2050, fin de la guerra – Capítulo 6: Los Renegados. (Capítulo final y epílogo)
Historia de Ciencia Ficción erótica: En un mundo post-apocalíptico, los y las jovencitas llegando a la pubertad son preparados para iniciar sus funciones reproductoras y así repoblar el planeta. Capítulo 6: Los Renegados. Epílogo.
Nota: te recomiendo leer los primeros 5 capítulos de la historia en este mismo sitio. Así será más facil de entender este capítulo final:
Capítulo 1: Fin de la Guerra.
Capítulo 2: Segunda Prueba.
Capítulo 3: Capacitación.
Capítulo 4: Preñación.
Capítulo 5: Desfloración.
Capítulo 6 – Los Renegados
Habrían pasado apenas unas 2 o 3 semanas desde el servicio de desfloración, cuando un jueves Jan recibió una extraña llamada en su teléfono: era raro que alguien le llamara (ya era poco común que se usaran las llamadas telefónicas, la mayoría usaba mensajes de texto), pero más raro es que la clave de larga distancia era desconocida. Jan dudó en contestarla, pues temía que fuera alguna llamada de publicidad, o peor aún, de alguna forma de extorsión o fraude. Después de pensarlo por unos segundos, decidió contestarla.
—¿Hola?— dijo el joven.
Por el teléfono se oía mucho ruido, como una línea defectuosa, y poco se alcanzaba a entender.
—¿Jan?— dijo una voz femenina, que se oía distante y entrecortada.
—Si, soy yo— contestó el adolescente. —¿Quién habla?—
—Soy yo, Gaby— dijo la voz.
—¿Gaby? ¿Hola? ¡Casi no te escucho!— habló Jan al teléfono, levantando un poco la voz para asegurarse que lo escucharan bien.
—Es que ya no estoy en la ciudad— aclaró la joven. —¡Necesito verte!—
—¡Claro, con gusto!— respondió el muchacho, aún sorprendido —¿Dónde estás?—
Y a través de la llamada ruidosa, teniendo a veces que repetir la información por la mala calidad de la misma, Gaby le explicó que podrían verse el sábado. Para eso, Jan tendría que tomar temprano el tren a una ciudad cercana, y de ahí tomar un autobús que lo llevaría hasta el pueblo donde ahora vivía Gaby. Le recomendó que llevara ropa para 2 días, y alguna chamarra para el frío. Al no poder escribir en el teléfono, pues estaba hablando por él, y no traer donde apuntar, Jan memorizó las instrucciones.
El viernes, Jan fue normalmente a la escuela, pero no podía poner mucha atención, ya que se encontraba muy nervioso: nunca había viajado solo fuera de la ciudad, y se preguntaba qué le pasaría a Gaby, o qué necesitaría para que le haya llamado por teléfono. Ese mismo viernes por la tarde avisó a sus amigos que ese día no entrenaría con ellos, y prefirió ir a caminar un rato. Luego llegó al dormitorio comunitario donde había vivido los últimos años, e intentó infructuosamente conciliar el sueño. Todos sus recuerdos con Gaby daban vueltas en su cabeza: su primera extracción, donde Gaby y Charly lo habían masturbado para tomar una muestra de semen cuando él apenas tenía 13 años. Su primera relación sexual, a sus 14 años, donde la misma Gaby había sido su primer hembrita y la primera mujer que había preñado. Recordaba con ternura como Gaby lo fue enseñando a besar, darle placer a una mujer, y la noche que compartieron juntos donde se vino 3 veces dentro de ella… poco a poco por fin se durmió.
A las 7 AM del sábado, Jan tomó su mochila, guardó 2 cambios completos de ropa (ropa interior, pantalones y camisa), una chamarra gruesa, y se dirigió a la estación de tren, como le había indicado Gaby. Ahí desayunó algo mientras llegaba la hora de salida de su tren. Abordó el tren a las 8:00 AM, y 5 horas después estaba llegando a la siguiente ciudad, mucho más pequeña que donde él vivía. De ahí caminó unas cuadras a la central de autobuses, donde compró boleto para el camión que lo llevaría al pueblito que Gaby le había mencionado. Al subirse al viejo camión, le extrañó ver personas de distintas edades, y no sólo jóvenes y viejos, como en la ciudad donde vivía. Sin embargo, no le dio mayor importancia, y viajó por otras 4 horas en el incómodo y viejo camión. Por fin, el destartalado autobús se detuvo en un pequeño pueblito, donde todas las personas se bajaron. Jan descendió del vehículo y caminó por el anden hasta la puerta de entrada a la estación. Ahí dentro, en la multitud, pudo distinguir a la bella Gaby, que con su mano en alto lo saludaba. Ambos sonrieron y caminaron a encontrarse, con un enorme y apretadísimo abrazo, como 2 viejos amigos que se encuentran después de mucho tiempo de no verse.
—Ven, vámonos— comentó ella, tomando a Jan de la mano y empezando a caminar a paso rápido, guiándolo hacia la salida de la terminal de autobuses. Saliendo de la terminal, Jan vio que estaban en un pintoresco pueblito. Continuaron caminando rápido por varias calles del pueblo. El joven volvió a sorprenderse por la variedad de personas que veía, muy distinto a la gran ciudad. Poco a poco se fueron alejando de la terminal, caminando varias cuadras por los callejones, hasta que llegaron a un pequeño restaurante/bar. Fue entonces que dejaron de caminar rápido. Jan seguía confundido. ¿De qué o de quién huían o por qué caminar tan rápido? ¿Dónde estaban? ¿Por qué había tantas personas de distintas edades? ¿Estaba soñando?
Apenas habían llegado a la puerta del pequeño establecimiento, cuando desde adentro, un viejito sonriente les abrió la puerta:
—¡Pase, jovencita Gabriela!— le dijo. —Y él debe ser el joven Jan, del que tanto me ha platicado.—
—¡Hola, Don Javier!— saludó Gaby al simpático anciano. —¡Exacto, él es Jan, por fin pude traerlo!—
—Mucho gusto, jovencito— respondió Don Javier, estrechando la mano del adolescente. —¡Pásenle por acá!— comentó, mientras los llevaba a una mesa desocupada, retirando las sillas para que los 2 jóvenes se sentaran. Ambos adolescentes se sentaron a la mesa, mientras Don Javier iba a la barra y regresaba con 2 copas de vino tinto, poniendo las copas en la mesa frente a los muchachos, mientras les decía —Que lo disfruten, los dejo platicar— y se retiraba.
Jan veía hacia todos lados, sorprendido. Gaby levantó su copa hacia Jan, diciéndole “¡Salud!”. El joven tomó la suya y dijo lo mismo, y luego ambos dieron un trago a su vino. Esto tenía aún más confundido a Jan, ya que en la ciudad no daban alcohol a menores de 18, y él apenas tenía 15. Gaby lo miraba sonriendo tiernamente.
—¿Confundido?— preguntó ella, mirando a los ojos de Jan
—Pues si… algo…— respondió Jan.
—Tranquilo, tenemos todo el tiempo para platicarlo.— respondió la joven, dando otro trago a su vino, y respirando profundamente para relajarse después de la rápida caminata. Jan siguió el ejemplo y también dio otro trago a su copa.
Ya más tranquilos y relajados, entre otras cosas gracias al vino, Gaby empezó a explicarle:
—Mira, te voy a contar desde el principio. ¿Te acuerdas cómo y cuándo nos conocimos?— preguntó Gaby al jovencito.
—¡Claro! ¿Cómo olvidarlo?— respondió él. —Tu y el otro chico, no recuerdo como se llama, fueron mis primeros extractores.—
—Exacto, Charly y yo fuimos los primeros en examinarte para ver si ya estabas listo para la reproducción.— confirmó ella. Desde entonces me gustaste mucho. Aunque apenas eras un niño de 13 años, ya se veía que ibas a ser un hombre guapísimo. Me encantó ver tus ojitos curiosos, traviesos, inquietos y brillantes. Me gustó sentir tus manitas aún inexpertas tocando por primera vez unos senos femeninos y como lo hacías con tanta suavidad.—
Jan sólo se sonrojaba mientras escuchaba a Gaby platicando.
—¿Te acuerdas lo que te dije después de que Charly y yo sacamos tu muestra de semen?— pregunto ella.
—¡Claro!— respondió Jan —Me dijiste que te gustaría que algún día yo fuera tu preñador—
—¡Qué bueno que te acuerdas!— continuó explicando Gaby. —Decirte eso iba totalmente en contra del protocolo del CRP, pero en verdad lo deseaba, y no me aguanté las ganas de decírtelo. Desgraciadamente, a tus 13 años aún no estabas listo, pero yo no perdía las esperanzas. Sabía que los exámenes eran cada año, así que esperé pacientemente. Ese año, otro machito me preñó y tuve a mi primer bebé, que entregué al CRP para su crianza.—
Jan la miraba sorprendido. Ambos continuaron dándole pequeños sorbos a su vino.
—Yo aún seguía con las ganas de que tu me preñaras, de tener un hijo tuyo— comentó Gaby. —Así que un día que mi supervisora salió a comer y dejó su computadora encendida sin contraseña, me metí a su oficina y busqué tu expediente. Ahí vi que ya tenías 14 años, y que ya habías pasado la prueba de fertilidad. También vi que ya te tenían apuntado para tu primer servicio la siguiente semana con otra hembrita. Fue entonces que, cuidando que no me vieran, hice unos cambios ahí en la computadora—
—¿Cambios?— preguntó Jan, cada vez más sorprendido.
—Si. Verás, para tu primera vez, tenías asignada a otra hembrita. Entonces, cambié los registros y puse mis datos en lugar de los de ella.
—¿En serio? —comentó el adolescente, abriendo más los ojos— ¿Entonces NO fue coincidencia que mi primer hembrita fueras tu?—
—¡Claro que no fue coincidencia! La verdad fue trampa, pero yo quería ser tu primer hembra. Quería que te estrenaras como machito conmigo.—
Jan sólo la miraba, boquiabierto, ya sin saber qué decir.
—Cuando llegaste a la habitación— continuó ella —me sorprendió lo mucho que habías crecido en un año. Ya tu voz había cambiado y ya estabas más alto que yo. Sin embargo, aún tenías esa mirada tierna e inquisitiva que me había enamorado un año antes. Me gustó lo rápido que fuiste aprendiendo a besar, y la suavidad y ternura con la que me empezaste a tocar.
—¿En serio?— comentó Jan.
—Si. Otros machos con los que estuve antes, llegaban con fuerza, con rudeza, sólo buscando su propia satisfacción. En cambio tu, a pesar de tu corta edad, te preocupaste por hacerme sentir bien. Hasta te asustaste con mi primer gemido de placer, creyendo que me habías lastimado.
—¡Ja! ¡Cierto, ya me acuerdo!— respondió Jan mientras empezaban los 2 a reír. El vino empezaba a hacer efecto y los 2 jóvenes estaban más alegres y desinhibidos.
—Me gustó mucho pasar esa primera noche contigo, y cómo te deslechaste 3 veces dentro de mi— siguió relatando Gaby.
—¿En verdad te acuerdas?— comentó Jan.
—¡Claro! ¿Cómo olvidarlo?— dijo ella. —A tus 14 años ya te comportabas como todo un hombrecito.—
—Cuando 2 meses después confirmamos que estaba embarazada con tu hijo, fui la más feliz— continuó Gaby. Cuando nació, hice todo lo posible para quedarme con él, pero el contrato con el CRP me obligaba a entregarlo.
—¿Y estaba bonito el bebé?— preguntó Jan, con genuina curiosidad.
—Ni me dejaron verlo— comentó Gaby, mientras sus ojos se empañaban y ella intentaba contener las lágrimas. —Apenas nació se lo llevaron— continuó ella. —Pero supongo que siendo hijo tuyo habrá estado hermoso. La verdad, no sabes cuánto lloré cuando se lo llevaron. Las enfermeras trataron de consolarme, pero el dolor emocional era demasiado fuerte…—
Jan sentía la tristeza de Gaby en el fondo de su alma, pero no sabía qué hacer. Los habían enseñado a preñar, pero nunca les enseñaron como ayudar a una mujer triste.
—Fue entonces— continuó ella, recuperándose— que tuve que tomar una decisión. Una vez que entregué a mi bebé, decidí que ya no me dejaría embarazar por otro hombre, por lo que fui a conseguir unas pastillas del día después.
—¿Pero no están prohibidas?— le preguntó Jan.
—¡Claro que están prohibidas!— continuó explicando Gaby. —Ahorita necesitan que todas nos embaracemos para repoblar la tierra.—
—¿Y entonces cómo las conseguiste?—
—Bueno, tu sabes, en el mercado negro siempre se puede conseguir lo que necesites— explicó Gaby, volviendo a sonreír. —Así que cada vez que me llamaban a servicio, dejaba que el machito me inseminara, pero después me tomaba la pastilla y así no me embarazaba. Después de unos 4 o 5 intentos, me declararon como “No Apta para la Reproducción” en el CRP, creyendo que yo estaría enferma o algo tenía mal, y me dejaron de llamar.
La joven Gaby se detuvo un momento, esperando a que se asentara en la mente de Jan todo lo que le había platicado. Mientras ambos guardaban silencio, Don Javier pasó y volvió a llenar las copas.
—Uff, creo que ya hablé mucho— se disculpó Gaby. —Seguro que es mucho para digerir—
—No, no, tu sigue— respondió Jan, muy interesado. —¿Cómo es que llegaste aquí?—
—Bueno, llegó un momento en que estaba harta. No me sentía cómoda siendo únicamente una hembra para ser preñada. Seguía muy triste porque me habían quitado a mi hijo. La verdad, el primero no me dolió entregarlo, pero el segundo, siendo TU hijo, me dolió muchísimo— explicó Gaby, viendo a Jan a los ojos, conteniéndose para no llorar de nuevo. —No veía la salida, y te confieso que llegué a pensar en quitarme la vida.—
Jan acercó su silla a la de ella, y la abrazó por la espalda, empezándola a acariciar tiernamente en la espalda y hombros.
Gaby continuó explicando: —Fue entonces, que una amiga me habló de este lugar: un pueblito prácticamente a la mitad de la nada. Por estar tan lejos de todo, los Contrincantes (N. del E. Ver capítulo 1) no supieron de su existencia y jamás lo atacaron, por lo que permaneció intacto durante la Gran Guerra. Por eso aquí nadie murió, y puedes ver personas de todas las edades: niños, jóvenes, adultos, bebés, ancianos. Aquí la vida continuó como si nada hubiera pasado.
—Aquí se vive como antes— siguió Gaby —¡O incluso mejor! En lugar de usar dinero y pagar lo que deseamos, nos ayudamos entre todos y todas. Vamos ayudándonos en lo que podemos. Por ejemplo, Don Javier me da vino, y a veces hasta me da de comer o cenar, y yo a cambio a veces lo ayudo a cocinar, a lavar trastes, o a cuidar a sus nietos. Si alguien se enferma, puede ir con el doctor, y cuando el doctor necesita algo, lo ayudamos.—
Jan escuchaba todo eso muy sorprendido. Gaby continuó: —Acá no hay señal de celular, y no queremos que haya. Por eso te tuve que llamar desde una antigua caseta telefónica, y por eso se escuchaba tan mal. Sólo en una zona del centro hay energía eléctrica. Y por eso mismo quise que saliéramos rápido de la estación del camión: no queremos que otras personas lleguen a buscarnos, a dañar al pueblo, a traer “progreso” y leyes absurdas que sólo nos volvería a convertir en eso que no queremos.—
— ¿Y hace cuánto que vives aquí?— preguntó Jan.
— Apenas llegué hace como 2 meses. Como tenía recomendación de mi amiga, fui bien recibida. Todos me ayudaron, y yo fui ayudando en lo que podía. Don Javier siempre fue una persona que me escuchó, y fue con el primero que tuve el valor de platicarle de ti. De lo mucho que había disfrutado esos momentos contigo. De nuestra primer y única noche juntos. De cómo me habías hecho un bebé y me lo habían quitado. Muchas veces me vio llorando en esta misma mesa. Le dije lo mucho que te extrañaba, y cómo habías sido el único hombre, aún a tus 14 años, que me había tratado como persona.
—¡Pero ahora ya estoy aquí!— dijo Jan, viendo a Gaby a los ojos.
Y así, sin dejar de mirarse a los ojos, las caras de los 2 adolescentes se fueron acercando lenta y tentativamente, hasta que las bocas se tocaron. Entonces empezaron a besarse, suave y cariñosamente, primero rozando únicamente sus labios, y poco a poco con más intensidad, empezaron a acariciarse mutuamente la espalda, los hombros, la nuca. Poco a poco las bocas se fueron abriendo, para permitir a las lenguas danzar juntas. En ese momento, las compuertas de los ojos de Gaby se abrieron, y empezó a llorar con toda intensidad. Jan intentó controlarse, pero no pudo, y también comenzó a llorar. Todos esos sentimientos atrapados, todo ese dolor y esa soledad, todo ese pasado acumulado empezó a fluir. Lloraban mientras se besaban y acariciaban. No les importó estar en un lugar público: en este momento, para ellos, no existía nada ni nadie más. En algún momento el dolor y la tristeza se combinaron con la felicidad total de estar juntos por fin. En ese momento, Jan se dio cuenta que él también había roto una regla: en el curso le habían dicho que estaba “prohibido enamorarse de la hembra”, pero ahora estaba perdidamente entregado a Gaby.
Poco a poco las lágrimas se fueron terminando. Sin decir nada, y respetando la intimidad de la pareja, Don Javier dejó unas servilletas en la mesa, para que pudieran limpiarse y secarse. Así lo hicieron, ya relajados y desahogados.
—¿Y cómo fue que me encontraste?— preguntó Jan, queriendo saber el resto de la historia.
—Cuando espié tu expediente, apunté tu número telefónico. Siempre lo traía conmigo, pero no me atrevía a marcarte. Sabía que tu tenías tu vida, tus deportes, tus amigos, la escuela. Además, tu tienes 15 años y yo 18. Probablemente no te interesara.
—¿Cómo crees que no me ibas a interesar?— dijo Jan, empezando a sonreír un poco, tratando de aligerar la situación.
— La verdad, fue Don Javier el que me sugirió que te llamara.— explicó Gaby. —Me daba mucho miedo que no me fueras a contestar. La verdad es que allá en la ciudad ya nadie usa el teléfono. Sin embargo, me dijo: “No sabes lo que puede pasar si no lo intentas. ¿Qué tal si él también espera que le llames?” Así que, tomando valor, fui a la caseta telefónica y te marqué. Y el resto de la historia ya lo conoces—
Ambos rieron, felices, despreocupados. Don Javier los observaba a lo lejos, y al verlos reír tan felices, se acercó:
—¿Ya ve, joven Gaby? ¡Le dije que todo iba a salir bien!—
—Gracias, gracias, Don Javier— respondió Gaby.
—Y usted, joven Jan, cuídela mucho. Ya hay pocas mujeres tan lindas como la joven Gaby— dijo Don Javier al muchacho. —Ya no les ofrezco más vino porque ya está anocheciendo, y aún necesitan caminar hasta su casa.—
Ambos muchachos se pusieron de pie y juntos abrazaron a Don Javier, en un fuerte abrazo de 3, agradeciéndole el apoyo y el rico vino de la tarde.
Así, Gaby y Jan salieron del restaurante/bar. Ya empezaba a oscurecer y los 2 iban caminando juntos, ya sin prisa. Jan estaba fascinado viendo cómo había personas tan distintas y de tantas edades. Poco a poco dejó que su mano se acercara sigilosamente a la mano de Gaby. Ella lo sintió, y lo tomó de la mano. Jan volteaba para todos lados, observando el pueblo, a su gente, a los niños que jugaban sin miedo en la calle, a los ancianos platicando tranquilamente en sus sillas en la banqueta. Al ser un pueblo tan pequeño, no había automóviles, por lo que se podía caminar por la calle sin problema. Algunos jóvenes de su edad bebían cerveza tranquilamente en la calle, mientras platicaban y reían.
—¿Sorprendido?— le preguntó Gaby.
—Si, algo… ¡pero me gusta!— respondió Jan.
Siguieron caminando tomados de la mano, retirándose poco a poco del centro del pueblo, a la zona donde ya no había alumbrado público. Avanzaron unas cuadras más, cuando Gaby le informó: —Bueno, llegamos, ¡bienvenido a casa!—
Aunque ya estaba casi totalmente oscuro, Jan alcanzó a distinguir un pequeño lote con jardín, y en medio una pequeña cabaña con techo de dos aguas. Gaby abrió la puerta e invitó a Jan a pasar, y luego tomó una lámpara de petróleo y un encendedor que estaban en una repisa junto a la entrada, y encendió la lámpara. Con la luz del quinqué, Jan observó el interior de la cabañita: en la planta baja había una sala/comedor pequeña, con muebles de madera y un sofá en escuadra, y una pequeñísima cocina. Arriba de la salita había un tapanco donde se encontraba una cama y una mesita de noche. De un lado se veía una pequeña puerta, que Jan supuso que sería la entrada al baño, adosado a la cabaña.
Jan dejó su mochila en el piso, y pasaron a sentarse en los sillones de la sala. Ahí, relajados por la caminata y el vino, comenzaron a platicar y contarse la historia de sus vidas. Compartieron sus recuerdos de cómo era su vida cuando eran niños, antes de la Gran Guerra. Recordaron cómo habían perdido a sus familias durante la guerra, y cómo habían sido acogidos por las casas comunitarias. Recordaron también su vida escolar, sus amigos, sus vivencias. Rieron contándose sus aventuras graciosas y algunos chistes. Poco a poco se iba haciendo más tarde y ambos jóvenes empezaron a bostezar.
—¿Tienes sueño, lindo?— preguntó Gaby.
—La verdad si…— confesó Jan.
—Ven, vamos— comentó ella, mientras ambos se ponían de pie. Tomando la lámpara con una mano y a Jan con la otra, se dirigieron a la escalera que subía al tapanco donde estaba la cama. Llegando arriba, ambos se dejaron caer en la cama, Gaby puso la lámpara en el buró, y con un ágil movimiento la apagó. Poco a poco empezaron a besarse, a acariciarse. Lentamente se fueron quitando la ropa. Sus ojos se acostumbraron a la oscuridad.
Ya serían como las 22:00 horas. Afuera cantaban los grillos y de repente se escuchaba el ulular de algún búho. La blanca luz de la luna llena entraba por la ventana del tapanco de la cabaña. Si alguien pudiera ver por esa ventana, sólo vería las siluetas de 2 adolescentes desnudos iluminados únicamente por la luna llena que hacía brillar los ojos de Jan. Ya no eran simplemente una hembra y un macho apareándose para dejar descendencia. Ahora eran 2 seres humanos, entregando sus cuerpos y sus almas uno al otro. Dos cuerpos fundiéndose en uno solo. Nadie hablaba, nadie decía nada. Sus jóvenes cuerpos se exploraban uno al otro, con las manos, con la boca, con la lengua, con toda la piel. Hoy no había prisa. Hoy no había objetivos que cumplir. Estando juntos, incluso el tiempo dejaba de existir. Por primera vez, ambos adolescentes estaban haciendo el amor. Poco a poco se fueron reconociendo, explorando, redescubriendo. Ya nada importaba más allá de su mutua compañía y mutuo placer. Nadie sabe cuántas veces se durmieron y despertaron en la noche para continuar amándose. Nadie -ni siquiera ellos- saben cuántos orgasmos tuvieron.
———————–
Serían las 6 de la mañana, cuando el sol empezó a salir y entrar por la ventana que la noche anterior le había pertenecido a la luna. Las aves empezaron a cantar en los árboles afuera de la cabaña. Muy a lo lejos, se escuchaba el canto de un gallo. Ambos seguían abrazados. Gaby se sentó en la cama, y al hacerlo, Jan también se despertó.
—¡Hola hermoso!— lo saludó ella.
—¡Hola linda!— respondió Jan.
Ambos se miraban a los ojos profundamente. Estaban desnudos, pero abajo de las cobijas. Empezaron a besarse de nuevo en la boca. Mientras lo hacían, Gaby retiró las cobijas y pudo ver el pene erecto de Jan.
—¿Pero qué tenemos aquí?— dijo sonriendo, mientras con su mano femenina empezaba a acariciar el duro miembro del muchacho.
—¿Vas a querer más, nena?— le respondió él seductoramente.
—¡Claro! ¡Mucho más!— respondió Gaby. Pero antes de eso hay algo que quiero enseñarte.
—¿Dime?— dijo él.
—Bueno, es afuera, necesitamos vestirnos.— explicó Gaby.
Y así, se vistieron y se prepararon para salir de la cabaña. Ambos se pusieron chamarras, porque a esa hora hacía bastante frío afuera. Antes de salir, Gaby le dijo a Jan:
—¡No olvides llevar tu teléfono! Yo ya llevo el mío—
—¿Teléfono? —preguntó Jan— ¿No me dijiste que acá no hay señal?
—Si, eso dije. Pero llegando te explico, tu llévalo.— Jan puso su teléfono, ya casi sin pila, en la bolsa de su chamarra, y Gaby hizo lo mismo con el suyo.
Con el sol apenas saliendo en el horizonte, la pareja salió feliz, caminando. Gaby marcaba el camino, ya que ella ya tenía unos meses viviendo ahí, mientras que Jan apenas había llegado el día anterior. En lugar de caminar hacia el pueblo, en esta ocasión siguieron una linda vereda entre los árboles.
Después de caminar poco más de media hora, y luego de subir una pequeña colina, llegaron a la cima, desde donde se alcanzaba a ver un pequeño y hermoso lago, aún cubierto por la bruma matutina. El paisaje era espectacular, casi sobrecogedor. Los 2 muchachos se quedaron contemplándolo por unos minutos, fascinados por la belleza del lugar. Se voltearon a ver a la cara, sonrieron, y sin decir nada, ambos empezaron a correr como niños traviesos por la vereda que descendía hasta el lago. Mientras corrían, a veces brincaban algunas piedras y raíces de los árboles. Ambos reían y gritaban de felicidad, hasta que llegaron a la orilla del lago. Ahí se pararon a seguir observando la belleza del lugar. A lo lejos, hacia el centro del lago, se alcanzaban a ver dos pequeñas lanchas de pescadores, aprovechando la mañana para pescar. Mientras contemplaban el paisaje, Gaby puso su brazo alrededor de la cintura de Jan, y él, siendo un poco más alto, la abrazó en los hombros.
Después de contemplar el idílico paisaje por unos minutos, Gaby volteó a ver de frente a Jan, tomándolo de ambas manos.
—Jan, necesito que hoy tomes una decisión. Quizá sea una de las decisiones más difíciles de tu vida, y de las más importantes. Se que todo esto es muy nuevo para ti y que ha sido mucha información por digerir, todo lo que hemos platicado y lo poco que has visto— le dijo Gaby, mirando a Jan a los ojos profundos del muchacho.
—Claro, dime, sin problema, ¿qué decisión?— respondió el adolescente, mirando también a los ojos a la hermosa Gaby.
—Mira, seré directa y sin más rodeos— comentó ella. —Te propongo dos alternativas. En la primer alternativa, hoy tomas el autobús y luego el tren de regreso a la ciudad y a partir de mañana sigues tu vida normal. Continúas como siempre, yendo a la escuela, estudiando, jugando y entrenando con tus amigos y preñando morritas para el CRP. Simplemente sigues tu vida acostumbrada, con la que has vivido y a la que estás acostumbrado. Sólo te pediría que a nadie menciones este lugar, este pueblo, ya que aquí queremos permanecer ocultos.
—Ajá. Entiendo bien.— respondió Jan seriamente —Por supuesto que cuentas con mi discreción y a nadie le diría nada. ¿Y cual es la otra alternativa?—
—La otra alternativa es que dejes atrás tu vida pasada, y te vienes a vivir conmigo en este pueblo de renegados. Tendrías que dejar todo lo que tienes en la ciudad y todo lo que conoces: a tus amigos, tu ropa, tus cosas. Por supuesto que dejarías también tus servicios en el CRP. Como todos nosotros, los sobrevivientes de la Gran Guerra, se que no tienes más familia allá, así que por ese lado no habría problema. A cambio de eso, tendríamos un futuro juntos. Tendríamos todo el apoyo de las personas lindas de este pueblo. Tendríamos nuestra pequeña cabaña que ya conociste, estos hermosos amaneceres, y la luna llena como anoche. Y claro— concluyó Gaby —me tendrías a mi a tu lado el resto de nuestras vidas.—
La mirada de Jan se paseaba, viendo el paisaje tan hermoso, y viendo a la hermosa Gaby frente a él. Todos los recuerdos de sus amigos, de su escuela, de los divertidos entrenamientos de fútbol y basketball pasaron por su mente. Recordó también cómo Gaby fue su primer hembrita. Como aprendió con ella a besar a una mujer, y a darle placer. Recordó la noche anterior y cómo se amaron y entregaron totalmente. Las imágenes de su pasado, y las de la noche anterior pasaron por su joven cerebro.
—Se que es mucho para pensarse— comentó Gaby. —No me voy a ofender, ni a enojar, ni a poner triste si decides regresar y seguir con tu vida. Nada de resentimientos. Guardaré con mucho cariño el recuerdo de los maravillosos momentos que pasamos juntos.—
Los ojos de ambos se nublaron con lágrimas. Ambos deseaban llorar, pero hacían el esfuerzo de aguantarse.
—Para hacerlo más fácil— explicó Gaby —no voy a pedirte que me contestes, pero vamos a hacer algo.—
—¿Qué?— preguntó el.
—Saca tu teléfono— respondió ella, mientras sacaba su propio teléfono.
—Vamos a hacer esto— siguió explicando Gaby. —Estos teléfonos son lo único que aún nos ata a la vida pasada. Es por donde el CRP se comunicaba con nosotros para los nuevos servicios. Es la única forma que tienen para localizarnos.—
—Ajá— respondió Jan, aún tratando de reprimir el llanto.
—OK, vamos a cerrar los ojos los 2, mirando hacia el lago, cada quién con su teléfono en la mano. Así, con los ojos cerrados, vamos a contar juntos hasta el tres, y en ese momento, si decides quedarte aquí conmigo, avientas tu teléfono con fuerza hacia el lago, lo más lejos posible. Yo lanzaré el mío al mismo tiempo.—
—OK— dijo Jan, mientras escuchaba atentamente a Gaby.
—Si escuchamos un solo “splash”, significa que elegiste conservar tu teléfono para regresar a tu vida actual, en la ciudad. Si escuchamos dos “splash”, significa que ambos lanzamos nuestros teléfonos, para empezar una nueva vida juntos.—
—OK, me queda claro— respondió el adolescente.
—¿Listo? Cierra tus ojitos, no hagas trampa— dijo Gaby. Ambos estaban parados en la orilla del lago, con sus ojos cerrados y su teléfono en la mano. Vamos a contar juntos.-
—¡UNO!— dijeron al unísono. —¡DOS! … ¡¡TRES!!—
Por unos segundos se escuchó un silencio sepulcral. Hasta las aves dejaron de cantar por unos instantes…
¡SPLASH! …… ¡SPLASH! Se escuchó el sonido de los teléfonos cayendo a lo lejos en el agua. Primero se escuchó el de Gaby… y medio segundo después el de Jan que, siendo más fuerte, lo había arrojado más lejos.
Apenas se escuchó el segundo ‘splash’, ambos abrieron los ojos, se miraron de frente emocionados, se abrazaron hasta casi romperse las costillas y empezaron a besarse en la boca apasionadamente. Los 2 jóvenes, ella de 18 años y él de 15, habían decidido iniciar una vida juntos. Continuaron besándose y acariciando sus cuerpos, ajenos a todo lo que pasara a su alrededor. Luego se tiraron al piso, entre risas, y sus besos y caricias se fueron tornando mas eróticas, más intensas. Jan se quitó su chamarra, la puso sobre la hierba, y acostó a Gaby encima. El se puso sobre ella y empezó a besarla en la boca, en el cuello. Y así, sin desnudarse totalmente, solo abriendo las partes necesarias de la ropa, hicieron el amor sobre la yerba junto al lago, entregándose a la nueva pasión que habían descubierto. Luego se quedaron dormidos ahí, tomando el sol, sabiendo que estaban juntos y que gracias a eso iban a salir adelante. Su nueva vida juntos en el paraíso había comenzado.
Epílogo.
Dos meses después de su primera noche juntos en la cabaña, Gaby descubrió que estaba embarazada. Visitando al médico del pueblo, confirmaron que llevaba ya 2 meses de embarazo, por lo que los muchachos entendieron que aquella primer noche en la cabaña, o quizá la mañana siguiente en el lago, Jan había vuelto a depositar su fértil semilla dentro de Gaby y la había preñado de nuevo. Los 2 recibieron con total felicidad la noticia: ¡En esta ocasión podrían quedarse con el bebé y no tendrían que entregarlo a nadie! Pasados 7 meses más, con apoyo de la partera del pueblo, nació una hermosa bebé. La llamaron Luna, en recuerdo de la luna llena que los iluminó aquella noche que hicieron el amor por primera vez, y también porque, al igual que su papá, los ojitos de la bebé brillaban en la noche cuando los iluminaba la luna.
Año y medio después nació su segundo bebé, un varoncito al que llamaron Javi, en honor a Don Javier, que fue quien siempre apoyó a la pareja, desde convencer a Gaby para que le llamara a Jan, hasta apoyarlos siempre con comida, buena plática, y su delicioso vino.
Ya con sus 2 bebés, decidieron que ya era momento de dejar atrás su función como reproductores. A pesar de todo el cuidado que tenían, aún conservaban un poco de miedo que el CRP los fuera a buscar. Así que Jan fue con el doctor del pueblo para que le hiciera una vasectomía. Así pudieron continuar haciendo el amor todas las veces que quisieran, y evitaban el riesgo de que lo volvieran a llamar como preñador. Ni ellos ni sus hijos regresaron jamás a la gran ciudad.
FIN.
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