Memorias de mis primeras veces de zoo
Les cuento las tres veces que probé con un gato y dos perros, lo que yo considero que fueron mis inicios en la zoofilia..
Les pondré un poco en contexto, soy de Mérida, Yucatán pero acutalmente vivo en Guadalajara, Jalisco, tengo 31 años, soy algo godito, tez blanca, ojos verdes, barba, cabello ondulado y como buen meridano, soy bajito, mido 162 cm. Lo que les narraré a continuación son las tres veces que probé con animales. Le pondré subtitulares por si se te antoja leer alguno en específico o si te quieres echar varias masturbaciones, para que sepas en cual te quedaste.
La gata de mi hermana
La primera fue cuando yo tenía 11 años o tal vez 12, en ese entonces yo en la secundaria y ya había experimentado mamar y coger con hombres, digamos que me inicié muy pronto en los temas sexuales y experimentaba con mis vecinos. Esta experiencia fue con la gatita de una de mis hermanas. Cuando me quedaba solo, aprovechaba para ponerme cualquier tipo de crema comestible para que la gatita me lamiera la cabeza del pene, mis testículos o mi culito adolescente. Ya que eso lo había experimentado con mis vecinos y me gustaba mucho. Al principio la gatita era tímida y no se acercaba, luego sacaba la lengüita lentamente y la pasaba por mi pene, después comenzaba a lamer y yo me sentía en el cielo con esos lenguetazos entre mojado y que parecían lija. Me lastimaban un poco, pero supongo que eso hacía que se sintiera más rico. A veces, cuando a la gata le gustaba mucho el sabor de lo que me pusiera, me mordía el prepucio y me dolía, incluso en una que otra ocasión, me llegó a sacar algo de sangre. Pero yo lo seguía intentando, un día me ponía mermelada de fresa, otro día media crema, queso crema o crema de cacahuate. Noté que esta última era lo que más le gustaba y me mordía mucho más. A excepción de cuando me lo ponía en la entrada de mi anito, ahí yo lo sentía muy rico.
En una ocasión, yo me quedé solo durante muchas horas, comencé jugando con la gata y la cata de cremas pero no sé como llegué a pararla en dos patas y a acercar su hoyito diminuto a la cabeza de mi pene, se sentía rico y si lo frotaba, se sentía mejor. Entonces continué haciendo eso, me sentía muy excitado, la cabeza de mi pene estaba algo sensible por tantas lamidas de su lengua áspera y eso me hacía sentir todavía más. De pronto, como que algo subió desde mi estómago hasta mi pecho, me sentí estremeser y mi pene comenzó a palpitar y a sacar líquido, yo pensé que me estaba orinando pero al mismo tiempo sentía muy rico, se me iban los ojos hacia atrás y no podía dejar de tener contracciones en el abdomen. Cuando al fin dejé de contorcionarme por el placer, solté a la gata (que se fue a lamer el culito a una esquina de la sala de mi casa) y vi que mi pene tenía un líquido blanco, tras años de ver porno entendí que esa fue la primera vez que me vine.
Después mi hermana se mudo y mi abuela mandó a «tirar» a la gata en otra colonia porque ya estaba harta de que se roben su pollo crudo para la comida del día.
El perro schnauzer de mi prima
Como a mis 12-13 años, durante un viaje a la casa de una prima en Cancún, Quintana Roo, conocí al primer perrito que ya tenía con su nueva novia, era un schnauzer algo bajito y muy amigable conmigo. Cada vez que yo iba intentaba acariciarlo siempre, casi no jugaba con él porque nunca le seguía el paso, era muy enérgico y a veces me mordía la mano porque se emocionaba. Entre esos juegos yo notaba que de pronto el perro se emocionaba de más y comenzaba a sacar su pene; era entre morado, rosado y gris, con algunas venas, el punta en diagonal con un glande algo abierto que siempre tenía una gota de pre-semen.
Para este entonces yo ya sabía qué era la zoofilia después de haber tenido mi primera vez con la gatita de mi hermana y ya sabía que se podía hacer con perros. En una ocasión que mi prima fue a buscar a su novia al trabajo, yo ya sabía que se tardaban unos 30 min o un poco más si el tráfico «estaba feo», así que decidí intentar algo con el perro. Agarré una crema del refrigerador, me metí al baño con el perro y cerré la puerta. Me quité mi camiseta, mi short y mi truza, le tiré donde pudé y me hinqué. Después de abrir la tapa del bote de crema, agarré un poco con mi dedo y me lo puse en el glande, estaba algo fría y espesa, la esparcí por mi pene algo velludo y el schnauzer solito se me acercó para oler. Comenzó sacando su lengua y pasó una gran lamida que hizo que mi pene saltara y tirara un poco de la crema al piso, el perro lamió ese poco y luego regresó a mi pedazo de carne. Mientras más lamía sacaba un poco de baba y me lo mojaba más. Con él no tenía que poner una y otra vez los pocos de crema, si no que le gustaba el sabor de mi verga, que ya se erectaba como unos 16 cm. Mi siguiente movimiento fue ponerme un poco de crema en el culito y ponerme en cuatro, al inicio estaba con las rodillas muy altas para que el perro pudiera comerme el culito, pero al ver que su verga ya se estaba saliendo de la funda, comencé a bajar un poquito más para ver si se le antojaba abrirme el hoyo. Y así fue, por instinto subió sus dos patas delanteras a mi espalda y comenzó a moverse hacia delante y hacia atrás topando su verga con mis testículos. Comencé a bajar para que el perro llegara pero nunca le atinamos, flexionaba un poco las rodillas, subía y bajaba las piernas y nunca alcanzaba a meterlo, solo a picarme el ano con su puntita. Cada vez que hacía el va y ven de su pene contra mis nalgas, mis piernas o mi espalda, sacaba pequeños chorritos de líquido transparente. Así estuvimos como 10 min, pero de pronto sentí el olor que se estaba acumulando en el baño, vi su pene más grande y mojado y me asusté. El perro se sentó y se lo lamía frenéticamente, supuse que eso no se iba a volver a esconder en mucho tiempo. Vi también que los chorros habían manchado el piso, así que agarré papel higiénico y comencé a limpiarlo, pero cuando el perro me vio en cuatro moviéndome por todo el baño, quería cogerme más, lamer mis huevos y mi culito, así que lo saqué del baño y cerré la puerta. Ese día terminé de limpiar pero el olor no se iba, así que me vestí y me fui a la sala a esperar a que regresaran mis primas. Nunca supe si sintieron el olor cuando entraron al baño.
La perrita maltés – schnauzer de mi otra hermana
Varios años después mi otra hermana se consiguió una perrita. Aquí yo seguía viviendo en la casa familiar con mi mamá y esta hermana e iba a la universidad. Ellas casi nunca estaban, mi mamá cuidando a mis abuelos en casa de ellos y mi hermana trabajando, así que yo aprovechaba para quedarme solo en casa, meter hombres para que me cojan y hacer una que otra travesura con la perra. Desde pequeña la acostumbré a lamerme el pene y mi culito con la misma técnica de las cremas. Ella ya sabía como me gustaba y como hacerme venir. No recuerdo la primera vez que lo entendí, pero para este tiempo yo ya sabía que a las perras les gustaba lamer el semen de donde sea; en el piso, en mis dedos o, sin importar que tan sensible esté, de la cabeza de mi verga.
Con esta perra casi no tuve interacciones porque no se me antojaba cogerla, temía lastimarla a pesar de tener el culito y la vagina más grande que la gata. Supongo era porque yo ya sabía que soy gay y eso era como cogerme a una mujer o no sé. También en este lapso tuve dos parejas y cogía con ellos.
El perrito antiguo pastor inglés (bobtail) de mi roomie
A mis 28 años me vine a vivir a Guadalajara y entre una casa y otra, en una ocasión llegué a vivir con unos roomies, donde uno tenía a un perro bobtail. Lo tuvo desde pequeño, yo me ofrecía a cuidarlo cuando mi roomie no estaba y el perrito poco a poco me agarraba confianza. Al inicio era muy adorable como todo cachorro, pero después de volvió muy juguetón y terrible, todo mordía y rompía, incluso se robaba mis chancletas o calcetines de mi roomie. Cuando hacía eso yo pensaba que algún día me pagaría esas molestias cogiéndome.
De cachorro nunca intenté nada, pensaba que lo podría lastimar o él a mí mordiéndome la verga o algo. Un poco más grande, creo que el perro no llegaba ni al año, decidí ponerlo a prueba. Ese día llegué de hacer ejercicio, como siempre el perro esperaba a mi roomie en la puerta de la cocina y la casa estaba sola. Así que llevé todas mis cosas a mi cuarto, me quité el boxer y me volví a poner el pants que tenía. Bajé las escaleras y me senté en el piso cerca del comedor para que el perro fuera, apagué las luces de adentro y nos quedamos con tan solo la de la calle y la de las escaleras que teníamos a un lado, con la suficiente luz para que yo alcanzara a ver donde estaba el perro. El perro se me acercó e intentó lamerme la cara, por inercia hice mi cabeza hacia atrás pero luego me fui acercando poco a poco, comenzó a rozar su lengua con mis labios, luego abrí la boca y dejé que me lamiera dentro, sentía su lengua algo fuerte y muy húmeda, topaban con mi lengua, con mis dientes, con mi paladar. Mientras tanto yo iba acariciando al perro, de la cabeza hasta el cuerpo, las patas delanteras, lo que alcanzaba de su estómago. Cuando tanta lengua dentro de mi boca me dio algo de asco, hice que se acostara para seguirlo acariciando, primero su cabeza, su cuerpo, su estómago y bajé lentamente hasta ese pedazo de pelaje que cubre su pene. Lo envolví con mis dedos y lo aplasté un poco, el perro se me quedaba viendo, algo sorprendido, incluso se asustó un poco la primera vez que lo hice, pero conforme lo seguía haciendo se quedaba quiero, me veía, yo sentía que me pedía seguir, así que yo lo hacía. Mis dedos de la mano izquierda apretaban, mientras la mano completa de la derecha le acariciaba la cabeza y sus orejas. Comencé a dejar de apretar y a comenzar a mover la mano de adelante hacia atrás, el perro solo volteó a ver abajo para ver lo que yo hacía y entender de donde venía el placer que estaba sintiendo. Poco a poco comenzó a salir la punta rosada, salía poquito y luego se volvía a meter, yo la intentaba agarrar con dos dedos pero se me resbalaba. Al sentir mojaditos los dedos me los metí en la boca, no sabía a nada, solo estaba baboso. Seguí moviendo los dedos pero se metía y salía muy poco de la punta, entonces entendí que no era tiempo. Ese día investigué y encontré que los perros comienzan a estar en celo después del año.
Después de eso yo seguía haciendo que el perro me lamiera el culito, las bolas o el pene con o sin cremas, ya se había acostumbrado. Casi siempre era al llegar de hacer ejercicio, cuando mis roomies no estaban (ahora ya éramos más) y yo estaba muy sudado y caliente. En una ocasión me abrí de piernas en las escaleras para darle una mejor altura a la lengua del perro y vi como su verga salió de más. Se acercó a mí, subió sus patas a mi espalda, me rasguñó un poco encima de la ropa y medio hizo el movimiento para metérmela, pero no alcanzó a topar con nada así que solo dio un pequeño salto y quedó unos escalones arriba de donde yo tenía las manos, eso hizo que yo quedaba debajo de él (que ya era muy grande para ese entonces e iba a seguir creciendo) por lo que su pene algo hinchado quedó a la altura de mi boca. Desde hacia tiempo tenía el morbo de mamárle la verga a un perro, pero no me había atrevido a hacerlo porque al mismo tiempo me daba algo de asco, además que no se había dado la oportunidad, así que esta decidí no desaprovecharla. Primero acerqué mi nariz, no olía a nada, así que saqué un poco la lengua, cuando la punta rozó lo suficiente, la regresé a mi boca y lo saboree. Estaba algo salado, como con sabor a orina, pero nada más, así que acerqué mis labios a su punta y la succioné tantito, luego lo saboree y seguía sin saber desagrabale, sin dudarlo me metí toda a la boca, comencé a chupar, el perro se asustó o se excitó de más y se movió otros escalones hasta subir al segundo piso. Cuando fui a ver que hacía, se estaba lamiendo el pene todo rojo e hinchado. Decidí parar ahí ese día, al menos ya tenía un morbo menos que tachar en mi lista, chupar la verga de un perro.
Pasaron los días y yo quería que me penetrara, volverle a mamar la verga, sentir su babita en mi boca, pero no me había vuelto a quedar solo en la casa. Así que cuando llegué a mi casa después del ejercicio, llamé al perro para que subiera conmigo, lo metí a mi cuarto y cerré la puerta. No sabía si mis roomies estaban en casa, ni siquiera su dueño, estaba muy caliente y ya no me importaba. El perro comenzó a olfatear todo ya que yo nunca lo dejaba entrar, mientras él hacía eso, yo me quité toda la ropa y me senté en el piso, rápidamente vino hacia a mí moviendo su colita y comenzó a untarme su cara para que le acaricie la cabeza, así lo hice, su cabeza, sus orejas, rascar, rascar hasta que la puntita roja comenzó a salir, esta vez fue completa, casi podía ver sus testículos de fuera también. Con más luz se notaba más roja, menos gris pero aún con venitas rojas. Yo le tocaba el pene, el perro sentía espasmos, le gustaba. Acerqué nuevamente mi cara a su pene, lamí un poco, salado, chupé con los labios, el perro seguía sin moverse, comencé a mamárla por completo. Esta vez me supo algo metálico, salado y un poco desagradable, pero seguí chupando, estaba muy caliente como para detenerme, de pronto comencé a sentir unos cocchitos que me llenaban la lengua. Al liberar mi boca de su verga, me di cuenta que era presemen. Me los tragué mientras lo seguía masturbando con una mano, en un instante comenzó a hacer el movimiento, adelante – atrás – adelante – atrás, entonces pensé que ya era tiempo. Así algo sucio, con olor a sudor, me abrí de piernas, me puse un poco de saliva en la entrada del culito y le agarré sus dos patas y las subí a mi espalda, estábamos en la punta de la cama así que se ayudó un poco con ella para subir y comenzar el va y ven de sus caderas sobre mi cuerpo. Para ese punto yo estaba muy caliente, quería ser su perrita, que me llenara el culito con su leche y, de ser posible, que me abotonara. Solo sentía la puntita pero nunca entraba, por más que lo movía, lo intentaba hacer hacia adelante, arriba, pero nada. Después de 10 min así, me rendí y lo bajé, él se acostó y comenzó a lamerse esa verga hinchada que se negaba a ser mía. Me la jalé y el perro se comió mis mecos.
Ya después el perro ni preguntaba, al verme se iba a olerme el pito o a intentar meter su nariz entre mis nalgas. Me excitaba mucho eso pero fingía que me incomodaba cuando estaba alguno de mis roomies cerca. Cuando lo acariciaba se emocionaba más pronto y en que yo salía de bañarme siempre me seguía del baño a mi cuarto. Pronto comenzó a orinar cerca de la puerta de mi cuarto, luego a hacer popó ahí mismo, así que ya me estaba marcando como su perrita, pero yo todavía no lo sentía mi semental. Pocos meses después, decidí mudarme porque ya era incómodo vivir con esos roomies y el perro que era cada vez más incontrolable. Se puso algo violento cuando intentábamos salir por la puerta de la cocina. Al inicio solo nos ladraba pero luego hasta nos intentaba morder, menos a su dueño, por supuesto.
Desde hace tiempo que leo los relatos de aquí, me la jalo pensando en lo rico que sería que un perro me abotonara y me llenara de leche mi culito. Si eres de Guadalajara, Jalisco, México y quieres contactarme (de preferencia que tengas perro, porque ya no tengo contacto con los aquí mencionados), te dejo mi Telegram @ed31z
gran relato.