El chico de la franela blanca
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por VaronSilente.
Cuando tenía 17, conocí a una chama con la que tuve un rápido y encendido feeling. A la semana de habernos conocido ya andábamos besándonos y teniendo encuentros subidos de tono en mi habitación. Entre esos día, un viernes, ella me invita a un bar. Yo, en mi más absoluta inocencia, pensé que se trataría de algo regular, con música, gente tipo tranquilo; lo primero que pensé fue en la azotea del Metrópolis. Llega la noche, nos acariciamos para pasar el rato, y salimos en taxi. Veo, en la ruta, que pasamos de largo el centro comercial y enfilamos a la Av. Bolívar. Terminamos en un local con poca gente esperando a la puerta, a que abrieran a medianoche. Todos eran hombres, y eso me pareció curioso.
Ella solo sonreía pícaramente, y me daba instrucciones para poder pasar sin problemas, dado que era menor de edad. Todo normal, con los nervios del momento, pasamos. Ya adentro veo que de verdad solo había hombres. Mi chica era una de las pocas que andaba por allí. Para mí fue una revelación que hizo saltar mi corazón contra el pecho: estábamos en un bar de ambiente.
Dentro de mí se suscitó un enorme conflicto reflejado en el sudor de mi frente y un palpitar en mi entrepierna. Mi acompañante no lo sabía, pero yo tenía ya conocido un deseo ambivalente para hombres y mujeres. Verme allí era como un sueño; el problema es que ya tenía compañía.
Nos fuimos a la barra y empezamos a tomar. Decidí no pensar mucho esa noche y dejar que el alcohol guiara mis pasos. Con mucho disimulo, miraba a todas direcciones, buceándome a los chamos que rondaban la zona. Había uno alto, delgado, de piel clara, con una franela blanca bien ceñida y un sombrero negro. Hablaba medio aburrido con otros dos que casi no miré. El chamo me tenía extasiado, pues tenía lo que a mí, hasta el momento, más me encantaba en un hombre. Su musculatura, trabajada sin exceso, se marcaba línea por línea a través su franela de cuello “v”, dejando solo lo necesario a mi imaginación ya medio alcoholizada. Sus brazos estaban bellamente torneados, acabados en manos varoniles que sostenían un vaso verdiazul. Sus piernas también me tenían loco, esbeltas pero fuertes, con una entrepierna de buen tamaño. En pocas palabras, ganas no me faltaban de arrancarle la ropa allí mismo.
Cabe destacar que no andábamos solos. Mi chica se había llevado una amiga, con la que conversaba animadamente. Aun no comenzaba el asunto de la noche. Solo música a bajo volumen y conversaciones allá y acá. Ella hablando con su amiga y yo devorando en mi mente el cuerpo de ese hombre.
Cuando comenzó a sonar la música alta, ella me besó y me pidió que bailáramos. Yo acepté, sin pensar mucho. Nos acercamos a la pista de baile y nos movimos al ritmo de la música. Yo la sujetaba con fuerza de la cintura, acercando bastante mi cadera a la suya. Ella sentía mi palpitante erección y gozaba pensando que ella era su autora. Desde allí, podía ver más de cerca a mi objetivo. Yo no dejaba de mirarlo, como llamándolo con los ojos. Él se puso a bailar con uno de sus acompañantes, cerca de nosotros. En un momento dado, nuestras miradas chocaron entre la canción y la tensión. Yo lo veía y bailaba sensual contra ella, pero arrojando mi deseo sobre él.
Él sonrió brevemente, dio una vuelta, y dejó a su pareja, un chamo moreno, de espaldas a nosotros, con lo que su mirada y la mía se entrelazaron en un baile ajeno. Allí ambos sabíamos a qué jugábamos. Fue como una competencia silenciosa por ver quien encendía más al otro. Mi chica estaba casi al punto del gemido con mis movimientos atrevidos. Recorría con mis manos toda su espalda, casi tocando su trasero, hundía mi cara en su cuello, le recostaba mi erección sin ningún pudor, sentía su sudor, todo eso sin dejar de verlo a él, imaginando que bailaba con él. El chamo tenía a su pareja de baile muy caliente de tanto contoneo. Era demasiado sensual, sin verse afeminado o medio loca. Era un hombre completo sintiendo el cuerpo de otro hombre. Luego de mucho rato, ya ambos medio jadeantes del cansancio y cubiertos de un sutil sudor, nos hicimos una seña discreta que ambos entendimos en dos sílabas: baño.
Dejé a mi chica en la barra, donde rápidamente se puso a hablar con su amiga, apurando el trago. Yo me fui entre la gente, persiguiendo al otro con la mirada. Cuando lo vi, esperando a la puerta del sanitario, pasé mi mano por mi miembro y entré sin dejar de mirarlo directamente a los ojos.
Era evidente que no éramos los únicos cachondos del lugar. Ya varias parejas se besaban y tocaban sin ningún tipo de vergüenza. Yo me fui hasta el último cubículo del lugar –milagrosamente vacío-, entré y me giré.
Allí estaba él. Sus ojos parecían tener una llama azul vibrante. Su boca, ligeramente abierta, dejando salir la respiración acompasada que hacía subir y bajar su sólido pecho sudado, pedía a gritos descarnados que apagaran su sed de sexo. Se sujetó de las paredes del cubículo, comiéndome con la mirada como su presa, y me lancé sobre él. Nos besamos allí, de pie, tocando todo lo que teníamos al alcance de la mano. Su pecho y su abdomen eran tan duros como lo había imaginado. Sus brazos me agarraban fuerte, y yo correspondía pegando mi cuerpo al suyo. El alcohol, que tanto había hecho que la cabeza me diera vueltas, ahora despejaba mis sentidos, tirando pudor y vergüenza a un lado, multiplicando ahora el placer que sentía. Allí solo estaba yo, metiéndole mano a un desconocido que me tenía a mil por hora. Palpé todo su torso, metiendo la mano bajo su franela húmeda y muriendo de placer ante cada latido de su pecho. Sus manos fueron prestas ante el cierre de mi pantalón y liberaron en un solo movimiento mi pene ansioso. Salió despedido como una planta que crece, cabeceando como lo hace una verga cuando no aguanta ya tanta presión. Con sus manos acarició mi piel erizada brevemente, antes de metérselo entero en la boca. Mi pene medía unos buenos 17 centímetros, así que me sorprendió ver que todo desaparecía entre sus labios rosados. Mi gemido fue ahogado, pero largo. Veía como sus mejillas su hundían por la succión; sentía su lengua retorciéndose con un gusto enorme; ardía ante la presión que no cedía entre sus labios y sus dientes.
Lo soltó, lo miró sonriendo, y luego siguió, ahora más frenéticamente, sintiendo toda la longitud de esa verga deseada en su boca, ahogándose hasta la garganta. Todo esto lo hacía agachado, mientras yo de pie me sostenía para no caer, de las paredes del cubículo. Vi que se levantaba y me masturbaba con ganas. El hombre no era un santo; sabía perfectamente lo que hacía. Se subió la franela y se desabotonó el pantalón con una mano mientras seguía dándole a mi pene con la otra. Me mostró su enorme bulto y a continuación su bellísimo miembro de proporciones extraordinarias, todo rodeado de un suave vello medio castaño.
Su cabeza, henchida y roja, parecía estar punto de explotar. Quise tomársela y embriagarme con esa verga épica, pero me detuvo. Me masturbó más rápido y comencé a sentir el orgasmo desde la punta de los dedos de mis pies. Cada músculo, cada trozo de piel, se estremecía más y más. No vi nada, mis ojos se pusieron en blanco. El orgasmo me perforó como una lanza y mi cuerpo sintió todo hasta la fatiga. Orgasmo y eyaculación no fueron simultáneos esta vez. Desde hacía rato que mi pene le lanzaba olas de semen sobre el suyo y su ombligo de dios griego. Remitiendo el orgasmo fue que comencé a sentir el semen bañando su mano, cubriendo todo mi pene. Él me dedicó una mirada de complicidad, y me dijo, mientras me ayudaba a poner todo en su sitio.
-Continuamos en mi apartamento, ¿sí? Yo todavía quiero que me pruebes.
Se abotonó el pantalón, bajó la franela y salimos a arreglar todo para no delatarnos. Desde el espejo del baño veíamos fragmentos de momentos similares al nuestro. Salimos del baño sin ningún temor. Entonces vi a mi acompañante original sumergida entre los brazos de su amiga, en un encuentro en el que solo sobraba la ropa. Nos miramos fugazmente, ella besando a su compañera, yo dándole un beso al mío. Apenas un movimiento de manos concluyó todo lo nuestro y partí de la mano del chico de la franela blanca.
La noche era joven, y yo aún tenía muchas cosas que aprender con él.
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