Familia Rivera
Capítulo 2: La Torta del Ascenso.
Era lunes por la noche y Carlos llegó a casa más tarde de lo habitual, pero con una sonrisa que no cabía en su rostro. En una mano traía su maletín; en la otra, una caja envuelta en papel dorado con un lazo rojo.
La familia ya estaba reunida en el living, como siempre desnudos. Javier masturbaba lentamente su pene grueso mientras veía un video de madre-hijo en su teléfono. Sofia y Ana, sentadas juntas en el sofá, se tocaban mutuamente con caricias suaves en los muslos y pechos, comentando un video lésbico incestuoso que reproducían en la televisión grande. María preparaba la cena en la cocina abierta: insertaba zanahorias y pepinos en su vagina y ano para “marinarlos” antes de cortarlos, como era su costumbre secreta.
Carlos entró con paso triunfal.
—¡Familia! ¡Grandes noticias! —anunció, dejando el maletín en el suelo.
Todos levantaron la vista. Javier pausó su masturbación a medias. Sofia y Ana separaron ligeramente los dedos de las vaginas ajenas para mirar.
—¿Qué pasa, papá? —preguntó Sofia, aún con la mano entre las piernas de Ana.
—¡Me ascendieron a gerente regional! —dijo Carlos, abriendo los brazos—. Y mirad lo que me regaló el jefe como felicitación.
Mostró la caja. Era una torta redonda, de chocolate, con crema y decoraciones elegantes.
María salió de la cocina limpiándose las manos en un delantal que no cubría nada importante.
—Felicidades, amor —dijo, besándolo en los labios—. Se ve deliciosa.
Carlos la abrazó por la cintura.
—No es costumbre traer comida de fuera —comentó María, frunciendo un poco el ceño—. Sabes que prefiero preparar todo yo… con mis ingredientes.
—Lo sé, lo sé —respondió Carlos—. Pero es un evento especial. Solo esta vez. La guardaremos para mañana después del desayuno, como postre de celebración.
Nadie objetó. Javier reanudó su masturbación con más entusiasmo.
—Genial, papá. Felicidades —dijo, eyaculando un chorrito en dirección al suelo sin apuntar a nadie en particular.
Ana se rio.
—Brindemos entonces —propuso, levantándose para servir vasos de agua. Mientras caminaba, dejó que Sofia le metiera dos dedos en la vagina por detrás como juego.
Carlos colocó la torta en la nevera, encima de todo.
—Está hecha en casa por la esposa del jefe —explicó—. Dice que lleva un “ingrediente secreto” para la buena suerte.
María alzó una ceja, pero no dijo más. Siguió con la cena: verduras “procesadas” en sus orificios, squirt de las hijas como caldo, semen de Carlos y Javier como “salsa cremosa”. Cenaron como siempre, charlando de trivialidades, masturbándose intermitentemente, eyaculando en platos o cafés sin que nadie parpadeara.
Esa noche, antes de dormir, hubo una sesión colectiva en el living: Carlos eyaculó dentro de la boca de Sofia mientras Javier penetraba vaginalmente a Ana. María observaba desde el sillón, tocándose discretamente (aunque ella siempre lo hacía con menos intensidad que los demás).
Al día siguiente, martes, la rutina matutina fue idéntica: masturbaciones al despertar, desayuno con squirt y semen como líquidos, ingredientes insertados en María.
Después de los panqueques, Carlos sacó la torta de la nevera con ceremonia.
—Hora del postre especial —anunció, cortando porciones generosas para cada uno.
María dudó un segundo.
—¿Seguro que no tiene nada raro? —preguntó.
—Tranquila, amor. Es solo chocolate —rio Carlos, sirviéndole la porción más grande.
Todos comieron con gusto. El sabor era intenso, cremoso, con un toque extraño que nadie pudo identificar.
—Deliciosa —dijo Sofia, lamiendo el tenedor.
—Felicidades otra vez, papá —añadió Ana, con crema en la comisura de los labios.
Javier asintió, ya masturbándose de nuevo bajo la mesa.
María fue la última en terminar su porción.
Minutos después, mientras recogían la mesa, un sopor extraño invadió a todos. Primero fue como una siesta pesada; luego, un desmayo colectivo.
Cuando despertaron, veinticuatro horas más tarde, nada volvería a ser igual.
Pero eso… es el próximo capítulo.


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