Arroyo Escondido – Parte II
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por cutepyan.
A toda persona a quien le interese leer este relato, basado en hechos reales, le sugiero que lea la primera entrega del mismo, para conocer los antecedentes relacionados a este nuevo episodio. Además, me gustaría agradecer a Rodrigo, mi primo, quien gustosamente accedió a mi invitación de tomar un café y revivir el evento que les contaré seguidamente, sacrificando tiempo importante de la elaboración de su tesis en la carrera de veterinaria que – por fin – esta a punto de concluir . El lector fácilmente podrá entender que sin la ayuda de él, este relato hubiese adolecido de detalles esenciales. Tampoco será difícil comprender el por qué, conforme avanzamos en la entrevista, el bulto en las entrepiernas de cada uno se hizo más y más prominente.
Mario se erguía frente a mi como el David de Miguel Ángel, joven y de hermosas proporciones, piernas fuertes, vientre planísimo, y un pecho que, sin ser voluminoso, reflejaba el duro trabajo de granja. El vello que empezaba a cubrir parte de su pecho y abdomen se hacía más obscuro conforme llegaba al pubis, el cual, sin embargo, presentaba una “gran” mejora al David: una fuerte verga erecta, gruesa, venosa, bien regular en su grosor en toda su extensión, con un ligero engrosamiento en la parte media. Sus huevos eran grandes, aunque no colgantes, sino redondos y servían de base a su masculinidad. Su prepucio estaba bien tirado para atrás, revelando el glande que aún estaba enrojecido, secuelas de la fenomenal montada que le había dado a Rodrigo, mi primo de 11 años. Éste aun yacía boca abajo, con las piernas abiertas, exhibiendo el ano tremendamente dilatado que lentamente babeaba el espeso líquido perfectamente blanco con el que Mario había inundado sus entrañas tan sólo minutos atrás.
Mario se acercó a mi, inclinándose y abrazándome, empezó a besarme la boca con besos profundos, bebiendo mi saliva, y dándome de beber la suya. Su pija presionaba contra mi abdomen como un gran cilindro de carne dura y caliente, al tiempo que sus brazos de joven macho me rodeaban por completo y me apretaban contra su cuerpo. Mario mordía mis labios, los chupaba y los lamía, al punto de que mi pequeña verguita, que había estado dormida luego de mi propio orgasmo, cobró nuevamente vida. Entonces, comenzó a besarme el cuello hasta llegar a mis tetillas. Hasta ese momento, no sabía que tenía tanta sensibilidad en esa zona del cuerpo y fue así que cuando Mario, con boca experta, se puso a chupar y mordisquear una tetilla, al tiempo que con la otra mano daba suaves pellizcos a la otra, no pude evitar empezar a jadear y gemir. Mis “uuuhs” y “ahhhhs” de placer lograron despertarla atención de mi cogido primito, quien se sentó (como pudo) cerca nuestro y comenzó a deleitarse con el espectáculo. Al escuchar mis gemidos de placer, Mario dio una sonrisa de satisfacción, así como lo haría el músico que finalmente logra encontrar el acorde que andaba buscando para una gran composición musical. Entonces, aumentando sus la fuerza de sus succiones y mordiscos, dirigió una de sus grandes manos a mis nalguitas redonditas, abarcando ambas en un sólo apretón delirantemente delicioso. Pero él no se conformó con sobarme las nalgas, esta vez buscaba algo más, pues su gordo dedo medio llegó hasta mi pequeño orificio, el cual se contrajo al tacto, rechazando la entrada del mismo. Pero ¿qué es el esfínter de un chico de diez años ante el dedo lascivo de un fenomenal adolescente de diecinueve?, ¿qué significaba mi inexperiencia comparada con las muchas cogidas que Mario ya había dado a Rodrigo, y quién sabe cuántos otros chicos más de la campiña? Mario se inclinó hacia mi primo, que miraba sentado al lado nuestro, introdujo dos dedos en su babeante culo, y retiró el resto de su propio semen con el que dio círculos a mi hoyito, para luego introducir de un solo golpe, la mitad de su dedo medio. Sentí un dolor que me hizo pegar un ¡Ayyy!al tiempo de contraer más mi esfínter y tensar mis piernas, redoblándose la sensación dolorosa.
Sin embargo, Mario era un macho de diversas técnicas y recursos amatorios, y lo que menos quería en realidad era infringir dolor alguno en mi, su joven amante, por lo que seguidamente besó mi cuerpo tembloroso innumerables veces para luego arrodillar una pierna mientras la otra permanecía flexionada, con el pie en contacto con el suelo, tal cual lo haría un actor frente a su amada en una obra teatral. Entonces tomó, en un solo agarre, mi par de huevitos lampiños y mi verguita que había comenzado a ablandarse de nuevo, y se los llevó a su boca caliente y un inmediato temblor eléctrico recorrió mi todo mi cuerpo, desde la punta de los pies hasta la punta de cada uno de mis cabellos. Era el paraíso, ver desde mi posición a ese fenomenal macho pingón, que había matado un puma y una víbora venenosa sin el menor titubeo, saborear por completo todo mis genitales. Mario chupaba, mordisqueaba, y hacía movimientos de “no” con su cabeza sin sacar mis huevitos ni mi pequeña pinga un solo momento de su boca, mientras que de su pene salía liquido preseminal, el cual él tomo en un dedo, y lo llevó nuevamente a mi anito. Mario mordía ligeramente el espacio entre mis huevitos y mi pierna, besaba mis muslos, y mis ojos se volvían blancos de placer. ¡Ah, ah, ah!era lo que yo repetía una y otra vez, mientras Mario me miraba por debajo de sus tupidas cejas negras. Sin darme cuenta, él ya había logrado introducir todo el dedo medio en mi culito sin hacerme sentir el más mínimo dolor.
Seguidamente, Mario se paró y ordenó a Rodrigo volver a extender la manta, que había quedado arrugada debido a la anterior cogida, orden que Rodrigo se encargó de cumplir inmediatamente. Tengo que reconocer que sentía un poco de vergüenza de la situación, no por lo que estaba haciendo con Mario, sino porque él era en realidad el peón y encargado de mi primo, y no el mío. En mi razonamiento inmaduro, supongo que yo imaginaba que era como jugar con el magnífico autito de carreras de Rodrigo, sin haberle pedido permiso a él primeramente. Pero mis temores estaban totalmente infundados, pues cuando Mario me dijo para acostarme sobre mis espaldas en la frazada, Rodrigo sólo me guiñó el ojo en gesto de complicidad al tiempo de dibujar una sonrisa pícara. Él sabía perfectamente lo que vendría, estaba consciente de que presenciaba la iniciación de su primo, yo, al culto de adoración a la verga, ritual por el que él mismo ya había pasado más de cuatro meses atrás. Rodrigo y yo éramos (y aun lo somos) cómplices en todo, y el afecto fraternal que sentía por mi, su primo menor, no le permitía privarme de semejante deleite, abandonando así, toda forma de egoísmo.
Para aquel momento, el sol daba de lleno al costado de la entrada de la cueva, inundándola de un color verde, tras pasar entre el tupido follaje que servía de cortina natural a la misma. Dentro, las velas seguían ardiendo, pero su flama sólo parecía pequeños puntos rojizos, pues la luz natural era reflejada por las paredes rocosas desde ángulos distintos, haciendo los detalles mucho más notorios. Afuera, el constante murmullo de las aguas del arroyo, que corría a unos pocos metros de nosotros, sólo era interrumpido de tanto en tanto por en cantar de algún pájaro nativo de la región o por los suaves relinchos de Trueno, que pacientemente pacía bajo los árboles. Yo, mientras tanto, yacía boca arriba sobre la alforja, era “mi” turno.
Mario me tomó por debajo de las rodillas y de un tirón hizo que mis muslos tocaran mi abdomen, tal cual había hecho con Rodrigo. Entonces besó mis nalguitas, y acaricio mi hoyito con su barbilla, la que tenía algunos incipientes vellos, los que me dieron un cosquilleo, erizándome la piel. Seguidamente, empezó a dar lenguetazos a mi culito, largos, cortos, profundos, escupiéndolo de vez en cuando, para luego dar chupones fuertes a mi esfínter, los cuales parecían estirar mis mismas entrañas. Entonces, de una sola lamida que empezó en mi hoyito, llegó a mis bolitas, las que empezó a lamer con lenguetazos cortos y rápidos, tal cual lo haría con los labios de una vagina. Cerrando los ojos, Mario salivaba, lamía mis huevos, y chupaba ligeramente mis verguita de vez en cuando, como si fuese el clítoris de alguna muchacha del pueblo. Después de unos minutos, Mario se irguió y apoyo su gran verga, del tamaño y grosor de mi propio brazo, sobre mi ensalivado pene, y empezó a frotarlo como si estuviese cogiendo. El placer era indescriptible, él agarraba su enorme estaca y apoyaba su cabeza entre mis huevos, frotándolos arriba abajo. Al rememorar la escena de su pene contra el mio, se parecía a un pequeño velero al lado del majestuoso Titanic, tremendamente superior y grandiosamente más potente.
Mario, entonces, apoyo mis piernas contra sus hombros y ensalivó aun más su musculoso glande, para luego ponerlo contra la entrada de mi culito. Luego, dejó caer casi todo su peso sobre mi, al tiempo de empezar un ligero vaivén que iba venciendo más y más mi esfínter. Cuando finalmente el grande penetró la línea del mismo, no contuve un grito de dolor y desesperación, mientras mis ojos empezaban a soltar lágrimas. Mario, consciente de su gran dotación, esperó un momento, sintiendo las pulsaciones de mi esfínter alrededor de su pinga. Aprovechando mi boca abierta por el ¡Ayyy! anterior, metió su lengua y empezó a comerme la boca, para luego besarme el rostro y enjugar con su lengua las lágrimas que yo había soltado. Después de que mis lloriqueos habían cesado y mi respiración volvió a la normalidad, comenzó a introducir poco a poco su pinga, la que sentía milímetro tras milímetro, abriendo mi culo, extendiendo mi esfínter, dilatándolo al máximo. El momento más difícil de su penetración fue cuando su verga llegó hasta la mitad, pues la misma era más gruesa allí, sentía que Mario me estaba partiendo en dos, que las paredes de mi recto estaban ensanchadas al máximo.
-Tranquilo Nelson, respira hondo, y has fuerza como si fueras a cagar, que cuando yo termine contigo, tu culito quedará tan abierto que hasta Trueno te podría coger -, dijo Mario causando una risita en Rodrigo.
Entonces, como por arte de magia, dio un pequeño empujoncito, el resto de su pinga entró como si mi culo lo hubiese chupado automáticamente. Fue allí cuando sentí esos feroces huevos de macho llegar a mis nalguitas y presionarlas, mientras las fuertes caderas me mantenían empalado. Se había consumado. Mario una vez más había sido el machote que inició a un chico, una vez más su verga había inaugurado el culo de un pequeño calentón. Rodrigo no quería perderse detalle de la cogida, por lo que se puso detrás de Mario, y vio cómo éste empezaba un suave vaivén quitando su verga hasta la totalidad de mi ano, para luego ensartarla de nuevo. Mario me miraba fijamente a mis ojos, estudiando cada reacción ante su penetración, y vio que yo jadeaba y gemía cuando su pene llegaba a cierta profundidad en mi culo. Fue así como comenzó a penetrarme sólo hasta allí, sólo hasta cuando el gordo glande de su hermosa verga frotaba mi próstata, haciéndome dar alaridos contenidos. Pero luego de unos minutos, inicio una serie de penetraciones completas hasta llegar a sus huevos, hasta que no sobraba un solo milímetro de verga fuera de mi, que me hacían sentir que su glande tocaba mis mismas tripas. Él aumentó el ritmo y la fuerza de sus estocadas, se había transformado en el animal cogedor que yo había visto empalar sin piedad a Rodrigo, mientras que sus huevos castigaban por fueras a mis nalgas, pues se escuchaba como que ellos estaban dando de palmadas a las mismas.
Rodrigo, con su verguita erecta, no se perdía detalle del espectáculo. Veía cómo el cuerpo musculoso de Mario me rodeaba totalmente, aferrándose a mi, como si fuese un león encargándose de su presa. La cueva estaba muy caldeada, por nuestro calor y la de la luz solar que llegaba hasta ella, haciendo que la ancha espalda de Mario esté brillante por su sudor, que se resbalaba en hilillos por el canal natural que sus músculos formaban a lo largo de su columna vertebral. Las gruesas gotas llegaban como arroyos a sus fornidas nalgas, las que se contraían y relajaban rítmicamente, dejándolas llegar a su ano, donde se acumulaban un momento, para luego deslizarse sobre sus bolas de macho, y caer al piso. Rodrigo no pudo evitar la tentación, y acercó su boca golosa de sexo a esas bolas chorreantes, y las comenzó la lamer, tomando cada gota de sudor, néctar de macho lleno de testosterona. El olor a macho fue irresistible para mi primo, y su lenguita comenzó a lamer el pequeño ano de Mario, quien desaceleró su penetración para darle el gusto a Rodrigo y a sí mismo.
Luego, Mario retiró de golpe su verga, exhibiendo mi culo tan dilatado, que Rodrigo pudo ver mis paredes rectales. Mario me puso de cuatro patas, abrió mis nalguitas, y enterró su lengua en mi culo, llegando mucho más profundo que antes. Colocándose detrás mío, no arrodillado, sino prácticamente al nivel de mis nalgas en cuclillas, dirigió su pingota hacia mi abierto ano, diciéndome:
Nelson, ahora te mostraré cómo un caballo se coge a una yegua…tú eres mi yeguita hoy- y me la ensartó de nuevo, hasta el fondo, de una sola vez.
Mario cogía mi culo, hacía sus círculos en él, y yo sentía que estaba a punto de estallar, gimiendo más y más. Por momentos, me la metía toda y se detenía un rato. Entonces Rodrigo admiraba el contraste entre el físico de Mario, musculoso, fibroso, y en partes velludo, con el mío, mucho más menudito, lampiño y de líneas estiradas. El par de enormes huevos de Mario lucían aun más grandes al presionar mi ano, hinchados, y parecían burlarse de los míos, incipientes bolitas, con el apéndice durito que constituía mi pene en aquel entonces.
Entonces, Mario comenzó sus fuertes embistes de nuevo, más afuera, más adentro, más y más adentro, – Esto querías desde hace rato, ¿no?, cuando te fijaste en la tranca de Trueno, pues ahora lo tienes, ¿qué se siente ser mi yeguita?- me dijo Mario, con otras obscenidades que no logré entender. Luego de unos pocos minutos, Mario paró totalmente dentro mío y descargó en mi recto su segunda largada del día, al tiempo que gemía un ¡uhh uhh uhh! con su voz grave. Pude sentir su leche caliente acariciar mi próstata, y en ese momento yo también llegué al orgasmo, sin siquiera tocarme, al tiempo que gritaba un ¡Ahhh! que de no haber sido por la cueva, se hubiese escuchado por varios metros.
Mi culo estaba más abierto que el Arco de Triunfo, estaba roto, estirado, vencido. Tal vez alguien piense que no vale la pena pasar por una experiencia así, pero, ¿se puede preparar un delicioso omelet sin tener que romper un huevo?, ¿puede uno iniciarse en los deliciosos placeres anales, sin sentir algo de dolor?
Mario permanceció dentro mío hasta que sus espamos eyaculatorios terminaron, y luego, sin retirar su verga de mi recién inaugurado culo, colapsó sobre mi, abrazándome y besándome la espalda. Rodrigo también había eyaculado por segunda vez, y sosteniendo su verguita babeante, se acercó a nosotros, y acostándose al lado nuestro, nos abrazó. Mario sintió su presencia, extendió su fuerte brazo, y lo estiró hacia nosotros. Allí estábamos, los dos primos y su amante, el joven semental que nos había iniciado a ambos en los placeres amatorios entre hombres.
Nos quedamos así por un buen momento, dormitamos unos minutos, confundidos en nuestro abrazo. Luego, Mario se incorporó, retirando su pija ya fláccida (pero igualmente grande) de mi culo, el cual babeaba, chorreada, y escupía su semen.
Luego salimos de nuestro escondite, el día estaba espléndido. Nos dimos un refrescante baño en Arroyo Escondido, comimos bocadillos, nos contamos chistes, jugamos a quién lanzaba piedras más lejos, luego reímos, y perseguimos animalillos. En fin, fuimos felices. Muy felices.
Al atardecer, retornamos a la granja Don Ricardo, del papá de Rodrigo. Mis padres aun charlaban con mis tíos, quienes al percatarse de nuestro regreso, nos saludaron, y preguntaron “qué tal había estado la excursión”, a lo que nuestras sonrisas sólo les confirmaba nuestra plena satisfacción.
-Pues ya sabemos como se divertirán el resto de la semana entonces, jaja- agregó alegremente tío Ricardo.
Y tuvo mucha razón.
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