El pequeño Simón
Simón aprende de su tío que siempre debe obedecer a los adultos.
Mi infancia fue bastante feliz. Hijo de padre inexistente y madre bastante ausente, me crie con mi abuela y mi tío materno.
Mi abuela me mimaba y mi tío… mi tío se dedicó más a mi adiestramiento. ¿Qué puedo recordar de mi tío? Mi tío era un hombre trabajador, delgado, fuerte y de pocas palabras. Nuestras conversaciones se limitaban a sus órdenes y alguna petición de permiso para salir a jugar.
No sabría decir cómo o cuándo empezó nuestra relación más íntima. Por mucho que lo intento no logro regresar a aquellas primeras veces. Siempre vienen a mí las mismas escenas que se repitieron durante años.
Mi tío nada más acostarse empujaba mi cabeza con su áspera mano hacia abajo. Yo palpaba hasta encontrar su dura polla para llevarla a mi boca. Entonces me deleitaba chupando, lamiendo y engullendo su hombría. Recuerdo que me encantaba chuparle la pija, ¿quén sabe por què?- Supongo que me exitaba, pero recuerdo más la sensación de satisfacción al creer que estaba haciendo algo bién, de ser yo algo así como imprescindible. Me sentía genial cuando me decía que era un buen niño. Chupaba su polla con ganas y de vez en cuando su mano en mi cabeza marcaba el ritmo adecuado. Su mano también se encargaba de impedir el moviento ascendente cuando intentaba que se metiera un poco más. Mi garganta se adaptó a él y permitió que su polla experimentara un nuevo placer cuando a duras penas se abria paso por ella. Tontamente, tanbién me sentía satisfecho cuando decía que podía aguantar un poco más. Y yo abría más mi garganta para intentar respirar aunque solo conseguía que su polla entrara más. Cuando sentía arcadas, él aprovechaba para meter más persiguiendo su afán.
Otras veces cuando mi tí se acostaba yo ya estaba dormido y me daba cuenta de su presencia cuando un dolor punzante en el ano me despertaba. No se describir ese dolor agudo que me agarrotaba y me inmovilizaba a la vez. Sabía por experiencia que llegaba a pasar pero, creanme, son momentos que duran una eternidad.
Llegados a este punto debo ser sincero y decir que cuando me adaptaba a su miembro me invadían un cúmulo de sensaciones. Mi culo enloquecía con el roce de su polla presionando el anillo de mi ano y con el dolor placentero cuando con el glande golpeaba… ¿mi próstata?. Me calentaba su aroma de coñac cuando susurraba, sé bueno. Me enloquecía las pocas veces que me besaba.
El muy cabrito debía notarlo porque cuando me follaba por delante con mis piernas bien abiertas se acercaba a mi boca. Dejaba que me calentara con su calido aliento a poca distancia de mi boca. Cuando se decidía a besarme yo ya estaba tan deseoso que aguantaba el dolor casi electrico cuando su polla topaba con mi interior. El problema venía cuando ese dolor se hacía insoportable y de nada servía que yo pidiera que parara. No paraba, que hijo de puta. El muy cabrón hacía oídos sordos y cuando se cansaba de taparme la boca con su mano, me amordazaba.
De todo se aprender. Yo aprendí que era mejor esmerarme con las mamadas hasta el punto de derramarse en mi esófago. Aprendí a tragar su chota y su leche hasta casi ahogarme. Aprendí que si no conseguía deslecharlo con la boca, daba igual, ya que no me dolía lo mismo cuando me la clavaba y que su follada duraba menos. En fin, aprendí a obedecer, aprendí a sobrevivir ya que sólo podía adaptarme a mi realidad.
Mi tío era uno de esos hombres que necesitan correrse a menudo. Claro, él tenia 33 años y las oportunidades en aquel pueblo y en aquella época eran escasas. Pocas mujeres se aventuraban a perder la virginidad antes del matrimonio. Quizá por estos motivos se vio en la necesidad de amancebarme.
Nuestra relación se vió interrumpida, temporalmente, por mi madre. Se presentó de forma inesperada y nos encontró en plena acción. Afortunadamente para mí coincidió con una de esas ocasiones en que él se mostraba más rudo y hacía oídos sordos a mis súplicas. Recuerdo que yo estaba amordazado e intentaba zafarme porque no resistía más su dura polla y él me sujetaba los brazos mientras me penetraba. Mi tío estaba tan ensimismado que solo reaccionó cuando mi madre le empujó para liberarme.
De lo que ocurrió nunca hablamos. Mi madre me llevó consigo, poniendo tierra de por medio entre el violador y su inocente niño.
Mi vida cambió por completo. Empecé a ir al colegio y empecé a pasar mucho tiempo solo. Mi madre trabajaba en el servicio de una casa. Trabajaba de las 07:00 a las 20:00. Me llevaba tempranísimo a la escuela y me recogia por la tarde. Desde las 07:00 hasta que entraba al colegio y desde las 17:00 hasta que me recogía, pasaba el tiempo en un campito contigua a la escuela.
Finalizando el segundo curso de primaria llegaron unos hombres en un camión al campito y para mi sorpresa mi tío estaba entre ellos. Hablamos un poco y me llevó a la parte posterior del campito que estaba lleno de árboles y maleza. Sin más me dijo que teníamos que darnos prisa y se abrió la bragueta. Recuerdo que me quedé un poco embobado por la situación o porque era la primera vez que veia su polla a plena luz. Su mano en mi cabeza me recordó lo que debía hacer. Me incliné un poco, empecé a chupar y volví a sentirme útil, querido, importante. Al rato me apartó, me quitó parte de la ropa, me puso a cuatro patas sobre la hierba, se escupió en la mano, me embadurnó el culo, volvió a escupir para lubricar su polla y tras decirme que no hiciera ruido me la metió. Fue pausado, mi culo se abrió como antaño y empezó su mete saca algo acelerado. Puso su mano en mi boca y supe que significaba. Acelero sus movimientos ahogando mis quejas. Cuando terminó mi cara estaba cubierta de lágrimas, pero todo pasó cuando me dijo que me había echado de menos.
Que tonto fui al creer que me habia extrañado a mí y no a las facilidades que tenía con mi culo.
A los pocos días despejaron la zona y empezaron con la construcción de un edificio de dos plantas. Yo le esperaba en la parte trasera y él se escabullía y me follaba de forma rápida. Está claro que todo iba a cambiar. Un día después de follarme, vi como asentía con la cabeza a un compañero. Me quedé de piedra y avergonzado cuando vi que se alejaba y otro hombre se acercaba. Era Miguel, un compañero de su edad , más alto y delgado que mi tío. Se plantó enfrente de mí y se desabrochó el pantalón. Apareció su polla babeante y supe que tenía que satisfacerlo. Me gustó que fuera agradecido diciéndome lo bien que lo hacía, me gustó que me acariciara el pelo y que me penetrara con cierta delicadeza, me gustó que no fuera brusco y que se deslechara sin producirme dolor.
Mi rutina casi diaria consistía en deslecharlos antes de ir al colegio o por la tarde.
Cuando terminó la obra, mi tío pasaba a recogerme de vez en cuando al terminar su jornada.
como sigue