El monstruo del armario
El abdomen del hombre se ondulaba en cada golpe de piel y sus pectorales peludos brincaban en cada penetración, como si en cada arremetida usara todo su cuerpo para penetrarme. Los ojos del hombre estaban fijos en mí, en mi cara roja de niña, mi boca abierta, salivando y mis ojos llorosos..
—Mami ¿Por qué papá nunca esta en la noche? —dije triste.
Mi madre acarició mi cabello rubio y sonrió. Apenas a mis cinco años, era muy curiosa.
—Papá, debe trabajar cielo, vendrá mañana.
Asentí y miré enfrente mio, mis ojos se llenaron de miedo al percibir una sombra escondida en mi armario, mi madre no pareció darse cuenta.
No quise decir nada, sabía lo que era.
—Buenas noches, hija —mi madre me dio un beso en la frente y cerró la puerta del cuarto.
Al poco rato, se escuchó otra puerta cerrarse y el sonido de la ducha.
Mamá siempre se bañaba antes de dormir, podía durar horas.
Miré asustada la silueta oscura en el armario. Llevaba ahí desde que mi madre me acostó en la cama. No dije nada porque sabía que mi madre no me creería.
Esperé con miedo durante unos segundos, sin dejar de mirar el armario.
La silueta era alta y fornida, del tamaño de un hombre adulto, sin embargo, debido a la poca luz del cuarto me era dificil distinguir el rostro de aquel ser.
Todas las noches desde que tengo memoria esa criatura se escondía en mi armario cuando papá no estaba y me acechaba al dormir.
El armario se abrió con un suave crujido y la silueta negra se movió, escondí la mitad de mi rostro en las sabanas sin despegar la mirada de aquel ser.
Podía distinguir los músculos en su cuerpo, era alguien robusto, como mi padre. Eso me disuadia de decirle a mi familia, tenía miedo de que ese hombre y mi progenitor se enfrentaran.
El ser en el armario caminó lentamente hasta subirse a mi cama, llevaba una mascara negra que cubria la mitad superior de su rostro, incluido el cabello de su cabeza, dejando libre solo sus labios y nariz.
Lo más destacable eran sus ojos verdes, felinos, como los de un depredador. Papá también era de ojos verdes, pero siempre eran acuosos y calidos.
Sintiendo el calor emanar de aquella bestia masculina, me di la vuelta sabiendo lo que debía hacer.
Me quité la pijama y la puse a un lado de mi almohada, mi piel desnuda era de un tono blanco y lechoso, mis pezones eran rosaditos como botones y mi vagina estaba humeda sin saber la razón.
Desde hace mucho que mi cuerpo dejó de responder como yo quería y aquel ser era la causa de eso.
Sus manos peludas tocaron mi cuerpo y me estremecí.
Ese hombre solo llevaba una mascara, el resto de su cuerpo estaba desnudo.
Su piel masculina estaba cubierta casi en su totalidad de pelo y no pude evitar compararlo.
«Mi padre es igual de peludo», pensé.
Sin embargo, no podía saber de que color era su vello corporal debido a la luz, lo unico destacable de que hombre era su toque caliente y su aliento a menta.
Las manos del adulto amasaron mi carne tierna y me atrajeron lentamente a su cuerpo fornido.
La diferencia de tamaño hizo estremecer al adulto, yo era del tamaño de su brazo, mientras que su cuerpo era tres veces más grande, cubriendo con creces mi diminuto ser a su lado.
Gemí al sentir sus manos en mis pezones, sus dedos pellizcaron y juguetearon hasta poner roja mi piel.
Luego, sentí su boca besar mi cuello, raspando con su barba incipiente mi tierna piel.
«Incluso tiene barba, como mi padre», pensé.
Eran tantas las similitudes que me hacía pensar que si ese hombre fuera mi Papá, no tendría tanto miedo.
Sin embargo, esa figura era un misterio y solo podía conformarme con su tacto varonil y su aroma.
Aquel hombre nunca olía mal y eso me gustaba, me hacía sentir reconfortante.
Los dedos adultos tocaron mi clítoris y gemí, esa zona era muy sensible desde hace tiempo y no podía evitar sentirme extasiada al ser estimulada ahí.
Mamá nunca le llamó la atención que mi vagina ahora era dos veces más grande y presentaba marcas rojas cada noche, aveces incluso veía con curiosidad como de mi orina matutina soltaba restos de una leche blanca.
Mi madre era una mujer cariñosa y atenta, pero respecto a mi situación con el monstruo del armario se sentía como alguien ajena. Talvez porque nunca hablé con ella al respecto.
El hombre encima mio seguía estimulando los labios de mi vagina con sus dedos gruesos y peludos, dejando que mi lubricante mojara la punta de sus uñas.
Le vi acercar sus dedos a sus labios y saborear gustoso lo que habia orinado.
Soltó un gemido ronco y continuó amasando mi cuerpo con el suyo.
Sentía sus piernas rodear las mias y su abdomen peludo rosar mi espalda, sus dos pectorales inflados eran donde mi cabeza reposaba, mojando mi cuello con el sudor de la zona, y mirando a mis costados, dos pezones erectos de color marrón oscuro estaban presentes.
Los brazos venudos y gruesos del hombre me abrazaban con dulzura mientras sus labios acariciaban mi cuello y sus dedos se introducían en mi vagina.
—Ah.
Mi gemido fue bajo, sentía como el conducto vaginal se abría ante la interrupción de aquellos dedos gruesos peludos, soltando un pequeño chorro de lubricante.
Sus labios carnosos mordían y succionaban mi piel blanca, dejando marcas rojizas.
Mamá siempre las veía, pero decia que era algún tipo de alergia. Al hablar con mi Papá al respecto, él le dio una crema para moretones y dejaron de preocuparse por mis marcas.
Si supieran que eran los besos de ese hombre los que causaban la supuesta alergia, no se que harían.
Los dedos del hombre en mi vagina terminaron de hundirse, sentí como los metía y sacaba lentamente mientras sus labios pasaban a besar mi boca y su otra mano me sujetaba del bajo vientre.
Algo en su entrepierna se presionó contra mi espalda con dureza.
Era largo y caliente, carnoso y musculoso, como una vara firme, llena de sangre, venuda y bulboso en la punta.
Una vez le pregunté a mi padre si los hombres tenían algo así en sus entrepiernas y me dijo que sí, que se llamaba pene. No indagó en porque quería saber de ese tema y se limitó a seguir con su rutina diaria.
Ahora, el pene de aquel desconocido, se presionaba contra mi como muchas veces lo había hecho.
Podía recordar cada escena y mi vagina no podía evitar estimularse.
Al principio fue incomodo tener algo así dentro de mí, pero después de varias rondas, le agarré el gusto e incluso me quedaba con curiosidad.
«¿A Papá le gustaría llenarme con su pene si se lo pido?» pensaba a veces, luego negaba con la cabeza.
Cualquier cosa relacionada con el monstruo en el armario era tabú para mí.
Me límite a disfrutar de la hombría que ese hombre desconocido me ofrecía y me sentí satisfecha.
Era grande y larga, no podia medir los centímetros con exactitud, pero me recordaba a las berenjenas grandes que mamá compraba en el supermercado, creo que la señora de la tienda ponía un cartel que decía que medían nueve pulgadas.
El cuerpo del hombre se pegó contra el mío, su piel gruesa y peluda contra la mía suave y lampiña, sus piernas se presionaron alrededor mío mientras lentamente me acostaba bocabajo en la cama.
El encima mío y mi trasero levantado, exponiendo mis dos agujeros.
Dejó de besarme y se levantó para acomodarse encima de mí.
El fornido cuerpo del hombre se vislumbraba en la penumbra y daba miedo su tamaño, tan musculoso y grande.
Mis dos agujeros se fruncieron al sentir las manos peludas del hombre amasar mis nalgas.
Ningún agujero en mi cuerpo se había salvado de ser sometido por aquel ser, solo podia rezar que hoy fuera un día donde solo quisiera sofocar su deseo en mi vagina.
Era el lugar en donde me sentía más cómoda para ser penetrada. En especial cuando tenía que adoptar posturas extrañas, como al cabalgar el regazo del hombre, ser subida y bajada constantemente mientras el adulto estaba de pie. A veces cuando me penetraba de lado, o al quedar bocarriba con sus piernas a los lados de las caderas del hombre.
Cada postura era un reto para mi corta edad y me sentía rara. Como si esas posturas fueran algo que no deberia aprender todavía porque mi cuerpo no tenía el tamaño adecuado o talvez era por la diferencia de tamaños, mi cuerpecito no parecía ser el adecuado para ser sometido por un hombre.
Sin embargo, de tanto hacerlo, ya hasta sabía como ponerme para estar cómoda y no sufrir tanto.
Esta vez, el monstruo tuvo piedad y se limitó a jugar con mi vagina.
Rozó sus manos contra mis nalgas blancas, dando suaves nalgadas.
Luego, pegó su pelvis a mi trasero sintiendo su hombría erecta entre los pliegues de mis nalgas, forzando su entrada lentamente.
El hombre se detuvo de jugar con sus roces pelvicos y acercó su boca a mi agujero frontal.
Sentí su aliento soplar dándome escalofríos, era caliente y fresco, su aroma a menta era refrescante ante el calor febril que llenaba mi cuerpo.
El lubricante en mi vagina era abundante, y sentí la nariz del hombre pegarse a mi clítoris, para luego bajar y meterla por los labios vaginales, penetrandome.
Gemí incomoda antes de sentir como algo succionaba mi interior.
Aquel hombre estaba aspirando mi vagina con su nariz, disfrutando de sentir el lubricante y mi olor.
Lo ví despegar un poco el rostro, limpiar su nariz con sus dedos y saborear el liquido en sus uñas.
Luego, sacó su lengua larga y gruesa, metió su boca en mi vagina, lamiendo cada rincon de mi agujero, chupando y salivando la zona.
Gemí en voz alta y escuché un gruñido de advertencia, tapé mi boca sabiendo que no debia hacer ruido.
Cerré los ojos disfrutando de aquella lengua adulta y de mi boquita gemidos dulces salían.
—Ah, se siente bien, ah.
Moví suavemente mi trasero para sentir mejor aquella lengua, el hombre detuvo mi vaiven con otro gruñido.
—Ah, por favor, me gusta, ah.
Mis gemidos parecieron despertarlo de su ensoñación, dejó de comer de mi vagina y se alejó saboreando con su lengua los restos de lubricante y saliva dejados en sus labios.
Su pulgar derecho amasó los labios húmedos de mi vagina con un suave gesto antes de llevar ese mismo pulgar a la boca y sacar la lengua para lamerlo.
Su semblante estoico le concedía un aire erótico, como el de un macho a punto de fornicar con su hembra.
Gemí gustosa, mientras le escuchaba gruñir y amasar mi carne.
Luego, sentí la punta de su hombria en mi vagina mientras la mitad de su cuerpo se inclinaba hacia mí.
Su abdomen y pectorales ligeramente curvados pegados a mi espalda, sus piernas de rodillas a ambos lados de mi trasero, sus brazos musculosos y venudos a los lados de mi cabeza como soporte.
Su rostro pegado al mío, exhalando su aliento en mi rostro y mirándome con atención.
Su pelvis presiono los labios vaginales y el glande forzó su entrada con dureza.
La forma ovalada de mi vagins se estiró hasta tornarse circular y las paredes internas ofrecieron resistencia ante el intruso.
Como si eso no importara, el hombre solo hizo un leve movimiento pelvico para romper la barrera que mi vagina había hecho, dejando que el glande y el tronco de aquel pene monstruoso entrara.
Mis párpados cerrados se apretaron mientras arrugaba el ceño, mis labios húmedos soltaron gemidos bajos, mi respiración era confusa.
La sensación de algo carnoso y largo entrando por mi vagina era raro, placentero, pero incomodo.
Sentir como mi interior se acomodaba para darle cabida a un intruso tan caliente y grande era extraño.
Mi mano derecha fue a parar por debajo de mi abdomen, sintiendo algo abultado subir por ahí.
Era largo, como una lombriz, pero cien veces más grande y gruesa. El calor que emanaba el pene de ese hombre era más ardiente que el mio.
Mi cuerpo apenas se sentía febril, pero al contacto con el miembro viril de ese ser, el calor era insoportable.
El monstruo que la estaba montando era más caliente que yo, su temperatura de adulto sofocaba la mía.
Lloré suavemente mientras la mitad de aquel pene entraba.
La penetración se detuvo y escuché al hombre suspirar ronco.
Ya no podia avanzar, ese era el máximo. Antes, cuando era más pequeña solo podía soportar un tercio de su pene, pero después de dos años, ahora aguantaba la mitad. Sabía que era cuestión de tiempo antes de que toda su longitud entrara en mí por fin.
Y lo estaba esperando con temor y deseo.
El hombre movió su pelvis, sacó la mitad de lo que había metido en mi vagina de su miembro viril y lo ensartó con una estocada ruda.
El colchón de mi cama rechinó ante el golpe.
—Ah, duele.
Mis gemidos estimularon su vaivén, volvió a sacar su hombria y la metió con dureza.
El choque de pieles fue audible y mi gemido fue todavía más alto.
La cama rechino con fuerza.
El gruñido de advertencia no llegó esta vez y no tenía pensado reclamar por ello.
Como si el hombre supiera algo que yo no, me dejó gemir gustosa, metiendo y sacando su virilidad en movimientos secos y rudos.
La cama se movía al compas de sus golpes, haciendo que mis gemidos se mezclaran con el rechinar de los resortes.
Sus caderas subian y bajaban, golpeando la piel de mid nalgas, dejando marcas rojas por el roce del vello pubico adulto.
La madera de la cama golpeaba la pared frontal en cada embestida.
Su hombría llenaba mi vagina hasta sus limites, estirando las paredes, formando una capa de piel que se pegaba a su carne varonil y soltando más lubricante.
El vaivén de sus caderas era altivo y duro, levantaba su pelvis y la golpeaba de vuelta contra mis nalgas.
Su pene no tenía clemencia, forzando su carne madura y venuda en mi agujero juvenil con maestría, como muchas veces había hecho antes.
Volviendo mi vagina virginal en lo que era ahora, una vagina tierna pero con la experiencia de una mujer de la cama.
El hombre besó mi cuello dejando más marcas y el sudor de su cuerpo bañó mi piel.
La humedad recorriendo mi cuerpo le daba un toque más extraño a lo que hacíamos, el sonido de pieles se volvía sucio, como si el choque de pieles se volviera el chapoteo húmedo al saltar en un charco.
Cada penetración iba acompañado de ese sonido.
Eso acompañado del rechinar de la cama era como una señal de lo que hacíamos.
La humedad también hacía que el calor se crispara en mi piel, como una bruma espesa que nublaba mis sentidos.
El aroma a menta se intensifica acompañado del hedor característico de las axilas sudorosas.
El hedor del hombre siempre quedaba impregnado en mí, pero mi mamá nunca preguntó al respecto, solo decía que mi cuerpo era especial y que no era raro que tuviera ese olor corporal pese a mi edad.
Si mamá supiera que ese olor era la marca personal del hombre que me montaba todas las noches, no sé que pensaría.
El vaivén bajó de intensidad y el hombre me tomó de las caderas dándome la vuelta.
Acomodó mi cuerpo hacía un lado y estiró una de mis piernas hacía arriba sin dejar de penetrarme con su vaivén seco.
El abdomen del hombre se ondulaba en cada golpe de piel y sus pectorales peludos brincaban en cada penetración, como si en cada arremetida usara todo su cuerpo para penetrarme.
Los ojos del hombre estaban fijos en mí, en mi cara roja, boca abierta, salivando y mis ojos llorosos.
Mis gemidos eran musica para sus oídos y él solo siguió con su trabajo.
Me penetró de lado durante unos minutos antes de tomarme entre sus brazos y obligarme a sujetarme de su cintura con mis piernas, mis manos amasaron sus pectorales, mientras sentía como me sujetaba de las caderas y me subía y bajaba de su pelvis. Su pene entrando y saliendo de mi vagina como solo él sabía hacerlo.
El rechinar de la cama y el golpe de la madera contra la pared se detuvo, pero ahora un nuevo sonido acompañaba mis gemidos, el golpe de los talones del adulto al impulsarse para embestirme.
La cama era todo un desastre de sudor masculino y mi lubricante, mamá pensaría que me orine de nuevo y me tocaría pedirle a Papá que me excusara.
La culpa no era mía, sino del monstruo que me estaba empotrando contra su pelvis en ese momento.
Mi vagina estaba resentida y uería descansar, pero ese hombre todavía no había liberado su leche blanca.
Algo se sentía diferente hoy, lo había notado desde que me dejó gemir a gusto, sin importar si mi mamá me escuchaba o no.
Ahora, pasando un buen rato penetrandome, pero sin llenarme de su leche especial, algo se sentía mal.
Miré sus ojos y se veía indeciso, culpable, no sabía de que, pero no me importo.
Solo quería besar esos labios.
Junté mi boquita tierna con los belfos adultos del hombre, rápidamente devoró mi boca con su maestria y me hizo sentir su poderío varonil.
Su lengua, jugaba con la mia, sus besos eran profundos e intensos, quería devorarme desde dos flancos al mismo tiempo.
Cerré los parpados sintiéndome cansada y deseando poder dormir.
«Si papá se quedara en las noches, podría contarme un cuento para dormir», pensé.
Me sentí triste al recordar eso y no pude evitar gemir su nombre.
—Papi, ah.
La bestia se detuvo y sentí la tensión característica de su cuerpo, su leche inundó mi vagina manchando la alfombra, mamá pensara que me soné la nariz dejando los mocos tirados.
El pecho del hombre subía y bajaba con fuerza mientras sus ojos verdes resplandecian al verme.
Su mirada penetrante me hizo sentir incomoda y le ví con dificultad.
Su semblante se sentía distinto, agotado, cansado de algo.
Sus pectorales peludos entre mis manitas estaban hinchados y duros, moviéndose al compas de su respiración que poco a poco se volvió lenta.
La bestia besó mis labios por ultima vez antes de dejarme dormir en la cama.
Sacó su hombría dormida de mi vagina, me cubrió con la sabanas y me dio otro beso, esta vez en la frente.
Mientras perdía la conciencia por el sueño le vi caminar hacía el armario, pero esta vez no se metió para irse, cerró la puerta solamente y se quitó la mascara.
El cabello rubio de mi padre se mostró y sonreí.
—Papá nunca me ha dejado sola —susurré.
Escuché la voz de mi padre desearme buenas noches.


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