Aventuras con mi hijastra La excursión
Astrid me provoca mientras se quita sus bragas en el auto y al regresar a casa le hago sexo anal a mi esposa .
Apenas el sol comenzaba a despuntar el martes, y yo, regresando a casa tras un extenuante turno nocturno, me sentía feliz de disfrutar por fin de unas merecidas vacaciones. Pero la alegría se multiplicó al instante siguiente. Mi esposa y Astrid, con los ojos iluminados y una sonrisa radiante, me esperaban en el comedor tomando un rico desayuno acompañado con un aromático café.
“¡Tenemos una sorpresa para ti!”, exclamaron al unísono, y mi corazón latió con fuerza. “¡El colegio organiza una excursión!”, anunció Wendy con entusiasmo. “¡Un club con cabañas de ensueño, albercas para chapotear y nadar hasta el cansancio, salones de baile para sacar nuestros mejores pasos y bares para brindar por la vida!”.
La emoción me invadió. ¡Tres días de pura diversión en familia! La idea de compartir esos momentos con mis dos mujeres me llenó de felicidad.“¡Y lo mejor de todo es que nos vamos el jueves de madrugada!”, añadió mi esposa, “¡y regresamos el domingo con las pilas recargadas!”. No podía pedir más. Unas vacaciones perfectas, una sorpresa inolvidable y la compañía de las personas que más amo en el mundo.
Después de la emocionante noticia, mi esposa me invitó a tomar un café. “Necesitamos celebrar esta gran noticia”, dijo con una sonrisa. “Además, quiero contarte algunos detalles más sobre la excursión”.
Mientras saboreábamos el delicioso café, mi esposa me explicó que la excursión era organizada por el club de padres del colegio y que habían preparado un programa lleno de actividades para todas las edades. “Habrá juegos, concursos, espectáculos y muchas sorpresas más”, me contó. “¡Será una experiencia inolvidable!”.
«¿Podemos ir?», preguntaron ambas al unísono, sus ojos brillando con una emoción contagiosa. La calidez de sus manos entrelazadas se sintió a través de la distancia mientras esperaban mi respuesta. «¡Por supuesto que sí!», respondí con una sonrisa que reflejaba su entusiasmo y el mío propio.
Mi esposa me abrazó con fuerza, transmitiéndome su alegría a través de ese contacto.
Mi hijastra dio un pequeño salto antes de empezar a hablar sobre las albercas y los toboganes. «¡Imagínense, podremos tirarnos por los toboganes más altos y chapotear en las albercas hasta que nos cansemos!», exclamó con entusiasmo.
Después del café, Wendy y Astrid se levantaron rápidamente, la emoción de la excursión aún flotando en el aire. «¡Tenemos que alistarnos para el colegio!», exclamó Wendy, mirando el reloj. Se retiraron a sus respectivas habitaciones a prepararse.
La primera en salir fue Astrid, vestida con su uniforme de secundaria. Parecía una jovencita lista para un nuevo día de clases.
La falda a cuadros, de corte moderno y bien planchada, le llegaba a media pierna. La blusa blanca, de tela fresca y sin arrugas, le daba un aire de pulcritud. Las medias blancas, a la altura de medio muslo, combinaban con sus zapatos negros lustrados.
Un suave aroma a flores frescas, con notas de jazmín y madreselva, emanaba de su piel, añadiendo un toque de dulzura y fragilidad juvenil a su imagen.
Al pasar a mi lado, me lanzó una mirada ligeramente coqueta, un recordatorio silencioso de nuestros encuentros anteriores.
Después aparece Wendy, con un pantalón vaquero ajustado que resaltaba sus caderas redondas, llevaba una blusa negra semitransparente que dejaba ver su sostén de encaje negro. Sus senos medianos y firmes se insinuaban bajo la tela, invitando a la imaginación. Un perfume sensual y enigmático, con notas de vainilla y sándalo, la envolvía en un aura de misterio y seducción.
Mientras Wendy regresaba a su habitación por su bolso, cartera y llaves, diciendo: «¡Ya es tarde para la escuela!», Astrid y yo compartimos una sonrisa cómplice.
Astrid, llena de alegría, corrió a mis brazos, y la recibí con un abrazo fuerte que la levantó del suelo.
Su perfume a flores frescas, una mezcla de jazmín y madreselva, me envolvió al instante.
Le susurré al oído: «¡Qué rico hueles!.
Su respuesta fue un beso que me dejó sin aliento. Le correspondo con la misma pasión, sintiendo el calor de su cuerpo contra el mío. La levanto con ambas manos, tomándola de su estrecha cintura. As sonríe y me rodea el cuello con sus brazos, colgándose de mí por un instante.
La abrazo con fuerza, sintiendo su cariño y su ternura. La sostengo por las caderas, sintiendo el calor de su cuerpo. Con un movimiento decidido, levanto su falda sintiendo la fina tela de su prenda íntima ceñida a su delicada piel.
Sus ojos se abren con sorpresa y deseo, sus labios se entreabren en una invitación silenciosa. En un instante de audacia y pasión, deslizo sus bragas al interior de sus nalgas, acomodándolas como si fueran una tanga.
Wendy, ajena a lo que sucedía, seguía buscando las llaves en nuestra habitación. «¡Ya vamos!», gritó, con la voz cargada de impaciencia. «¿Nos llevas?».
Astrid se separó con rapidez, sin darme tiempo a acomodarle su ropa interior. Con una expresión de sorpresa y un ligero sonrojo en sus mejillas, exclamó: “¡Mamá, espera!, ¡tengo que ir al baño!”. Pensando en ir a acomodarse su ropa íntima. Mi esposa, justo en ese momento, salió del cuarto, apurada: “¡Ya no hay tiempo, vamos, se nos hace tarde!”
Astrid me lanzó una mirada que heló la sangre. Sus ojos brillaron con una mezcla de sorpresa y picardía mientras una sonrisa traviesa se dibujaba en sus labios. “Me las vas a pagar por dejarme mis chones así…”, dijo con un tono que mezclaba reproche y deseo. Antes de que pudiera responder, salió corriendo hacia el auto, donde su madre nos esperaba.
Durante todo el camino a la escuela, yo conduciendo, Wendy de copiloto y mi pequeña colegiala en el asiento de atrás, me miraba con picardía. Sus ojos, normalmente llenos de inocencia, brillaban con un destello travieso. ¿Qué significaba esa mirada? ¿Era una niña jugando a ser mujer o había algo más detrás de esa expresión?.
Mientras Wendy iba muy distraída con el teléfono, Astrid, con una sonrisa traviesa en los labios, comenzó a jugar disimuladamente con el cinturón de seguridad, abrochándolo y desabrochándolo lentamente. Llamando mi atención y asegurándose de que la esté observando a través del retrovisor con una sonrisa traviesa, me hizo señas con sus manos, señalando sus piernas.
Sus dedos se posaron en el borde de su falda.
Con los dedos subió su vestido hasta los muslos cubiertos por sus blancas medias y, con delicadeza y abrió las piernas.
Con una sonrisa juguetona que se dibujó en sus labios, Astrid levantó su falda hasta la cintura, revelando sus bragas de algodón rosa. Sus ojos, dos luceros traviesos de color marrón profundo, brillaban con la picardía de una niña que está a punto de hacer una travesura inocente, mientras, con un movimiento rápido y despreocupado, se bajaba las bragas hasta las rodillas.
Justo en ese momento, Wendy, que seguía distraída con el teléfono, levantó la vista y exclamó: «¡Ya vamos a llegar a la escuela!». Ajena a lo que acababa de suceder, no notó que Astrid se había quitado las bragas y las había dejado a la vista sobre el asiento.
Astrid, con una calma sorprendente, se acomodó la falda y cruzó las piernas, Por un instante, mientras cruzaba las piernas con aparente inocencia, entreabrió ligeramente sus muslos lo suficiente para que, a través del retrovisor, alcanzara a ver la suave la hendidura rosada de su vulva juvenil. como si nada hubiera pasado.
La sonrisa traviesa que aún adornaba sus labios delataba su travesura.
Al llegar a la escuela, Wendy, aún absorta en su teléfono, me pidió que la acompañara hasta la entrada. «¿La acompañas a la entrada, por favor?», me dijo sin quitar la vista del teléfono.
Desciendo del vehículo primero y le abro la puerta a mi linda traviesa. Astrid se despidió de su madre con un beso y luego se dirigió a mí. «Me podrías pasar mi mochila, por favor?», me dijo con una voz dulce y seductora. «Se me olvidó en el asiento».
Al buscar la mochila de Astrid, noté que algo más había en el asiento. Era su ropa interior, la que se había quitado momentos antes la tomé y doble rápidamente
“¿Me acompañas a la entrada?”, me preguntó con una voz dulce y melodiosa. Asentí con la cabeza, incapaz de articular palabra.
Con la mochila en la mano y la ropa interior de Astrid como un recordatorio palpable de lo que acababa de suceder, caminé junto a ella hacia la entrada de la escuela. Al llegar a la puerta principal, Astrid se detuvo y me miró con una sonrisa. «Gracias por acompañarme», dijo con una voz suave. «Pero olvidaste algo».
Extendió la mano, tomó su mochila y sus pantaletas, pero antes de alejarse, me dio un rápido beso en la mejilla. «Guárdame esto», susurró, deslizando su ropa interior doblada en el bolsillo de mi pantalón. «Es nuestro secreto».
Sus amigas le llamaron a As. Astrid sonrió ampliamente al verlas. “¡Chicas! Perdón, se me hizo un poco tarde”. Se giró ligeramente hacia mí y, tomándome brevemente del brazo, me dijo con una sonrisa más amplia: “Chicas, él es mi Papá, Papi, ellas son mis amigas, Michelle y Camila”.
Michelle, con su cabello rubio recogido en una coleta alta que dejaba ver unos pendientes brillantes y unos ojos azules, sonrió tímidamente. Camila, de melena pelirroja y con unos ojos verdes, asintió con la cabeza, observándome con curiosidad. Ambas, al igual que Astrid, vestían el mismo uniforme que delataba su edad en la preadolescencia: la falda a cuadros, la blusa blanca y las medias blancas hasta medio muslo.
Michelle y Camila me saludaron con una sonrisa educada. “Hola, señor”, dijeron al unísono. Astrid les devolvió la sonrisa y, despidiéndose de mí con un rápido movimiento de cabeza, se unió a sus amigas para entrar juntas a la escuela.
Luego, con una sonrisa traviesa, se giró y entró corriendo a la escuela, desapareciendo entre la multitud de estudiantes.
Después de dejar a Astrid en el colegio, con su travesura aún resonando en mi mente, llevé a mi pareja, Wendy, al centro comercial a comprar despensa. Durante las compras, todo transcurrió con normalidad. Wendy, como siempre, se concentró en elegir los productos que necesitábamos, revisando precios y comparando marcas.
Al salir del supermercado, con las bolsas llenas de mercancía, Wendy me tomó del brazo y me dijo con una sonrisa: “Ahora que ya tenemos todo para la casa, ¿qué te parece si me acompañas a buscar un traje de baño nuevo?”. “Claro, mi amor”, le respondí.
El traje de baño de Wendy es un dos piezas de color rojo. El top es de tipo triángulo. La parte de abajo es de tipo: brasileña.
Al pasar por el área de lencería, se detiene frente a un conjunto de encaje negro que le roba el aliento. «Me compras algo…», susurra con una voz que mezcla deseo y coquetería, mientras sus ojos brillan con un brillo travieso. «Sabes que me encanta cuando me pongo ligueros, medias y tangas… y este conjunto… este conjunto me hace sentir tan… sexy». Sus palabras quedan suspendidas en el aire.
Wendy se da cuenta de tu excitación y aprovecha la situación para jugar un poco contigo. «Parece que alguien está ansioso por verme con este conjunto…», comenta con una sonrisa coqueta. «Pero tendrás que ganártelo…» Te guiña un ojo y se dirige a la caja.
Después de pagar, la dependienta le entrega la compra en una bolsa elegante con la marca de la boutique “Intimates & More”.
De regreso a casa. Wendy, con una sonrisa enigmática, se dirigió a la cocina, donde comenzó a preparar la comida. Me acerqué a ella sigilosamente, rodeándola por la cintura con mis brazos. Wendy se sobresaltó levemente, pero luego se relajó al sentir mi contacto.
«Hueles delicioso», susurré en su oído, mientras besaba su cuello con suavidad. Wendy cerró los ojos y dejó escapar un suspiro de placer.
«La comida estará lista en un momento», respondió con voz entrecortada, sin apartarse de mi abrazo, mientras colocaba una mano sobre la mía.
«No tengo hambre», respondí.
«Si me dejas cocinar» Wendy se giró ligeramente, una sonrisa traviesa en sus labios.
«No tengo hambre», repliqué, «pero sí tengo antojo de otra cosa».
«¿Y qué se te antoja?», preguntó con una risa nerviosa.
«Hueles delicioso», susurré en su oído, mientras besaba su cuello con suavidad. Wendy cerró los ojos y dejó escapar un suspiro de placer.
«La comida estará lista en un momento», respondió con voz entrecortada, sin apartarse de mi abrazo, mientras colocaba una mano sobre la mía.
«No tengo hambre», respondí.
«Si me dejas cocinar» Wendy se giró ligeramente, una sonrisa traviesa en sus labios.
«No tengo hambre», repliqué, «pero sí tengo antojo de otra cosa».
«¿Y qué se te antoja?», preguntó con una risa nerviosa.
Me dispongo a desabrochar su blusa. Con un movimiento lento y deliberado, comencé a desabrochar los botones de su blusa, uno a uno, liberando sus senos cubiertos por el encaje negro de su sostén.
Al liberar completamente sus senos, ya con sus pezones erectos, besé su cuello, sintiendo el latido acelerado de su corazón bajo mi boca.
Wendy gimió ante mi contacto, su cuerpo temblando ligeramente. «Me estás volviendo loco», susurré contra su piel, mientras mis manos buscaban la cremallera de su pantalón.
Con una lentitud deliberada, desabroché sus jeans. Deslicé sus pantalones vaqueros ajustados, que se aferraban a sus curvas como una segunda piel, hasta que sus caderas quedaron al descubierto, revelando la tanga blanca de encaje que se escondía entre sus nalgas. La tela, suave al tacto, contrastaba con la firmeza de su piel. “Eres tan hermosa”, murmuré, con la voz cargada de deseo, mientras mis ojos contemplaban sus hermosas nalgas.
Besé sus nalgas con suavidad, sintiendo la firmeza de su piel bajo mis labios. Mordisqueé sus cachetes con delicadeza, provocando un gemido de placer en Wendy.
Deslicé la tanga a un lado, explorando la suavidad de su piel con mis dedos.
Con una lentitud deliberada, me incliné y acerqué mis labios a su ano, explorando su textura con la punta de mi lengua. Wendy, de pie frente a la encimera de la cocina, se apoyaba ligeramente en ella mientras yo, detrás de ella, lamía su ano con suavidad, sintiendo su sabor dulce y salado.
Un gemido escapó de sus labios, comencé a introducir la punta de mi lengua.
Con cuidado, introduje mis dedos en su vulva húmeda, sintiendo cómo se abría a mi contacto. Un suspiro de placer escapó de sus labios, seguido de un gemido de deseo. Wendy abrió sus nalgas de par en par, invitándome a hundir con mas mis dedos, explorando cada rincón de su interior, mientras lamía su ano con pasión.
Sus caderas se movían al compás de mis dedos, su cuerpo se tensaba y arqueaba hacia mí. Jadeaba con fuerza, su respiración se aceleraba y sus gemidos se volvían más intensos.
“¡Oh, sí… más… más!”, suplicaba con voz entrecortada.
Con cada movimiento de mis dedos, sentía cómo su interior se contraía y se tensaba, preparándose para el estallido final.
Lamí su ano con más intensidad, alternando entre succiones suaves y mordiscos juguetones, llevándola al borde del abismo.
De repente, su cuerpo se sacudió con violencia, un grito desgarrador escapó de sus labios. «¡Ahhh!», gritó con fuerza, arqueando la espalda y contrayendo sus músculos con fuerza. Sus piernas temblaban, sus manos se aferraban a la encimera como si buscaran un punto de apoyo.
Sus contracciones se sucedieron una tras otra, cada una más intensa que la anterior. Sus gemidos se convirtieron en suspiros entrecortados, su respiración se agitó y su cuerpo se cubrió de sudor. Un espasmo final la sacudió con fuerza, liberando una ola de placer que la inundó por completo.
Me saqué la verga dura y erecta liberándola del pantalón, y la posicioné en la entrada de su ano, lubricado por las lamidas que le había dado. Con un empujón firme, la ensarté al primer intento, provocando un grito ahogado de Wendy. “¡Ay! No tan fuerte”, exclamó, pero rápidamente se relajó, acostumbrándose a la sensación.
Sus manos se aferraron a la encimera de la cocina, sus nudillos blancos por la fuerza. Sus caderas se movían instintivamente, buscando mi ritmo. Yo, con una mano en su cadera y la otra acariciando su espalda, comencé a moverme lentamente, disfrutando de la sensación de su calor apretando mi verga.
Con un movimiento suave, terminé de desabrochar su blusa y su sostén, dejándolos caer al suelo. Sus senos, ahora libres y expuestos, se balanceaban ligeramente con cada movimiento de sus caderas; me detuve un momento. Con delicadeza, comencé a jugar con ellos, alternando entre suaves pellizcos y caricias circulares. Wendy dejó escapar un gemido de placer, y sus pezones se endurecieron aún más, erizándose ante mi contacto.
“Mmm… así está mejor”, murmuró Wendy, cerrando los ojos y dejando escapar un suspiro de placer. “Sí… Así está mejor me encanta”.
Aumenté la velocidad, mis embestidas se volvieron más profundas y rítmicas. Wendy jadeaba, sus gemidos llenaban la cocina. “¡Sí! ¡Más! ¡Más fuerte!”, gritó. Mientras me movía, sentí algo suave y sedoso en el bolsillo de mi pantalón.
Las bragas de Astrid. Las había guardado allí después de que me las entregó en la escuela, un recordatorio constante de su travesura y la tensión que compartíamos. Busqué en mi bolsillo la prenda. La sensación de la tela entre mis dedos aumentó mi excitación, mezclando el placer del momento con una sensación de peligro.
Con un gruñido, me moví aún más rápido, llevando a Wendy al borde del clímax. Sus gritos se volvieron más agudos, su cuerpo se contrajo con fuerza. “¡Me vengo!”, gritó, y un momento después, sus músculos se tensaron y un grito de placer resonó en la cocina.
Aprovechando el momento de clímax, retiré mi pene de su ano y lo posicioné en la entrada de su vagina, aún húmeda y palpitante. Con un empujón final, me hundí en ella, llenando su interior con mi semen caliente. Wendy gimió de placer, la abracé con fuerza por atrás, sintiendo cómo su cuerpo se relajaba contra el mío.
“Dios mío…”, susurró, apoyando su cabeza en mi pecho. “Eso fue… increíble”. Gimió de placer, y luego se separó ligeramente, con una sonrisa radiante. “Creo que ahora sí puedo terminar de hacer la comida”, dijo, dándome un beso rápido.
Justo en ese momento, su teléfono sonó, interrumpiendo el momento. Wendy frunció el ceño, pero contestó la llamada. “Hola… sí, soy yo… ¿ahora?”, preguntó, con el ceño aún fruncido. “Pero… está bien, estaré ahí en una hora”.
Colgó el teléfono con un suspiro. “Era del trabajo”, explicó, con una expresión de disculpa. “Necesitan que vaya a una reunión urgente. ¿Podrías llevarme?”. “Claro, no hay problema”, respondí, dándole un beso. “Pero después, ¿podrías pasar por Astrid a la escuela?”. “¡Claro! exclamé Wendy, con una sonrisa. “Gracias, mi amor. Eres el mejor”.
Se vistió rápidamente, y juntos salimos de la cocina, dejando atrás el rastro de nuestro encuentro. Mientras nos dirigíamos al coche, Wendy me tomó del brazo, con una sonrisa traviesa. “Me debes el postre”, dijo, guiñándome un ojo
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