El pastor de mi iglesia y su hijo se cogen a mi recién esposa en el Resort
Susana recién casada con Winston es manipulador por su pastor y follada sin parar hasta dejarla llena de leche y pecados. .
El sol de la costa caribeña era una promesa de oro y miel. Para Winston, de 25 años, aquel resort era el paraíso. La noche anterior había sido la consumación de un sueño: había desvirgado a su esposa, Susana. No fue fácil. A ella, con sus 19 años y su fe inquebrantable, le costaba relajarse. A él, con sus carne de 17cm y grosor considerable, le costó trabajo abrir paso. Él ya tenía un poco de experiencia pues había desvirgado a su hermanita y a una de sus primas. Pero la vagina de su esposa Susana era pequeña y apretada, un santuario que se resistía, pero al final, con paciencia y sudor, logró romper el sello y sentirla suya. Se sentía el hombre más afortunado del mundo.
Lo que Winston no sabía era que la conquista de la noche anterior no era más que el prólogo de un acto mucho más oscuro. Hacía una semana atras, el pastor Rogelio le había susurrado a Susana al oído tras un servicio:
«El Señor tiene un plan especial para ti, hija. Una vez que tu esposo consuma el matrimonio, tu cuerpo estará listo para el verdadero sacrificio. Deberás ir a nosotros, en el resort. No puedes decirle nada a Winston. Esta es una orden de Dios». Y Susana, con la fe ciega de una oveja, había asentido, guardando ese veneno en su corazón.
Aquella mañana Winston volvió a tomar a su esposa y abriendo sus piernas de par en par aún veía lo hinchada y abiertas qué la había dejado la noche anterior, tomó su miembro y escupiendo un poco volvió a meterlo dentro de ella…. Gimiendo ella lloraba y pedía piedad pues le dolía sentir a su esposo. Luego de acabar dentro de ella, se baño y salió al la terraza.
Mientras Winston tomaba un café en la terraza, soñando despierto, Susana se deslizaba hacia el bungalow 113. Allí la esperaban los dos pilares de su fe y ahora, de su prueba. El pastor Rogelio, de 48 años, era un hombre imponente. Medía fácilmente 1.90 metros, con un torso velludo y una autoridad que emanaba de cada poro. Su verga, de unos 16cm, era gruesa y con una marcada vena que la recorría, una vara de castigo y poder. A su lado, su hijo Gustavo, el baterista de 18 años, era una versión más joven y salvaje. También era alto, cerca de 1.85 metros, con un cuerpo más fibroso pero igualmente peludo. Su miembro, aunque un poco más corto que el de su padre, con unos 15cm, era más delgado y curvado hacia arriba, un arpón de juventud y descontrol.
En contraste, Susana era una muñeca frágil. Medía apenas 1.51 metros, era delgada, con un cabello negro y liso que le caía hasta la cintura y una piel tan blanca como la leche. Su cuerpo parecía diseñado para ser protegido, no para asaltar.
Winston, decidiendo buscarla, fue guiado hasta el bungalow 113. La puerta estaba entreabierta. Una rendija por la que se filtraba un silencio denso. Empujó suavemente.
Lo que vio rompió su realidad en mil pedazos. Su Susana, su ángel, arrodillada en el suelo entre dos gigantes. Sus manos, las mismas que habían sostenido la Biblia, ahora se perdían en la espesa pelvis de los hombres. Alternaba, llevando a su boca la vara gruesa y velluda del pastor y luego el arpón curvo de su hijo. Winston se quedó paralizado, un horror hipnótico apoderándose de él.
La llevaron a la cama. Rogelio se colocó frente a ella, deslizándose con dificultad por su pequeña entrada, mientras le susurraba:
«Mira lo estrecha que eres, un regalo del Señor».
Gustavo, por detrás, le empezaba a lamer con la lengua el ano virgen de ella, Susana se retorcía pues jamás había sentido tal placer antes. Gustavo con su lengua daba vueltas al cerradito orificio y metía suavemente l punta de su lengua dentro de ella, luego poniéndose de pie, la desvirgó por el culo con un gesto brutal que la hizo gritar.
NOOOO Ahhhh mi culo, mi culito me partes, me estas partiendo!!! -– decía Susana, mientras que Gustavo hundia su carne varonil y joven dentro de ella
Susana lloraba, sus lágrimas se mezclaban con el sudor, pero no se resistía. Rogelio le ordenaba:
«Ora, Susana. Ora para que aguantes la bendición». Y ella balbuceaba oraciones entre gemidos.
Luego vino la prueba final. La tumbaron en la cama, las piernas abiertas de par en par. Padre e hijo se posicionaron, y con una coordinación perversa, introdujeron sus dos vergas al mismo tiempo en la vagina de Susana. Ella lanzó un alarido de dolor y éxtasis, un sonido animal que Winston nunca olvidaría. La penetraban a ritmo lento y profundo, estirándola hasta el límite, mientras ella lloraba y gemía, repitiendo las palabras que el pastor le dictaba: «Gracias, Señor… gracias…».
Winston, sin darse cuenta, había bajado la cremallera de su pantalón. Su mano, movida por una mezcla de rabia, dolor y una excitación monstruosa, se agarraba a su propia carne. Mientras observaba cómo los dos hombres llenaban a su esposa, cómo su cuerpo era un recipiente para su semen, él también se vino, manchando el exterior de la puerta con un orgasmo silencioso y lleno de asco.
Cuando terminaron, Susana yacía en la cama, bañada en leche y lágrimas, un deshecho de carne y fe rota. Su vagina, antes pequeña y cerraita, ahor yacia abierta y desgarrada, con la sonrisa diabólica del pastor Rogelio y su hijo, quienes la miraban con desdén después de usarla.
Winston se retiró sigilosamente, caminando de vuelta a su paraíso personal, ahora convertido en un infierno del que nunca podría escapar. El sol seguía brillando, pero para él, solo había oscuridad.
Susana no regresó si no hasta 3 horas después, decía sentirse mal y pidió que mejor le trajeran el almuerzo a la habitación pues no podía ni caminar. Winston nunca le confesó que la vió, pero aprovecho esa noche y volvió cogersela, ya no con amor, si no como una puta barata destrozando aun más su vagina y probando finalmente su culito de evangélica.



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