LA CAVERNA
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Maduritaseconfiesa.
Era primavera del ’93. Yo había perdido la virginidad a los 18 años de una forma un tanto furtiva, aunque esa no es la historia. La cuestión es que desde esa primera vez había tenido relaciones en un par de ocasiones y punto; ninguna de ellas destacable en ningún sentido (ni morbo, ni romanticismo… casi ni placer). Tal vez por eso mismo es que a principios de primavera, cuando lo conocí a él, tenía una calentura encima para no contarlo. Él, poco más o menos de mi misma edad, poco más o menos e mi misma situación, y casi con la misma calentura.
La cuestión es que aquel fin de semana quedamos para ir a hacer una excursión en tren con la idea de pasar el día juntos, ponernos romanticones, y, en algún momento del día, hacer manitas y besitos (que aún no habíamos llegado a gran cosa más).
La cuestión es que en un pueblo de los que íbamos a visitar había una cueva, reconvertida en bodega, en la que se organizaban visitas guiadas a ciertas horas del día. Excavada en la roca era bastante laberíntica, chulísima, con las paredes constantemente redondeadas y recovecos que a cada paso. Al parecer, según comentaba el guía, había sido usada para esconder fugitivos en la guerra e incluso antes como almacén de furtivos y contrabandistas. La imaginación se disparaba cuando atravesábamos las zonas menos iluminadas del recorrido. Poco a poco, fingiendo prestar atención a detalles absurdos, él fue apartándome hacia el final del grupo guiado, y mientras lo hacía, iba sobándome disimuladamente; al principio solo caricias en el culo, luego palpándolo con intensidad, luego… Bueno, os hacéis una idea.
En un determinado momento, cuando el grupo debía dirigirse hacia una angosta escalera que cambiaba de nivel la ruta, él me retuvo con discreción apartándonos aún más del grupo. Lo miré extrañada; él no perdía vista del visitante que nos precedía. Nos quedamos parados. El grupo avanzaba. El último visitante ya no nos veía. Cuando de repente me tapó la boca y me arrastró hacia uno de los oscuros recovecos de la caverna. Allí, apoyada mi espalda contra la fría roca, fue apartándome la ropa sin quitarla, levantando la falda, levantando la camiseta, bajando el sujetador; desatando la prisa que llevábamos conteniendo dos semanas. Me arrancó las braguitas de un tirón y sin más me folló como los animales en celo en que nos habíamos convertido, ahogando mis gemidos, tapando mi boca con su mano o besándome de forma desgarradora. Aun así la respiración intensa y jadeante rebotaba entre las sombras de la caverna y nos era devuelta por sus paredes, reverberando y multiplicándola por mil, creando un rumor intenso de pasión desbordada; sonaba como si todos los antiguos habitantes de aquel extraño lugar recibieran y compartieran nuestro placer y se congratularan de ello.
Fue rápido, extraño, intenso y desbordante. No podía ser de otra manera dada nuestra situación. Y también fue inolvidable.
Cuando acabamos y nos recompusimos un poco, corrimos en pos del grupo de turistas que aún no había concluido la visita. Alguien se daría cuenta, no lo pongo en duda, pero nadie lo puso en evidencia. Gracias.
Mis braguitas, que habían quedado destrozadas en el suelo de la caverna, quiero pensar que las conserva de recuerdo, bien escondidas, el espíritu de algún furtivo de la época carlista. 😉
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