A veces sólo era pretexto
Cuando comencé a darme cuenta que el sexo con otros aminoraba mi depresión, cogía por gusto, y no precisamente “hacía el amor”. Aquí cuento brevemente un caso..
Ayer, al leer «No soy una ninfómana, ni soy la más puta del mundo, pero lo único que se me ocurrió fue abrir mis piernas para levantarle el ánimo a todos ellos» que escribió ‘Martehijodejupiter’, me vino a la mente un recuerdo que quiero contarles.
Como saben mis lectores, de joven padecí una ninfomanía muy acentuada que fue provocada por un desorden de mis hormonas y muchos consideraban que yo era muy puta. Obviamente no lo soy, ni me gusta que lo digan y me lo he tragado cuando venía de mis parientes de quienes me metí con sus parejas; el caso de mayor consecuencia fue el de mi hermana Paca. Por otra parte, sí lo permito, y lo tomo como muestra de lujuria, por quien me está poseyendo y haciendo feliz en ese momento.
Tenía yo 29 años en esa época de estos hechos. Alguna compañía lanzó una convocatoria de concurso para presentar un esbozo de proyecto (en pocas cuartillas) que solucionara un problema tecnológico. No se trataba de presentar el proyecto completo, más bien tenía el objetivo de recopilar ideas para sus equipos de ingenieros. Mi marido y varios de sus colegas se interesaron por el reto, pero la mayoría por el premio en metálico que ofrecían.
Entre los participantes, además de Saúl, mi esposo, estaba Marcos, un amigo de mi marido, quien requería de una suma de dinero importante por razones familiares. Acudió con Saúl, para que le revisara su proyecto. Mi esposo fue claro: “Yo también estoy concursando y no es correcto que me muestres tus ideas al respecto”, sin aceptar ver los papeles que llevó Marcos, quien amablemente, pero molesto y desconcertado se retiró. Cuando Saúl me contó sobre la visita que le hizo Marcos, le inquirí sobre su negativa ya que él casi siempre coopera con todos, más con sus amigos.
–Yo aún no termino el mío y no quiero que me contamine esa revisión –contestó.
–Sí, el tipo de las ideas superiores no quiere que se las arruinen –contesté tratándolo de humillar–. ¿Será que también tienes celos de él porque me ve como mujer? –completé porque en una reunión anterior Marcos y yo bailamos y Saúl notó que su amigo se excitó.
–¡No seas boba! ¡A todos nos excita tu belleza! Mi negativa fue para que sus ideas no influyeran en las mías e inconscientemente yo las usara en mi proyecto, sería un abuso –explicó y me quedé callada.
En la ceremonia de premiación, ninguno de los tres premios fue para Marcos. Sí, el “niño de 10 en todo”, Saúl, ganó el primero. La cara de Marcos era de desolación. Con trabajos, Saúl lo convenció de que se quedara al festejo que se daba.
Al terminar la comida de honor y agradecimiento por las ideas aportadas que dio la compañía. Saúl le endosó el cheque a Marcos y le dijo “Sé que lo necesitas en este momento, por favor, acéptalo en préstamo y me lo pagas cuando puedas y como puedas”. Marcos no entendía lo que pasaba, pero moviendo la cabeza, y con la boca abierta, se negó a recibirlo. No es que estuviésemos en bonanza, Saúl siempre administró los ingresos excedentes periódicos, como éstos, los cuales guardaba en oro amonedado. Yo lloré ante el gesto de Saúl y lo abracé. Aun así, Marcos se resistía a aceptarlo, por lo que tomé el cheque y se lo di a Marcos
–Ya está endosado, por favor, tómalo –se lo puse en la mano y le di un abrazo. Su mano quedo aprisionada por mi pecho y la abrió para abarcar mi copa.
Obvio, me calentó. Le di un beso en la mejilla para prolongar el momento y evitar que Saúl se percatara del hecho, que obviamente fue automático, y seguramente una continuación de los toqueteos que “sin querer” me dio la vez que bailábamos y, en aquella ocasión, sólo había dicho “Perdón, creo que fue mi inconsciente”. Pero al separarnos, Saúl se dio cuenta que la mano de Marcos estaba abierta y el cheque se había caído, por lo que él lo levantó y se lo puso en la mano.
–Creo que debemos invitar a cenar a tu amigo para que le quede claro a qué se debió tu negativa y con ello le levantes el ánimo –le sugerí a Saúl cuando llegamos a casa.
Al día siguiente, Saúl me dijo que ya no era necesaria la cena, pues Marcos nos había invitado el viernes siguiente a cenar a su casa como agradecimiento.
Fuimos muy bien recibidos, pero me di cuenta que Anita, la esposa de Marcos se deshacía en atenciones con mi esposo, lo cual me llenó de celos y, muy ardida, me puse a coquetear abiertamente con Marcos, mas Anita no se daba por enterada, toda su atención estaba en mi marido.
–En el festejo de premiación, tu caricia en mi pecho, ¿también fue del inconsciente? –le pregunté a Marcos en voz baja y su cara enrojeció de vergüenza.
–Perdóname, no lo pude resistir, estabas tan cerca… –contestó bajando la vista.
–No te aflijas, me gustó sentirte tan caliente, a pesar del momento – le dije acariciando su mano.
En el otro extremo de la sala, la charla entre Saúl y Anita seguía animada. Al soltarle la mano a Marcos, le acaricié la pierna y le pregunté si así era de caliente con su esposa, a lo que contestó con una sonrisa y un gesto afirmativo, y yo, también sonriendo, le apreté la pierna tres veces, cada una más arriba, y con un poco de angustia volvió a ver en la dirección de su esposa. “Me gustaría saber, en carne propia, cómo haces el amor”, espeté. Marcos se sorprendió y sólo atinó a decir “¿De verdad…?”. Asentí con la cabeza y sonriendo le dije “De verdad…” No hubo más al respecto. Sabía que me hablaría pronto.
A esa fecha, ya me había tirado a varios amigos de mi marido; a los que no pude, se retiraron de nosotros para evitar que los continuara acosando, entiendo que fue una muestra de lealtad a Saúl.
–Hola, Tita, habla Marcos –fue lo que escuché el lunes siguiente al mediodía, después que contesté. Solamente estábamos la sirvienta y yo.
–¡Hola, Marcos! Esperaba tu llamada. ¿Qué decidiste? ¿Aceptas sacarme de mi duda? –pregunté para ir al grano.
–¡Encantado! Pero hay algo que no entiendo, ¿Saúl no te satisface? –pregunto entre preocupado y temeroso.
–A veces sí, pero ya sabes que primero son sus abstracciones y luego, por no dejar, atiende a su esposa. Y eso cuando yo se lo insinúo. Quiero sentir, aunque sea una vez más, que muevo pasión y deseo, pero, sobre todo, que me satisfacen sin remilgos –contesté, sabedora que eso les pica el orgullo a los machitos.
Aunque ustedes no me crean, en esa llamada telefónica me estaba comportando como lo hacía con mis amantes habituales: preguntando y contestando sin cortapisas en los asuntos relativos a mis preferencias sexuales. Una hora después de plática caliente, ya estaba arreglado que nos veríamos el miércoles a las 8 de la mañana.
Marcos llegó con puntualidad a donde quedamos de vernos: la esquina cercana a la escuela de mis hijos.
–¿Hasta qué hora dispones? –me preguntó.
–A las 12 debo estar en el mismo lugar para recoger a mis hijos –contesté–. Soy mamá y tengo obligaciones…
–¡Caray! No sé de un lugar cercano para mostrarte mis habilidades –dijo rascándose la cabeza.
–Yo tampoco. A menos que… ¡Sí, supongo que sí! Junto al centro comercial donde acostumbro hacer el súper Hay un hotel, y no se ve mal por fuera –dije y le expliqué por dónde irse.
Dada mi “ingenuidad y desconocimiento”, tuvo que hacer un recorrido adicional porque la entrada al estacionamiento no estaba sobre la calle principal. Eso ya lo sabía yo; je, je, je… ¿Adivinaron el lugar?
Desde el elevador, donde íbamos solamente nosotros, nos besamos y morreamos. Le quité los anteojos de pasta que traía y se los puse en la bolsa del saco. “Así te ves más guapo” dije y bajé mi mano para ver qué tal se estaba cocinando el asunto… ¡Me gustó saber, aunque fuese sobre la ropa, lo que iría a darme!: parecía un pene más grande que el de mi marido, casi del tamaño del de mi amante Eduardo. Apenas entramos en el cuarto que nos asignaron y nos desvestimos, una al otro y uno a la otra, entre besos y caricias.
Sí, claro, no falla: apenas quedaron al descubierto mis tetas se fue sobre ellas con lujuria, sus manos y boca eran escasas para satisfacer sus deseos. ¡Qué calentura tenía Marcos! ¡No podía controlar su obsesión!
–¡Qué rico! Pero lo será más cuando estemos desnudos… –le dije aflojándole el cinturón.
–¡Es qué eres muy hermosa! –exclamó, ayudándome con su pantalón, para poner otra vez mi pezón en su boca.
–Me gusta el color caoba obscuro de tu pelo y tus bigotes –señalé revolviéndole el pelo y, despegándolo de mi pecho, le lamí los bigotes–. Ya vi parte de lo que hace tu boca –ahora quiero ver que haces con esto que tiene el vello más oscuro que tu cabeza, le dije al tomar su tronco para humedecer el glande con mi pucha, mientras lo besaba metiéndole la lengua.
Cuando estuvo a punto, me ensarté la verga al colgarme de su cuello e instintivamente me sostuvo de las nalgas. “No te vayas a venir, un caballero consciente en todo a la dama”, le advertí moviéndome muy rápido. Tuve varios orgasmos y lo vi sufriendo al no permitirle soltar su semilla. “¡Qué palote tan rico disfruta Anita!”, le decía remolineándome en la tranca enhiesta hasta que me cansé. “Ya, ya… Déjame acostar” le pedí y me depositó en la cama, donde me trasladé hacia la otra orilla para hacerle ver que quería que también se acostara. Lo hizo y, otra vez, fue hacia mis tetas… Lo dejé que se refocilara como él quería mientras yo me reponía.
Luego, cuando sentí las chiches muy traqueteadas, le dije “Ya vi que allí me chupas muy bien, ¿sabes hacerlo en otro lado…?” Marcos sonrió y se puso con los pies bajo la cama, del lado de la piesera, me abrió las piernas, se hincó sobre el colchón y su lengua me empezó a dar más placer. Primero balbuceé gemidos que crecieron de volumen hasta llegar a gritos francos: ¡El puto me calentó tanto, y chupaba muy rico…! Tuve más orgasmos consecutivos. “¡Yo también quiero chuparte!”, le exigí y se colocó en posición de 69. Ahora él se retorcía de gozo porque yo le masajeaba y le lamía los huevos, además de recorrer el glande y el meato, tragarme el tronco hasta la garganta y demás gracias que he aprendido. Incluso, en los últimos momentos no me chupaba pues su eyaculación ya venía. ¡Soltó semen abundantemente! Sabía rico, sí, pero era tanto que se me escurrió por las comisuras, respiré insistentemente por la nariz ya que no quería dejar salir su verga de mi boca hasta que ésta se hiciera chiquita.
Jadeando y sudoroso se acomodó a mi lado en la cama, poniendo su mano sobre mi vientre y le limpié el sudor del rostro con un pañuelo desechable, pero tuve que tomar otro, y otros más, también los pasé por su pecho. ¡Sí que se dejó venir con enjundia! Dormimos un buen rato.
–¡Qué rico sabe tu sexo! –externó Marcos en cuanto vio que abrí los ojos.
–Bueno, mi sabor hoy no es sólo el mío… –dije, y Marcos, sorprendido, me vio a los ojos interrogante–. Me gustó extraerte tanta leche porque hoy no la tomé en la mañana ya que mi marido me la inyectó. Qué bueno que te haya gustado el sabor… –concluí.
–Pues entre los dos, les quedó riquísimo –explayó y bajó su mano para dedearme la raja.
–¿Hay algo que no hayas hecho y te gustaría hacer con una mujer? –pregunté para ver si lo podía consentir ya que su trabajo estuvo estupendo.
–¡Mamas muy rico, dichoso Saúl! Anita pocas veces me mama la verga, por eso me encantó lo que hiciste – señaló a manera de agradecimiento–, pero nunca me ha dejado que le dé por el culo –confesó esperanzador.
–¿Ya se lo has hecho a alguien, así? –pregunté para evaluar, porque con Eduardo, de pene un poco mayor, no me siento tan cómoda.
–No, pero me gustaría probarlo –expresó avergonzado.
Después de cerciorarme que entendía las dificultades de ese tipo de penetración y lo doloroso que podría ser si no lo hacía cuidadosamente y dilatando poco a poco el esfínter, yo estaba indecisa, pero sabía que en el baño, además de champú y enjuague había una botellita de aceite lubricante, cortesía del hotel, y pensé en premiarlo, pero no se lo dije para que le quedara claro que yo no conocía este lugar, ni que yo era muy puta (¡seguro que sí lo pensó!), y, además, tuviese claro que lo de nosotros esta vez, sólo había sido un capricho de una ocasión única.
–Ojalá alguna vez puedas hacerlo –dije levantándome de la cama y le posé un poco para que se le antojara echarse otro palo– Por ahora, vamos a bañarnos.
–¡No, aún podemos hacer el amor una vez más! –exclamó levantándose de inmediato para detenerme– ¿No te gustó hacer el amor conmigo?
–¡Claro que sí! En la regadera me lo haces, no quiero tardarme más porque tengo que recoger a tiempo a mis hijos –asentí llevándolo del pene.
Cuando tomé las botellitas de champú, hice como que leía las etiquetas y exclamé “¡Parece que estás de suerte, hay un lubricante de aceite!” y se lo extendí para que leyera la etiqueta, la cual leyó y se le iluminó el rostro.
–¿Crees que sabrás usarla como hemos platicado? –pregunté.
–¡Claro que sí! Cuando te haya dilatado, sólo avísame si tienes dolor para suspender la introducción –dijo con mucha seguridad.
Así que, antes de meternos a la regadera, Marcos conoció un nuevo placer. ¡Lo hizo mejor que Eduardo!
Lo restante no es tan relevante: nos enjabonamos mutuamente, él se tardó más en mi pecho y yo en su palote y huevos. Me gustó la cogida que me dio, pero no prendió en desearlo de nuevo, quizá solamente lo hice por lástima y para ayudarle a recuperar su autoestima (cogerse a la esposa del rival que lo venció en el concurso).
Insisto, estás creciendo en mí como una obsesión, y lo peor, ¡fuera de mis coordenadas temporales! En esa época del relato que narras, yo estaba naciendo…
Pero ya encontré un muy posible lugar donde te cogieron muchos de tus machos. Resulta que busqué más indicios en tus relatos y todo parece indicar que es el Hotel Tlalpan, al lado de un Wallmart, en la estación Portales del metro, ruta 2. ¿Me equivoco?
¿Quieres que lo visitemos?
Obviamente estás muy lejos de mis coordenadas, y no sólo las temporales. Hace muchos años que no voy a ese lugar, no hay necesidad.
La utilización de ese hotel para ir con tus machos (fueran los consuetudinarios o los eventuales) revela un modus operandi para aprovechar la cercanía a tu domicilio y el horario de la escuela de tus hijos, así lo demuestras con Roberto, con Nemesio, con Moisés, y saber con quiénes más…
Alguna vez mencionaste que te tiraste a algunos por lástima, Marcos es uno de ellos, sí, pero tú lo buscaste para eso sabiendo que lo calentabas con las tetas.
¿Tendrías misericordia de mí? Veo tu foto con frecuencia…
A propósito de tu relato. ¿Marcos ya le pagó a Saúl?
No soy tan misericordiosa, sigue usando mi foto para pensar en mí…
Sí, no tardó mucho en cubrir su deuda.. Marcos sabía que cuando Saúl le prestaba dinero a alguien, lo hacía en oro amonedado, así que durante varios meses fue pagándole un centenario a Saúl, hasta que concluyo.
Tampoco hubiese pasado algo si Marcos no le pagaba. Te cuento que el mes pasado recibió dos centenarios que él prestó hace casi medio siglo a una de sus «amiguitas», a quien por cierto mantuvo becada durante dos años para que ella no trabajara mientras estudiaba. Pero eso es otra historia…
¡Maestra! Desde joven usabas magistralmente la seducción. Además, tenías claro lo que podemos hacer con un pecho de tamaño y caída adecuados. Antes creía que te tirabas a quienes tú querías para machos y te enamorabas de ellos. Después, por comentarios que nos hacías y menciones dentro de los relatos, me pareció que desechabas a «quienes no merecían el bis», es decir, a quienes habían tenido mal desempeño. Pero ahora descubro que debiste haber desechado a muchos que sí te llegaron a dejar satisfecha. Ahora entiendo lo que alguna vez dijiste (o quizá alguna otra) que «los putos son para usarse».
Yo he usado ya a seis, perdonen que no haya contado lo de dos de ellos, pero prefiero coger a escribir, y efectivamente, sólo tengo a dos de planta: Mario y mi marido. Eso no significa que los otros cuatro lo hayan hecho mal y que, si me agarran caliente y no hay algo nuevo en el horizonte, me los volveré a tirar. ¡Sí quiero probar muchos machos, entre más enjundiosos, ¡mejor!
Qué bien vas en tu «destape», seguramente tu marido también se va volviendo un gourmet de atoles y mejor conocedor de posiciones, porque supongo que las nuevas que aprendes se las has de enseñar a ´Miguel.
Te diré que me tiré a muchos, casi 200, pero a la mayoría no los recuerdo. A veces, como en este caso, aflora el recuerdo por alguna extraña razón. Me hubiese gustado escribir aunque sea unas líneas sobre todo ellos, aunque hubiese sido sólo una vez. Más vale que lleves un diario o algo así, exclusivamente para esto, así no te pasará como a mí.
¡Qué piadosa eras, amiga! ¿Cuántos ya habían pasado sobre ti, o tú sobre ellos, a esa edad? Al parecer, te desenvuelves como «de usar y tirar» («tirar» como desechar, porque…). También, en esa época, Saúl ya te había hecho caso y se buscó quién sí pudiera quererlo, aunque fuera por ratos, como Regina. Pero seguramente él también tuvo gestos piadosos con otras mujeres, beneficiándolas a tu estilo. Sabes si a él le gustaban más las casadas, las vírgenes, las que se parecían físicamente a ti, o contratantes contigo?
Seguramente menos de una docena para ese año.
Sí, me lamento de haberle dicho eso a Saúl, pues se volvió muy puto. Él sólo desvirgaba a alguna cuando ya no soportaba el asedio, pero eran de mujeres mayores de 30 años. Alguna vez mencionó en una reunión que «es una gran responsabilidad desflorar a una mujer, pues había que hacerla feliz, aunque yo no lo disfrutara como quería». Me enojé, pues supe de algunas que así fue y volvieron por más, así que le retobé «¿Pero qué tal las siguientes ocasiones? ¡Ahí sí eras tú quien se daba el banquete!»
Respecto al físico o a la clase social, agarra parejo, he sabido de dos criadas que las surtía varias veces a la semana (unas jovencitas que ayudaban a mi suegra, y otra sirvienta nalgona, casada y muy puta aquí en la casa, de la cual yo me enteré hace muy poco por accidente cuando vi unas fotos de ellos.
También, hace dos años fue el invitado especial de una señora de la alta y muy inteligente, quien vino a cumplir los 60 años a México para festejarlos con Saúl. Allí me enteré, por el esposo de esta señora, que ella lo había planeado así, para agradecerle a su tutor principal, «Le enseñó mucho y no tengo celos», dijo para dejarme claro que también la descorchó.
¡Ay, cuanto tiempo perdí, cuanto tiempo! No soy ninfómana, pero sí muy puta. Desgraciadamente me faltó arrojo para andar de cama en cama como tú. Por eso te envidio. Relatas lo que para mí es una nueva faceta tuya: coger por coger, sin mayor consecuencia ni compromiso.
Pero eso se acabó, ya quedé con ya sabes quienes que vamos a hacer un trío. ¡Estoy como quinceañera ilusionada!, imagina dos «nenes» once años menores que yo con los que no he tenido algo previo (a lo mejor debí hacerle como Gloria) que me cumplirán un deseo de algo que sólo he leído aquí.
¿Alguna sugerencia para que lo disfrute al máximo?
No se me ocurre nada. Si hablas de los putos quienes creo que son, haz lo que hizo Gloria con ellos, «Dejarse hacer lo que ellos quisieran». Lo gozó muy bien.