Camino compartido 1
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por juanitocaminador.
Alejandro tenía 14.
José también.
A Ale nunca le habían interesado las chicas, a José tampoco.
Algún amigo muy muy íntimo sabía que Ale "se dejaba".
Algún amigo muy muy íntimo sabía que José "se dejaba".
Pero Ale no se dejaba coger por cualquiera, se dejaba por José.
Y José no se dejaba coger por cualquiera, se dejaba por Ale.
Los dos tenían bien claro que lo que hacían era de "putos", pero, qué podían hacerle?, les gustaba!
Visto a la distancia, la verdad es que los dos estaban muy bien.
José era delgado, de poco menos de 1,70, rubio y de ojos claros, piel muy blanca y cabellos ensortijados, bien formado, con un culito lampiño de nalgas perfectas.
Ale era un poco más alto, de aspecto más latino por el color de su piel y sus espaldas anchas.
No era flaco, tampoco gordo, era, si se quiere, un "gordito puto", con una tetitas incipientes que eran el punto de anclaje de la manos de José cuando se lo cogía de parado, y un culito de nalgas bien paraditas, bien duras, más grandes que las de José pero también bellísimas.
Fue una tarde calurosa de verano, los dos andaban por los 11, cuando se alinearon los planetas.
Habían ido a bañarse al arroyo y ya frescos descansaban apoyados sobre el tronco de un gran eucalipto.
Charlando de una cosa o de otra de a poco fueron derivando al sexo, los dos afirmando como expertos esas cosas que habían escuchado por ahí, que la concha de las minas eran así y asá, que con las putas había que usar forro porque sinó te contagiaban enfermedades, que los putos te pagaban para que te los cogieras y todos los demás lugares comunes que la imaginación y la información de boca en boca hacían circular entre los pibes, y que con pocas variantes repetían todos y volvían en cada charla como sabiduría sexual del disertante.
Las manos de ambos se metieron debajo de su shorts y cada uno comenzó a juguetear con su pijita, sin dejar de conversar.
En un instante se produjo un largo silencio y a boca de jarro apareció la pregunta de José:
-Ale, te dejás?, si vos te dejás, yo me dejo.
Ale se quedó en silencio, con la cabeza gacha siguió acariciando su pija debajo del short, que ya estaba bien parada.
-Dale Ale, yo me dejo coger si vos te dejás primero.
Ale dudaba, tenía unas ganas de coger tremendas pero, eso de dejarse.
, era de putos y él no era puto.
Claro, el premio sería debutar en el sexo cogiéndose a José, y eso de ponerla y saber qué se siente cogiendo lo tentaban en extremo.
-Bueno, pero si vos después no te dejás te cago a palo!
-Ale, yo me dejo, quedate tranquilo.
-Bueno vamos.
Se metieron entre los matorrales, cuando encontraron un lugarcito que les pareció seguro aplastaron a pisotones el pasto y lo cubrieron con las remeras y los shorts.
Quedaron los dos frente a frente desnudos, no era la primera vez que Ale veía desnudo a su amigo, pero ahora era muy diferente, prestaba por primera vez atención a la pija de José, que él no dejaba de pajear despacito, a su pubis angelical, aún casi desprovisto de pendejos, a su culito apretado y blanco, con ese pequeño lunar en la nalga derecha.
José tenía los ojos clavados en la pija de Ale, pero se notaba que más que contemplar quería pasar a la acción.
Sólo entrecruzaron miradas para entenderse.
Ale se acostó boca abajo sobre la ropa, acomodando la pija que ya con el miedo al dolor de la penetración y el desvirgue se iba durmiendo.
José le separó las piernas y se arrodilló en el medio, le abrió las nalgas y le escupió todo lo que pudo la entrada al ojetito.
Fue bajando, se la apoyó y se la clavó.
Por suerte no había nadie cerca, porque el grito de Ale se hizo oír.
No fue fácil para ninguno de los dos, el culo virgen de Ale se resistía y la pija de José no se deslizaba, pero la decisión estaba tomada y ninguno de los dos aflojó.
José se la sacó para ensalivarlo más y, cuando le volvió a abrir las nalgas vio con asombro que lo que antes era un asterisco completamente cerrado ahora presentaba en el medio un agujerito rosado de considerable tamaño, que con buena puntería pudo convertir en un laguito de saliva.
La segunda clavada mandó la saliva hacia adentro y esta vez con menos esfuerzo pudo enterrar toda su pija en Alejandro.
Sentía el pecho lleno de orgullo por lo que había visto: le había roto el culo a Ale! El pobre Ale, abajo, sentía como si le hubieran puesto una brasa ardiente dentro, pero no decía nada, apenas se quejaba.
De a poco el dolor fue cediendo y pudo sentir el mete y saca de José sin sufrir.
Qué sentía?, en realidad nada, la pija caliente de José que entraba y salía de adentro de él no le provocaba ninguna sensación placentera.
Pero sentir el calor de su amigo sobre su espalda era lindo, la presión sobre sus nalgas, su respirar agitado junto a su cara, era agradable, no gozaba como dicen que gozan los putos, pero no era feo sentir la pija dentro y a José sobre su espalda.
-Te gusta Ale?
-No se.
-,fue la respuesta sincera de Alejandro.
José fue acelerando el ritmo y comenzó a gemir.
Ale pudo sentir cómo la pija engordaba dentro de su ortito y cómo las manos de su amigo cada vez lo apretaban con más fuerza, hasta que José se apretó contra su culo todo lo que pudo y se quedó quieto y en silencio.
Ale inclinó la cabeza hacia atrás y pudo ver a José con los ojos cerrados y una bella expresión de felicidad en su carita de nene.
Poco después Ale sintió una rara tibieza dentro de su panza, su primer semen, la primer leche de José estaba anidando dentro de él.
José se desplomó agitado sobre su espalda y se quedaron los dos en silencio.
No pasó mucho para que Alejandro reclamara su parte.
José cumplió su palabra, la había pasado tan bien en ese el primer polvo de su vida que entregar su culito a cambio era un precio que estaba feliz de pagar.
En instantes cambiaron posición.
Ale la tenía completamente dormida, pero la vista del culito de José, de esos dos huequitos que se le formaban justo arriba de la cintura y de su cara feliz que casi lo invitaba a penetrarlo, se la hicieron parar en segundos.
Su verga estaba más desarrollada que la de José, con un glande grueso y oscuro.
Imitó el procedimiento de su amigo, ensalivó todo lo que pudo y trató de clavarle la punta en el cerrado agujerito.
No entraba, pero cada empujón le arrancaba un grito a José.
Al tercer intento se incorporó.
-No te entra José, que hacemos?
-Es que la tenés muy gruesa, me vas a reventar.
Qué podemos hacer? Y si primero me metés el dedo?
Ale se chupó el dedo bastante y se lo mandó a guardar.
Pucha que apretaba el culito de José, pero el dedo entró a fondo.
Cogerlo con el dedo excitó aún más a Ale.
Después de un ratito de dedazos, se puso de nuevo en posición y se la clavó.
Con lo caliente que estaba no tuvo miramientos y con la primera pujada le enterró media pija.
José sollozaba de dolor, moqueaba y las lágrimas rodaban por sus dulces mejillas, pero no le pidió a Ale que parara, se la tenía que bancar bien macho.
La segunda pujada llevó la pija hasta el fondo.
El ardor en el culito de José era intenso, le pidió que no empezara aún el mete y saca.
Ale se recostó sobre él.
Si él sentía rico el peso de José cuando estaba abajo, a José le iba a pasar lo mismo.
Así fue, la tibieza en su espalda, los brazos de Ale sobre su costado de a poco fueron haciendo que José se relajara, que los nervios se fueran y que su esfinter se fuera dilatando, hasta dejar de sentir la carne de Ale como un puñal clavado en su culo sino como un amigo querido que lo visitaba.
Antes que Ale se moviera, él mismo comenzó a menear las nalgas y Ale, ni corto ni perezoso, empezó a meter y sacar.
El ritmo fue subiendo hasta hacerse intenso, duro.
Ale se sentía en lo gloria, cada vez que su pija entraba en el culito de su amigo se inundaba de placer y como las nalguitas de José eran delgadas, la penetración era bien profunda.
Ale estaba loco, tomó a José de la cadera y empezó a cogerlo con violencia, las nalgas y el pubis se golpeaban con fuerza y José comenzó a gemir de placer y a pedir más.
Su desvirgue estaba siendo fenomenal y si romperle el culo a Ale lo había hecho sentir el gran macho, darse cuenta que Ale lo estaba partiendo al medio, fue metiendo en su cabeza una palabra que se repetía en su mente una y otra vez: puto, puto, puto!, pero después se dijo: y qué me importa? No faltó mucho para que Ale acabara dentro de él y se desplomara exhausto sobre su espalda.
No hablaron mucho sobre lo que había pasado, no hacía falta.
Así en bolas como estaban, miraron con cuidado si seguían solos y se metieron en el arroyo.
Salieron refrescados y comenzaron a vestirse, frente a frente.
Ya los dos se habían puesto el short y las zapatillas y de pronto José, mirando a Ale a los ojos, sonriendo le dijo: puto! Ale recibió el halago y sonriendo también le contestó: puto! Sí, lo eran, o en realidad acababan de descubrirlo, y no les importaba.
Los dos se había comido la pija y los dos la habían puesto.
A pesar de lo que se decía por ahí, a ninguno de los dos le había sangrado ni le había quedado dolorido después de la garchada, los ortitos estaban como si nada, las pijas un poco doloridas por el frenillo demasiado duro aún pero el bienestar que sentían debajo del ombligo era delicioso.
Esa fue la primera vez, pero la cercanía que tenían dio pie para muchas otras.
Y harta cercanía tenían: Ale y José eran primos, la tía y la mamá eran muy unidas, la familia era muy unida.
La tía de Ale era la hermana mayor y vivía con el abuelo en la casa de adelante, y Ale vivía con sus padres en la casa del fondo del gigantesco terreno de los abuelos, en el medio la quinta y los frutales.
Para colmo iban y volvía juntos a la escuela y hasta compartían el grado.
Lo difícil no era encontrarse sino separarse.
Y así vino la segunda y la tercera y la cuarta y "dejarse" por el primo se hizo hábito.
Alguno de los dos, en cualquier momento de soledad, miraba al otro a los ojos y le decía "vamos?", el otro sonreía y respondía "vamos!" Y lugares siempre había: en el cuarto de trastes de la casa de Ale, en el desván de la casa de José, en los cañaverales de las vías, en los pastizales del arroyo.
, pero lo que mas gozaban eran cuando madre y tía salían juntas y podían coger en las camas de sus padres, la desnudez de sus cuerpos sobre las sábanas blancas, la excitación de hacerlo justo ahí y el riesgo de que alguien entrara conformaban un cóctel explosivo.
Como esa vez que José quedó tan dilatado que se le escurrió leche del culito y mancharon las sábanas justo del lado de la madre, o esa otra que hurgando en la mesita de luz del viejo descubrieron las cajas de forros y se culearon con forro para saber qué se sentía, esperando que el padre no se diera cuenta que le faltaban un par de condones.
O esa en que las madres regresaron antes y de pedo no encontraron a Ale arrodillado en el piso chupándosela a José.
Ni una vez se habían negado al "vamos".
Ni siquiera esa vez que Ale estaba en cama con una gripe tremenda.
José, después de cenar fue a hacerle compañía y después que los tíos se fueron a dormir, se lo dijo.
Ale quería decir que si, como siempre, pero estaba hecho mierda, lo miró a los ojos a José y le dijo, perdoname Jo, hoy no puedo cogerte, ni se me va a parar, pero la leche te la saco.
Sacó su mano de debajo de la frazada, le bajó el cierre y le sacó la pija por la bragueta.
-Arrimate!.
Se incorporó y comenzó a chupársela.
A veces tenía que parar para sonarse la nariz, pero después seguía.
Y de a poco lo fue consiguiendo.
Al rato José estaba como loco cogiéndose por la boca a Ale que, a pesar de la gripe, gozaba como loco del sabor y la tibieza de la pija de su primo.
La acabada fue en silencio para no despertar a los padres, y Ale se bebió el semen de José con el placer de siempre.
O esas dos semanas que pasaron desde la operación del frenillo de José.
Su pija no se podía usar, pero su culo se la comió todos los días.
Asi llegaron a los 14, disfrutándose uno al otro, aprendiendo el sexo juntos y desarrollando sus zonas erógenas.
Ale había desarrollado sensaciones en su esfínter que eran tan intensas como las que sentía en su pija.
A José le había gustado desde la primera vez que Ale se lo cogió, pero con el desarrollo se había convertido en una fábrica de leche: a veces a un polvo de Ale, respondía con 3 ó 4, podía estar una hora rompiéndole el culo a Ale, que quedaba de cama, con las piernas flojas y chorreando leche por el agujero abierto como lata de durazno.
Entonces José lo correspondía con unos suaves masajes en la espalda y los muslos y finalizaba con una mamada para sacarle un segundo polvo con la boca.
Pero con los 14 llegó la conciencia, el darse cuenta que sus amigos iban pensando en noviecitas y ellos no, que a veces debían controlarse en las duchas del club porque si José estaba duchándose cerca, a Ale, calentón como era, se le paraba, y una pija dura en una ducha con media docena de machos es signo unívoco de homosexualidad.
Se dieron cuenta que los únicos en el club que se miraban el culito y quebraban la cadera para ponerlo en pompis frente al espejo eran ellos y que tarde o temprano sus amigos, o peor aún su familia se darían cuenta que eran putos.
Hablaron mucho, decidieron varias veces dejar de cogerse, y luego de cada decisión hacían la "despedida" y se cogían furiosamente por última vez, pero no duraban, y a los 15 días, alguno de los dos decía "che, no aguanto, vamos?".
Que hacer entonces? seguir siendo putos o cortarla y tratar de ser "normales, como los demás"? La respuesta llegó una noche.
Un 9 de diciembre.
La familia entera se había ido a una fiesta de casamiento.
Ellos, adolescentes, para quedarse solos en la casa, convencieron a los padres que se iban a aburrir en esa fiesta de viejos.
Y se fueron a la cama, como no podía ser de otra manera.
La noche estaba fresca y las sábanas los recibieron frías.
Esa tarde habían decidido dejarse de joder y cortarla definitivamente, así que la cama de los padres de Ale debía ser el marco de la despedida definitiva.
Los dos estaban tristes, porque sentía que esta vez, de verdad iba en serio, pero el rito debía consumarse.
Ale hizo algo nuevo, quería estar tan cerca del culito de José como pudiera, de ese culito que ya nunca más sería suyo.
Lo hizo poner boca abajo, le besó cada centímetro de las nalguitas blancas, y le dio media docena de besitos al lunarcito de la nalga derecha, pero luego abrió sus nalgas y por primera vez su lengua fue al esfinter de su amigo, lo lamió, lo besó, introdujo la punta de su lengua en ese agujerito dilatado por esos 4 años de maravilloso sexo, hasta que escuchó el susurro de José que le pedía: Ale, por favor cogeme! Se la puso despacito, suavemente, hasta sentir el calor de las nalgas de José en su vientre y así despacito le dio un mete saca sentido.
José lloraba en silencio.
A él le costaba no hacerlo, pero no podía seguir simplemente cogiéndolo.
Se la sacó y lo dio vuelta, por primera vez en su vida sus labios buscaron los labios de José y comenzó a besarlo.
José lo abrazó, sus lenguas se cruzaron y se buscaron, sus bocas fueron una sola, el abrazo fue fuerte, como para fundir los cuerpos.
Ale tomó la carita mojada de Jo entre sus manos y mirándolo con dulzura, por primera vez en su vida, le dijo "te amo".
La sonrisa de José fue un arco iris que borró la lluvia, "yo también te amo, Ale".
El tiempo había pasado.
Y ahí estaba Ale, con sus 50 y pico largos acodado en la ventana de su antiguo departamento de Barracas.
Se conservaba bastante bien, y cuando quebraba la cadera frente al espejo, veía su culito aún bien deseable.
Y ni hablar de su pija que ahora medía casi 20.
Se había casado, tenía un hijo, pero la cosa no funcionó, y luego de 10 años se había separado.
Recordaba esa noche de hacía tanto tiempo y su mente podía aún recuperar la imagen de ese bello culito de 14 años con el lunarcito en la nalga derecha y la de la carita mojada de su primo.
Sonó el timbre.
Fue a abrir, un hombre algo calvo de cabello claro ensortijado, con algo de pancita y una sonrisa franca se recortó en el marco de la puerta, entró tranquilamente.
-Ya dejaste a tu nieta en casa de tu hija?
-Si, me volvió loco este fin de semana la mocosa!
Cerraron la puerta.
El recién llegado lo tomó de la cintura y lo besó en la boca.
-Feliz aniversario Ale, te amo!
-Feliz aniversario José!
Era 9 de diciembre y dos tipos entrados en años, tomados de la cintura y tocándose las nalgas de unos culitos muy bien conservados, se iban a la cama a hacerse otra vez el amor.
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