DOMINADO EN PERÚ
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Magnus009.
Hola a todos, soy un empresario español de 61 años. Mido 1,85, peso 82 kg y dicen que todavía tengo muy buen ver.
El año pasado mi esposa y yo decidimos pasar una segunda luna de miel en Perú. La verdad es que era un viaje que le debía a ella porque dirigir una empresa con más de 400 empleados ocupa más tiempo del que se puede imaginar. Todo fue perfecto, visitamos Lima, y después Cuzco, Machu Picchu, el lago Titicaca y Arequipa. En la última fase del viaje llegamos a Nazca para visitar las famosas líneas, pero en el último momento mi mujer no se atrevió a subir a la pequeña avioneta que sobrevolaba las líneas. Prefirió quedarse en el hotel y yo bajé a la calle en busca de un taxi que me llevara al aeródromo. Paré el primer taxi que vi, un pequeño y destartalado vehículo. El conductor era un hombre de unos 40 años, y aunque no estaba gordo, tenía una enorme barriga. Vestía pantalón corto dejando al aire unas piernas peludas. Al ir solo, me senté a su lado y le pedí que me llevara al aeropuerto.
Durante todo el camino no pude dejar de mirarle de reojo la barriga y las piernas y no se por qué, me excité mucho. Tengo que reconocer que a los 20 años, cuando estaba en la universidad, me había follado a un compañero, pero fue solo una vez y ya nunca había vuelto a tener experiencias de ningún tipo con hombres. Me casé felizmente, tuve hijos y nietos, sin acordarme de aquella historia de juventud. Y ahora, de pronto, me sentía enormemente atraído por un hombre mayor, muy moreno, sucio, y con una gran barriga. Me puse muy nervioso. Al llegar al aeródromo le pedí que esperara hasta que yo concertara el vuelo, y me citaron para cuatro horas más tarde. Salí y le dije al taxista que tenía cuatro horas para ver algo interesante por la zona.
—¿Quiere que le lleve a un lugar tranquilo? —preguntó mirándome directamente a los ojos de una forma que me puso todavía más nervioso.
—Sí —respondí.
Él sonrió y nos pusimos en marcha. Durante media hora condujo a través del desierto, hasta llegar a una especie de cabaña hecha de adobe. Dentro de la cabaña había un catre sucio que olía a sudor y a semen. Él se empezó a desnudar y me dijo que hiciera lo mismo. No era muy alto, yo le sacaba toda la cabeza, era bastante feo, y olía a sudor rancio. Solo hizo un comentario cuando yo estuve completamente desnudo:
—Pareces un burro —dijo mirando mi verga, que era el doble de grande que la suya.
Después se sentó en el catre, y dijo:
—Mama.
Yo, un hombre acostumbrado a mandar, que dirigía con mano de hierro a mas de 400 hombres, había perdido por completo la voluntad ante aquel hombre barrigón y maloliente. Me arrodillé ante él y empecé a mamarle la verga que rápidamente se puso dura en mi boca. La verga le olía a una mezcla de orines y queso rancio, y lamí con fruición el requesón que llenaban los pliegues de su verga. Yo empecé a pajearme mientras chupaba y él metió la mano entre mis piernas tanteando el tamaño de mi polla.
Después tomó mi cabeza con las dos manos y me dijo:
—Abre la boca.
Lo hice, y él escupió dentro de mi boca y a continuación empezó a besarme con pasión. En otras circunstancias no hubiera soportado su aliento, pero ahora me ponía más y más caliente. Yo seguía pajeándome con una mano mientras con la otra acariciaba su verga y su barriga. Estaba a punto de correrme, pero me contuve porque quería más de aquel macho. Volvió a ponerme a mamar, y cuando la tuvo bien dura me puso a cuatro patas.
—Ten cuidado que es la primera vez —dije bastante asustado a pesar de que su verga no era tan grande como la mía.
Me dio un fuerte cachetazo en el culo y me dijo:
—Cállate, puta, y haz todo lo que yo te mande.
El tono autoritario que utilizó hizo que empinara el culo para ofrecérselo, y lo abrí con mi mano para facilitarle la entrada. Me ensartó de un golpe, y aunque me hizo un daño atroz, éste solo duró unos minutos. Enseguida sentí un placer como nunca había sentido. Supe entonces que no hay nada mejor que ser follado salvajemente por un macho. Empezó un mete saca y en pocos minutos, casi sin tocarme, me corrí. Él lo hizo poco después, y nos quedamos abrazados en el catre durante casi una hora. Después me devolvió al aeródromo, y ya no pude volver a verle, porque esa misma tarde partimos para Lima.
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