Aventuras con mi hijastra: El cumpleaños de Wendy
La relación íntima entre un mi hijastra y yo en la fiesta de cumpleaños de mi esposa. La tensión sexual va en aumento gradualmente a través de encuentros furtivos y juegos de seducción, culminando en sexo .
Mi esposa cumple años hoy. Acabo de llegar a casa después de una larga noche de trabajo y la encontré arreglándose para llevar a Astrid a la escuela. ¡Qué sorpresa! La vi vestida con una falda hasta las rodillas y una blusa escotada.
Al verla, le entregué un ramo de rosas que compré en el camino. Se sonrojó y bajó la mirada. “Ay, qué lindo eres”, dijo, mientras tomaba las flores con cuidado. “Gracias”.
Y me corresponde con un beso muy apasionado. Nuestras lenguas se entrelazaron en un baile apasionado, su sabor dulce y embriagador. Sentí sus manos aferrarse a mi camisa, acercándome más a su cuerpo.
Mis manos se deslizaron por su espalda, sintiendo la calidez de su piel bajo la tela de su vestido. Cada curva era un mapa de deseo, y mis dedos trazaron su camino hasta sus caderas. Con un movimiento suave, levanté su falda, revelando la perfección de su trasero. La piel, tersa como seda, me invitaba a tocarla.
“Mis dedos se aventuraron más allá, rozando el encaje de su tanga, el calor emanando de la entrada de su vulva. Un gemido escapó de sus labios, un sonido que encendió aún más mi deseo. El aroma de su perfume, dulce y embriagador, llenaba mis sentidos.
“Con cuidado, introduzco dos dedos, sintiendo su cuerpo tensarse de placer. Deslizo un tercer dedo en su recto y, mientras me disponía a hacerle un oral, ansioso por saborear su dulzura, metiéndome bajo su falda, sonó su celular.”
“¡Mi mamá!”, contestó Wendy, diciendo que venía en camino para celebrar.
Tocaron a la puerta de nuestra habitación. En ese instante, la puerta se abrió de golpe y Astrid entró. Sus ojos se abrieron de par en par al verme en cuclillas, oculto bajo la falda de su madre. Un silencio incómodo llenó la habitación, interrumpido solo por la respiración agitada de Wendy.
«Astrid, con el ceño fruncido, exclamó con una mezcla de confusión y sorpresa: «¡Ya estoy lista para el colegio! ¿Qué hermosas flores? ¡Nunca me han regalado una flor!».
Wendy, sin saber qué decir, se apresuró hacia el baño, intentando recomponer su ropa mientras sus mejillas se teñían de un carmesí intenso.
Mientras mi esposa se mete al baño para acomodarse la ropa; yo, todavía con la erección bajo el pantalón, trato de disimular. Me siento en la cama.»
«Mi linda colegiala lo nota, y se sienta a un lado, me toca por encima de la tela y se muerde los labios. “¿Todo bien?”, pregunta Astrid con una sonrisa pícara.
Con el corazón acelerado, aprovecho que mi esposa está ocupada en el baño; Astrid me baja el cierre y, antes de que pueda reaccionar, toma mi miembro con ambas manos. Con una habilidad sorprendente, me da una profunda y rápida chupada.
Justo cuando la sensación alcanza su punto máximo, y escucho los pasos de mi esposa saliendo del baño, Astrid va en busca de su madre diciendo: “¡Mamá, mamá! Ya estoy lista para ir al colegio. ¿Podemos irnos ya?”.
«Listos para irnos», dice Wendy, ajustándose la falda con un movimiento nervioso. Se acerca a mí y, con un tono casual que no coincide con la tensión en sus ojos, añade: «Amor, ¿podrías llevarnos a la escuela? Se nos está haciendo tarde». Y luego se dirige a Astrid, con una mirada que parece advertirle: «Astrid, ¿ya tienes todo listo?».
Astrid asiente con una sonrisa inocente, pero sus ojos brillan con una picardía que me hiela la sangre. «¡Sí, mamá! ¡Lista!», responde, tomando su mochila con un movimiento rápido y dirigiéndose a la puerta. «¡Vámonos!».
Cuando salimos de la casa los tres para llevar a Astrid al colegio, nos encontramos con la madre de Wendy bajando de un taxi. ¡Mamá!, exclamó Wendy, sorprendida. «¿Qué haces aquí tan temprano?».
Nos saludó con una sonrisa. «Decidí darles una sorpresa», respondió, fijando sus ojos en mí por un instante que me pareció eterno. «Pensé que podríamos desayunar juntos antes de llevar a Astrid a la escuela».
Astrid se acercó a su abuela y le dio un beso rápido en la mejilla. «¡Hola, abuela!», dijo con una sonrisa. «Pero no tenemos tiempo para desayunar, se me hace tarde para la secundaria…». Sus ojos brillaron con tal intensidad que me hizo estremecer».
Tras dejar a Astrid en la escuela, Wendy propuso desayunar en el centro comercial con su madre. En el restaurante, Wendy me presentó formalmente a su madre: «Mamá, él es mi esposo». Su madre, Elena, me dio una cálida sonrisa. ‘Mucho gusto’, dijo. «Wendy me ha hablado mucho de ti». Le devolví la sonrisa, sintiendo una ligera incomodidad ante su mirada escrutadora. «El gusto es mío, Elena», respondí. “Wendy me ha dicho maravillas de usted».
«Ya que estamos aquí’, dijo Wendy, ‘compraremos tequila para mi cumpleaños».
De vuelta en casa, el ambiente se transformó. Las bolsas, llenas de provisiones y botellas de tequila, llenaron la cocina. Wendy y Elena se movían con una energía contagiosa, organizando todo para la celebración. Yo, agotado tras mi turno nocturno, me excusé y me retiré a la habitación. Necesitaba unas horas de sueño reparador.”
Cuando desperté, el sol ya se filtraba por las cortinas. Wendy me esperaba en el borde de la cama, con una sonrisa radiante. “Amor, ¿podrías hacerme un favor? Astrid necesita un vestido nuevo para la fiesta y ya es hora de recogerla de la escuela. ¿Podrías llevarla de compras?”.
Al esperar a mi hermosa colegiala a la salida de la escuela, le pregunté: «¿Lista para ir de compras?», tratando de sonar casual. Ella asintió, sus ojos brillando diversión. Antes de que subiera al auto, le entregué una rosa roja, su tallo largo y espinas afiladas contrastando con la suavidad de sus pétalos. «Para ti», le dije, con una sonrisa que esperaba pareciera amable.
Ella tomó la rosa con cuidado, sus dedos rozando los míos por un instante fugaz. «Gracias», murmuró, sus ojos fijos en la flor. «Es hermosa». Luego, con una sonrisa enorme, añadió: «¡Vamos de compras!». Y salimos juntos hacia el centro comercial.
De boutique en boutique, observando cómo Astrid se movía entre los percheros con una extraña determinación. Sus dedos se deslizaban por las telas, acariciando la seda y el encaje con una curiosidad que me inquietaba. De pronto, se detuvo frente a un vestido negro corto, sin mangas, de vuelo travieso, adornado con pequeñas flores bordadas que parecían estrellas fugaces. Sus ojos se iluminaron con una chispa de malicia, y lo tomó entre sus manos, sosteniéndolo frente a ella. “Este es perfecto”, murmuró, con una sonrisa que me heló la sangre. “Me lo voy a probar”
Al salir del probador, Astrid se miró en el espejo con una sonrisa de satisfacción. El vestido negro corto, de vuelo travieso, se ajustaba a su figura como una segunda piel, resaltando sus curvas incipientes y sus largas piernas. Las pequeñas flores bordadas, que parecían estrellas fugaces, brillaban con la luz artificial del probador, creando un efecto mágico y seductor. Sus ojos, enmarcados por pestañas oscuras, brillaban con una intensidad que me hizo estremecer. “Me lo llevo”, anunció, sin siquiera preguntar el precio.
Mientras nos dirigíamos a la caja, pasamos por el área de ropa interior. Astrid se detuvo, sus ojos brillando con picardía. «¿Puedo llevarme algo de aquí también?», preguntó, señalando un conjunto de encaje rojo. El conjunto consistía en un brasier de encaje delicado, con tirantes finos que se podían desprender, y un bikini de encaje, adornado con pequeñas flores bordadas de satén en la parte delantera. «Es precioso», murmuró, acariciando la tela con sus dedos. «Y me quedaría perfecto…».
Antes de que pudiera responder, Astrid tomó el conjunto de encaje y se dirigió al probador. Al salir, se acercó a mí con una sonrisa traviesa. “Me encanta”, susurró, y sin previo aviso, me dio un beso muy tierno y rápido en los labios. “Gracias por todo”, dijo, con un brillo en los ojos.
Por la tarde al inicio del convivio Wendy lucía un vestido de cóctel de satén color carmesí, que se deslizaba suavemente sobre sus curvas, realzando su figura con una elegancia provocativa. Un par de medias negras a mitad del muslo, sostenidas por ligueros de encaje, asomaban tentadoramente bajo el dobladillo, añadiendo un toque de picardía a su atuendo.
Y entonces, Astrid apareció. El vestido negro, corto y travieso, tejía sombras y luces sobre sus curvas incipientes, un misterio que desafiaba la inocencia de su edad. Sus hombros, dos lunas descubiertas, irradiaban una delicadeza que atraía la mirada, un susurro de vulnerabilidad en medio de tanta belleza. Sus piernas, ríos de seda alargados por tacones finos, parecían danzar con la luz, una promesa de fragilidad seductora. Su cabello castaño, una cascada brillante, enmarcaba un rostro de ángel.
Un aroma dulce y embriagador, una mezcla de vainilla y jazmín, emanaba de su piel, envolviendo el aire con una promesa de tentación prohibida. La imagen de Astrid, una mezcla de niña y mujer, me heló la sangre, prometiendo una noche de revelaciones oscuras.
Wendy, con un aire de reina recién coronada, nos miró a los tres y dijo: ‘Hoy, la celebración es mía. Así que, caballeros… y damas… ¡a servir!'».
Elena, con una sonrisa resignada, tomó la iniciativa, guiando a los invitados hacia la mesa del buffet. Yo, siguiendo su ejemplo, me encargué de las bebidas, sirviendo refrescos y tequila, mientras Astrid se movía entre los invitados, con una gracia felina, ofreciendo y llevando los platillos. La fiesta se llenó de risas y música.
Mientras la fiesta continuaba, Wendy y Elena se movían entre los invitados con una gracia natural, asegurándose de que todos tuvieran sus platos llenos y sus copas rebosantes. Sus risas se mezclaban con la música, creando una atmósfera de celebración y camaradería. Astrid y yo, sirviendo y yendo de un lado a otro, entrando y saliendo de la cocina.
En uno de tantos encuentros en la cocina, aprovechando que estábamos solos, Astrid me miró con una sonrisa pícara y preguntó, con sus ojos brillando: “¿Te gusta cómo me veo?”
Sin responder, la tomé por la cintura y la besé apasionadamente. Sus labios sabían a vainilla, y su piel era suave como la seda. Astrid me correspondió el beso con igual intensidad, rodeando mi cuello con sus brazos.
«¿Una cerveza?», susurró Astrid, con una sonrisa pícara, separándose ligeramente de mis labios. Sus ojos brillaban con una mezcla de travesura y deseo. «Por favor… tengo mucha sed», añadió, su voz un hilo de seda cargado de súplica y picardía, «a escondidas de mamá y la abuela, ¿sí?». Su mirada, fija en mí, me hizo dudar por un instante.
Antes de que pudiera responder, se acercó a la nevera y sacó dos cervezas frías. Con una agilidad sorprendente, abrió ambas botellas y me ofreció una. “Salud”, dijo, chocando su botella con la mía.
“Tenemos que volver”, susurró, apartándose de mí. “No queremos levantar sospechas”. Con un último vistazo a la cocina, donde el eco de las risas y la música de la fiesta apenas se filtraba, Astrid me guiñó un ojo y salió, dejando tras de sí el rastro de su perfume dulce.
De vuelta en la fiesta, la música resonaba con un ritmo alegre, y las risas llenaban el aire. Wendy y Elena, continuaban entre los invitados. Wendy se acercó a nosotros, con una copa de tequila en la mano. “¡Están haciendo un excelente trabajo!”, exclamó, con una sonrisa radiante. “Gracias por ayudar”.»
«Con el rostro ligeramente ruborizado por el alcohol y la alegría de la fiesta, Wendy se acercó a su madre, Elena, quien la esperaba con una sonrisa cómplice. “¡Mamá, ven! ¡Vamos a brindar!”, exclamó Wendy, tomando a Elena de la mano y guiándola hacia la mesa principal del patio. Mientras Astrid y yo continuábamos atendiendo a los invitados, ellas se unieron al bullicio, entre risas y charlas animadas.
A medida que la tarde caía y la fiesta continuaba, Astrid y yo encontrábamos cada vez más excusas para escabullirnos a la cocina. Cada encuentro era una escalada de intensidad: los besos se volvían más largos, más intensos, una danza prohibida de labios y lenguas; y las caricias, más atrevidas. Nuestras manos exploraban territorios prohibidos, rozando la piel bajo la ropa, buscando el contacto que nos llenaba de electricidad.
Buscando un poco de tranquilidad en la cocina, me serví un tequila. El líquido dorado se deslizó por mi garganta, dejando un ardor placentero. En ese instante, Astrid entró. Con una mirada traviesa, tomó mi vaso y lo probó. Sus labios rosados se curvaron en una sonrisa pícara. “¡Mmm! ¡Fuerte!”, exclamó.
Justo en ese momento, Elena, la abuela de Astrid, entró en la cocina. Sus ojos se posaron en nosotros, y una expresión de sorpresa cruzó su rostro. “Astrid, ¿qué haces con esa bebida?”, preguntó con un tono de voz que mezclaba preocupación y reproche. “Estás muy pequeña para tomar tequila”.
Sin esperar respuesta, Elena, antes de salir de la cocina, dijo: “No se distraigan. Tenemos invitados que atender. No queremos que nadie se quede con la copa vacía”. Lo dijo con una mezcla de amabilidad y advertencia.
La fiesta seguía su curso, un torbellino de música, risas y conversaciones animadas. Astrid y yo, exhaustos de atender a los invitados, buscamos refugio en la cocina. Me acerqué a la nevera, saqué dos cervezas frías y le dije, ofreciéndole una: “Aquí tienes. Para reponer fuerzas”. Astrid tomó la botella; sus dedos rozaron los míos, una chispa que encendió un fuego latente. Bebió, sus ojos fijos en los míos, una mirada que parecía leer mis pensamientos más oscuros.
Sus manos se deslizaron por mi cuello, acercándome lentamente, sus labios rosados se abrieron y me besaron con una ternura. El sabor amargo y embriagador de la cerveza se mezcló con el deseo, haciéndome perder el control.
Deslizando mis palmas por su cintura, comencé a acariciar su cuerpo hasta llegar a la suave curva de sus caderas. Con un movimiento decidido, levanté su falda, revelando la piel tersa de sus muslos. Un gemido ahogado escapó de sus labios, un sonido que me impulsó a explorar más.
Mis manos se deslizaron hacia arriba, por dentro de su falda, acariciando la suave curva de sus glúteos, sintiendo la calidez de su piel a través de la fina tela de su ropa interior. Astrid se aferró a mí, prolongando el beso que, poco a poco, se transformó en uno apasionado. Sus labios se movían con urgencia, y sus manos se aferraban a mi cuello, acercándome más a su cuerpo.
Continué deslizando mis manos hasta su cintura, deteniéndome en el borde de su ropa interior. Con un movimiento suave, retiré la fina tela de encaje rojo de sus caderas, hasta quitárselas por completo, revelando su vulva lampiña. La ropa interior de encaje rojo quedó abandonada sobre la encimera, junto a las botellas de tequila.
Mis dedos se adentraron en el cálido y suave monte de Venus, la piel suave y firme, libre de vello, cediendo ante mi tacto. Busqué su clítoris, la pequeña protuberancia escondida entre los pliegues de su vulva, y al encontrarlo, lo acaricié con suavidad, dibujando círculos cada vez más pequeños y rápidos. Un gemido ahogado escapó de sus labios, un sonido que se mezcló con el murmullo de la fiesta.
Con mi otra mano, exploré la delicada zona de su ano, estimulando suavemente el pequeño orificio que se contraía y relajaba bajo mi tacto. Astrid arqueó la espalda, sus manos aferrándose a mis me beso con mas pasión, mientras su respiración se aceleraba.
Mis dedos lentamente sumergí hacia el interior de su vagina estrecha, húmeda y calida. Moví mis dedos con suavidad, imitando el ritmo de una penetración, mientras Astrid mordía mis labios y se retorcía bajo mi tacto.
Justo cuando el clímax nos rozaba, el sonido de mi nombre, rasgando el aire de la fiesta, nos separó bruscamente. La voz de mi suegra, cada vez más cercana, exigía tequila con un tono impaciente. Astrid, con el aliento entrecortado, se escabulló al baño, dejando su ropa interior de encaje rojo sobre la barra, un rastro de nuestro encuentro prohibido.
La abuela entró en la cocina, su mirada escrutadora recorriendo el espacio. «¿Por qué tardas tanto con la bebida?», preguntó con voz áspera, un eco de impaciencia en su tono. Sus ojos se detuvieron brevemente en las botellas que descansaban junto a la lencería roja, pero el efecto del alcohol nubló su percepción, y siguió adelante, ignorando el rastro revelador de nuestro encuentro.
La puerta se abrió de golpe, revelando a Wendy, su sonrisa radiante iluminando la cocina. “¿Todo listo para el pastel?”, preguntó, su voz llena de entusiasmo. “¡Es hora de cantar mis mañanitas!”. Con un movimiento rápido y discreto, me abalancé sobre la lencería roja, deslizándola en mi bolsillo justo antes de que Wendy pudiera notarla. Justo en ese momento, Astrid salió del baño, su mirada buscando frenéticamente algo en la barra. Sus ojos se abrieron de par en par al notar la ausencia de su ropa interior.
Los cuatro, sentados en la mesa donde está el pastel, todos los invitados cantan las mañanitas. Al terminar, todos brindamos por la festejada. Astrid se acerca a mi oído y me dice, en secreto: “¿Oye tu agarraste mis chones, dónde entan?”. Le contesto que las tengo yo guardadas en la bolsa de mi pantalón, señalando la bolsa. Astrid sonríe aliviada y pide que no las vaya a perder.
La música llenaba el patio, un ritmo pegadizo que invitaba a moverse. Me levanté, extendiendo mi mano hacia Wendy. “Bailemos, amor”, le dije, sonriendo. Ella me miró, sus ojos brillando con el efecto del tequila. “Ay, mi vida”, respondió, tomando otro sorbo de su copa. “Estoy disfrutando mucho la plática con mi mamá. Mejor baila con Astrid, se ve que tiene ganas”.
La música nos envolvía, Astrid se movía con una gracia, sus caderas balanceándose al compás de la melodía. Al girarla, la falda de su vestido se elevó, revelando la ausencia de ropa interior.
Un destello de pánico cruzó sus ojos, y susurró con urgencia: “Espera, no traigo nada abajo”. Con un movimiento rápido y sutil, bajó la falda, intentando disimular el incidente.
Sus mejillas se tiñeron de un carmesí intenso, un contraste llamativo con la palidez de su piel. Sus ojos, antes llenos de picardía, ahora reflejaban una mezcla de miedo y excitación.
Mejor vamos a la mesa, me está dando frío», susurró Astrid, su voz temblando ligeramente. Su mirada, antes llena de pánico, ahora reflejaba una mezcla de nerviosismo y determinación. Tomó mi mano, entrelazando sus dedos con los míos, y me guió de vuelta a la mesa, donde Wendy y Elena continuaban su animada conversación.
Al regresar a la mesa, Wendy nos miró y sonrió. “¡Ah, ahí están los bailarines!”, exclamó, levantando su copa. “Vengan, descansen un poco. Amor, sírveme más tequila, y también a mi madre”.
Justo en ese momento, Astrid se acercó a su madre, con una mirada traviesa. “¿Mami, puedo tomar una cerveza?”, preguntó con voz dulce. Wendy la miró con ternura y asintió. “Claro, mi niña. Pero solo una, ¿eh?”.
Astrid sonrió y tomó una cerveza de la mesa. Me la entregó diciendo: “Papá, ábrela, por favor”, y bebió un sorbo largo. “¡Qué rico!”, exclamó, con una sonrisa de satisfacción. Luego, girándose hacia mí, añadió: “Tú también, papi, tómate una cerveza”. Me ofreció su botella.
Sentados uno al lado del otro, Astrid se acercó a mi oído. «Tengo frío… aquí abajo», tomando mi mano y guiándola hacia sus piernas. La piel, helada, se erizó bajo mi tacto. Sus ojos, fijos en los míos, brillaban con una mezcla de súplica y desafío. «Caliéntame, papi», susurró.
Astrid deslizó su falda hacia arriba, revelando la desnudez de sus muslos, invitando a mi mano a explorar su interior. Mis dedos se deslizaron, acariciando la piel suave desde sus rodillas hasta su entrepierna. Hasta rozar su cálida vulva, y cerró las piernas atrapado mi mano y bajando su falda.
Astrid deslizó su falda hacia arriba, revelando la desnudez de sus muslos, invitando a mi mano a explorar su interior. Mis dedos se deslizaron, acariciando la piel suave desde sus rodillas hasta su entrepierna. Hasta rozar su cálida vulva, y cerró las piernas atrapado mi mano y bajando su falda.
Mis dedos, atrapados entre sus piernas, se movieron con una presión suave, buscando el pequeño botón escondido entre los pliegues de su vulva. Al encontrarlo, comencé a acariciarlo con lentitud, dibujando círculos cada vez más pequeños y rápidos, mientras sus piernas se abrían lentamente, invitándome a profundizar la exploración.
A medida que la noche avanzaba, la fiesta comenzó a desvanecerse. Los invitados, uno a uno, se despedían, dejando un rastro de risas y conversaciones apagadas. Wendy y Elena de mesa en mesa brindando con los pocos invitados que aún quedaban, sin embargo, parecían inmunes al cansancio, sus copas rellenándose constantemente, sus voces elevándose con cada brindis.
Astrid y yo, atrapados en un juego peligroso, nos manteníamos cerca, nuestras interacciones ocultas bajo la apariencia de camaradería. Continuaba, discretamente acariciando sus piernas e intimidad.
La fiesta se disolvió lentamente, como una burbuja que se desinfla. Los últimos invitados se despidieron con sonrisas cansadas y promesas de repetir la velada. Mi suegra, con el rostro enrojecido por el alcohol, se tambaleó hacia la escalera y se dirigió a mi habitación, donde se desplomó sobre la cama.
Wendy, con el mismo nivel de embriaguez que su madre, luchaba por mantener el equilibrio mientras se aferraba a la barandilla de la escalera. “Ay, necesito ayuda para subir, por favor”, suplicó. Sus ojos, vidriosos y apenas enfocados, buscaron los míos con una mirada infantil. “Llévame a mi cama, ¿sí? Estoy muy cansada”. Se tambaleó hacia mí, extendiendo una mano que apenas podía sostenerse. “No quiero caerme”.
Con cuidado, la levanté en mis brazos. La subí por las escaleras y la deposité suavemente sobre la cama. Luego, comencé a despojarla de sus ropas, hasta dejarla en ropa interior. Despojé sus medias, ligueros y sostén, dejando su cuerpo desnudo bajo la tenue luz de la lámpara de noche. De repente, con un movimiento torpe pero decidido, comenzó a desabotonar mi camisa y mi pantalón. “Ven a dormir conmigo”, dijo. Le contesté que su madre estaba ahí
«¿Mamá está ahí?», pregunto Wendy con voz adormilada, mientras la ayudaba a prepararse para dormir poniéndole su pijama. Sus ojos, aún brillantes por el alcohol, me miraban con una mezcla de cansancio y preocupación. «Te toca dormir en la sala», añadió, con un leve bostezo. «Yo me quedo con mamá».
Con la almohada y el cobertor en mano, descendí a la sala, sintiéndome como un extraño en mi propio hogar. Fui por una cerveza al refrigerador y salí al patio a fumar un cigarro, buscando un poco de tranquilidad tras la fiesta.
Y entonces, en medio del silencio que envolvía la noche, su voz resonó, clara y precisa: “Yo también quiero una cerveza, ¿me invitas?”. Astrid estaba en la puerta, sus ojos brillando.
Después de tomarnos la cerveza en el patio y fumar el cigarro, fui por otras cervezas a la cocina y nos fuimos a la sala. Me senté en el sofá. Astrid, con una sonrisa pícara, se acercó y se sentó en mis piernas, tomando su cerveza. «Salud», dijo, chocando su botella con la mía.
«Oye, ¿por qué estás sin camisa?», preguntó, sus ojos recorriendo mi torso desnudo con curiosidad.
«Tu mamá me pidió que la llevara a su cama», expliqué, sintiéndome incómodo bajo su mirada. «Estaba muy ebria y no podía subir las escaleras sola. Cuando la dejé en la cama, comenzó a desabotonar mi camisa y mi pantalón, pidiéndome que me quedara a dormir con ella. Le dije que no, que su madre estaba ahí».
Astrid me miró fijamente. «Ya veo», dijo en voz baja, tomando un largo trago de su cerveza. Luego, con un movimiento rápido y decidido, intento levantarse de mis piernas pero no la deje y dejando un silencio incómodo entre nosotros.
«¿Estás celosa?», pregunté, mi voz apenas un susurro, intentando romper el silencio incómodo que se había instalado entre nosotros. Mis ojos buscaron los suyos, intentando descifrar la mezcla de emociones que se reflejaban en ellos. «No hay nada de qué preocuparse, Astrid. Solo intentaba ayudar a tu madre».
Nuestros labios se encontraron en un beso suave, que pronto se volvió más urgente.
«Aún tengo frío me abrazas», susurró Astrid, su voz más tierna. Con un movimiento lento y provocativo, levantó la falda de su vestido, revelando la piel desnuda de sus muslos y su vulva sin vello.
Astrid se movió ligeramente, abriendo más sus piernas, invitándome a explorar.
Con mi mano acariciando su clítoris arqueó su espalda, Astrid se acercó buscando mis labios dándome un beso apasionado. La tela de su vestido se deslizó ligeramente, revelando la curva incipiente de sus senos, los pezones erguidos como pequeñas joyas oscuras. Mi mirada se posó en sus senos, la respiración acelerándose.
Lentamente, me incliné hacia ella, mis labios rozando la suave piel de su pecho. El aroma dulce de su piel me embriagó, una mezcla de deseo y ternura. Con delicadeza, tomé uno de sus pezones entre mis labios, mordisqueándole suavemente. Un gemido de placer escapó de Astrid, sus manos aferrándose a mi cabello.
Continué besando y mordisqueando sus senos, alternando entre ambos pezones, sintiendo la excitación crecer en ambos. Astrid se retorcía bajo mi tacto, sus susurros de placer llenando la silenciosa sala.
«Mejor vamos a mi habitación», susurró Astrid, su voz cargada de deseo y una pizca de nerviosismo. Se levantó del sofá, tomando mi mano. Al ponerme de pie, notó la erección que se marcaba bajo mis pantalones. Una sonrisa pícara se dibujó en sus labios, y antes de que pudiera decir algo, se arrodilló frente a mí.
Bajó el cierre suavemente. Luego, buscó dentro de mi bóxer, liberando mi pene. Con un movimiento lento y sensual, lo llevó a sus labios, lamiéndolo con delicadeza. Un gemido escapó de mis labios. Astrid comenzó a succionar con pasión, moviendo su cabeza arriba y abajo, creando una fricción que me llevaba al borde del abismo.
Sus labios cálidos y húmedos me envolvían, succionando y lamiendo con una intensidad creciente. Al mismo tiempo, con ambas manos, tomaba mis testículos, acariciándolos y masajeándolos suavemente, aumentando aún más mi excitación.
Astrid se levantó del suelo, su respiración agitada y sus mejillas sonrojadas. Me miró con una mezcla de deseo y nerviosismo; sus ojos brillaban en la penumbra de la sala. “Vamos”, susurró, tomando mi mano y guiándome hacia las escaleras.
Pero antes de subir, se detuvo, pensativa. “Un trago de tequila”, dijo, señalando la botella. “Me encantó su sabor”. Le serví un caballito y yo también. “Salud”, dijo, brindando con una sonrisa. Luego, tomó mi mano nuevamente y me guió hacia las escaleras; el tequila le dio un brillo extra a sus ojos.
«Súbeme», susurró Astrid, rodeando mi cuello con sus brazos. Con un movimiento rápido, mis manos se deslizaron hacia sus nalgas, apretándolas con firmeza mientras la levantaba. Sus piernas se enroscaron alrededor de mi cintura, aferrándose a mí con fuerza. Al estar Astrid sin ropa interior, la calidez húmeda de su vulva hizo contacto directo con mi miembro, que estaba fuera del pantalón.
Con Astrid en brazos, subí las escaleras, cada paso un eco silencioso en la casa dormida. La calidez de su cuerpo contra el mío, la humedad de su vulva rozando mi miembro, aumentaban la urgencia de llegar a la habitación. Al pasar frente a mi habitación, la puerta entreabierta me permitió echar un vistazo rápido. Wendy y mi suegra dormían plácidamente, vencidas por la borrachera.
Con Astrid en brazos, entré en su habitación, cerrando la puerta con el pie. La deposité suavemente sobre la cama, dejándola de pie, sus ojos fijos en los míos.
Astrid sonrió con una mezcla de deseo. Sus dedos rozaron mi piel, trazando lentos y sensuales círculos sobre mi torso desnudo, y, al mismo tiempo, besó mi pecho. Cuando sus labios y manos llegaron a mi cintura, al borde de mi pantalón, con rapidez, desabrochó mi cinturón y pantalón. Mis pantalones cayeron, revelando mi erección.
Astrid se arrodilló frente a mí; sus ojos admiraban mi cuerpo. Con delicadeza, tomó mi miembro entre sus manos, acariciándolo con movimientos suaves y circulares. Sus labios se abrieron, y con un suspiro, me tomó en su boca.
Con mis manos, tomé su cabeza, guiándola mientras ella me llevaba al éxtasis. Lentamente, aparté a Astrid, deteniendo su frenético vaivén. “Espera”. Astrid me miró con confusión; sus labios aún húmedos y sus ojos brillando con deseo. “¿Qué pasa?”, preguntó.
«Quiero verte desnuda», respondí con los ojos fijos en su cuerpo. La levanté suavemente, poniéndola de pie frente a mí. Con delicadeza, deslicé la tela de su vestido, descubriendo por completo sus pechos aún nacientes.
Astrid se estremeció ligeramente ante mi mirada. Instintivamente, intentó cubrirse, pero detuve sus manos con suavidad, tomándolas entre las mías. Sus pezones diminutos se erguían ante el frío de la noche.
«¿Por qué me miras así?», preguntó Astrid, su voz un susurro cargado de curiosidad y una pizca de inseguridad.
«Porque eres hermosa», respondí, mi voz un ronroneo bajo. «Porque quiero admirarte, grabarme cada detalle de tu cuerpo en la memoria».
Mis manos se deslizaron por su cintura, acariciando la suave curva de sus caderas. Lentamente, bajé mis labios hacia sus pechos, besando la piel tersa y cálida. Sus pezones, diminutos y erectos, rozaron mis labios. Con delicadeza, tomé uno de sus pezones entre mis labios, succionándolo suavemente.
Continué besando y lamiendo sus pezones, alternando entre ambos, sintiendo la excitación crecer en los dos. Mientras mis labios y mi lengua exploraban sus pechos, mis manos desabrochaban el resto de su vestido. La tela cayó al suelo, revelando la totalidad de su cuerpo desnudo.
Mis manos se deslizaron hacia su vientre, acariciando la suave curva de su piel. Lentamente, bajé mi mirada hacia su centro, admirando la delicada forma de su vulva. La excitación la había hinchado ligeramente, sus labios menores, ahora más rosados y húmedos, se abrían ligeramente, revelando el clítoris palpitante. Su vulva estaba lubricando bastante, escurriendo un líquido cristalino que brillaba a la luz de la luna. Con delicadeza, tomé mi miembro entre mis dedos, guiándolo hacia sus senos.
El glande rozó la suave piel de sus pechos, creando una fricción que hizo que Astrid se estremeciera. Sus pezones, diminutos y erectos, se endurecieron aún más ante el contacto. Un gemido ahogado escapó de sus labios, un sonido que se mezcló con el murmullo de la noche.
Continué rozando mi glande contra sus pechos, disfrutando de la sensación de su piel cálida y suave. Astrid, por su inexperiencia y apresuramiento, quiso tomar la iniciativa y volver a mamar mi verga, engullendo con desesperación. Pero le dije que esperara, que íbamos a intentar algo nuevo.
«¿Qué vamos a hacer?», preguntó Astrid, su voz cargada de curiosidad.
«Un 69», respondí, con una sonrisa pícara. «Es una posición donde ambos nos damos placer oral al mismo tiempo».
Le expliqué rápidamente en qué consistía la posición, cómo debíamos acomodarnos y cómo sincronizar nuestros movimientos para maximizar el placer de ambos. Astrid asintió, sus ojos brillando con anticipación.
Me acomodé sobre la cama, invitando a mi pequeña amante a montar sobre mi rostro y a ofrecer su vulva. Sus labios menores, ahora más rosados y húmedos, rozaron mi nariz. Su clítoris palpitante casi rozaba mis labios, su respiración agitada. Lentamente, bajó su cuerpo, acercando su vulva a mi boca. El aroma dulce y húmedo de su excitación me embriagó, haciéndome desearla aún más. Con delicadeza, tomé sus labios menores entre los míos, succionándolos suavemente.
Un gemido de placer escapó de los labios de Astrid. Movió sus caderas, ajustando la posición para maximizar el placer. Mientras tanto, mis manos acariciaban sus caderas, sus muslos, sus nalgas.
Continué lamiendo y succionando sus labios menores, alternando entre ambos, sintiendo su clítoris palpitar entre mi lengua. Astrid se retorcía sobre mi rostro, sus susurros de placer llenando la silenciosa habitación.
Instintivamente, Astrid comenzó a lamerme el miembro, moviendo la lengua de arriba abajo, succionando con pasión. Sus labios cálidos y húmedos me envolvían, creando una fricción que me llevaba al borde del abismo. Con sus manos, acariciaba mis testículos, masajeándolos suavemente, aumentando aún más mi excitación.
“¡Ah!”, exclamó Astrid, su voz un susurro cargado de placer. “¡Me vengo!”.
El cuerpo de Astrid se estremeció con una serie de espasmos, sus fluidos cálidos y dulces inundaron mi boca, su vulva se contrajo con fuerza. Sus manos se aferraron a mi pene, apretándolo con fuerza mientras su orgasmo la sacudía. Sus susurros de placer llenaron la habitación silenciosa, un torrente de gemidos y exclamaciones que resonaron en la noche.
«¡Sí!», exclamó Astrid, su voz un grito ahogado. «¡Así! ¡Más!».
Su cuerpo se tensó y relajó en oleadas de placer, sus fluidos bañando mi lengua y mi garganta. Sus labios menores se contrajeron y relajaron, succionando mi lengua con fuerza, como si intentaran extraer hasta la última gota de placer.
Mientras tanto, yo continué lamiendo y succionando su clítoris, sintiendo su pulso palpitar entre mis labios. Sus fluidos, dulces y salados, se mezclaron con mi saliva, creando un sabor embriagador que me hizo desearla aún más.
Después del orgasmo de Astrid, la dejé descansar unos instantes. Con suavidad, separé sus nalgas, revelando su ano. El pequeño orificio, ahora más rosado y húmedo, se contraía y relajaba al ritmo de su respiración. Con delicadeza, pasé mi lengua por su contorno, sintiendo su calor. Astrid se estremeció.
Con suavidad, comencé a lamer y succionar su ano, alternando entre movimientos suaves y profundos. Astrid movió sus caderas, ajustando la posición para maximizar el placer.
«¡Oh, sí!», exclamó Astrid, su voz un grito ahogado. «¡Qué rico, me encanta!».
Astrid se levantó lentamente de la cama. Sus dedos se deslizaron por mi pene, acariciándolo con movimientos suaves y circulares. Se colocó sobre mí, su vulva rozando mi glande. Con un movimiento lento y sensual, bajó su cuerpo, ensartándose en mi miembro. Sentí la resistencia de su entrada, un calor apretado que envolvía la punta de mi glande, abriendo camino. «Te siento tan dentro… pero quiero más y no creo que quepa», susurró Astrid, su voz cargada de deseo y una pizca de duda.
«Confía en mí», respondí, mi voz un ronroneo bajo. «Cabe todo».
Con un movimiento lento y firme, empujé hacia arriba, sintiendo cómo su entrada se abría paso, estirándose para acomodar mi longitud. Un gemido ahogado escapó de los labios de Astrid, un sonido que se mezcló con el murmullo de la noche.
«¡Ah!», exclamó Astrid, su voz un susurro cargado de placer. «¡Sí…, así, que rico!».
Se movió sobre mí, ajustando la posición para maximizar el placer. Sus caderas se balancearon, creando una fricción que me llevó al borde del abismo. Sus manos se aferraron a mis hombros, guiándome mientras ella se ensartaba cada vez más profundo.
«¡Más!», exclamó Astrid, su voz un grito ahogado. «¡Más profundo!».
Continué moviéndome dentro de ella, sintiendo cómo su calor me envolvía, cómo sus fluidos me bañaban. Sus labios menores se contraían y relajaban, succionando mi glande con fuerza, como si intentaran extraer hasta la última gota de placer.
«¡Me vengo!», exclamó Astrid, su voz un grito de placer. «¡Me vengo!».
Con delicadeza, la giré sobre la cama, colocándola en cuatro. Su espalda se encorvó ligeramente y sus piernas permanecieron juntas, como si dudara en abrirse por completo. ”¿Así está bien?”, preguntó.
“Puedes apoyar los antebrazos en lugar de las manos”, le sugerí, guiándola suavemente. “Y también, puedes elevar un poco las caderas”. Arquea ligeramente la espalda y separa un poco las piernas.
Astrid asintió, siguiendo las instrucciones se colocó en la posición adecuada.
Con una sonrisa pícara, tomé mi pene entre mis dedos y lo golpeé suavemente contra sus nalgas, creando un sonido sordo que resonó en la habitación.
“¿Qué estás haciendo?”, preguntó, su voz cargada de curiosidad y una pizca de nerviosismo.
“Solo me divierto un poco”, respondí,
Volví a golpear mi pene contra sus nalgas, esta vez un poco más fuerte. Astrid dejó escapar un gemido ahogado, sus caderas moviéndose instintivamente hacia mi tacto.
“¡Ah!”, exclamó, su voz un susurro cargado de placer. “¡Me gusta!”.
deslicé el glande por el contorno de su ano, acariciando la entrada con movimientos suaves y circulares. El pequeño orificio se contrajo, golpeé el glande contra su ano, creando una leve presión que hizo que Astrid se estremeciera. Sus caderas se movieron instintivamente hacia delante “Me encantaría probar”, susurró Astrid, su voz un hilo de deseo y nerviosismo. “Pero… no ahora. Me gustaría que fuera especial, algo que ambos disfrutemos plenamente”.
Sus ojos brillaron con una mezcla de anticipación y timidez. “Tal vez en otro momento”, continuó, su voz apenas audible. “Cuando estemos solos, sin prisas…”.
Asentí, comprendiendo su vacilación. “Por supuesto”, respondí, mi voz un ronroneo bajo. “Lo haremos cuando ambos estemos listos”.
La besé suavemente su espalda, sintiendo y su deseo. “Será especial”, le prometí, mi voz cargada de intención. “Te lo aseguro”.
Cuando me agaché a besar su espalda, mi pene rozó su vulva caliente y húmeda, despertando un gemido ahogado de sus labios. La punta de mi miembro se deslizó por sus labios menores. Astrid movió sus caderas hacia atrás, ofreciéndose más a mi tacto, mientras sus manos se aferraban a las sábanas, arrugándolas con impaciencia.
«¡Ah!», exclamó Astrid, su voz un susurro cargado de deseo. «¡Qué caliente estás!».
Continué rozando su vulva con mi pene, disfrutando de la sensación de su calor. Astrid comenzó a lubricar con mucha intensidad.
A medida que Astrid movía sus caderas hacia atrás, la punta de mi miembro se deslizó entre sus labios menores, encontrando la entrada de su vulva. Con un gemido ahogado, Astrid se ensartó en mi verga hasta el fondo, su cuerpo temblando con la intensidad del momento. Un grito de placer escapó de sus labios, un sonido que se mezcló con el murmullo de la noche.
“¡Ah!”, exclamó Astrid, su voz un susurro cargado de placer. “¡Sí… así!”.
Sus caderas se movieron instintivamente, buscando más fricción, más profundidad.
“¡Más!”, exclamó Astrid, su voz un grito ahogado. “¡Metemela mas!”.
Continué moviéndome dentro de ella, sintiendo cómo su calor me envolvía, cómo sus fluidos me bañaban. Sus labios menores se contraían y relajaban, succionando mi glande con fuerza, como si intentaran extraer hasta la última gota de placer.
“¡Me vengo!”, exclamó Astrid, su voz un grito de placer. “¡Me vengo!”.
“¡Ah!”, exclamó Astrid, su voz un cargada de placer. “¡Sí… así, así, así!”.
Continué moviéndome tras ella, aumentando la profundidad, la velocidad y la fuerza.
Con un movimiento lento y cuidadoso, deslicé mi pulgar lubricado hacia su ano; sentí la resistencia inicial de su esfínter. Astrid jadeó levemente, su cuerpo se tensó mientras mi pulgar se abría camino.
«Relájate», susurré. «Déjame llevarte».
Con movimientos suaves y circulares, comencé a estirar su entrada, sintiendo cómo se adaptaba a mi tacto. Astrid soltó un gemido.
«¡Ay!», exclamó, cuando mi pulgar entró. «Sácalo, por favor», susurró Astrid, su voz un hilo de súplica. «Me siento extraña».
Pero su esfínter se contrajo con fuerza, atrapándolo dentro.
«Está muy apretado relájate un poquito», murmuré, sintiendo la resistencia.
Comencé a mover mi pene dentro de su vulva, con movimientos lentos y profundos. ”Relájate, corazón”, Aumenté la velocidad y la profundidad de mis embestidas, esperando que el placer la ayudara a olvidar la sensación extraña en su ano. Sus gemidos se mezclaron con mis jadeos.
“Así… así…”, jadeó Astrid, sus caderas moviéndose instintivamente al ritmo de mis embestidas. Sus manos se aferraron a las sábanas, arrugándolas con fuerza, mientras su cuerpo se tensaba y relajaba en oleadas de placer.
“Me gusta… me gusta mucho…”, susurró, su voz un hilo de deseo. “Sigue… sigue así”.
A medida que Astrid se relajaba, comencé a mover mi pulgar dentro de su ano con movimientos suaves y circulares. Sentí cómo su esfínter se dilataba lentamente. Sus gemidos se hicieron más suaves.
“¿Se siente mejor?”, dijo, sintiendo cómo su ano se abría gradualmente.
Continué moviendo mi pulgar, aumentando lentamente la velocidad y la profundidad. Sentí cómo su ano se dilataba aún más, permitiéndome introducir mi otro pulgar dentro de su ano, sintiendo cómo se estiraba. Astrid jadeó levemente, su cuerpo tensándose ante la nueva sensación.
“Esto… esto es diferente”, susurró, con suavidad.
“Solo déjate llevar”, murmuré, sintiendo cómo su ano se adaptaba a mis dedos. “Te gustará”.
Continué moviendo mis pulgares con movimientos lentos y circulares, sintiendo cómo su ano se expandía más.
“¿Se siente mejor?”, dije, sintiendo cómo su ano se abría gradualmente.
Mientras tanto, dentro de su vulva, mis embestidas se volvieron más intensas, siguiendo el ritmo de mis dedos en su ano. Astrid se retorcía en la cama, sus uñas arañando las sábanas, su respiración agitada llenando la habitación.
“¡Sí… así… así!”, exclamó Astrid, su voz un grito. “¡Me vengo!”.
Su cuerpo se estremeció con una serie de espasmos, sus fluidos muy calientes salieron de su vulva y se contrajo con fuerza, apretando mi pene con cada pulsación. “¡Ah!”, gritó Astrid, su cuerpo arqueándose hacia arriba. “¡Me vengo de nuevo!”.
En ese momento, sentí cómo mi propio clímax se acercaba, el placer acumulándose en mi interior. Con un gruñido bajo, me corrí dentro de Astrid, mi semen caliente y espeso llenando su interior. Un grito de placer escapó de sus labios, un sonido que se mezcló con el mío.
Con cuidado, saqué mi pene de su vulva, dejando un rastro de fluidos brillantes. Sin perder un segundo, llevé mi glande a la entrada de su ano dilatado, sintiendo cómo se abría ante mi tacto. Lentamente, introduje mi miembro, llenando su interior con mi semen. Astrid jadeó levemente, su cuerpo se tensó ante la nueva sensación.
Un silencio cargado de electricidad llenó la habitación. Astrid se movió ligeramente, ajustándose a la nueva sensación. Sus labios se curvaron en una pequeña sonrisa, como si estuviera probando algo nuevo y delicioso. “No sé qué pensar”, admitió, con una risita nerviosa. “Pero… me gustó”.
Se acercó a mí, besándome con suavidad. “Gracias”, susurró contra mis labios. “Por ser paciente, por hacerme sentir segura”. Sus ojos brillaron con una mezcla de gratitud y deseo. “Y por la sorpresa”, añadió, con una sonrisa pícara. “Definitivamente, fue algo que no olvidaré”.
“Ha sido una noche increíble, As”, dije, con una sonrisa cansada pero satisfecha. “Pero creo que es hora de que me retire. La sala me llama”.
Le di un beso suave en la frente y me levanté de la cama, recogiendo mi ropa del suelo. Mientras me vestía, As me observaba con una mirada de complicidad y cariño.
“Descansa, cariño”, me dijo, con una voz suave y ronca. “Te veré mañana”.
Salí de la habitación, cerrando la puerta tras de mí. La sala estaba en penumbra, iluminada solo por la tenue luz de la luna que se filtraba por la ventana. Me dejé caer en el sofá, suspirando de alivio. El alcohol y el cansancio empezaban a hacer estragos en mi cuerpo.
Cerré los ojos, disfrutando del silencio y la tranquilidad. Estaba a punto de quedarme dormido cuando escuché la puerta de la habitación abrirse. Me incorporé lentamente, viendo a Wendy tambalearse hacia la sala.
“¿Qué haces aquí?”, le pregunté, con voz somnolienta.
“Solo… quería agradecerte”, murmuró, acercándose a mí. “La fiesta fue increíble. Gracias por todo”.
Se dejó caer a mi lado en el sofá, apoyando la cabeza en mi hombro. Su aliento olía a alcohol y a algo dulce y embriagador.
“No tienes que agradecerme nada”, le dije, acariciando su cabello. “Me alegra que te hayas divertido”.
Wendy levantó la cabeza, mirándome con ojos brillantes y una sonrisa pícara. “Tengo una forma especial de agradecerte”, susurró, antes de lanzarse sobre mí y besarme con pasión.
Sus labios se movían con urgencia, su lengua explorando mi boca con avidez. Mis manos se enredaron en su cabello, respondiendo al beso con la misma intensidad. El alcohol y la pasión se mezclaban, creando una sensación de vértigo y deseo.
Wendy se separó de mis labios, bajando su cabeza hacia mi entrepierna. Con una mano temblorosa, desabrochó mi pantalón, liberando mi erección. Sus labios cálidos y húmedos me envolvieron, succionando con pasión.
Un gemido de placer escapó de mis labios, mientras Wendy me llevaba al borde del abismo. Sus manos acariciaban mis muslos, aumentando aún más mi excitación.
“Gracias”, susurró Wendy, entre jadeos. “Esto es… perfecto”.
Y así, en la sala, bajo la tenue luz de la luna, Wendy me agradeció por la fiesta de su cumpleaños de la manera más íntima y placentera posible.
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