Aventuras con mi hijastra la excursión
Segunda parte, llevo a las tres colegialas después de salir de la escuela a comprar bikinis y lencería y al y al final mi hijastra me agradece de una forma muy peculiar haciéndome un sexo oral y le hago una digitación anal .
Después de dejar a mi pareja en el trabajo, me dirigí a la secundaria para recoger a mi linda hijita Astrid, quien cursa el primer año. Cuando llegué a la escuela, la esperé dentro del auto. Vi a Astrid salir acompañada de dos amigas: Michelle y Camila, quienes también deben tener entre 12 y 13 años. Al verlas caminando hacia el auto, descendí del vehículo para abrir la puerta.
Mientras las tres chicas se acercaban al coche, pude escuchar fragmentos de su conversación animada. “…¡va a ser genial!…”, decía una voz femenina entre risas. “…y la fogata por la noche…”, añadió otra con entusiasmo. Estaba claro que la próxima excursión escolar era un tema de gran excitación para ellas. Astrid, en el centro, parecía especialmente radiante, sonriendo y gesticulando mientras hablaba con sus amigas.
Astrid, al pasar junto a mí, me saludó con un beso que rozó la comisura de mis labios, un gesto rápido pero cargado de significado que no pasó desapercibido para sus amigas. “¡Hola, Papi!”, dijo Astrid, sonriendo como si nada hubiera pasado. “Chicas, ya lo conocen, él es… el novio de mi mamá, ya saben”.
Michelle y Camila me saludaron con una sonrisa tímida, claramente sorprendidas por el beso que habían presenciado. Astrid, con una naturalidad que me dejó desconcertado, continuó: “Papá, ellas son Michelle y Camila, mis mejores amigas. De hecho, ya las conociste esta mañana, ¿recuerdas?”.
“Mucho gusto, chicas”, dije. “Astrid me ha hablado mucho de ustedes”.
“Papá, ¿podrías llevar a Michelle y Camila a sus casas? Están de camino a la nuestra”, me pidió Astrid con una voz dulce.
Acepté con una sonrisa, abriendo la puerta trasera del coche. Las tres chicas se acomodaron en el asiento trasero: Astrid quedó en el medio, con Camila a su derecha y Michelle a su izquierda, junto a la ventanilla. las chicas se acomodaron, riendo y charlando animadamente.
“¡Estoy tan emocionada por la excursión!”, exclamó Michelle. “Dicen que habrá toboganes de agua gigantes”.
“Y una piscina de olas”, añadió Camila. “¡No puedo esperar!”.
Mientras Camila se movía para buscar algo en su mochila, su mano tropezó con una bolsa de tela que estaba debajo del asiento. Al sacarla, sus ojos se abrieron con sorpresa. “¡Miren lo que encontré!”, exclamó, mostrando la bolsa a sus amigas. La bolsa, de un color rosa pálido, llevaba estampado el inconfundible logo de “Intimates & More”, la boutique de lencería donde Wendy había comprado su nuevo bikini y conjunto de lencería.
“¿Qué es eso?”, preguntó Michelle, con curiosidad.
“¿Vamos a ver qué tiene adentro?”, añadió Camila, al mismo tiempo.
“¿De quién es?”, preguntaron ambas al unísono, sus ojos fijos en la bolsa.
“¡Mira esto!”, exclamó, sacando la bolsa. “Un traje de baño y… ¡lencería!”.
“¡Es precioso!”, dijo Michelle, examinando el conjunto de encaje negro, deslizando sus dedos por la delicada tela y admirando los detalles intrincados. “¡Mira estos bordados! ¡Y es casi transparente!”, exclamó, acercando el conjunto a la luz para apreciar mejor su calidad. “Se nota todo a través de la tela”.
Astrid intentó arrebatarles las prendas, pero sus amigas se apartaron, riendo. “¡Astrid, no seas aguafiestas!”, dijo Michelle. “Solo estamos observando”.
Michelle y Camila intercambiaron miradas, pero Michelle mantuvo el conjunto en alto.
Astrid, en un segundo intento y una rapidez que sorprendió a sus amigas, arrebató la bolsa de sus manos de Camila. “¡Es de mi mamá!”, exclamó, con un tono de voz que no admitía réplica. “Y no tienen por qué estar hurgando en sus cosas”.
“¡Uy, qué genio!”, dijo Michelle, con una sonrisa burlona. “Solo queríamos ver”.
“Sí, Astrid, no te pongas así”, añadió Camila, con un tono más conciliador. “Solo queremos ver”.
«Sí, Astrid, no seas así», añadió Michelle. «Es que es muy bonito todo».
Astrid suspiró, cediendo ante la insistencia de sus amigas. Frunció el ceño ligeramente, aún visiblemente incómoda, pero dijo con un tono resignado: «Está bien, pero solo un vistazo rápido, ¿entendido?».
Camila desplegó el traje de baño rojo, su mirada recorriendo las costuras y el diseño. “¡Este bikini es increíble y muy diminuto!”, exclamó, “El color es vibrante, y el corte… ¡es perfecto!”. Lo sostuvo contra su cuerpo, como imaginando cómo le quedaría. “¡Me encantaría tener uno igual!”, suspiró, con una mirada de envidia hacia la prenda.
“¡Astrid, tienes que ver esto!”, exclamó Michelle, extendiendo la tanga de encaje negro hacia su amiga. «¡Es diminuta y la tela es tan fina que casi no se ve nada!»
Astrid, aunque visiblemente incómoda, se acercó, tomó y examinó la tanga con curiosidad. “Es bonita”, admitió, con un tono de voz bajo.
“¡Bonita! ¡Es espectacular!”, exclamó Michelle, con un brillo travieso en los ojos mientras le guiñaba un ojo cómplice a Camila. “Me la imagino puesta en… ¡Uf! Dan ganas de tener una igual, ¿verdad?”.
“Sí, y este bikini… ¡Es perfecto!”. Camila sostuvo el traje de baño contra su cuerpo nuevamente. “Imagínate en el club, con este bikini rojo… «Ojalá mi mamá me dejara usar bikinis así… este es perfecto». Dice que son demasiado reveladores”. Hizo una pausa, con un tono de voz más bajo. “Además, trabaja todo el día y no tiene tiempo de llevarme a comprar”.
”.Michelle asintió lentamente, con una mirada de complicidad y resignación hacia Camila. “Mi mamá tampoco me deja usar cosas así”, dijo, dejando escapar un suspiro que compartía la frustración de su amiga. “Dice que son demasiado provocativos para nuestra edad”.
“Pero imagínate usar una tanga así”, con un movimiento ágil, Michelle arrebató la tanga de las manos de Astrid y la sostuvo entre sus dedos, estirando la delicada tela contra la luz de la ventana. Y añadió: “¡Es casi como si no llevaras nada! ¿Te atreverías, Camila?”. Camila se sonrojó ligeramente, desviando la mirada hacia la ventana antes de murmurar: “No lo sé… creo que me daría un poco de vergüenza
Michelle le guiñó el ojo a Camila, una chispa de travesura brillando en su mirada, mientras agitaba la pequeña prenda de encaje negro en dirección a Astrid. Era una invitación silenciosa a seguir adelante con alguna ocurrencia, una broma juvenil a expensas de su amiga, aprovechando su evidente incomodidad.
Camila captó la señal de inmediato. Su sonrisa se ensanchó un poco más y añadió: “Podríamos averiguar cómo se ve puesta, ¿no crees?”.
Y entre las dos, levantaron la falda de Astrid, revelando sus piernas cubiertas por medias blancas. Astrid soltó un grito ahogado e intentó bajar su falda, pero ya era tarde. Por la sorpresa del repentino ataque, sus piernas se abrieron ligeramente, dejando entrever por un instante su vulva infantil. El secreto quedó expuesto: no llevaba puestas sus bragas.
Un silencio incómodo llenó el coche. Astrid, con el rostro enrojecido, Michelle y Camila intercambiaron miradas nerviosas, conscientes de que habían cruzado un límite.
En ese momento, Astrid clavó su mirada en mí, encontrando nuestras miradas por el retrovisor, sus ojos llenos de una mezcla de vergüenza y desafío. Un escalofrío me recorrió la espalda al recordar la ropa interior de Astrid, doblada en el bolsillo de mi pantalón.
Astrid, en su intento de recuperar la compostura, olvidó por completo bajar su falda, permaneciendo expuesta ante la mirada atónita de sus amigas.
Un silencio incómodo llenó el aire, roto solo por la respiración agitada de Astrid. Michelle y Camila intercambiaron miradas, con una mezcla de sorpresa y picardía.
«¡Astrid!», exclamó Michelle, con una sonrisa burlona. «¿Dónde están tus chones?».
Astrid, con el rostro enrojecido, solo atinó a decir: “Papá, vamos, ya es muy tarde y hay que pasar por mi mamá”. Su voz temblaba ligeramente, intentando recuperar la compostura.
Camila, con un gesto rápido y discreto, le hizo señas a Astrid para que se acomodara la falda. Mientras Astrid intentaba bajarla, Camila le ayudó, alisando la tela y asegurándose de que cubriera sus piernas. Luego, con una naturalidad forzada, le susurró al oído: “Cruza las piernas, Astrid. No queremos que tu papá vea nada”.
Michelle, antes de devolver las prendas a la bolsa, extendió con renovada curiosidad todo el conjunto de lencería negra sobre sus piernas. Sus ojos danzaron sobre el delicado encaje del sostén y la mínima expresión de tela de la tanga; luego, sus dedos trazaron el bordado, y con un tono cargado de anhelo, murmuró: “Qué bonito es… Ojalá alguien me regalara algo así alguna vez”.
En un gesto audaz, tomó el liguero y, sin dudar, lo deslizó sobre la falda de su uniforme escolar, ajustándolo a su cintura. Sus ojos se alzaron entonces, encontrándose con los míos a través del retrovisor. Una sonrisa traviesa floreció en sus labios mientras decía, con una mirada directa y una promesa tácita: “Me encantaría usar ropa así algún día”.
Súbitamente, la despreocupación de Michelle se desvaneció. Miró por la ventana y frunció el ceño, una sombra de preocupación cruzando su rostro. “Oigan, creo que ya se nos hizo tarde para llegar a mi casa, ¿verdad?”, comentó, volviéndose hacia Astrid y Camila. Su voz denotaba una urgencia creciente. “Mi mamá me mata si llego tarde. ¿Podríamos ir ya, por favor?”.
«Sí, vamos, ya es muy tarde y hay que pasar por mi mamá», dijo Astrid, con un tono de voz que intentaba sonar tranquila.
«Sí, vámonos», asintió Camila. «Mi mamá me va a matar si llego tarde».
El silencio se instaló en el coche, cada una absorta en sus propios pensamientos. Yo, al volante, mantenía la vista fija en la carretera, intentando ignorar la reciente y extraña intimidad compartida. De repente, el sonido estridente de mi teléfono rompió la tensa calma, sobresaltándonos a todos. La pantalla mostraba el nombre de Wendy.
Contesté, poniendo el altavoz, y la voz de Wendy resonó en el coche: “¡Hola, cariño! ¿Ya recogiste a Astrid?”
“Sí, aquí estamos los cuatro”, respondí, lanzando una mirada rápida a las tres chicas en el asiento trasero.
“¿Los cuatro?” preguntó Wendy, con un tono de voz ligeramente confundido. “¿Quién más está contigo?”
“Llevo a dos amigas de Astrid a sus casas”.
“Ah, ya veo”, dijo Wendy, con un tono más relajado. “Bueno, cariño, te llamaba para decirte que la reunión se está alargando más de lo que pensaba. ¿Podrías hacer un favorcito?”
“Claro, dime”, respondí, atento.
“¿Podrías llevar a Astrid al centro comercial a comer algo? Y de paso, ¿le compras su traje de baño para la excursión? ¡Ay, casi lo olvido! La bolsa rosa que te dejé en el coche esta mañana… ¿podrías guardarla bien? No quiero que las niñas vean lo que contiene, ¿sí?.
“Por supuesto, corazón. No hay problema”, dije, lanzando una mirada a las chicas, que me escuchaban con curiosidad desde el asiento trasero.
“¡Genial! Y otra cosa, ¿podrías comprar pizza para cenar? Estoy agotada y no tengo ganas de cocinar”.
“Hecho, mi amor. Pizza para cenar”, confirmé, con una sonrisa. “Nos vemos en casa”.
“Gracias, cariño. Eres el mejor. ¡Besos!”.
Astrid y sus amigas intercambiaron una mirada de complicidad. Michelle y Camila se acercaron a Astrid y le susurraron algo al oído. Astrid asintió, y luego se dirigió a mí.
“Papá…”, dijo Astrid con un tono de voz dulce, “Michelle y Camila me preguntaron si podían venir con nosotros al centro comercial. ¿Podemos llevarlas, si…di que si?” Las tres, al mismo tiempo, añadieron: “¿Por fa?”
“Claro, no hay problema”, respondí, sonriendo. “Pero, ¿se portarán bien?”.
“¡Sí, papá! ¡Lo prometemos!”, exclamaron las tres chicas al unísono, con una sonrisa traviesa.
“Y si son muy, muy buenas… quizás le pidamos a papá que les compre algo especial. ¿Verdad, papi?”.
Astrid deslizó una mano por el brazo de Michelle, rozando su piel con la punta de los dedos, y luego hizo lo mismo con Camila, mirándolas con una sonrisa cómplice y señalando la bolsa de «Intimates & More».
Los ojos de Michelle y Camila se iluminaron con una chispa de travesura. “¡Sí!”, exclamaron las tres, conteniendo la emoción con risitas ahogadas. “¡Nos portaremos como angelitos, lo juramos!”.
Michelle sonrió, pero su mirada tenía un brillo que iba más allá de la alegría infantil. Se inclinó hacia As y Camila, bajando la voz hasta convertirla en un susurro cargado de promesas. “Si seremos muy, muy buenas…”
«Pero antes, señoritas, pidan permiso a sus mamás para ir con nosotros al centro comercial. Así nos aseguramos de que no haya problemas después», les dije con una sonrisa. Michelle y Camila intercambiaron miradas de alivio y emoción. «¡Sí, claro!». Las dos sacaron sus teléfonos móviles y marcaron rápidamente los números de sus madres. Obtenido el permiso, Michelle exclamó con entusiasmo: «¡Mi mamá dice que sí! ¡Me da permiso de ir!». Camila, con una sonrisa radiante, añadió: «¡La mía también! ¡Dice que puedo ir y que me divierta!».
Mientras las chicas hablaban con sus madres, mi teléfono vibró con un nuevo mensaje. Era de Astrid, y al leerlo, mis ojos se abrieron ligeramente con sorpresa y una punzada de excitación. El mensaje decía: «¿Aún traes mis chones? todo fue por tu culpa que me vieran así… Me las a pagar».
Los cuatro caminábamos por el interior del centro comercial, rumbo al área de comida. Michelle y Camila, por delante, intercambiaban risitas cómplices. Observaban todo, mientras Astrid, a mi lado, visiblemente nerviosa, me llevaba tomado de la mano.
«¿Estás bien, Astrid?», le pregunté en voz baja, intentando parecer casual.
Ella me lanzó una mirada rápida, sus ojos llenos de una mezcla de frustración y vergüenza. «No», murmuró, «no estoy bien. ¿Cómo quieres que esté después de lo que pasó en el coche?» Hizo una pausa, bajando aún más la voz. «Y… y por lo de mis bragas».
Astrid continuó expresando: “¡La verdad! ¡Se me había olvidado por completo que no las traía puestas!”. Se sonrojó profundamente, bajando la mirada. “Es que… fue tan rápido todo que cuando sentí ya tenía mi falda hasta mi cintura”.
Yo le digo: “Las tengo en mi pantalón, te las devuelvo si quieres”.
«¡No! ¿Qué van a decir mis amigas si me ven que me las devuelves, o que ya las traigo puestas?», y añadió en un susurro aún más bajo: “Sospecharían de lo nuestro”, mirando de reojo a Michelle y Camila, que seguían caminando unos pasos por delante, absortas en su propia conversación. «Y además me voy a vengar… y ya sé cómo».
Astrid se acercó un poco más, su voz se tornó coqueta. “Me gustó mucho la lencería de mi mamá”, susurró, rozando mi brazo con su mano libre. “Es muy bonita. Y el bikini… ¡perfecto para la excursión!”. Una sonrisa traviesa se dibujó en sus labios. “Me encantaría que me compraras algo así. ¿Crees que podrías?”.
Antes de que pudiera responder, Astrid se separó de mí, lanzando una última mirada pícara. “¡Chicas, espérenme!”, exclamó, y corrió para alcanzar a Michelle y Camila, que ya se habían adelantado. Su actitud nerviosa se había desvanecido por completo, reemplazada por una aparente despreocupación y una sonrisa radiante.
Con las bandejas llenas de comida, encontramos una mesa libre en el bullicioso patio de comidas. Astrid, ahora notablemente más relajada, se sentó a mi lado, mientras Michelle y Camila se ubicaban frente a nosotros, absortas en una animada conversación sobre la próxima excursión, la ropa y los trajes de baño.
Mientras comíamos platicamos, Astrid, con una aparente naturalidad, deslizó su mano bajo la mesa y la metió en el bolsillo de mi pantalón. Al instante, sentí sus dedos moverse entre mis pertenencias, confirmando con un ligero roce la presencia de sus bragas. Una sonrisa apenas perceptible se dibujó en sus labios.
Pero no se detuvo ahí. Con una audacia que me sorprendió, sus dedos continuaron su exploración, deslizándose más abajo hasta encontrar mi pene. Su toque, aunque breve, fue directo y provocador. Inmediatamente después, se acercó un poco más, inclinándose ligeramente hacia mi oído, y susurró con un tono dulce pero insinuante: “¿Entonces, me vas a comprar mi propia lencería?”.
«¿De qué tanto cuchichean ustedes dos?», inquirió Camila, con la ceja arqueada, observándonos con curiosidad desde el otro lado de la mesa. «Hace rato los vimos agarrados de la mano, cuando Caminábamos por los pasillos
Michelle, con una sonrisita que insinuaba segundas intenciones, añadió: «¿Se traen algo entre manos? Primero el saludo súper cariñoso con “besito” y ahora secretitos al oído… ¡Parecen novios!».
Astrid retiró rápidamente su mano de mi pantalón, y con una sonrisa inocente, dijo: “Estábamos hablando de los trajes de baño para la excursión. ¿Vamos a comprarlos ahora?”.
Michelle y Camila intercambiaron miradas de complicidad. “¡Sí, vamos!”, exclamó Michelle, levantándose de la mesa. “Pero… no tenemos dinero”.
“¡Yo tampoco!”, añadió Camila, poniendo los ojos tristes.
Astrid, con una mirada tierna, me miró fijamente. “Papá, ¿nos compras a todas los trajes de baño?”. Abrazándome muy cariñosa.
“Claro que sí, chicas”, respondí, sonriendo ante su entusiasmo. “Vamos a buscar esos trajes de baño perfectos para la excursión”.
Al escuchar mi respuesta, Michelle y Camila se unieron al abrazo de Astrid, rodeándome entre las tres con risitas y muestras de agradecimiento.
Michelle, aún abrazándome, levantó la mirada y con una sonrisa dulce pero con un brillo travieso en los ojos, dijo: “Papi, me portaré muy, muy bien… lo prometo”.
Las tres chicas, tomadas de la mano y riendo, me arrastraron por el centro comercial, su energía contagiándome.
Entramos en varias tiendas de ropa de baño, cada una más colorida y llena de opciones que la anterior. Michelle, Camila y Astrid se lanzaban sobre los estantes, examinando cada bikini con ojos brillantes.
Recorrimos casi todas las tiendas del centro comercial, desde las más pequeñas y escondidas, hasta las más grandes y lujosas.
Hasta que por fin llegamos a “Intimates & More”, la boutique donde Wendy había comprado su traje de baño. La tienda, con su escaparate lleno de bikinis coloridos y lencería delicada para todas las edades, parecía un paraíso para las chicas.
«¡Miren esto!», exclamó Michelle, señalando un bikini turquesa con detalles brillantes. «¡Es perfecto para la excursión!».
«¡Y este!», añadió Camila, sosteniendo un bikini rojo con estampado de flores. «Me encanta el color».
Astrid, con una sonrisa pícara, tomó un bikini negro con encaje. dijo, «Me lo voy a probar».
Las tres chicas se dispersaron por la tienda, examinando los diferentes modelos y eligiendo sus favoritos. En poco tiempo, tenían los brazos llenos de bikinis de todos los colores y estilos.
«¡Vamos a probárnoslos!», exclamó Michelle, dirigiéndose a los probadores.
Mientras tanto, yo les dije: “Bien, chicas. Las espero por aquí, hay unos sillones cómodos cerca de los probadores”.
Camila y Astrid la siguieron, riendo. Astrid le mostró el bikini negro con encaje a Camila y dijo: “¿Qué te parece?”.
“¡Me encanta, As! ¡Te va a quedar genial!”, respondió Camila, sosteniendo su bikini rojo con flores. “¡Esto va a ser divertido!”, añadió Camila, entrando a los probadores.
Michelle, antes de entrar a los probadores, se detuvo un instante al pasar junto a mí. Con una sonrisa dulce levantó un pequeño bikini rojo de dos piezas. La parte de abajo era un diseño tipo tanga muy diminuto. Me lo mostró por un breve momento, como si fuera un secreto compartido, y murmuró: “¿Qué te parece este, Papi? ¡Para la excursión!”. Luego, rápidamente, se giró y entró al probador junto con sus amigas.
Justo cuando empezaba a acomodarme en el mullido sofá de la sala de espera, el zumbido insistente de mi teléfono rompió la tranquilidad. Una avalancha de notificaciones iluminó la pantalla, anunciando la llegada de múltiples mensajes. Al abrir el chat, una imagen capturó mi atención y aceleró mi pulso: Astrid, frente al espejo de cuerpo entero del probador, posando con una variedad de trajes de baño.
En cada imagen, Astrid lucía un bikini diferente, desde un modelo turquesa con destellos brillantes hasta un diminuto bikini rojo con estampado floral. Sus poses variaban, alternando entre sonrisas pícaras y miradas seductoras, mientras ajustaba las prendas para resaltar sus curvas. La luz del probador realzaba el brillo de su piel y la delicadeza de los encajes, creando una atmósfera íntima y provocadora.
Cada foto parecía un desafío, una invitación silenciosa a un juego prohibido.
Los mensajes siguieron llegando, la siguiente notificación llegó. Mi corazón se detuvo por un instante. Astrid me había enviado más imágenes, pero ahora ella estaba completamente desnuda.
La luz del vestidor delineaba cada curva de su silueta aún infantil de piel morena clara, resaltando su vientre plano y su cintura delgada. Sus pequeños senos nacientes, ahora un poco más grandes y firmes, destacaban sobre la suavidad de su tez y la firmeza de sus formas. Sus pezones, pequeños y de un color café muy claro, apenas se marcaban. Aún no se veía rastro de vello púbico, lo que le daba un aire de candidez perversa. Sus nalgas, pequeñas y firmes, presentaban una redondez incipiente, con la tersura propia de la juventud, completando la delicada línea de su cuerpo en desarrollo.
Sus poses eran aún más sugerentes y llenos de seducción que me dejó sin aliento; una sonrisa de diversión se dibujó en sus labios mientras se miraba en el espejo, como si supiera el efecto que estaba teniendo en mí.
Astrid, aprovechando la distracción de sus amigas, tomó fotos discretas de Michelle y Camila probándose bikinis. Las capturó desprevenidas, enviándome las imágenes al instante.
Pero lo que realmente me dejó sin aliento fueron las fotos que tomó mientras Michelle y Camila se cambiaban. Astrid, con una audacia que me heló la sangre, había capturado a sus amigas en momentos de vulnerabilidad, ya sea probándose bikinis o desnudas frente al espejo.
Las imágenes eran una mezcla de inocencia y erotismo, con las dos chicas posando tomándose fotos ajenas a la mirada As y de la cámara.
En las fotos, Michelle, con su cabello rubio cayendo en ondas suaves sobre sus hombros, lucía una figura esbelta y atlética. Sus piernas largas y tonificadas contrastaban con la suavidad de sus curvas nacientes.
Cuando se probaba un bikini turquesa brillante, este realzaba el tono dorado de su piel, haciéndola parecer aún más radiante.
En las fotos donde aparecía desnuda, se podía notar un ligero rastro de vello púbico, casi imperceptible, de un rubio tan claro que se confundía con su piel, evocando una inocencia juvenil. Sus pequeños senos, de pezones rosados y apenas definidos, se erguían suavemente sobre su pecho. Sus ojos, de un azul claro y profundo, parecían mirar hacia otro lado, ajenos a la cámara, mientras sus labios, finos y rosados, permanecían ligeramente entreabiertos. Sus glúteos, firmes y redondeados, completaban la delicada línea de su figura en desarrollo.
Camila, por otro lado, tenía una figura más curvilínea y una melena pelirroja que le llegaba hasta la cintura. Su piel pálida contrastaba con el vibrante color rojo del bikini con estampado floral que se había probado.
En las fotos donde aparecía desnuda, su piel de tono claro, sus senos un poco más desarrollados, sus pezones pequeños y de un rosa más marcado, apenas sobresalían, y sus caderas redondeadas resaltaban su feminidad en desarrollo. Una suave línea de vello púbico de color rojo suave y tenue comenzaba a insinuarse, añadiendo un toque de madurez, a juego con su cabello pelirrojo. Sus ojos verdes parecían cerrados o mirando hacia abajo, transmitiendo una sensación de intimidad. Sus labios, de forma delicada.
En el interior de los probadores, se escuchó la voz de Astrid, ligeramente amortiguada por las paredes del cubículo: «¡Chicas! ¿Por qué no nos tomamos una foto juntas con los bikinis que elegimos? ¡Para recordar este día!». Su tono era entusiasta y parecía genuinamente emocionado por la idea.
Después las últimas fotos fueron dónde las tres chicas posaron, riendo y haciendo gestos divertidos, abrazadas ,acompañada de un mensaje: “¡Mira, papá! ¿No nos vemos geniales? ¡Gracias por los bikinis!”.
De repente, un grito agudo resonó en los probadores, seguido de un estallido de risas. Astrid salió corriendo de uno de los probadores, agitando un par de bragas en el aire, una de color rojo intenso y la otra de un azul eléctrico, Michelle y Camila la perseguían, gritando y riendo al mismo tiempo.
“¡Astrid, devuélveme eso!”, gritó Michelle, intentando alcanzarla.
“¡No es gracioso!”, añadió Camila, con una mezcla de indignación y diversión en su voz.
Astrid, riendo a carcajadas, corrió hasta mi lado y, antes de que pudiera reaccionar, metió el par de bragas en el bolsillo de mi pantalón. “¡Guárdalos bien, papá!”, exclamó Astrid, con una risa triunfal.
Michelle y Camila se detuvieron en seco, mirándola con sorpresa. “¿Qué quieres decir?”, preguntó Michelle, con el ceño fruncido.
“Ahora estamos a mano. ¡Esto es por levantarme la falda en el coche!”.
Astrid añadió, mirando a sus amigas con una sonrisa aún más amplia: “¡Y ahora las tres no tenemos chones!”.
Astrid, tomando mi mano firmemente y con voz dulce, dijo: “Papá, ¿nos acompañas a la caja?”. Mientras tanto, las mejillas de Camila y Michelle se ruborizaron ligeramente por la sorpresa y la vergüenza ante la revelación de Astrid.
Mientras nos dirigíamos a la caja, pasamos junto a una sección de tangas de todos los colores y estilos. Astrid se detuvo en seco, sus ojos brillando con deseo. “¡Miren esto!”, exclamó, señalando un conjunto de tangas de encaje negro transparentes con detalles brillantes, también examinó las de hilo dental “¡Son perfectas!”.
Michelle y Camila se acercaron, examinando las tangas con curiosidad. “Son preciosas”, admitió Michelle, deslizando sus dedos por la delicada tela. “Pero… ¿no son un poco atrevidas?”.
Astrid se giró hacia mí con, sus ojos brillando con inocencia. “Papi,” dijo con un tono meloso, “hemos sido unas niñas muy buenas hoy, ¿verdad chicas? Y yo me he portado especialmente bien… ¿nos compras también algo de aquí?” Sus ojos se desviaron hacia el expositor de tangas de encaje.
Michelle y Camila intercambiaron una miradas, sus ojos también brillaron de emoción. Se acercaron hacia mi. “Sí, Papi,” añadió Michelle con una voz muy tierna, “nosotras también queremos llevarnos algo bonito.”
Camila asintió con entusiasmo, su mirada fija en las tangas de colores. “¡Sí, por favor! Algo lindo para la excursión…”
Las miradas combinadas de las chicas, sus ojos brillantes fijos en mí, eran difíciles de resistir. Un suspiro se escapó de mis labios, pero una sonrisa se dibujó en mi rostro. “Está bien, chicas,” dije. “Ya que se han portado tan bien… escojan las que más les gusten.”
Astrid asintió, con una sonrisa triunfal. “¡Perfecto! Papá nos va a comprar las tangas todas.
Astrid fue la primera en lanzarse al expositor, examinando con detenimiento las tangas de encaje negro transparente que había señalado anteriormente. Pero finalmente, sus dedos se detuvieron sobre una delicada tanga.
Era un diseño de sutil elegancia, con una parte delantera confeccionada en un encaje floral de un tono coral suave. Las flores del encaje se distribuían delicadamente sobre la piel, creando un efecto visual ligero y femenino. El borde superior del encaje presentaba un festón ondulado, añadiendo un toque romántico y artesanal. En el centro de la parte delantera, un diminuto lazo de satén en el mismo tono coral actuaba como un detalle decorativo discreto y encantador. La parte trasera de esta tanga se reducía a una finísima tira elástica, apenas perceptible, diseñada para ofrecer la mínima cobertura.
Junto a ella, Astrid tomó otra tanga del mismo diseño, pero en un color blanco puro. La delicadeza del encaje floral resaltaba aún más sobre la piel, evocando una sensación de frescura y pureza. El pequeño lazo de satén blanco en el centro añadía un toque de inocencia, contrastando sutilmente con la audacia del diseño de hilo dental en la parte trasera.
Después tomó con cuidado un delicado brasier de encaje color coral suave del expositor. El intrincado diseño floral del encaje era casi transparente, dejando entrever la piel. En la parte trasera, pudo observar el cierre con múltiples corchetes, imaginando cómo se ajustaría cómodamente a su cuerpo. Los tirantes finos y ajustables se unían a la parte superior de lo que serían las copas, y la banda de encaje rodeaba la prenda, preparándose para abrazar su torso. El corte de la espalda era en forma de «U», un detalle que le pareció moderno y femenino.
Luego, con la misma delicadeza, Astrid tomó otro brasier del mismo diseño, pero en un encaje negro profundo. La transparencia del encaje resaltaba aún más.
Michelle, después de pensarlo un momento y observar la elección de Astrid, se decidió por un conjunto de tangas de encaje en tonos pastel: rosa suave, lila y un celeste delicado. También seleccionó un par de sostenes transparentes de encaje en los mismos tonos pastel, asegurándose de que fueran de su talla y que combinaran con cada una de las tangas.
Camila, por su parte, se sintió atraída por las tangas de colores vivos. Eligió un conjunto que incluía una tanga fucsia y una verde esmeralda. Y para completar su conjunto, tomó dos sostenes de encaje en fucsia y verde esmeralda, y copa media.
Michelle, con su lencería pastel en mano, sugirió a sus amigas: «¿Y si también llevamos ligueros y medias?».
Astrid, con sus prendas rojas, apoyó la idea con entusiasmo y me miro: «Papi, ¿podríamos llevarnos también unos ligueros y medias a juego?».
Camila, que aún sostenía sus coloridas prendas, se encogió de hombros. «Yo me conformo con esto.»
Michelle y Astrid se dirigieron con entusiasmo al expositor de ligueros y medias. Michelle examinó con atención los diferentes estilos de encaje, finalmente eligiendo un par de ligueros blancos con detalles florales y unas medias de nailon con una delicada costura trasera. Astrid, sin dudarlo, tomó un conjunto de ligueros rojo y blanco a juego con su lencería y unas medias de encaje negro.
Camila observó a sus amigas con una sonrisa mientras elegían las prendas adicionales, pero no mostró interés en unirse a la selección. Parecía contenta con sus coloridas tangas y sostenes.
Con las manos llenas de ropa interior y los bikinis, nos dirigimos a la caja. La cajera, una joven con una sonrisa amable, atendió una por una a las colegialas y escaneó cada artículo con profesionalidad.
Al finalizar la compra, la cajera metió cuidadosamente las prendas en tres bolsas separadas. Entregó una bolsa a Michelle, quien la tomó con una sonrisa de agradecimiento y curiosidad, echando un vistazo al interior. Luego le dio otra bolsa a Camila, quien la recibió con una expresión de alegría y la abrazó contra su pecho. Finalmente, la última bolsa fue para Astrid, quien la tomó con una sonrisa pícara y una mirada rápida hacia mí, como si quisiera abrazarme en ése momento.
Salimos de «Intimates & More» y nos dirigimos al estacionamiento del centro comercial, las tres chicas charlando animadamente sobre sus nuevas adquisiciones.
Una vez en el coche, la energía era palpable, con risitas y comentarios sobre las compras. Michelle rápidamente se dirigió a la puerta delantera y, antes de que Astrid pudiera reaccionar, preguntó con una sonrisa dulce: «Astrid, ¿te importa si me voy adelante con Papi esta vez?».
Michelle rápidamente se dirigió a la puerta delantera y, antes de que Astrid pudiera reaccionar, preguntó con una sonrisa dulce: “Astrid, ¿te importa si me voy adelante con Papi esta vez?”.
Astrid suspiró ligeramente, con una sombra de decepción cruzando su rostro. “Está bien”, respondió con un tono que denotaba una resignación forzada. Se encogió de hombros levemente y se deslizó hacia el asiento trasero, junto a Camila.
Michelle se acomodó en el asiento delantero, sin percatarse de que, en su entusiasmo por ser la primera, su falda se había deslizado considerablemente hacia arriba, dejando una generosa porción de sus muslos al descubierto, llegando incluso a mostrar su pubis.
Michelle se giró hacia mí con una sonrisa algo nerviosa. «Papi, ¿me podrías prestar tu teléfono un momentito? Es que no tengo saldo y necesito avisarle a mi mamá que ya vamos para allá… así no se preocupa.»
Michelle tomó mi teléfono con sorprendente agilidad, desbloqueó la pantalla y marcó el número de su madre. Su conversación fue concisa y tranquilizadora: “Sí, mamá, soy yo… Todo bien por aquí… Ya estamos en camino… Sí, casi llegamos… Un beso grande”.
Sin embargo, antes de devolverme el aparato, realizó una acción inesperada: marcó rápidamente su propio número y colgó la llamada casi al instante.
La primera en irse a casa fue Camila. Al detener el coche frente a su puerta, se despidió dando besos en la mejilla a sus amigas, incluyéndome a mí, abrazó a Astrid y se despidió. “¡Nos vemos mañana!”, dijo antes de entrar corriendo a su casa, aún sosteniendo su bolsa de “Intimates & More”.
Unos minutos después, llegamos a la casa de Michelle. Su despedida fue similar: un beso rápido en mi mejilla, seguido por el abrazo de Astrid al descender del auto para despedirla. Luego, Astrid rodeó el vehículo y se deslizó hacia el asiento del copiloto. “¡Gracias de nuevo, Papi!”, me dijo Michelle con una sonrisa brillante antes de desaparecer tras la puerta, abrazando su bolsa de “Intimates & More” contra su pecho.
Cuando por fin llegamos a casa, al estacionar el auto, Astrid, mirando hacia la casa con una expresión ligeramente preocupada, preguntó en voz baja: “¿No ha llegado mamá todavía?” Antes de que pudiera responder, Astrid se giró en su asiento y, con una sonrisa insinuante, me dijo: “Papi, ¿por qué no nos pasamos al asiento de atrás? Estará más cómodo para hablar”.
En el asiento trasero, su mirada dulce se transformó en una expresión cargada de una precoz curiosidad. Sin decir una palabra, se acercó y depositó un beso en mis labios. No fue el beso inocente de una niña; había una cualidad diferente.
Sus pequeñas manos se movieron con una determinación sorprendente. Sentí sus dedos buscar el broche de mi cinturón, liberándolo con agilidad. La cremallera de mi pantalón descendió lentamente bajo su manipulación, y entonces, sus dedos se deslizaron por el tejido de mis bóxers, buscando mi pene con una audacia que me dejó sin aliento.
Con movimiento firme pero suave, lo tomó y lo deslizó fuera del bóxer, revelando la corona de mi glande que se asomaba lentamente. Se inclinó, con sus labios entreabiertos, y lo recibió con un beso húmedo y cálido. Su lengua danzó ligera, recorriendo la extensión de mi falo, mientras sus labios se cerraban con una succión suave y delicada. Con un ritmo lento y constante, movía su cabeza, sintiendo la calidez y humedad de su boca.
Con un ritmo lento y constante, moviendo su cabeza, de arriba hacia abajo; su boca cada vez succionaba más adentro mi pene. De repente, se detuvo, levantando la mirada hacia mí con los labios ligeramente humedecidos y los ojos brillantes. Una pequeña sonrisa se dibujó en su rostro mientras decía con voz suave y un poco agitada: «Papi, ¿podrías ayudarme con mi cabello? Se me está viniendo a la cara y me estorba un poco».
Asentí. Con cuidado, llevé mis manos a su cabello suelto, sintiendo la suavidad de sus hebras entre mis dedos. Lo reuní suavemente en la nuca, apartándolo de su rostro. Una vez que lo tuve recogido, As buscó nuevamente mi pene con su boca y, cerrando sus ojos, comenzó su faena.
Mientras continuaba su labor con la boca, una de sus manos se deslizó hacia abajo por su propio cuerpo. Lentamente levantó su falda; sus dedos encontraron el camino entre sus piernas, deteniéndose justo donde comenzaba su feminidad.
Con suavidad, acarició su clítoris con movimientos circulares lentos al principio, y poco a poco aumentó el ritmo de su mano, coordinándose con el movimiento de su cabeza sobre mi pene.
Podía sentir la tensión aumentar en su cuerpo, sus respiraciones se hacían más cortas y aceleradas, y un ligero gemido escapó de sus labios mientras sus dedos encontraban un ritmo más intenso.
La combinación de la succión cálida y húmeda en mi pene y la imagen de su mano moviéndose con creciente rapidez entre sus piernas intensificó la excitación en ambos.
En un movimiento ágil, Astrid se puso en cuatro en el asiento, ofreciéndome una nueva perspectiva mientras continuaba su mamada con una intensidad creciente. Su boca succionaba con más fuerza, y el ritmo de su mano entre sus piernas se aceleró aún más.
Con mi mano izquierda sujetaba su cabello, mientras que con la derecha levanté su falda, dejando al descubierto la redondez de sus nalgas. Las comencé a acariciar con la palma de mi mano, sintiendo la firmeza y la calidez de su piel, posterior con mis dedos inicié la explicación de la hendidura entre sus glúteos, buscando el pequeño y apretado orificio de su ano.
Con delicadeza y lubricando mis dedos con sus propios fluidos de mi pequeña amante, la punta de mi dedo índice encontró la entrada, y con un movimiento lento y suave, lo introduje ligeramente. Astrid dejó escapar un gemido más profundo, y su agarre en mi pene con su boca se intensificó por un instante. Animado por su reacción, deslicé un segundo dedo junto al primero, sintiendo la estrechez y la calidez que los envolvía. Moví mis dedos con suavidad, explorando la textura interior mientras ella continuaba su intensa mamada, creando una conexión aún más íntima.
Entonces, hizo una pausa aún con mi miembro dentro de su boca, sus ojos buscando los míos con una intensidad infantil pero cargada de pasión. Con un movimiento decidido, se inclinó hacia adelante, aceptándome por completo. Sentí cómo la punta de mi glande se abría pasó encontrando una resistencia suave antes de ceder para que la totalidad de mi pene, se alojó en su boca.
Su lengua danzaba con una vida propia, recorriendo la extensión de mi miembro con movimientos ondulantes y ligeros, explorando cada surco y contorno con una curiosidad palpable. En ese instante, su mano libre se deslizó hacia abajo, encontrando la tersura de mi escroto. Con una suavidad sorprendente para sus pequeños dedos, los envolvió, la presión firme pero delicada, sintiendo el peso y la forma de mis testículos en su palma.
Su cabeza se movía con una lentitud controlada, profundizando la sensación y permitiéndome sentir cada textura dentro de su boca. Un pequeño jadeo escapó de sus labios mientras tomaba aún más de mí, sus ojos cerrados en concentración y disfrutando. La sensación de su boca tan profunda era intensa, casi asfixiante pero exquisitamente placentera, llenando mi cuerpo de una oleada de excitación.
Mientras su boca continuaba su trabajo apasionado en mi miembro, su mano de Astrid entre sus piernas mantenía un ritmo constante y cada vez más frenético. Sus dedos se movían con una urgencia creciente, la fricción intensa enfocada en su clítoris. Simultáneamente yo con mis dedos dentro de su ano los movía suavemente, su esfinter abriendo y cerrando con un ritmo que parecía sincronizarse con sus movimientos y su respiración agitada.
Su respiración se aceleró aún más, convirtiéndose en pequeños jadeos rápidos. Sentí cómo los músculos de su ano se contraían con fuerza alrededor de mis dedos, agarrándolos en espasmos rítmicos. Su cabeza dejó de moverse sobre mi pene, y su cuerpo entero pareció tensarse por un instante antes de aflojarse gradualmente. Un suspiro tembloroso escapó de sus labios, que ahora lucían intensamente rojos, casi carmesí, por la intensa succión. Sus ojos permanecieron cerrados, y una expresión de profundo placer se dibujó en su rostro.
En ese instante, una oleada de placer intenso recorrió mi cuerpo. Sentí cómo la tensión acumulada se liberaba en espasmos incontrolables. Mi pene latió con fuerza, expulsando mi semen en pulsaciones cálidas y abundantes hacia el interior de la boca de Astrid. Pude sentir cómo llenaba su boca, su garganta, la textura espesa y caliente inundando cada rincón. Ella continuó succionando con fuerza durante unos segundos más, antes de que mi torrente se volviera demasiado intenso.
Con la boca inundada del caliente esperma se le comenzó a desbordarse por las comisuras de sus labios, escurriendo lentamente por su barbilla. Aún con los ojos cerrados, no se apartó y trago con dificultad buena parte, mientras el resto resbalaba por la comisuras de sus labios, dejando un brillo húmedo y lechoso sobre su piel.
Con una sonrisa de satisfacción dibujada en sus labios carmesí, Astrid tomó su teléfono, que estaba en el asiento junto a ella y, aún con mi pene parcialmente dentro de su boca, apuntó la cámara hacia sí misma y tomó varias selfies. En primer plano, capturó sus labios carmesí, aún húmedos y ligeramente entreabiertos, resaltando el rastro brillante del semen. En algunas, Astrid, con la lengua de fuera, lamía el tronco y el glande de mi pene y, por último, estampó un beso muy tierno en la punta.
Astrid guardó el teléfono y se abalanzó sobre mí, abrazándome con fuerza. Su cuerpo pequeño y cálido se apretó contra el mío, y sentí su respiración agitada cerca de mi oído. Sus labios se movieron suavemente sobre mi cuello, dejando pequeños besos húmedos.
Justo en ese instante, el zumbido inconfundible de una llamada entrante hizo eco en el silencio del coche. Mi teléfono, que había dejado en el portavasos, vibraba insistentemente. La pantalla se iluminó, revelando el nombre de la persona que llamaba: “Wendy”.
Astrid, aún lamiendo los restos de mi semen en sus delicados labios, me miró expectante al ver el nombre de su madre. “Contesta, Papi”, susurró, con voz ligera. “Dile que ya llegamos y que todo está bien. Y luego dile que quiero hablar con ella”.
Con un suspiro, deslicé el dedo por la pantalla y contesté la llamada. “Hola, amor”, dije, intentando que mi voz sonara normal.
«Hola, cariño,» respondió Wendy con su habitual tono cariñoso. «¿Ya están en casa? ¿Cómo les fue? ¿As está bien?».
”Sí, cariño, ya llegamos. Todo bien por aquí. As… está bien, ocupada con sus cosas”, respondí.
“Qué bueno oír eso. Cariño, mi reunión está por terminar, ¿podrías hacerme el favor de venir a buscarme a la oficina? ¿Y compraron la pizza para cena? Estoy hambrienta y me gustaría hablar con As. ¿Me la pones al teléfono?”.
“No, cariño, no compramos la pizza. Pensé que ya estaría fría para cuando llegaras. ¿Qué te parece si paso por la oficina ahora y de regreso pedimos una recién hecha? Y si te apetece, te invito unas cervezas mientras esperamos en lo que llega la pizza a casa.”
Mientras hablaba con mi esposa, sentí un movimiento en el asiento. Astrid, con una lentitud deliberada, sobre mis piernas, mirándome directamente a los ojos con una sonrisa dulce y tierna.
Entonces, Astrid tomó el teléfono de mi mano y lo acercó a su oído. “¡Mami!”, exclamó con un tono de voz alegre y despreocupado, como si nada hubiera pasado. “¡Hola! Sí, estoy bien. Estaba… descansando un poco por la… excitación de las compras”.
Hizo una pequeña pausa, escuchando la respuesta de Wendy. Luego, añadió con entusiasmo: “¡Sí, claro que quiero hablar contigo! De hecho, le dije a Papi que también iré con él a buscarte”.
Wendy respondió con un tono de sorpresa y alegría: “¡Ay, qué linda, mi amor! Me parece perfecto. Así me cuentas todo del centro comercial. ¡Los espero!”. Y colgó.
Inmediatamente después de colgar, y aún sentada en mis piernas, Astrid se inclinó y me dio un beso tierno en los labios. Fue un beso suave y dulce. Al separarse, sus ojos brillaron con afecto. “Gracias, Papi,” susurró. “De verdad. Me encantó todo lo que me compraste.” “ Y… me encantó mucho pasar tiempo contigo hoy.” Su mirada se detuvo por un instante en mis labios antes de volver a mis ojos, con una expresión que parecía buscar algo más.
Llevé mi mano a su mejilla y la acaricié suavemente con el pulgar. “A mí también me encantó pasar tiempo contigo, amorcito hermoso,” respondí, mi voz suave. Me incliné y deposité un beso largo y tierno en sus labios.
Astrid se inclinó hacia su mochila, buscando un paquete de toallitas húmedas. Con una delicadeza , se limpió los labios y barbilla, retirando los restos brillantes de mi semen. Sus ojos, aún con esa mirada dulce, seguían fijos en mí mientras realizaba esta acción limpieza. y bajó la mano, apartando ligeramente su falda para limpiarse con lentitud entre las piernas y sus vulva rosada. Pude observar el movimiento suave de su mano mientras limpiaba sus propios fluidos con delicadeza.
Una vez que terminó de limpiarse, tomó otra toallita húmeda del paquete y, mirando a los ojos, se inclinó hacia mí y, con suavidad, tomó mi pene entre sus dedos. Deslizó la toallita con lentitud a lo largo de la extensión de mi miembro, limpiando con cuidado la punta hasta el tronco, el resto del semen. Sus dedos se movieron con una suavidad y delicadeza.
Dejó la toallita a un lado y, con un movimiento suave, se giró sobre mis piernas, quedando boca abajo. Su pequeña espalda se arqueó ligeramente mientras sus manos se aferraban a mis muslos para mantener el equilibrio.
Con una lentitud deliberada, levantó su falda hasta la altura de su cintura, dejando al descubierto la redondez suave y firme de sus nalgas.
“Papi,” susurró, su voz apenas audible, “podrías limpiarme aquí también, por favor?”
Tomé otra toallita húmeda, sintiendo su frescura en mis dedos. Con una lentitud estudiada, llevé mi mano hacia su trasero. El contacto inicial fue suave, la toallita deslizándose sobre la firmeza cálida de su piel. Astrid emitió un pequeño suspiro, casi imperceptible, al sentir el contacto.
Con la punta de mis dedos envuelta en la toallita húmeda, me aproximé a la hendidura entre sus glúteos rodando su ano aún abierto. Astrid contuvo la respiración por un instante, y pude sentir un ligero temblor en sus muslos. Con una suavidad extrema, deslicé la toallita en el interior, limpiando cualquier rastro.
Una vez que retiré la toallita, Astrid suspiró suavemente, relajando ligeramente su cuerpo sobre mis piernas. Sin levantar la cabeza, su voz apenas un murmullo contra mi muslo, dijo: “Mmm… Papi… me encanta… cómo me tocas.”
Hizo una pequeña pausa, como buscando las palabras adecuadas, y luego añadió con un tono que mezclaba una dulce inocencia con una insinuación precoz: “Se siente… muy bien. ¿Podrías… podrías seguir un poquito más?”.
Con una lentitud deliberada, volví a pasar la punta de mis dedos, sobre la piel suave de sus nalgas. Astrid dejó escapar un suspiro, y su cuerpo se tensó ligeramente bajo mi tacto. Comencé con movimientos circulares suaves, explorando la firmeza de sus glúteos. Poco a poco, amplié el área de mis caricias, sintiendo el calor que emanaba de su piel.
Con una suavidad aún mayor, deslicé mis dedos hacia la hendidura entre sus nalgas. Astrid contuvo el aliento una vez más, y sentí cómo sus músculos se tensaban ligeramente bajo mis dedos. Con una delicadeza extrema, separé suavemente sus glúteos, exponiendo el pequeño y apretado orificio de su ano. La piel circundante era suave y sonrosada.
Con la punta de mi dedo índice, rocé suavemente la entrada de su ano. Con una lentitud casi palpable, comencé a dibujar pequeños círculos alrededor de la abertura, sintiendo la sutil contracción de su esfínter.
Con la punta de mi dedo índice danzando suavemente alrededor de su ano, detuve el movimiento. “As mi amor, ¿así está bien?”, susurré.
Astrid dejó escapar un suspiro tembloroso, su cuerpo relajándose ligeramente sobre mis piernas. “Mmm… sí, Papi,” respondió con un tono que vibraba con una mezcla de placer y una excitación contenida. “Me encanta… qué rico se siente.”
Astrid arqueó ligeramente su espalda, levantando un poco sus caderas de mis piernas. Con voz, tierna, llegó a mis oídos. “Mira, Papi…” dijo, haciendo una breve pausa antes de añadir con un tono que vibraba con una excitación palpable, “…cómo me pones… ya estoy mojada otra vez.”
Un leve suspiro escapó de mis labios. “Mi amor,” dije con una suavidad que intentaba no perturbar el momento, “tu mami nos está esperando. Ya debemos ir por ella.”
Finalmente, levantó la mirada, sus ojos aún brillantes con una mezcla de excitación y algo parecido a una suave súplica. “Pero, Papi…” murmuró, su labio inferior tembló ligeramente. “Un ratito más… por favor…”
Antes de que pudiera añadir algo más, me incliné y deposité una serie de besitos muy tiernos sobre la suave curva de sus nalgas expuestas. Comencé con toques ligeros y húmedos, recorriendo la piel sonrosada con suavidad, intentando transmitirle cariño y afecto. Ella suspiró suavemente ante el contacto, relajándose un poco más sobre mis piernas.
La suavidad de mis besos se detuvo por un instante. Sin previo aviso, abrí ligeramente los labios y mordí con suavidad la redondez de una de sus nalgas, aumentando la presión poco a poco.
Solté la suave presión de mi mordida, observando por un instante la leve marca rojiza que mis dientes habían dejado en la tersa piel de su nalga. Era una huella fugaz, casi un pétalo carmesí sobre un lienzo de durazno.
Astrid se giró un poco, lo suficiente para mirarme por encima del hombro, con los ojos entrecerrados y una pequeña sonrisa traviesa curvando sus labios.
«¡Oye!», exclamó en un tono juguetón, aunque su respiración aún era ligeramente agitada. «¡Eso dolió un poquito! ¿Por qué hiciste eso, Papi?» Su mirada, sin embargo, no reflejaba ningún enfado real; más bien, parecía contener una mezcla de sorpresa divertida y una excitación latente.
Una leve sonrisa se dibujó en mis labios al ver su reacción. “Se veían… exquisitas, mi pequeña,” susurré, acariciando con el dorso de mis dedos la zona ligeramente enrojecida. “Pero ya es hora de que vayamos por tu mami, amor. No queremos hacerla esperar.”
“Está bien, Papi,” dijo finalmente, su voz ahora más suave, casi melancólica. “Vamos por Mami.”
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