El túnel del amor
Me sucedió en los juegos mecánicos de una feria en una ciudad pequeña. Por andar de cusca, seduciendo a un amigo de mi esposo. Sí, lo logré fácilmente, pero me angustié porque la regla no me llegaba….
Hace más de 40 años, Saúl, mi marido, recibió una invitación por parte de Fidel, un exalumno, a pasar un fin de semana a San Gregorio, pueblo donde vivían los padres de éste. Dicha población está cerca de Cholula, una ciudad relativamente pequeña en esa época, que anualmente festejaba con una feria que duraba varios días. Mis hijos se quedaron con mis suegros, pero nos acompañó Vicente, otro amigo que también había sido invitado por Fidel.
Yo sí conocía a Fidel, pero no a Vicente, pero nos caímos bien desde que nos presentaron. Es más, aunque era cuatro o cinco años menor que yo, desde ese momento pensé en tirármelo a la primera oportunidad. Y la oportunidad se dio a la segunda noche pues Fidel consiguió que él y Saúl visitaran el observatorio de Tonanzintla, lugar con ingreso muy reservado, más el acceso al telescopio.
Una vez que ellos partieron en el automóvil de Fidel a Tonanzintla, y sabiendo que regresarían hasta la mañana del día siguiente, le sugerí a Vicente que fuéramos “a perdernos entre la gente” a la feria de Cholula. Señal que él entendió muy bien pues desde el trayecto fuimos acercándonos cada vez más y toqueteándonos como podíamos porque yo manejaba nuestro vehículo. De hecho, yo comencé el ataque pidiéndole que se acercara más hacia mí, lo cual no tenía sentido pues el auto tenía dos asientos adelante.
–A ver si no me equivoco de palanca y me agarro de otra… –dije estirando la mano para ponerla sobre su pierna.
–Pues ahora será más fácil que te equivoques porque ya me creció la palanca –afirmó cínicamente colocándose la erección de manera ostensible y acercándose al filo izquierdo del asiento.
–¡Oh! ¿Eso es de verdad? –pregunté después de mirar la montaña en el pantalón.
–¡Claro! Puedes confirmarlo –dijo tomando mi mano derecha para colocarla sobre el pene, el cual sólo pudo recibir un apretón mío y sentir la humedad que trasminaba su ropa. Pero debí retirar la extremidad para tomar el volante con las dos manos, pues entramos a la zona urbana.
Pronto dejamos el auto cerca de la entrada a los juegos mecánicos y, tomados de la mano, pasamos hacia el gentío. En la aglomeración, unas veces era el dorso de su mano lo que recorría mis piernas y nalgas y otras era el mío el que paseaba por su rígido pene o por sus nalgas jóvenes. Grandes colas para subirse a los juegos, pero de pronto, nos topamos con “El túnel del amor”, con unas barquitas de dos plazas y, además, tenía una fila bastante pequeña comparada con la de las otras diversiones. Nuestras miradas se cruzaron, al unísono mostramos una mirada cómplice y nos formamos, abrazándonos como las parejas restantes.
Mientras esperábamos turno, hacíamos lo mismo que los demás: besarnos. Los besos que comenzaron en picos llegaron a una pelea de lenguas que fue interrumpida con una frase “Suban, allá adentro continúan”. Adentro continuamos con el morreo. Sobre la ropa. Mis tetas fueron apretadas apasionadamente por sus dos manos, y mis manos se encargaron de medir la dureza de sus ganas y evaluar la carga que podían almacenar sus testículos. No me pregunten por las babosadas que había en el túnel, no pusimos atención, con los ojos entrecerrados, las manos ocupadas y nuestras bocas intercambiando babas. Lo único que nos quedó claro al salir de allí fue que iríamos al auto y partiríamos hacia alguno de los hoteles que vimos al entrar a la ciudad.
–¿Te parece bien aquí? –le pregunté cuando nos aproximamos al primer hotel.
–Contigo, en cualquier lugar. Espérame aquí –me contestó al bajarse para hacer la transacción.
–¡Listo! Búngalo 28 –precisó y señaló el camino que indicaba el letrero.
Estacioné el auto frente a la puerta de acceso al búngalo y cuando lo apagué volvimos a los besos, las caricias y más… Me sacó una chiche para mamarla; yo le extraje el pene y huevos, jugué con su pellejo esparciendo el presemen en su glande sin dejar de acariciar sus bolas. Sentí su mano bajo mi falda y abrí las piernas, pero la pantaleta estorbaba mucho.
–Vamos adentro –le dije soltándolo–, allí nos desnudamos.
Bajamos casi corriendo, muy urgidos pues yo me guardé la teta y él seguía con la erección al aire. Mientras Vicente abría el cuarto, yo cerré el auto. “No abre la llave”, dijo Vicente con mucha molestia. “A ver”, dije arrebatándole el llavero y, muy conscientemente, bajándome la calentura, introduje a llave despacio y la giré… ¡La puerta se abrió!
Pasamos, le pusimos pasador y nos volvimos a abrazar para quitarnos uno al otro la ropa, la cual aventamos sin sacudir o extender, una a una, a un sofá que estaba cerca. Mi blusa quedó bajo su camisa, mi sostén lo cubrió su camiseta, mi falda bajo sus pantalones y los calzones no me fijé, pues mi mirada estaba puesta en la herramienta estirada donde un brillante capullo quería sobresalir del prepucio.
Con una mano, estiré el prepucio desde el tronco, y con la otra acaricié las nalgas que parecían tan suaves y lisas como las de un bebé. Vicente no se quedó quieto, me mamó y estrujó las tetas como si nunca hubiese tenido a una mujer buchona entre sus brazos. A pesar del furor, sus manos me oprimían las chiches con suavidad, obligándome a cerrar los ojos para disfrutar el momento obligándonos a besarnos con dulzura.
Así, abrazados, nos acostamos para continuar con los mimos. Me puse su falo en la entrada de mi vagina y tallé su glande contra mis labios y clítoris causándole estremecimientos y me dio la estocada… Se subió sobre mí, yo sólo abrí mis piernas y lo dejé hacer el trabajo del movimiento, pues yo era la festejada y él era mi puto caliente para usarlo esa noche…
Sólo alcancé un par de orgasmos cuando sentí el calor de un chorro muy potente en el útero; lo abracé para girar y quedar sobre Vicente, me moví con frenesí y sentí otra oleada de líquido ardiendo. Su cara reflejaba una felicidad intensa, pero cambió por un mohín de angustia cuando lo empecé a cabalgar, ¡Él quería descansar, pero yo quería más verga! El estaba atento al movimiento de mis chiches (el busto mío estaba en su mejor momento en esa época), pero de nada sirvió mi busto sacudiéndose par evitar que su pene se pusiera flácido, al grado de que se me salió. Yo seguí acariciándome con su lánguido pene los labios mojadísimos por el atole que escurría de mi panocha y paseando mis nalgas sobre los huevos para revivirlo. Vicente se abandonó a mis caricias con la vergüenza de no poder reaccionar a mis embates. Por piedad, aún muy caliente, me acosté sobre su cuerpo, luego rodé a su lado y dormimos un buen rato.
–¿Listo para el segundo raund? –pregunté cuando me desperté al sentir sus chupadas en mis pezones.
Le tomé el pene y éste seguía sin ánimo, era un colguije sin consistencia. Su respuesta fue una mirada suplicante por un mayor espacio de tregua. Así que bajé a intentar lo que casi nunca falla: le mamé la verga y le chupé los huevos. Era un sabor delicioso el que tenían nuestras abundantes excreciones, aunque secas, al paso de mi lengua reavivaba el olor a sexo. El falo poco a poco aumentó su turgencia hasta llegar a una dureza utilizable, al menos para mí, pues era claro que el pobre “niño” se había vaciado desde el principio. Me lo cogí a pesar de su incomodidad. Me vine cabalgándolo mientras él se extasiaba con la mirada y manos en mis tetas. A cada gemido que yo emitía por cada orgasmo que sentía, su pene adquiría más tono. “¡Qué hermosa eres! Me decía mostrando una sonrisa de satisfacción.
Caí bocabajo en la cama, agotada y tratando de reponer mis fuerzas, pero ahora yo fui el juguete: la puta que debía saciarlo. Me abrió las piernas, levantó mi abdomen obligándome a asentarme en las rodillas, aunque nunca separé mis brazos ni mi cara del colchón, y me penetró limpiamente por la vagina (no sé por qué suponía que lo iba a hacer por el ano y yo no podía protestar). Y así, de perrito, me hizo gritar de felicidad hasta que eyaculó, poco, pero dio un grito “¡Qué hermosa eres, Tita!” antes de que su cuerpo me cubriera. Los dos jadeábamos excesivamente, tratando de recuperar el oxígeno que gastamos en la extenuante cogida.
Se bajó de mí, colocándose también bocabajo, nuestras caras de frente, parecíamos un espejo y su imagen: los ojos entrecerrados y la sonrisa de satisfacción, nuestros alientos sincronizados, pero el espejo no se empañaba…
Dormimos casi una hora. Al despertar nos abrazamos y besamos, rodamos uno sobre otra, o una sobre otro sin despegar nuestras bocas.
–¿Podrás con otro antes de irnos? –pregunté jalándole el sexo adormilado, asiéndolo con mis dos manos para abarcar bien sus testículos.
–Sí, tú sabes cómo lograr que se me pare –contestó en franca petición de que lo chupara.
Como respuesta me coloqué en posición de 69 y comenzamos a darnos lengua. Fuese por mis caricias linguales o por mi olor y sabor a señora bien servida, su pene se puso rígido en poco tiempo. Me puse de pie y le dije “Quiero que me cargues”. Cuando él estuvo de pie, tomé su falo y lo dirigí a la entrada de mi vagina. Me colgué de su cuello y con mis piernas hice candado en su cintura. De inmediato, sus manos fueron a mis nalgas y comenzamos el chaca-chaca hasta que se vino, ya para entonces, entre beso y beso, le decía “Así, nene, así, lo haces muy rico…” pues tuve un tren de orgasmos que lo enardeció y no pudo evitar la eyaculación.
Nos metimos a bañar y regresamos a la casa donde estábamos alojados (vivienda construida con habitaciones alrededor de un patio). Avisamos, a través de la ventana, a los papás de Fidel que ya estábamos de regreso, “Qué bueno, Buenas noches” contestaron y apagaron la luz.
Al día siguiente regresamos los tres al DF. Ésta fue una de las pocas veces en que mi marido no supo que le fui infiel. Pues en cuanto Vicente se comunicó conmigo para volvernos a ver, le hice saber que ya no habría una vez más, que todo había sido muy bonito, pero que ya no sería posible algo más. Vicente lo entendió. Sin embargo, yo sufrí porque, a pesar de tener un DIU, tuve un retraso en mi menstruación de casi dos semanas. “Ha de haber sido cuestión psicológica”, me dijo una amiga como explicación a mi infidelidad sin usar preservativos “Cuídate para la próxima”, remató.
Buena historia Tita, espero nos cuentes otras infidelidades que hayas hecho a tu esposo, besitos
Saludos
Gracias por tus palabras. Supongo que no ves mal cómo escribo, pero también percibo cierta complicidad en tus palabras. ¿Has sido infiel? ¿O, te han puesto el cuerno? cuéntanos.
Mis infidelidades han sido muchas, como seguramente habrás leído. Lo comencé a escribir desde la primera versión de SST y lo puedes leer aquí: https://sexosintabues30.com/?s=por+TitaLaPutita
Ahí tengo «LA NINFOMANÍA PUEDE ACABAR EN INFIDELIDAD», en 11 entregas, donde cuento mi historia.
He escrito sobre muy pocos casos e individuos, considerando los que ocurrieron.
A ver,Tita. Un chico cinco años menor que tú, hace 40 años, ya tenía unos 30, no era tan niño y tú ya llevabas m+as de 10 poniénoole cuernos a Saúl.
Por lo demás, me gustó y me calentó. Era buena oportunidad de echar un burro lechero más al hato y lo ewpantaste, ¿por qué?
Esto pasó en 1979, yo tenía 29 años y Vicente 24, un chico con estudios de posgrado, algo tímido y con mucho respeto hacia Saúl. Tuve que hacer que olvidara eso al seducirlo. Se me antojó para la cama y me lo tiré. Entonces, yo llevaba apenas seis años de mancornadora, los primeros tres sólo con Roberto más un par de sujetos que se atravesaron en mi camino…
Buen ejemplar para el hato, sí, pero no me enamoré aunque sí cogimos rico. Con Vicente, y otros más, pasó así, sólo sexo y ya, sin dejarles posibilidades de que ellos aspiraran a algo más.
¡Tita, qué deslechada me di imaginándome ser yo el «bebé»!
¿Qué te cuesta coger cob alguien 29 años menor?
¡Ja, ja, ja, ja…! Ya has contado de muchas que te he causado a pura «manuela». ¡Ja,ja, ja! Sigue concursando y ejercitando la mano.
¡Uh, qué ricos palos te diste esa noche! Tu marido viendo las estrellas en el telescopio de Tonanzintla y tú, en cada estocada con orgasmo viéndolas en Cholula. ¡Te felicito!
Lo que me llamó la atención fue que el DIU no era tan confiable en esa época.
Tú veías a Vicente (5 años menor) como un bebé, también viste así a Rogelio (20 años menor), pero bien que te lo tiraste. ¡Qué envidia!
La efectividad del DIU siempre ha sido muy buena, 98 o 99%, Pero a veces se puede desacomodar (no sé si por tanto meneo o porque los penes grandes pueden presionar la base de la «T» en los hilos. Hace mucho que me la retiraron.
Es cierto lo de «ver las estrellas» cuando te cogen muy bien. Puede deberse a la situación previa o similar al desmayo, donde por falta de circulación sanguínea al cerebro ves negro, pero en tus ojos aparecen destellos.
¡Cuántos corazones dejaste rotos, Tita! Casi, casi, les decías «Ya te usé, conformate con eso y no me quites el tiempo, quiero conocer más vergas». No obstante, te quedaste con varios para seguirlos usando.
¡Eres una leyenda! Tanto para quienes te conocieron en el coito como para los que sólo supimos de tu trabajo amatorio a través de los textos que escribes. En ellos siguen saliendo muchos más varones que usaste para tu disfrute. Sigue contando esos recuerdos que tienes, por favor.
Me apena decirlo, pero así era. Una cosa es coger muy bien y otra que el galán te haga sentir algo más por él. Supongo que lo segundo se dará si, además de lo primero, ya se había construido la relación afectiva intensa con antelación.
Los recuerdos afloran sin planearlo. A veces ni me acordaba de alguien, pero leo algo y ¡zaz!, aparece un tipo que me gustó para coger y ya lo había olvidado… Si sale algo más, lo contaré.
¡Ja, ja, ja, ja, ja…! ¡Cómo no iba a estar nervioso ese muchacho después de mamarte la teta! ¡Qué iba a poder abrir la puerta, a pesar de tanta urgencia! Lo bueno es que tú lo intuiste y te enfriaste la cabeza…
¿Por qué le dijiste que ya no a Vicente? Con un poco de ayuda él alcanzaría un desempeño mejor que el de los otros machos, y tendrías un semental más, más joven y educado para soltar el semen cuando ya hubiese terminado su trabajo de generar orgasmos.
Saúl leerá esto y sabrá de uno más con quien le pusiste los cuernos, ¿eso afectará tu relación con él? Por cierto, ¿te has vuelto a tirar a Rogelio, ese «joven» con quien estuviste en diciembre?
Perdón, me falto contestarte de Rogelio. Sí, claro que ha vuelto por más. Pero también me pide consejo sobre algún prospecto. Yo le contesto que sólo él sabrá si lo amarán, pero que piense bien si se mete con una cuarentona o menor, además, ¡sin hijos!
Sus visitas son espaciadas (unas tres semanas) y me guarda todo lo que no usa en alguna de sus indagaciones…
Creo que ya expliqué en los comentarios a Chicles y Mar el porqué de no incluirlos en mi «ganado».
Por otra parte, si yo no me acuerdo bien de lo que pasó, menos mi marido que no lo vio. Se ha enterado de algunos por mis relatos, sí, pero esas veces me toca premio porque mientras me fornica quiere que le cuente; y yo le cuento, o le invento, con tal de mantenerlo turgente y moviéndose…