Contratando nuevo servicio doméstico
Contraté a una señora para hacer el aseo de la casa y salió muy puta..
Durante los primeros años de matrimonio tuve servicio doméstico de planta, pero, debido a sospechas del comportamiento de mi marido, cambié por otro de “entrada por salida”. y hasta muchos años después confirmé que mis sospechas eran ciertas.
Actualmente tengo 74 años y el trabajo doméstico se me hace pesado. Mi esposo se encarga solamente de lavar los trastos, hacer la cama y otras minucias ya que sigue trabajando fuera dos o tres días a la semana. Pero yo soy muy obsesiva y quiero todo limpio, así que hace dos años requerí contratar a una persona que me ayudara dos o tres días a la semana.
Una de las personas que me recomendaron tiene 24 años, “casada”, con cuatro hijos. Durante la entrevista supe que ella se refería a su “esposo” como la persona que vive con ella. Ha tenido varias parejas, como ocho, hasta donde pude deducir y los hijos son de diferente “marido”. Sólo el primero de los niños tiene el apellido del padre, con quien sí se casó, pero se fue porque él aseguraba que el segundo no era hijo suyo.
–¿Y no era? ¿Por qué lo aseguraba? –pregunté molesta por tantos casos de padres irresponsables.
–Pues era muy morenito, y la verdad, mi marido era blanco, pero no sabría cuál de los dos amigos de él que sí eran morenos, o el patrón de la tienda donde yo trabajaba, habrá sido el padre.
–¿Por qué has tenido tantas parejas? –pregunté.
–Pues, la verdad, me gusta el sexo, y ya ve cómo son los hombres de celosos, señora. Ellos ven que una está platicando con alguien y ya se sienten con cuernos, aunque todavía no haya nada… –afirmó, pero, para mí la delató la última frase.
–Sí, siempre se enojan, más cuando ya hay algo… Además, eres joven, bonita y de buen cuerpo –dije, y ella sólo asintió con una sonrisa.
–¡Huy, sí, se enmuinan!, y a veces hasta llegan a los golpes, y eso no lo puedo tolerar –aseveró con ira y, obviamente, le di la razón–. Una es libre de hacer lo que quiera con su cuerpo, no es propiedad del esposo, ¿no cree usted? –me cimbró cuando escuché la referencia a su cuerpo y no pude más que responder con un gesto afirmativo.
Me movió porque recordé una respuesta que le di a mi marido hace mucho cuando me reclamó sobre mi primer amante: “Yo cojo con quien yo quiera. Si tú quieres, busca a alguien que te quiera a ti, pues a mí me vale madres”. Un par de años después me arrepentí de mi dicho porque mi marido dejó de requerir mi amor, sólo cogía conmigo cuando yo lo seducía, pero aprendió a tener más amantes que yo, y eso me enfurecía.
–¿Y tú te pondrías celosa si tu marido te pone cuernos? –pregunté al recordar mi comportamiento.
–La verdad: sí, sobre todo cuando una es quien mete el dinero a la casa… ¿Usted trabaja?
–No, casi siempre me he dedicado al hogar, y trabajé pocas veces, sin meter el dinero a los gastos de la casa –contesté.
Estaba a punto de aceptarla para el trabajo, pero soltó un comentario y una pregunta más.
–¡Así es diferente!, incluso sería justo que el marido se divirtiera de vez en cuando, si lo calienta otra que también en ese momento quiera… ¿No lo cree?
–¿Cuánto quieres cobrar? –pregunté mañosamente para zafarme de ella.
–Yo necesito quinientos pesos cada vez que venga –dijo, a sabiendas que no le llevaría más de tres horas de trabajo al día–.
–Te seré franca, no me alcanza para pagar eso al mes –señalé categóricamente
–Pues pongámonos de acuerdo, seño… –trató de negociar.
–Tú tienes mucha necesidad y sería malo que te pagara menos –discúlpame por haberte quitado el tiempo. Aquí tienes quinientos pesos en compensación por el tiempo que te hice perder –dije, levantándome y saqué un billete de mi monedero.
–Gracias… –dijo entristeciéndose.
Se marchó, pero yo no estaba dispuesta a tener ese peligro en casa. Recordé unas fotos que hace muchos años descubrí en un CD que tomé del escritorio de mi marido, el cual yo tomé creyendo que era música, pero como no se escuchó en el reproductor; lo saqué y, con curiosidad, lo metí en la computadora.
Se trataban de archivos de fotos, las cuales comencé a ver. Me quedé asombrada, pues yo ignoraba que esas fotografías de desnudos que me había tomado un amigo las conociera Saúl, mi esposo. Es más, yo misma no las conocía ni me interesó verlas en su momento. Sí le permití a mi amigo fotógrafo que las tomara, ya que admiro su trabajo artístico, además que la oportunidad salió de repente: cuando nos habíamos echado el primer palo y yo descansaba en una hamaca, mi amigo (no diré el nombre) me miraba dulcemente y me dijo “Estás para una foto”. “Tómamela, si quieres, pero no la expongas nunca”, contesté dándole mi anuencia. Él fue por su cámara y tomó varias fotos. Me senté y los “clic” siguieron, luego me levanté para servirme un trago y hubo más fotos. ¡Salí muy bien! Añádanle la juventud que tenía entonces. ¿Cómo las habría obtenido mi esposo?
Después abrí otra carpeta y me quedé fría… También eran fotos de desnudos, pero más que artísticas, eran francamente pornográficas. Reconocí a una sirvienta que tuve y que, con todas sus gorduras, posaba tratando de ser coqueta y seductora. Abría los labios internos de la pepa mostrando una oquedad con restos de semen y con la sonrisa pedía más… Identifiqué la mano de mi marido apretándole las chiches o acariciándole las nalgas. ¡Eran cientos de fotos!, casi todas tomadas en el sofá-cama del estudio de Saúl, pero en distintas fechas. La que más me impactó fue una de la puta acostada con las piernas abiertas, extendiendo las manos hacia la cámara y sus labios (de la boca) lanzando un besito. Otras más tomadas en contra picada donde la gata cabalga con un gesto de lujuria y las manos de mi esposo en sus tetas. ¡Qué horror! Por si fuera poco, había otras de felación incluidas las de la boca mostrando la leche ordeñada escurriéndole por la barba.
Obviamente le reclamé a mi marido airadamente. “Si te das cuenta de la hora que marca el reloj de la cámara. En esos momentos, tú hacías lo mismo en un hotel, o en la casa de alguno de tus amigos”, y me solté llorando indignada abofeteándolo. Saúl reía.
Esas fotos tenían fechas, casi desde que inició la sirvienta a trabajar en casa hasta el último día en que dejó de trabajar con nosotros porque, según dijo, su marido ya no quería que ella trabajara. ¡Tres años cogieron y yo me vine a enterar veinte años después!
Esa noche en que recordé ese asunto, tuve una pesadilla, la cual cuento enseguida como un relato coherente, aunque así no se sueña.
Soñé que seguí buscando personal y acudió una viuda cincuentona que, según me contó, tenía una hija casada e insistía en no molestar a su hija recibiendo dinero de ella, por esa razón buscaba trabajo.
–No es mucho lo que necesito. Si tuviese 65 años no me preocuparía tanto, pues tendía el apoyo para adultos mayores, pero aún me faltan doce años… –comentó con cierta desesperanza cuando le pregunté cuanto quería ganar.
–Doña Delfina, le puedo pagar 400 pesos cada vez que venga, y la necesito dos o tres días a la semana, como se acomode.
–¡Sí, puedo venir los tres días! –contestó emocionada.
Al poco tiempo de haberla contratado, mi marido me indicó que debería inscribirla en el Seguro Social como trabajadora doméstica, lo cual hice y se lo comuniqué a ella al solicitarle los documentos. Delfina se alegró, porque su hija no trabajaba y su yerno no podía inscribirla como familiar.
–¡Muchas gracias, señora! No puedo creerlo, casi nadie nos inscribe al Seguro a las sirvientas, pero… ¿lo descontará de mi sueldo?
–No, no se preocupe de cualquier pago adicional que se haya de hacer, recibirá su sueldo completo. Yo no sé de eso, le preguntaré a Saúl, mi marido, pues él hará los trámites, él es quien me dijo que la inscribiera –contesté.
A partir de ese momento, Delfina estaba atenta a lo que requiriera Saúl, las pocas veces que se encontraba en casa. A los dos meses, ella llegaba mejor arreglada, incluso con los labios pintados. Una de las veces que salí en la mañana para verme con mi amante, al regresar a casa, me encontré que mi marido estaba en casa, acostado en el sofá del estudio. La fámula se puso pálida cuando entré, pero continuó haciendo su trabajo.
–¿Cómo te fue, mi Nena? –preguntó Saúl desde su estudio.
–Bien –le dije yéndome a la recámara, para meterme al bidet, pero me alcanzó antes de entrar al baño.
–Hueles muy rico… –dijo arrodillándose para levantarme la falda, me bajó las pantaletas a la rodilla.
–Espera, cierra la puerta –le ordené.
–Lo haré después de saborearte… –dijo antes de pasar al hecho.
Después del primer orgasmo recibido con su diletante lengua, me volvió a subir la pantaleta y me encaminó al baño, después de decirme “Te amo puta, Nena…”. Al entrar al baño, volteé para cerrar la puerta y, reflejada en el espejo del tocador, vi que Delfina estaba parada, con la escoba en la mano, con la boca abierta y Saúl dirigiéndose hacia ella. No cerré la puerta completamente, sólo dejé una rendija para ver en el espejo lo que pasaría y escuché
–¿Qué te pasa?, ¿Nunca te hicieron así? –le preguntó mi marido a Delfina. Ella sólo contestó negativamente moviendo la cabeza– ¿Quieres sentirlo? –preguntó mi marido a la criada, levantándole la falda y ella, haciendo la escoba a un lado para que no estorbara, contestó “Sí”.
Me quedé paralizada y llorando. Antes de salir, me arreglé, lavándome la cara, poniéndome colirio en los ojos para que no se me notara lo rojo. Saúl ya había cerrado la puerta y me esperaba desnudo, con la verga parada.
–Encuérate, mi Nena, ahora me toca a mí –me dijo blandiendo su pene erecto–. No está tan grande como el de Eduardo, pero también divierte… –dijo al comenzar a desnudarme.
–¿Ya lo usaste para divertir a la gata? –pregunté mostrando mi enojo.
–No, eso lleva tiempo, será cuando ella lo pida –contestó colocando su glande en la entrada de mi vagina–, y será en un hotel como lo hacen ustedes.
–¡No mientas!, te vi por el espejo que le levantaste la falda –grite, pero callé al sentir la estocada muy profunda.
–Aquí solamente le he mamado las chiches, y hace rato el clítoris –confesó cínicamente–- En cambio tú si coges muy a gusto en la casa con Eduardo y con Rogelio, allí están las grabaciones –afirmó refiriéndose a las cámaras de seguridad–. Me gustas cogida, ¡me resbalo muy ricooo! –exclamó eyaculando profusamente.
Me desperté y supe que mi marido me había cogido estando yo dormida. Ya que se bajó, lo primero que le dije fue “Decidí que yo haría la limpieza diaria, a excepción de un servicio profesional una vez por semana (ese donde llegan tres o más personas y limpian la casa de arriba abajo).
¡Ja, ja, ja…! Mientras tú andabas cogiendo (perdón, «haciendo el amor») con tus amantes, tu marido recibía una atención adecuada para sus necesidades, por parte de la «chacha». Quizá el marido la retiró de trabajar porque se dio cuenta que ella había evolucionado en las artes amatorias y sólo podría deberse a que aprovechaba sus salidas «al trabajo» para obtenerlas. De acuerdo a lo que describes, Tu marido le dio tres años de alegría a la fámula. ¡Ja, ja, ja! no dudes que lo siguió haciendo con las que siguieron, aunque no haya fotos como prueba.
¡Qué chistosito eres, grrr…! No lo sé, pero todas las sirvientas veían con respeto a Saúl. Y si se lo tiraban, ellas disimulaban muy bien ante mis ojos… Pero también así era la de las fotos.
Me recordó cuando fui empleada de Bernabé, mi amante desde hace muchos años. Un buen día, mi marido me dijo que renunciara a mi trabajo, porque quería que me dedicara a atender a mi familia de tiempo completo. Si bien, mi marido fue disfrutando de las nuevas experiencias sexuales que yo tenía, procuraba que él pensara que las aprendíamos juntos o que a él se le había ocurrido una nueva posición. El caso es que le había ido mejor en su trabajo y le aumentaron sustanciosamente el sueldo, de tal manera que mis entradas ya no eran importantes.
Quizá así le pasó a tu sirvienta.
No quiero molestarte con mis comentarios, pero yo me acostumbré a los cariños y calentadas previas que me daba Bernabé y no pasó mucho tiempo para pedirle que siguiéramos cogiendo. Y desde entonces…
¿Tu empleada habrá quedado prendada de tu esposo? Lo pregunto porque tres años de atenciones, y las fotos donde la describes como una mujer enamorada, más que una puta, no se iba a retirar simplemente así. Digo…
¡No la volviste a ver cerca de tu casa?
A mí nunca me dijo por qué su marido ya no quiso que ella trabajara más.
No, ya nunca supe de ella y espero que Saúl tampoco.
Es normal que haya encuentros sexuales consensuados entre vecinos, compañeros de trabajo (incluido patrón y empleado), además de otros, como los que tú tienes alegremente desde hace más de medio siglo.
Otra cosa son los celos. Tú misma le dijiste a Saúl que él se buscara con quien coger porque tú no querías con él. ¿Entocnes?
No me recuerdes lo que le dije a mi marido en aquella ocasión. Estoy arrepentida pues lo mandé a putear con otras, hasta algunas de mis familiares se ofrecieron a consolarlo, con mayor razón sus amigas y exalumnas. Sigo teniendo celos de muchas que conozco y sabrá dios cuántas desconozco (las conozca yo o no).
Pues no tengo servicio doméstico, pero cuando lleguemos a necesitarlo, contrataré a un hombre, por si sale tan atento como tu fámula…
¡Ja, ja, ja! No se me había ocurrido. Buena idea.
Nunca he contratado sirvientas, pero después de esto voy a estar muy atenta cuando se dé la necesidad. ¡A mi marido sólo yo lo monto! Al menos eso creo, aunque, ¿con qué cara iba a reclamarle?
Pues con la misma cara que yo, la cara de los celos…