada pudo admirar los musculosos de su abdomen y pecho llenos de pelo. Sus axilas sudor osas y llenas de vello estaban a la vista mientras su barba tupida con las cejas fruncidas le daban un aire estoico.
Si una mujer negra estuviera en su lugar se habría enamorado al tener a semejante espécimen dispuesto a tener sexo con ella.
El pequeño al principio se sorprendió, pero al reconocer lo que tenía en sus manos pronto continuó chupandolo.
Sus ojos azules miraban al esclavo negro sentado arriba suyo y no podía evitar tener un poco de miedo.
«Es muy alto, tiene muchos músculos y tiene una cara malota. Pero me gustan esas marcas que tiene en su piel, parecen estrellas», pensó inocente el niño.
Las cicatrices del hombre le parecían bonitas.
Volviendo a su deseo de sacar más leche se obligó a chupar con mayor fuerza la polla en sus pequeñas manos.
Sus intentos eran fallidos, pero sacaban una sonrisa maliciosa al esclavo.
«Sigue así pequeña yegua, pronto tu semental te partirá el coño virgen que tienes», bramó el hombre en su mente.
Continuará…
Gracias por leer. Deseo les haya gustar tanto como a mi.
Sí desean hablar pueden hacerlo por telegram.
@AlexanderTL28.
Nos leemos luego.
y como sigue me gusto tu relato sigue contando mas saludos amigo…..