14 y 17 EN EL VESTIDOR 2a PARTE
“¿Estás seguro?” susurró, su voz temblando de nervios y deseo, y yo solo asentí y empujé un poco mis nalgas hacia atrás..
¡Hola Morbosos! Espero que les haya gustado la primera parte de este relato que es uno de los tantos que tengo en mis 41 años.
Que lo disfruten.
Después de ese primer encuentro en los vestidores, mi cabeza no podía dejar de pensar en Leo. Su piel morena brillando con el agua, esa pancita pequeña que me volvía loco, y la forma en que su pene se endureció bajo mi toque… todo eso me tuvo al borde durante días.
A mis 17 años, con mi cuerpo chubby, nunca imaginé que alguien como Leo, un chavo que acababa de cumplir 14 años, moreno, fuerte y con esa chispa traviesa en sus ojos café oscuro, me haría sentir tan deseado. Pero lo que pasó después de ese día en las duchas me dejó temblando de una manera que nunca olvidaré.
Habían pasado un par de días desde nuestro encuentro, y aunque nos seguíamos saludando y echando desmadre en la alberca como si nada, las miradas que Leo me lanzaba eran puro fuego, pero disimulaba frente a Martín.
Ese día, llegué al club de natación un poco más tarde de lo usual y el entrenamiento se alargó porque el entrenador nos puso a hacer ejercicios extra. Leo y Martín, como siempre, terminaron antes, pero vi que Leo se quedó rondando cerca de los vestidores, como si estuviera esperando algo… o a alguien. Cuando terminé mi práctica, entré al vestidor empapado, con mi traje de baño ajustado marcando mi cuerpo redondo. El lugar estaba casi vacío, salvo por Leo, que ya estaba en las regaderas, en la ducha del centro donde todo había comenzado la última vez.
Me quité el traje de baño y me metí a la regadera de la izquierda, la misma donde Leo había estado antes. Las paredes de cristal esmerilado, que se volvían transparentes al mojarse, me dejaban ver su silueta borrosa mientras el agua caía sobre él. No pude evitar mirarlo: su piel morena bajo el chorro, sus brazos fuertes se flexionaban mientras se tallaba el cuerpo, y esa pancita se veía aún más sexy con las gotas resbalando por su abdomen. Su pene, que ya conocía tan bien, colgaba flácido al principio, unos 14 cm con esa cabeza gruesa y el prepucio cubriéndola parcialmente, pero podía ver cómo empezaba a endurecerse mientras él me miraba de reojo a través del cristal.
“¿Otra vez te da pena, gordito?” dijo Leo con esa voz burlona que me ponía nervioso, mientras aventaba agua al cristal para hacerlo transparente, como había hecho la última vez. Ahora podía verlo todo con claridad: su cuerpo moreno y húmedo, sus piernas musculosas cubiertas de vello corto, y su pene que ya estaba completamente erecto, unos 17 cm, con la cabeza rosada asomando, palpitando con cada movimiento suyo. Mi cuerpo tembló de deseo y Leo no me dio tiempo de pensar. Abrió la puerta de mi ducha y se metió conmigo, desnudo, sin decir una palabra, su mirada llena de una intensidad que me dejó sin aliento.
El agua caliente caía sobre nosotros, mezclándose con el vapor que llenaba el espacio, mientras Leo se acercaba más, su cuerpo rozando el mío. “No te tapes… me gustas así,” susurró, su voz grave y temblorosa, dejando claro que él también estaba nervioso, pero la calentura entre nosotros era más fuerte que cualquier inseguridad. Sus manos, torpes pero ansiosas, comenzaron a recorrer mi pecho peludo, sus dedos hundiéndose en mi piel mientras el agua resbalaba por mi cuerpo. Bajó su rostro hasta mi cuello, sus labios rozando mi piel con besos húmedos que me hicieron gemir bajito, “Mmm… Leo…” Pero entonces, bajó más, y sentí su lengua caliente y húmeda lamiendo mis pezones, algo que a él verdaderamente le encantaba hacer.
Me hizo temblar con cada lamida, su lengua jugando con mis pezones sensibles, succionando suavemente mientras el agua caliente caía sobre nosotros. “Me vuelves loco… tienes unos pezones tan ricos,” murmuró entre lamidas, su voz cargada de deseo mientras sus manos seguían explorando mi cuerpo, apretando mi panza con una mezcla de ternura y urgencia. Cada movimiento de su lengua enviaba olas de placer por mi cuerpo, mi respiración volviéndose más agitada mientras gemía, “¡Ahh… sigue… me encanta!” Leo se dedicó a cada uno de mis pezones con una pasión que me dejó al borde, succionando más fuerte, mordisqueando suavemente, como si no pudiera tener suficiente de mí.
Yo, todavía temblando, puse mis manos en su cintura, sintiendo esa pancita que tanto me gustaba, y lo atraje hacia mí, nuestros cuerpos chocando con una urgencia que ninguno de los dos podía controlar. Leo me empujó suavemente contra la pared de la ducha, el cristal frío contra mi espalda contrastando con el calor del agua y de su cuerpo. “Eres tan sexy… no sabes cuánto te he deseado,” murmuró, su voz entrecortada mientras me acariciaba con movimientos torpes pero llenos de deseo, sus manos bajando por mi abdomen hasta llegar a mi pene pequeño, que ya estaba duro de solo sentirlo tan cerca. Yo gemí bajito, “Tú también… me tienes loco,” mientras mis manos subían por sus brazos fuertes, sintiendo cada músculo, cada vena marcada bajo su piel morena, Leo me masturbaba suavemente mientras besaba mis labios y sentía su lengua buscar con desesperación la mía.
Me dio la vuelta con una urgencia torpe, mis manos apoyándose contra el cristal mientras el agua seguía cayendo sobre nosotros. Colocó la cabeza de su pene en mi entrada. Podía sentir lo gruesa, caliente y palpitante que era. “¿Estás seguro?” susurró, su voz temblando de nervios y deseo, y yo solo asentí y empujé un poco mis nalgas hacia atrás. Mi respiración agitada mientras sentía su cuerpo pegarse al mío. No podíamos esperar más; la calentura y nuestra inexperiencia nos tenían al borde.
Sentí su pene, duro y caliente, rozando contra mis nalgas, y un gemido se me escapó cuando la cabeza comenzó a presionar contra mi entrada. “Despacio… por favor,” susurré. Era la primera vez de Leo y la segunda mía, pero nunca me había penetrado una verga de ese tamaño. Mi voz temblorosa mientras mi cuerpo se tensaba, pero Leo fue cuidadoso, entrando con una lentitud que me hizo jadear. Cuando la cabeza por fin entró, sentí un dolor agudo y gemí, “¡Ahh!” pero él se quedó quieto, dándome tiempo para ajustarme, sus manos torpes acariciando mi cintura mientras murmuraba, “Tranquilo… no quiero hacerte daño.” Me besaba la espalda y con sus manos acariciaba mis pezones mientras el ardor y calor de tener su verga dentro de mi, se convertían en sensaciones electrizantes.
Poco a poco, el dolor se transformó en un placer intenso, mi cuerpo adaptándose a su grosor mientras él seguía entrando, centímetro a centímetro, hasta que lo sentí todo dentro de mí, sus vellos púbicos adolescentes rozando contra mis nalgas, un cosquilleo que me hizo soltar un gemido largo y profundo, “¡Mmm… sí, Leo!”
Leo comenzó a moverse con un ritmo torpe al principio, sus embestidas descoordinadas pero llenas de pasión, como si no pudiera controlar la urgencia de su cuerpo. “Estás tan apretado y calientito… me vuelves loco,” jadeaba, sus manos aferrándose a mi cintura mientras sus caderas chocaban contra mí, el sonido del agua mezclándose con nuestros gemidos. “¡Ahh… sigue… no pares!” gemí, mi voz resonando en la ducha mientras él aceleraba, sus movimientos más profundos, tocando ese punto dentro de mí que me hacía temblar de placer y me hacía sentir que pronto me vendría. Cada embestida era más intensa que la anterior, y podía sentir mi cuerpo al borde, mi pene pequeño palpitando sin siquiera tocarlo.
De pronto, escuchamos la voz de Martín desde el vestidor, “¿Leo, ya te vas?” y ambos nos quedamos paralizados, en silencio, el corazón a mil. Leo se detuvo, todavía con su verga dentro de mí, y susurró, “Shh… no hagas ruido.” Nos quedamos quietos, el agua cayendo sobre nosotros mientras Martín rondaba cerca, pero por suerte no se acercó a las duchas y salió del vestidor. Suspiramos aliviados, pero la adrenalina del momento solo nos puso más calientes. Leo volvió a penetrarme con ganas, sus embestidas ahora más rápidas, más desesperadas, mientras gemía, “Ya no aguanto… me voy a venir.” Sentí su pene pulsar dentro de mí, su orgasmo explotando mientras gruñía, “¡Ahh… sí!, ¡ahí te va mi leche!” y su calor me llenaba. Podía sentir las pulsaciones de su pene dentro de mí con cada chorro de su néctar que se depositaba en mi interior. El placer inmenso llevándome al borde hasta que yo también me vine, mi semen brincaba en grandes chorros, salpicando contra el cristal de la ducha mientras gemía, “¡Ahhh… Leo!” El placer fue tan intenso que mi cuerpo tembló descontroladamente, cada sensación amplificada por la conexión que sentíamos.
A pesar de haber terminado, Leo seguía dentro de mi. Podía sentir la humedad y el calor de su semen dentro de mis intestinos, además de todo el grosor de su pene palpitando en mi canal anal que ahora era suyo. Me tenía abrazado y me besaba el cuello y los hombros con cariño y pasión al mismo tiempo.
Leo salió de mi cuerpo lentamente y sentí su ausencia, el vacío. Me sentía completamente abierto y mi esfínter palpitaba con un ardor delicioso. Su respiración todavía agitada me encendía a pesar de haber terminado y pude sentir también cómo escurría por mis muslos una mezcla de su semen y el agua caliente que seguía cayendo sobre nosotros, un recordatorio sensual de lo que acabábamos de compartir.
Me dio la vuelta con suavidad con sus manos torpes pero llenas de cariño, y me besó buscando mi lengua, un beso profundo y apasionado que sabía a cloro y deseo, sus labios cálidos y temblorosos contra los míos mientras el vapor nos envolvía. “Eso fue… increíble,” susurró contra mi boca, su voz llena de una mezcla de satisfacción y nervios. Bajó su mano hacia mis nalgas y con sus dedos tomo un poco de su semen que aún escurría de dentro de mi. Lo presumió con orgullo entre sus manos y lo saboreó para después darme otro beso, ahora blanco.
Pero antes de que pudiéramos decir algo más, escuchamos la puerta del vestidor abrirse de nuevo, y esta vez era el entrenador. “¿Quién sigue ahí?” gritó, su voz seria mientras se acercaba a las duchas. Leo y yo nos miramos, el pánico subiendo por nuestras gargantas. Rápido, él salió de mi ducha y se metió a la de al lado, mientras yo cerraba la llave del agua y me envolvía en una toalla, mi corazón latiendo a mil. El entrenador se asomó por el pasillo de las duchas, y aunque no dijo nada, su mirada seria me hizo pensar que sí se había dado cuenta de algo. “Apúrense, ya cierran el club,” gruñó antes de irse, dejándonos solos de nuevo. Leo y yo nos miramos a través del cristal, riéndonos nerviosos mientras terminábamos de secarnos, la adrenalina todavía corriendo por nuestras venas.
En ese momento, en esa regadera, bajo el agua caliente y con Leo tan cerca, todo se sintió perfecto, como si el mundo entero desapareciera y solo existiéramos nosotros dos.
Tengo muchas historias más con Leo, pero eso será en otro relato.
¡Espero sus comentarios, morbosos!
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