Sexo al descubierto
El glande punzaba ante cada penetración y las venas empujaban la piel del niño para ensancharse más. Los testículos del hombre rebotaban de arriba hacia abajo en cada penetración..
En un rincón de un callejon oscuro, cerca de la calle principal, sonidos obscenos se escuchaban.
La voz infantil de un niño era ahogada por la voz grave de un hombre.
—¿Adoras el pene de papi?
El tono ronco hizo un suave eco en las paredes. El nene en sus brazos miraba al semental que lo tenía preso y sonrió.
—Lo amo.
El niño rubio gimió besando los labios del hombre.
Un pene de 25 centímetros entraba y salía del ano del niño.
A sus cinco años, soportaba el monumental falo del hombre y se veía dichoso.
La carne blanca entraba con suavidad, alojándose en el recto del niño.
El glande punzaba ante cada penetración y las venas empujaban la piel del niño para ensancharse más.
Los testículos del hombre rebotaban de arriba hacia abajo en cada penetración.
Estaba de pie, sosteniendo con sus brazos al nene rubio, besándolo con dulzura y cubriéndolo con su calor del frio nocturno.
El niño tenía la mirada vidriosa observando a su padre.
Un adulto de piel blanca, cabello negro y ojos azules. Era delgado y musculoso, hermoso para el menor.
El pene de su padre penetró con fuerza sacándole un gemido al nene.
—Pon atención.
—Sí, papi.
El niño se concentró en besar los labios del hombre, dejando que el adulto marcara el compás.
Las penetraciones eran largas y profundas, desde la punta del glande hasta la base de los testículos.
Todo el pene grueso y venudo del hombre entraba en el agujero del niño.
El ano tierno era un circulo rojo totalmente expuesto, con semen escurriendose.
Un charco blanco estaba a sus pies y los pantalones del hombre se mantenían en sus rodillas. En cambio, el niño estaba desnudo de la cintura para abajo.
Sus short de dibujitos estaba tirado en el suelo, sucio y mojado.
Mientras tanto, su calzoncillo del hombre araña había sido tomado por su padre, guardándolo en su bolsillo del pantalón.
El niño chupó la lengua del hombre y saboreó su aliento mentolado.
El adulto presionó su cuerpo contra el menor y la pared, golpeando con su glande la próstata del niño.
—Papi, se siente bien —dijo el menor entre besos.
Un gruñido del hombre le hizo saber al niño que lo estaba disfrutando igual.
La piel de las nalgas estaba roja y el golpe de la pelvis era un choque seco que sonaba de vez en cuándo.
El gorgoteo húmedo del ano siendo perforado era musica para los oídos del padre mientras mordía con lascivia los labios tiernos de su hijo.
Perforó con ímpetu una última vez mirando la carita asustada de su hijo y luego soltó su semen en su interior.
El niño respiraba pausadamente sintiendo el semen llenarlo.
El hombre le observaba con seriedad analizando su rostro sonrojado.
Cuando terminó de llenarlo con su semen, el hombre bajó a su hijo.
El niño se agarró a las piernas del adulto, sintiéndose debil.
El mayor se estaba subiendo los pantalones cuando notó la ropa inferior tirada de su hijo.
Con un gesto molesto, el adulto buscó a su alrededor encontrando una manta sucia en uno de los basureros.
La tomó y cubrió a su hijo con ella.
—Huele feo, papi.
—Aguanta hasta que lleguemos a casa.
El hombre estaba por irse cuando una idea paso por su cabeza.
Su rostro serio pasó por multiples capaz hasta que miró a su hijo.
—¿Confías en papi?
El niño asintió energicamente.
El hombre besó los labios de su niño. La carne se amasó en los labios mientras el beso se profundizaba.
El menor gimió al sentir como su padre respiraba con fuerza y parecía desear tener sexo de nuevo.
Las manos adultas levantaron a su hijo cubierto por la manta, haciendo que el infante se apoyara en su cadera con sus piernitas y hombros con sus bracitos para sostenerse.
Con un gesto, el hombre sacó de su cierre del pantalón su pene erecto de 25 centímetros.
Presionó el glande en el ano del niño e hizo un suave movimiento con su pelvis.
—¡Ah!
—Se siente bien, hijo.
El pene fue tragado por el agujero rojo, cada centímetro entró lentamente hasta que los testículos tocaron las nalgas.
Cubriendo bien a su nene y llevandolo en brazos, el hombre se movió.
—¡Ah, papi!
—Guarda silencio, muerde la manta y evita hacer ruido.
El niño hizo caso escondiendo su rostro en la tela.
Saliendo del callejón, el hombre siguió al tumulto de personas en la calle concurrida.
El ruido de autos era ensordecedor y todos estaban distraídos en sus asuntos.
El hombre rubio sostuvo bien a su hijo, sintiendo como en cada paso que daba, su pene subía y bajaba en la carne tierna de su pequeño.
—¡Maldicion! ¡No pensé que sería tan excitante!
La idea de que lo descubrieran le hacia palpitar el corazón, pero lo más delicioso era saber que su hijo estaba siendo penetrado por él mientras caminaba.
Sus pasos fueron comedidos y llegó rápido a la parada del tren.
Pagó los boletos y esperó de pie hasta la llegada del transporte.
Su hijo estaba sudando, el pene largo y venudo de su padre estaba haciendo destrozos en su ano.
El movimiento era errático, a veces el pene entraba recto, otras veces giraba o golpeaba a los lados.
Eran tantas embestidas distintas que el menor se sentía abrumado.
Por suerte, ahora que estaban de pie, las penetraciones se habían detenido.
El hombre estaba distraido mirando a los lados, cuando observó a una mujer cargar a su bebé y mecerlo para dormirlo.
La posición era parecida a la que tenía con su hijo y el movimiento era similar a lo que quería.
Con esa idea en mente, el hombre movió a su hijo para mecerlo.
Cantó una suave canción y se movió a un rincón para disimular.
El niño en sus brazos gimió sintiendo como era subido y bajado por su padre.
El pene entraba y salía con más dureza que antes, el peso de la gravedad le daba de lleno y el glande no paraba de golpear su próstata.
De su penecito, chorros de orina salieron manchando la manta.
El olor hizo fruncir el ceño del hombre, pero se limitó a ignorarlo.
—Aguanta, solo un poco más y llegaremos a casa.
El niño asintió mirando el perfil de su padre.
—Papi es cruel —gimió él menor.
No podía hacer mucho ruido a pesar de sentirse tan estimulado, deseaba gritar por el placer que sentía, pero en cambio debía evitar que los descubrieran.
El hombre sonrió y besó la cabeza de su hijo.
—Cuando lleguemos a casa sabrás lo cruel que puedo ser.
Con esas palabras, el niño se quedó callado.
El tren llegó y subieron.
El pene se hundió y salió del culo del niño varías veces en el trayecto entre subir y tomar un lugar en el transporte.
El adulto decidió irse a los ultimos vagones, donde apenas habia gente.
En ese lugar, aparte de un hombre ciego y una anciana dormida, no había nadie más.
Con eso en mente, el hombre solo se limitó a ubicarse en un rincón del tren, donde las cámaras no lo enfocaran bien.
El niño fue puesto entre una esquina y el cuerpo de su padre.
El hombre besó sus labios e inició de nuevo las penetraciones.
El movimiento pelvico fue disimulado por el traqueteo del tren y los pasajeros que iban entrando no veían nada raro.
El hombre parecía dormir en un rincon, de pie, con su hijo en brazos.
Era difícil ver que el adulto estaba besando a su hijo, metiendo su lengua en la boquita infantil.
Tampoco era posible percibir el suave movimiento de sus caderas con el vaivén del tren a gran velocidad.
Las penetraciones se volvieron osadas mientras más se llenaba el vagón del tren.
Cuando había suficiente gente, el adulto se detuvo y miró el rostro rojo de su hijo.
Estaba sudado, lagrimeando y con baba en los labios.
Tenía la mirada perdida y parecía murmurar gemidos.
El pene adulto estaba incrustado hasta lo profundo de sus entrañas. El glande presionando tanto la próstata que el menor no dejaba de soltar orina de vez en cuando.
El adulto arropó bien a su hijo para evitar que vieran su estado y esperó.
Diez minutos después, y usando el vaivén del tren para penetrar a su hijo con su pene, el adulto finalmente llegó a su destino.
Bajó como si nada, ajustando a su hijo para evitar que se cayera, sintiendo el niño como el pedazo de carne viril de su padre salía hasta el glande y volvía entrar hasta que sus nalguitas tocarán los testículos.
El gemido fue alto, pero el ruido de los autos al salir de la estación amortiguó el sonido.
El hombre se sintió sofocado y empezó a caminar a prisa a su casa.
—¡Ah, papi!
—¡Papi!
—¡Se siente bien, papi!
El niño no paraba de gemir en voz alta.
El adulto tomó un desvío en un callejón y luego siguió rumbo a su casa en una calle vacía.
El hombre rubio miró a su hijo sintiéndose confundido.
«Jamas pensé que se pondría tan sensible. ¿Es acaso por el estres de ser descubiertos, o talvez por no dejarle gemir? Cuando llegue a casa debo averiguarlo», pensó el adulto.
Los pasos fueron firmes, las penetraciones estoicas y el los gemidos del niño sonoros.
El padre usó la manta para amortiguar el ruido de su hijo, pero era inevitable escucharlo si estabas muy cerca.
Además, la calle vacía hacia que el gemido se escuchara más alto de lo que en realidad sonaba.
El hombre llegó a su casa, las luces exteriores estaban encendidas dando buena iluminación.
Abrió la puerta, pero antes de entrar, un vecino se acercó a saludar.
—David ¿Vuelves de recoger a tu hijo? ¿Cómo esta el campeón? —un hombre pelirrojo, peludo de metro ochenta los saludo desde el otro lado de la cerca. Vestía ropa deportiva y parecía venir de correr.
—Se encuentra bien, esta cansado y quiero llevarlo a dormir —respondió el hombre rubio.
El vecino musculoso miró el semblante del padre mientras cargaba a su hijo y se preocupó.
—¿Seguro qué esta bien? —el pelirrojo se movió y abrió la puerta de la cerca para acercarse.
—Todo bien, no te preocupes Tyson.
El vecino pelirrojo notó el semblante tenso del hombre y dejó de moverse, como si sintiera la hostilidad, decidió alejarse unos pasos.
—Vale, te creo. Si necesitas ayuda, sabes donde estoy.
El hombre pelirrojo miró por ultima vez a su vecino antes de irse confundido.
El hombre rubio suspiró y miró a su hijo.
—¡Mira lo que causas! —regañó el adulto.
Entró a la casa dejando caer las llaves por accidente, las miró en el suelo y las dejó tiradas.
«Luego las recojo», pensó el padre.
Cerró la puerta dejando las llaves afuera y fue directo a su cuarto.
El hombre pelirrojo estaba por entrar a su casa cuando escuchó el sonido de la puerta cerrarse de su vecino.
Miró en aquella dirección notando unas llaves tiradas.
Preocupado, el musculado trotó hasta la casa ajena y tomó las llaves.
Tocó el timbre varias veces, pero no recibió respuesta.
Confundido, el hombre estaba por irse cuando miró las llaves en sus manos.
El recuerdo de la actitud del hombre le hizo pensar que algo malo podría estarle pasando a su hijo y se sintió mal.
«Debería entrar y darle la llave. Espero no se enoje mucho», pensó.
Abrió la puerta con la llave y entró a la casa.
El musculoso pelirrojo cerró la puerta tras de si y miró que todo estaba a oscuras.
Las cortinas estaban cerradas y las luces apagadas.
Justo cuando iba a hablar, un gemido sonoro de un niño lo detuvo en seco.
Su semblante se tornó osco mientras un escalofrío recorrió su espalda.
Otro gemido lo hizo moverse con cautela.
La voz infantil era dulce, pero adolorida, sin embargo, no era un dolor cualquiera, era uno que el hombre pelirrojo conocía a la perfección.
«¿Timy esta gimiendo de placer?», pensó el vecino subiendo las escaleras.
Mientras subía, pisó sin darse cuenta, una manta sucia que estaba tirada en los escalones, manchas blancas y humedad estaban presentes en la tela.
Cuando llegó, siguió los gemidos y la voz de un hombre hasta una habitación con la puerta abierta.
En el interior, la espalda delgada y musculosa de un hombre estaba encorvada hacia abajo, unas nalgas blancas sobresalían, mientras, unas piernas largas y firmes se mantenían de pie en el borde de la cama.
El movimiento pelvico del hombre rubio hacia rechinar la cama y de sus caderas, dos piernas infantiles colgaban.
El hombre pelirrojo se sorprendió.
Un niño rubio estaba siendo penetrado por su padre, el pene de 25 centímetros entrando con facilidad y saliendo por igual.
No habia resistencia, ni señas de violación. Era sexo consensuado y posiblemente ejecutado multiples veces a lo largo de meses o años.
El movimiento del padre era meticuloso, fuerte pero sin ser duro, amoroso pero sin dejar su toque masculino.
El hombre tocaba a su hijo en las medidas exactas para que el menor lo reconociera como su padre y amante.
El vecino pelirrojo contempló todo el proceso, el como el vaivén del padre se hacia más tosco, la velocidad de las embestidas aumentaba y los gemidos eran ensordecedores.
—¡Papi, más!
—Gime todo lo que quieras, bebé.
—¡Papi, se siente rico!
—Se nota que te gusta el pene de papá.
—¡Sí, papi!
Algo en la ropa interior del vecino se removió y sabía lo que era.
Tomando una decisión decidió irse y volver en otro momento.
Mientras bajaba las escaleras, escuchó el ultimo gemido del niño.
—Papi, quiero probar más penes.
—Lo harás, muy pronto, bebé.
Gracias por leer. Si deseas charlar, tengo telegram.
@Remaster64TL28


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