Los aborígenes también tienen buenas vergas
Debido a la fricción de los cuerpos producto del movimiento constante, los pequeños sintieron como algo duro se enterraba profundamente alrededor de sus nalgas, miraron curiosos el suceso notando una gran envergadura cubierta por una tela café, pero que a veces se descubría para mostrar una verga..
Michael y sus tres hijos bajaron la pendiente con cuidado mientras los árboles les cubrían del sol inclemente.
El menor de todos, de dos años, estaba sujeto de un porta bebes en la espalda del mayor, mientras que el segundo hijo de seis años y el mayor de ocho años llevaban las mochilas de viaje a cuesta.
—Pronto llegaremos—habló el adulto con voz rasposa.
Escuchó el ruido de pasos en la cercanía y observó a un grupo de hombres corpulentos de piel negra estirar la mano, llevaban un taparrabos como única vestimenta, mostrando la magnificencia de sus músculos esculpidos y el contorno redondeado de sus glúteos.
Michael se comunicó con ellos por medio de algunas señas que había aprendido en sus estudios antropologícos, los nativos entendieron su situación y los llevaron con ellos.
Los aborígenes tomaron al niño de seis y de ocho años cargandolos con sus fornidos brazos con las mochilas incluidas.
Debido a la posición, los jóvenes enredaron sus piernas en las caderas de los adultos negros, pegando sus traseros al taparrabos que llevaban.
Los nativos les miraron con intensidad hinchando sus músculos, sus fuertes piernas se marcaban en cada movimiento.
Durante varios minutos Michael se distrajó conversando con el líder del grupo mientras el resto les seguían por detrás.
Debido a la fricción de los cuerpos producto del movimiento constante, los pequeños sintieron como algo duro se enterraba profundamente alrededor de sus nalgas, miraron curiosos el suceso notando una gran envergadura cubierta por una tela café, pero que a veces se descubría para mostrar la cabeza morena de una enorme polla.
Asombrados intercalaron miradas con los nativos quienes hicieron muecas divertidas, los niños se avergonzaron, pero no dijeron nada.
Notando lo sumisos qué eran, los hombres negros decidieron jugar un rato.
Uno de ellos bajo su mano hacia el trasero del pequeño de ocho años manoseandolo descaradamente, el chico pegó un brinco, pero no dijo nada, agachó la cabeza y respiró pesadamente.
Viendo lo sucedido el otro aborigen hizo lo mismo con el menor de seis años quien reaccionó de la misma manera.
El resto de hombres que observaba de reojo tenían sus taparrabos levantados por sus vergas erectas, de vez en cuando se las tocaban por el placer, pero se abstenian observando al padre.
Cómplices decidieron ponerse por delante de los negros que llevaban a los menores, cubriendolos a simple vista de la mirada del papá.
El progenitor volteó a ver un momento, pero al notar que sus hijos parecían estar aburridos con la cabeza caida, decidió ignorarlos para continuar su charla con el líder.
Conformes, uno de ellos decidió ir más lejos.
Agarró la mano del chico de ocho años y la llevó hasta la cabeza de su polla dura.
El pequeño se sobresaltó observando aquella herramienta viril abultarse a su tacto.
Con algunos gestos de otro nativo el menor entendió que debía acariciarla, pasó su pequeña mano por la gran envergadura.
Las venas deformaban su trayecto y los vellos pubicos le causaban picazón en las yemas de los dedos.
El pequeño de seis años no era capaz de llegar hasta la envergadura del hombre estirando el brazo, por lo que el adulto decidió tomar su rostro, sacó su lengua larga y gruesa empezando a lamer el contorno de su mejilla.
Un estremecímiento pasó por el cuerpo del menor, pero pronto se acostumbró a la humedad de la carne del adulto, el hombre disfrutaba de chupar la carne tierna con sus labios y humedecerla con su lengua.
No obstante, ya casi habían llegado a su poblado.
Dejaron los juegos y relajaron sus cuerpos, pronto sus erecciones volvieron a la normalidad y el padre no sospechó nada.
Hablaron con el líder de la aldea, quien después de imponer sus reglas los llevaron hasta una casa construida con hojas de palma y ramas gruesas de árboles, el suelo estaba débilmente cubierto por un tejido de hojas gruesas, algunas vasijas de barro con platos y cucharas de madera estaban dispuestos alrededor.
Una tinaja de agua estaba preparada por si deseaban beber o bañarse.
Les dijeron la ubicación del río más cercano y luego se despidieron para verse en la cena comunal.
El padre se alistó rápido y se llevó al menor de todos consigo, dejando a sus otros dos hijos tareas para mantenerse ocupados.
Cuando el padre se fue, ambos niños se miraron y finalmente hablaron.
—Tengo miedo, Luis, ese hombre parecía querer comerme ¿Viste como lamia y mordía mi rostro? ¡Parecía un devorador de caras! —comentó el niño de seis años.
—¡Habla más bajo Pablo! ¡Pueden escucharte! No lo vi porque estaba distraído tratando de entender ese monstruo que tienen entre las piernas, la tienen más grande que la de papá — refirió el chico imaginándose lo peor.
—Debemos tener cuidado, lo mejor es estar juntos y no salir de esta casita, dudo que vengan a molestarnos—dijo el menor de los dos.
El mayor asintió.
—Tienes razón, quedémonos aquí, no haremos las tareas de papá por hoy, da igual si nos regaña.
Dicho eso, decidieron jugar dentro de la casita mientras escuchaban a los aborígenes hacer sus trabajos cotidianos, desde moler granos, hornear utensilios, pastorear animales pequeños, cortar la carne de las presas, etc.
El ruido pronto distrajo a los chicos de su mundo y decidieron mirar a través de algunos huecos de la casita lo que pasaba afuera.
Notaron a muchos hombres trabajando en lo suyo, a excepción de algunas ancianas y los recién nacidos, casi no había mujeres, la mayoría estaban afuera recogiendo frutos, lavando ropa o trayendo agua del río.
Debido a eso, los chicos se convencieron más de que era peligroso salir, sin embargo, pronto notaron algo peculiar en el actuar de los hombres.
Muchos parecían estar entusiasmados por algo, y al hablar en su idioma, se excitaban al punto de reír, pero lo que más causaba sorpresa era como sus taparrabos se levantaban con fuerza en cada interacción, como si el contacto entre ellos activará sus pollas.
Entre el tumulto de hombres, algunos se iban y volvían al rato, casi siempre abrazados del hombre mientras se reían entre ellos, al regresar estaban más serenos, con un semblante casi estoico haciendo sus tareas asignadas.
Pronto el día se hizo noche, el padre volvió con su hermano menor y fueron a la cena comunal alrededor de las fogatas, los pequeños observaron qué los hombres que habían jugado con ellos tenían esposa e hijos, parecían felices en familia.
Sin embargo, cuando los aborígenes se susurraban algo al oído, miraban en dirección de los niños con burla.
Los jovenes trataron de distraerse escuchando a su padre hablar con el jefe de la tribu, no entendían nada, pero algunas palabras se repetían tanto que empezaron a pronunciarlas por diversión.
Pronto, cada quien se fue a su tienda, los pequeños querían dormir, pero el padre estaba interesado en mantener su conversación con el jefe, incluso al punto que llevó una de sus mochilas de estudio con él y fue invitado a quedarse en la casa del hombre mayor para continuar la charla.
Cansados, los menores volvieron a la tienda, su hermano de dos años se quedaría con su padre, por lo que ellos podían estar tranquilos.
Entraron a la casita y se dispusieron a dormir, cuando escucharon jadeos en la cercanía.
La voz de una mujer era audible mientras sus gemídos y el golpe de pieles resonaba, los niños entendieron lo que pasaba.
—No son muy discretos, como papá y mamá —dijo Pablo.
—Es normal, papá dice que en la antigüedad no había tanta vergüenza en esto, supongo que debe ser como jugar a media noche—explicó Luis.
—Suena divertido, pero nosotros no podemos jugar con ellos, solo mirar, y eso me aburre—explicó el menor, soltó un bostezo.
—Tampoco nos deja dormir ¡Que molestia! —se quejó el mayor.
—Vamos a dar una vuelta por la aldea, seguro no tardan mucho—sugirió Pablo, Luis asintió tomando la mano de su hermano.
Al salir observaron la tienda que estaba haciendo aquellos ruidos y gracias a la luz de la luna junto a los huecos que tenían las casita por defecto, dislumbraron por unos segundos el cuerpo masculino de un adulto musculoso moverse al compás de sus caderas, el sudor perlado hizo brillar su piel negra mientras su figura se difuminaba en las sombras de la noche.
Un poco afectados los niños caminaron sin rumbo, observando el ambiente nocturno de la aldea, a excepción de algunas casita que tenían una luz en su interior, la mayoría estaban a oscuras, incluso las fogatas ya se habían apagado.
Rondaron por varios minutos hasta que volvieron a escuchar ruidos de gemidos y golpes de piel, inconformes decidieron irse a los límites del poblado para observar la naturaleza un rato.
Poco antes de llegar fueron detenidos por un hombre negro de gran tamaño, era enorme, como un rinoceronte corpulento, cada centímetro de su cuerpo era musculoso, pero tenía un defecto, una cara poco agrasiada, su gran frente se frunció al ver a los menores.
Les hizo señas de que se alejaran de los límites, los niños aceptaron a medias, en eso notaron una pequeña sombra escabullirse detrás del guardia rumbo al bosque.
Sabían que dicha figura solo le podía pertenecer a un niño como ellos, curiosos decidieron dar la vuelta por donde no los vieran y encontrar el lugar por donde aquella sombra se logró infiltrar.
No fue difícil de hallar, había un pequeño muro de madera que si escarbabas en la tierra, podías soltarlo, haciendo posible salir y volverlo a poner.
Fácilmente lograron pasar a través de los guardias apostados y siguieron el camino de piedras que se formaba en el bosque, era raro que algo así estuviera de manera natural, pero a ellos no les importaba, les sería útil para volver cuando se aburrieran.
Pasaron unos minutos sin decir nada para evitar que alguien los escuchara.
Se detuvieron cerca del claro de un río.
Gracias a la luz de la luna pudieron notar la figura de un adulto de pie cerca de una roca grande, lograron ocultarse apenas este miró en su dirección.
Cuando decidieron observar a través de las hojas, se quedaron sorprendidos.
Debido a la lejanía y los arbustos, no era posible ver su parte inferior con precision, pero ahora que estaban agachados se dieron cuenta que una niña de cinco años estaba de rodillas mientras una polla de diez pulgadas se restregaba en su cara.
La pequeña se pegaba a la virilidad del adulto excitada mientras sus pequeñas manos jugaban con las bolas peludas del hombre, un gruñido bajo se escuchó del adulto mientras disfrutaba de acariciar con su verga la carne tierna de la menor.
Los niños fueron incapaces de moverse mientras observaban cada gesto que hacían.
Desde las manos gruesas jugando con el clitoris y la vagina de la infante, los labios pequeños de la chica chupando el glande gordo y morado del hombre, hasta sus quejidos cuando la lengua del adulto se introducia en su pequeño agujero.
Estuvieron un rato jugueteando con sus cuerpos hasta que decidieron detenerse, la menor se acomodó su ropa y se fue, mientras el adulto se sentó en la gran piedra dándose placer con la mano.
Cuando estuvieron seguros que la niña se había ido, decidieron volver también.
Sus fijuras alejándose fueron notadas por un hombre negro subido en un árbol cercano, venía a menudo a ese lugar a disfrutar de la compañía o ver a alguien más hacerlo. Sin embargo, no había algo que le causará más placer que encontrar pequeños incautos que llegaban de curiosos a ver lo que hacían.
Era una excusa perfecta para jugar con ellos a gusto.
Al día siguiente, los chicos no pudieron negarse a hacer las tareas, el padre había hablado con el jefe sobre lo sucedido y les había enviado a uno de sus hombres para que se encargarán de vigilarles en hacer lo que se les pedía.
En esa tribu, la obediencia y la responsabilidad eran la ley.
No obstante, la persona asignada no dejaba de mirarles con avidez, al principio no les importó que uno de los adultos se ofreciera a escoltarlos, pero cuanto más tiempo les observaba, más estaban convencidos de que sabía algo.
Aprovechando que podían ir al baño solos, hablaron entre ellos.
—¿Crees que nos vio escaparnos de la aldea? —preguntó Pablo, el menor.
Luis asintió.
—Seguramente, sino ha dicho nada es porque quiere que le debamos un favor, no me agrada eso—comentó el mayor.
Su hermano se asustó pensando lo peor.
—¡¿Y si quiere comernos la cara?! —Exclamó Pablo, su rostro era terror puro, Luis le pellizcó para que reaccionara.
—Ellos no hacen eso, seguro quiere que le ayudemos en algo, como papá hace cuando nos amenaza con decirle a mamá sobre nuestro espionaje en las noches—explicó el mayor con soltura.
El menor asintió inseguro y miró a su hermano, este suspiro asintiendo.
—Yo hablaré con él, o lo intentare. Cuando lleguemos a la casita, espera afuera, yo le pediré que me ayude en algo y terminaré esta duda de una vez—comentó Luis.
Completado el plan, ambos hermanos se movieron.
El menor hizo lo que le dijeron y esperó afuera, aprovechando que había ido al río y llevaban la tinaja de agua le pidió al hombre corpulento de piel negra qué les ayudará a meterla en la casita, con la excusa de no querer romperla.
Con facilidad el adulto y el chico de ocho años entraron, luego el pequeño de seis años decidió esperar sentado.
Dejando la tinaja a un lado el adulto se cruzó de brazos observando al menor, él era consciente de lo que pasaría, los niños eran muy obvios en sus intenciones, talvez no podían hablarse, pero aún podían entenderse.
El niño trató de explicarse con señas, pero era incomprensible lo que decía, el hombre enarcó una ceja esperando que terminará su explicación.
Ocultaba en su rostro serio lo divertido que era poner tenso al pequeño, como un juego previo al premio.
Notando su incapacidad de comunicarse, una idea vino a Luis.
Buscó una zona de la tienda que no estuviera cubierta por la tela de palma, al ver una cerca de los pies del aborigen se acercó y lo movió hacia un lado.
Le hizo señas de que observará y dibujo tres cosas con su dedo en la tierra.
Dos figuras humanas, la aldea y el bosque, señalando con una flecha qué se habían ido al bosque, luego apuntó al mayor dando a entender que él los vio y luego se quedó callado.
El mayor soltó un gruñido grave, el chico se asustó por lo repentino que fue y retrocedió, el hombre sonrió satisfecho.
Luego apuntó a si mismo y al pequeño, extendió la mano pidiendo algo.
—¿Quieres que tú y yo hagamos un trato? ¿Qué quieres? —dijo el chico en voz alta.
Al darse cuenta que no le entendían, aceptó extrechar la mano del adulto, el mayor entendió mal la respuesta y jaló al menor hacia su cuerpo.
Las manos del infante se posaron en los músculos esculpidos del adulto, el calor que emanaban era asfixiante y su aroma a selva era mareante, el chico retrocedió, pero al darse cuenta de las intenciones del hombre, dejo de moverse.
—Ahora comprendo—murmuró el chico.
Hizo dos gestos con las manos, amenazando al adulto de cumplir su palabra, el hombre asintió tocando sus labios.
Después de eso, ambos sucumbieron al deseo.
El niño metió su mano debajo del taparabo del hombre agarrando su polla dormida, el adulto se sorprendió un momento antes de sonreir, tomó con sus manos el rostro del pequeño y se agachó para lamer su rostro.
Sacó su lengua dispuesto a saborear la mejilla del infante, pero Luis lo malinterpretó.
Abrió sus labios juntando su boca con la del adulto, el mayor se detuvo en seco observando al pequeño invadir su cavidad bocal con su lengua tierna.
Una descarga de placer cubrió el cuerpo del hombre antes de seguirle el ritmo al niño, dejo que este jugueteara con sus labios mientras le masturbaba su polla gorda.
Dejó escapar un suspiro cuando se separaron.
Se quedó mirando al pequeño con atención disfrutando de recordar lo que había pasado.
Luis notó el semblante serio del mayor, luego apretó su mano por el contorno abultado de la verga del hombre, pronto entendió que hacer.
Sacó del prepucio la cabeza morena del pene del hombre y la metió en su boca.
Un gruñido salió del hombre sintiendo como su cuerpo se relajaba del placer.
El aliento caliente y la vista de su polla siendo devorado por aquel niño bronceado era un deleite.
Miró alrededor preocupado de que alguien los escuchará, pero el ruido afuera era tal que sería difícil percibir los sonidos dentro de la casita a menos que estuvieran muy cerca.
Al notar que sus miedos eran infunndados, se dejó hacer por el pequeño.
Con parsimonia Luis recorrió su lengua por toda la envergadura de doce pulgadas del hombre, acarició con sus labios las venas marcadas y chupó con gula el prepucio, dejando abundante saliva en la carne abultada del hombre.
Incapas de hablar, el mayor solo soltaba gruñidos mientras sentía como su cuerpo se tornaba caliente.
La temperatura era tal que empezó a sudar y un olor rancio salió de sus axilas.
Sus bolas sudadas desprendieron un leve calor a afrodisíaco masculino, lo cual encantó al niño.
El pequeño chupó el vello púbico saboreando las gotas saladas, el hombre gimió con la voz ronca al sentir sus testículos ser acariciados.
Dejó de respirar un momento cuando sintió como estaba por liberar su semilla.
Cerró los párpados rezando a sus dioses, luego relajo sus músculos dejando que la naturaleza actuará.
Luis fue bañado por descargas tras descargas de semen, era tan abundante que mancharon parte de su cara y ropa de blanco, hizo una mueca por lo sucio que había quedado.
—Me sorprende que suelten tanta leche de hombre, papá no lo hace—comentó el chico.
El niño vio que el hombre negro abría sus párpados, este tenía un rostro estoico, parecido al que veía en otros hombres cuando volvían de sus aventuras en el bosque.
El mayor acercó su rostro al pequeño y besó sus labios, luego se quitó su taparrabos exponiendo de mejor manera su desnudez, limpió con la tela las manchas de su semilla del cuerpo del joven.
También usó el agua de la tinaja qué habían traído, apenas terminaron se volvió a poner el taparrabos.
Después el adulto salio de la casita.
Su hermano entró poco después confundido.
—Se tardaron mucho ¿Y qué hicieron? Escuché gruñidos y jadeos ¿Estaban jugando sin mi? —preguntó el chico, su hermano negó.
—Nisiquiera fue un juego, solo una prueba, el no dirá nada, pero creo que habrá que asegurarnos, más tarde te unirás y entenderás de lo que hablo—dijo Luis a su hermano Pablo.
Este asintió preocupado.
—Solo espero no duela mucho—comentó perdido en sus recuerdos.
Continuará…
Gracias por haber leído, deseo les haya gustado tanto como a mi, el siguiente relato es parecido a este, pero con una temática distinta, cuando lo lean lo entenderán.
Lamento mi inactividad, no puedo prometer el escribir como antes, pero no duden en que siempre estoy atentos a sus comentarios y tiendo a revisa los relatos cada cierto tiempo.
De momento, aprecio mucho el que continúen leyendo pese a todo.
Nos leemos luego.
Excelente relato me encantó estaré ansioso la próxima parte
excelente fantastico
ojala en proximos relatos, similares agregues esos detalles, como el que mencionas aqui, como «los aborigenes jugaban con los niños, mientras miraban al padre para que no los descubriera»
eres excelente escritor